A mis cinco hermanas y a mi hermano
Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.
[…]
Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas
Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
[…]
Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea.
Letrilla de Luis de Góngora y
Argote, 1580
De pequeñas, uno de los juegos que más nos
gustaba a mis hermanas y a mí era el de las Ginis y las Ginolas. Consistía en
disfrazarnos de mayores con la ropa de mi madre y recrear actividades o conversaciones
de adultos que empezaban poniendo los brazos en jarras con un gesto muy
manchego y diciendo: «Pues Gini…», a lo que siempre se contestaba: «Pues
Ginola…». Lo más divertido de este juego, como pasaba con muchos otros, eran
los preparativos: buscar zapatos de tacón, vestidos que nos teníamos que
remangar y sujetar con cinturones, collares de muchas vueltas, bolsos llenos de
tesoros, pañuelos o sombreros para la cabeza y cualquier otra cosa que se nos
ocurriera según nuestro gusto infantil para estar guapas. Maquillarnos no
podíamos porque en nuestra casa no había con qué: nuestra madre nunca se pintó,
y su única concesión a la presunción era peinarse sus delgadas cejas con un
cepillito, algo que también aprendimos a imitar todas sus hijas.
Quizá por eso, porque nos llamaban muchísimo la atención las mujeres que se pintaban los labios de rojo, bautizamos nuestro juego con este nombre: Gini era una chica muy guapa que se peinaba con moño italiano, llevaba vestidos ajustados a las caderas, se pintaba rabillos negros en los ojos y tenía los labios más rojos que habíamos visto jamás. Llegaba a casa contoneándose en sus altos tacones para visitar a su tía, que vivía con nosotros porque ayudaba a nuestra madre en las labores domésticas, y mis hermanas y yo la mirábamos embobadas y le pedíamos que nos besara para que dejara su huella roja en nuestras mejillas. Su tía acababa cansándose de nuestro arrobo boquiabierto y nos echaba de la habitación para que no escucháramos lo que se tenían que decir.
Entonces las hermanas nos poníamos a imitarlas,
pero en el juego nadie quería ser la tía, ya mayor: todas éramos Ginis y
Ginolas, el nuevo nombre hipocorístico que alguna de nosotras se inventó. Porque
en realidad, esa chica tan guapa se llamaba Ginesa: Gini era su nombre
hipocorístico, que en griego significa «cariñoso». Era su nombre propio acortado
porque acaso el original le parecía feo o demasiado largo.
La Nueva
gramática de la lengua española de
la RAE define los nombres hipocorísticos como un tipo particular de nombres de
pila que se usan en la lengua familiar como designaciones afectivas. Se suelen
formar mediante apócope, esto es, la pérdida de la parte final del nombre: Edu por Eduardo; Tere por Teresa;
Sole por Soledad; Rafa por Rafael. También se pueden formar
mediante aféresis, es decir, la supresión de las sílabas iniciales: Veva por Genoveva;
Lupe por Guadalupe; Lina por Catalina; Geles por Ángeles; Mundo por Edmundo;
Nando por Fernando. En la
actualidad, muchos hipocorísticos terminan
en i por influencia del inglés, según
la RAE, pero también cabría pensar que esta vocal de apoyo al final de la
palabra los convierte en una especie de diminutivos: Conchi, Rosi, Pili, Susi, Toni, Javi. Esta terminación en i es además más habitual en nombres
hipocorísticos femeninos que en los masculinos. La mayoría de los hipocorísticos
admiten también diminutivos, a veces incluso mejor que los nombres de pila de los
que proceden, sobre todo si son largos: Lolita,
mejor que Dolorcitas; Chonita, mejor
Asuncioncita o Ascensioncita; Lupita, mejor
que Guadalupita. Algunos nombres
propios aceptan tanto apócopes como aféresis para formar hipocorísticos: de Guillermina, Guille o Mina; de Fernando, Fer o Nando; de Cristina, Cris o
Tina. Y a veces se combinan la
apócope y la aféresis: de Hipólito, Poli;
de Emilia, Mili. Muchos nombres
compuestos combinan sus dos elementos para formar los hipocorísticos: Josema de José María o José Manuel; Maite de María
Teresa; Maica de María del Carmen. Pero
a veces las alteraciones o simplificaciones que sufre el nombre de pila para
llegar al hipocorístico son mucho mayores: Beto
por Roberto o Alberto; Lalo por Eduardo; Mela por Carmen, pasando
por Carmela; Nacho por Ignacio; Suso o Chule por Jesús;
Chusa por Jesusa; Nena por Elena o Almudena; Chole por Soledad. También
hay hipocorísticos cajón de sastre que sirven para muchos nombres: Tita y Tito, por ejemplo, Nana y
Nano o Tina y Tino.
