miércoles, 23 de abril de 2014

Libros digitales

Libros digitales
Los libros siempre hablan de otros libros, y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado.
Umberto Eco

Los historiadores, obsesionados por el futuro, analizamos el pasado para entender el presente con mayor libertad.
Pedro Pérez Herrero

Desde el comienzo de los tiempos, el libro, continente y contenido, ha avanzando copiándose a sí mismo para perpetuarse y universalizarse gracias al empuje de unos pocos visionarios e inventores. A grandes rasgos, tres son los hitos fundamentales en su historia de éxito: la difusión, a finales del siglo XV, del empleo de la prensa de tipos móviles perfeccionada por Johannes Gutenberg;  la mecanización de la imprenta en el siglo XIX; y  la aplicación de herramientas informáticas en el siglo XX que ha llevado a la edición de libros digitales en las primeras décadas del siglo XXI.

Sin embargo, ninguno de los avances supuso la desaparición inmediata del estadio anterior ni se logró sin esfuerzo. Lo sucedido con Johannes Gutenberg es buena prueba de ello, pues se arruinó antes de acabar su edición de la famosa Biblia de 42 líneas, tuvo que pedir un préstamo a un banquero y perdió su imprenta al no poder pagarlo. Asimismo, los primeros libros en letra de molde, llamados incunables, trataban de imitar los copiados a mano, por lo cual se dejaban huecos en la impresión para dibujar después las letras capitales  y el resto de ornamentos que acompañaban al texto.

Con el paso del tiempo, los copistas fueron perdiendo trabajo y prestigio, que ganaron los escritores e impresores. El auge de la imprenta permitió a muchos vivir de su pluma y dejar de depender de la caridad de los mecenas, pues podían vender el producto de su mente a los impresores. El libro había dejado de ser un artículo de lujo único, elaborado a demanda, para convertirse en un producto. Las imprentas, por su parte, pasaron a ser empresas. Fabricaban su propio papel, estampado con su marca de agua reconocible, utilizaban sus propias letras de molde, algunas de las cuales todavía perduran, y disponían de sus componedores y correctores, que dominaban el oficio y eran bien remunerados por ello.

Cuando el libro entró en la era industrial, su cadena de producción y valor se amplió, surgieron nuevas profesiones para tareas específicas y se crearon los sellos editoriales, independientes de las imprentas. La red de distribución se convirtió en un eslabón fundamental para alcanzar popularidad y ventas, y el boca a boca dejó de ser el medio primordial para darse a conocer. Las universidades y la prensa escrita se erigieron en escaparates para los libros. Por su parte, los derechos de autor comenzaron a reconocerse en Occidente a comienzos del siglo XVIII con el Estatuto de la Reina Ana anglosajón, si bien siglos antes, en la España de finales del siglo XV, ya había alzado la voz para reclamarlos Antonio de Nebrija, escritor de la Gramática castellana e impulsor de la imprenta de la Universidad de Salamanca.

Como no podía ser de otro modo contemplando la historia, el advenimiento y auge del libro digital en este comienzo del tercer milenio de nuestra era ha causado conmoción en el sector editorial establecido. Al principio fueron muchos los que negaron su importancia y le auguraron corta vida: serán como los audiolibros, se escuchaba a menudo. Así pues, dormidas en los laureles, las grandes empresas editoriales no prestaron la atención debida a fenómenos pioneros como el Proyecto Gutenberg, desarrollado desde 1971 por Michael Hart para crear una biblioteca de libros electrónicos gratuitos, partiendo de los que ya existían en papel, o el lanzamiento en 2001 de la novela digital Riding the Bullet de Stephen King, que vendió 400 000 ejemplares en solo dos días a un precio reducido. De este modo, les pilló desprevenidas la entrada en escena del gigante Amazon, que ha marcado claramente la diferencia en la evolución del libro digital con su plataforma de edición electrónica y en papel bajo demanda casi a escala mundial y no restringida a los sellos editoriales. Sus dispositivos de lectura digitales con tinta electrónica, fáciles de utilizar y de precio cada vez más asequible, han sido el complemento necesario para su dominio del mercado digital.

¿Por qué suscita tanto recelo el libro digital en el sector editorial establecido? Es fácil de entender: porque cambia de arriba abajo la cadena de producción y elimina eslabones. Pero también por un problema crucial que debe preocupar por igual a editores y escritores: la facilidad de la publicación y la copia digitales fomenta la piratería. Al parecer, buena parte de las editoriales no invierten en edición digital porque no les resulta rentable; solo la consideran un producto secundario de la edición en papel que mantienen como algo testimonial para no quedarse atrás. Y mientras no cambie la percepción sobre el robo que supone la piratería y no se asuma que el trabajo de los escritores y editores debe ser remunerado porque es su medio de vida e igual de respetable que el de un médico, un fontanero o un informático, por ejemplo, no se solucionará. La queja tan popular de que el precio de los libros digitales es abusivo y por eso se piratean es un pretexto falso: muchos valen menos de tres euros y también se roban. Lo cierto es que hay piratas porque se permiten.  ¿Qué sucederá cuando ya no haya qué robar o la calidad sea tan ínfima que no merezca la pena? Nadie vive del aire, los editores y los escritores tampoco, y acabarán desapareciendo debido a la piratería si no se toma conciencia y se pone remedio.

¿Cuáles son las ventajas del libro digital sobre el impreso en papel? Las más evidentes desde la perspectiva editorial son que la producción, el almacenamiento y la distribución se facilitan y abaratan.  Desde el punto de vista del lector, la principal es la posibilidad de almacenar muchos libros en un dispositivo pequeño que apenas pesa y  se transporta con comodidad para leerlos en cualquier lugar. Asimismo, se pueden subrayar, anotar  y después compartir los comentarios con otros usuarios de una forma muy sencilla. Por último, pero acaso lo más importante, como escritora de libros digitales, considero que la principal ventaja que ofrecen para quienes los creamos es la posibilidad de corregir erratas, ampliar contenido o hacer cambios cada vez que lo consideremos oportuno, muchas veces atendiendo acertadas sugerencias de lectores, de manera inmediata y sin necesidad de incurrir en nuevos gastos. El libro digital, a diferencia del libro impreso en papel, es una obra abierta, viva, sin límites de tiempo ni espacio.

Ahora bien, como sucedió en otras etapas de la historia del libro, el digital copia de momento la impresión en papel: mantiene las mismas partes de esta, se divide en capítulos y como novedad relevante añade un índice activo que permite recorrerlos o cambiar de una parte a otra con rapidez y fluidez. En la mayoría de los dispositivos para lectura de libros digitales se puede ampliar o reducir el tamaño de la letra o cambiar de fuente según las necesidades o preferencias de quien los utiliza. No obstante, esta ventaja se convierte en inconveniente en el caso de las novelas en especial cuando el libro no se ha maquetado de una manera profesional, pues las rayas que abren y cierran los incisos de los diálogos se separan de la palabra a la que deberían ir unidas e incluso de la puntuación que corresponda, quedando en líneas distintas. Y, por desgracia, esta maquetación defectuosa es frecuente incluso en el