Ahora bien, no siempre es fácil dar con el
origen de los hipocorísticos. A veces es necesario recurrir a la onomástica, rama
de la lingüística que estudia los nombres propios, para conocer su procedencia debido
a la infinidad de cambios fonéticos que han sufrido en la evolución. Es el
caso, por ejemplo, de Perico, nombre
hipocorístico de Pedro formado sobre su
forma antigua Pero con la terminación
de diminutivo –ico. De Manuel procede Manolo, hipocorístico formado sobre la evolución de su diminutivo, Manuelito, que dio Manolito y de ahí Manolo. El
hipocorístico Pepe para José
se forma según algunos autores sobre la abreviatura p.p. (padre putativo) que aparecía siempre en los escritos eclesiásticos
junto al nombre de san José, pero para otros no es más que una reducción del
italiano Giuseppe, ambos nombres
propios, el español y el italiano, procedentes del hebreo Yosef. Otro caso singular lo constituye el nombre propio Francisco y sus variados hipocorísticos: Paco proviene según algunos de san
Francisco de Asís, junto al cual se escribía Pater Comunitatis (PaCo) cuando
fundó la orden franciscana. Sin embargo, había una forma íbera del nombre, Pacciaecus, que evolucionó en Pacheco; Phranciscus pasó a Phacus, de ahí a Pacus y acabó en Paco o Pancho. Del diminutivo Francisquito se llegó a Frasquito, y de Franciscurro, al taurino Curro.
Otros hiporísticos de Francisco
son Fran, Franchu y Quico.
También existen nombres hipocorísticos que en
su evolución acaban desligándose del nombre propio original y se independizan: Rita ya no es el hipocorístico de Margarita, ni Olalla lo es de Eulalia. Tampoco
Marina es ya hipocorístico de María. Y Lola sigue siendo hipocorístico de Dolores pero ya también un nombre de pila por derecho propio.
Aunque muchos nombres hipocorísticos son
iguales para toda la comunidad hispanohablante, hay algunos que resultan
malsonantes en determinados países. En Argentina, por ejemplo, ninguna mujer se
llamará Concha ni Conchita; en España, ningún Guillermo permitirá de buen grado que le
llamen Memo, ni ningún Bartolomeo, que le digan Meo. Tampoco a ninguna María le gustará como hipocorístico el
clásico Marica hoy malsonante.
Los nombres hipocorísticos no son alias, apodos,
sobrenombres ni motes, puesto que estos, según la RAE, se toman de los defectos
corporales de una persona o de alguna otra circunstancia característica y no
provienen de su nombre de pila. En la manera de escribirlos también son
diferentes: los nombres hipocorísticos se escriben como cualquier nombre propio,
con mayúscula inicial y en letra redonda; los alias, apodos, sobrenombres o
motes, también con mayúscula inicial pero en letra cursiva si acompañan al
nombre propio y en letra redonda si van en su lugar. «¡Vaya, has caído en una contradicción
flagrante!», tal vez exclaméis algunos al leer lo que he escrito, puesto que en
esta entrada todos los nombres propios y los hipocorísticos aparecen en letra
cursiva. No es un error, sin embargo: uno de los usos de la letra cursiva es
precisamente destacar dentro de un texto las palabras que se pretenden definir.
He elegido algunas de las estrofas de la
letrilla de Góngora como inicio de esta entrada porque en ella aparecen algunos
hipocorísticos: Marica y Barbolilla, así como un nombre propio, Madalena (Magdalena preferible por más culto en la actualidad), cuyo
hipocorístico sería Malena; también se
cita a otra prima sin nombre, solo conocida la pobre como «la tuerta».
Las hermanas crecimos y hace mucho que dejamos
de jugar a Ginis y Ginolas. Pero no hemos perdido los nombres hipocorísticos que nos
habíamos puesto y que utilizamos cuando estamos juntas. Y algunas tuvimos más
de uno: yo fui primero Taten y luego Molis. Los de las demás me los callo: que
los digan ellas si quieren.
Y tú que estás leyendo, ¿tienes un nombre
hipocorístico que desees compartir? ¿Recuerdas cómo jugabas a ser otra persona? «Yo
era una princesa que vivía en un castillo; yo era un piloto que volaba en mi
avión; yo, una exploradora que viajaba a la Luna…». ¡Qué útil el pretérito imperfecto
de indicativo para imaginar jugando!
La lengua destrabada
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Muy interesante. A mi la verdad es que siempre me han llamado por mi nombre (nada de Moncho, ni similares). Pero en mi familia si los hay a cascoporro. (Alex, Guille, Merche, Lola, Juanjo...). Muy bueno.
ResponderEliminarUn saludo
¿Ningún hiporístico, ni cuando eras pequeño, con ese nombre tan propicio para ellos?
EliminarGracias por pasarte a leer. Un saludo también para ti.
Cómo me has hecho disfrutar con la entrada, querida Carmen. Desde su inicio con las letrillas de Góngora, pasando por los recuerdos de tu infancia y esos juegos a Ginis y Ginolas para pasar de lleno a toda esa infomación tan valiosa sobre los nombres.
ResponderEliminarEs un gozo leerte.
Por cierto, mi hiporístico (qué bien suena, no en vano es palabra esdrújula) es Isa.
Un beso enorme.
Me alegro mucho de que te haya gustado, Isabel. Góngora es un poeta bastante desconocido por aquello del cultismo, pero tiene poemas inolvidables. A mí me gustan en especial sus letrillas, donde recoge la vida y las costumbres de la época y habla mucho de niños. ¿Te has fijado que el niño va a la escuela y su hermana a la amiga? Algún día escribiré una entrada hablando de la educación y de esa institución llamada la amiga, nombre que se utilizó muchísimo hasta el siglo XX en muchas partes de España.
EliminarBueno, Isa, muchas gracias por pasarte por aquí. Un beso enorme también para ti.
Muy interesante, Carmen. Como curiosidad te diré que en Australia los nombres hiporísticos tienen los mismos derechos que los propios y hasta los que no son propios; de hecho, cuando tuve que escoger nombres para mis hijos me dijeron que podía llamarles "chair" (silla) si quería. Mi hijo pequeño se llama Alex y ese es su nombre oficial. El mayor es Dave y así quise yo que constara en el registro, pero no gané esa batalla familiar y oficialmente es David; él hace tiempo que quiere cambiarlo a Dave. Yo no tengo hiporístico porque en casa nunca me han llamado Carmen, sino Cuchi, gracias a una niñera andaluza que me llamaba Cuchiti. Dicen que me quitaron el "ti" cuando me hice grandecita, pero lo otro todavía lo llevo.
ResponderEliminarUn beso, guapa.
Creo que en España ya también se pueden poner como nombres de pila los hiporísticos. Al parecer, el único requisito que hay que cumplir es que no sea ofensivo. Sin embargo, mucho me temo que dependerá de quién te atienda en el Registro Civil cuando vayas a inscribir a tu hijo.
EliminarCuchiti creo que es tu hiporístico, y también Cuchi. Es de esos hiporísticos cajón de sastre que sirve para muchos nombres, como Coco y otros cuantos. En mi familia también ha habido alguna Cuchi.
Un beso también para ti, tocaya.
Muy interesante.
ResponderEliminarMi propio nombre, y puede que el lugar donde nací y viví, da mucho juego. Tenía tías que me llamaban Rafalito, Rafaelito, Rafalín y Falito, y gente que me llamaba Fael, Foa, Rafa... Y por supuesto también me llaman Rafael...
Saludos
Uno de los primeros chicos que me gustó cuando era una cría se llamaba Falín. Nunca lo relacioné con Rafael y ya ni siquiera me acuerdo de su cara, solo del hiporístico, aunque yo entonces no sabía qué era eso.
EliminarDe todos tus hiporísticos, el que más me gusta es Fael, que suena a nombre de dios mitológico. Y Rafael me encanta. Era uno de los nombres que habría puesto a un hijo de haber tenido más.
Un saludo, Rafael.
Aunque yo no llegué a jugar a las Ginis, porque aún no me había tocado nacer, he heredado el recuerdo y las palabras. Cheles o Meleles
ResponderEliminar¡Cuántas cosas te has perdido por ser la pequeña! Sin embargo, también ganaste otras: ser la mimada de todas tus hermanas mayores. Se te ha olvidado Edes, «señá» Merce. Muchos besos, hermanita.
Eliminar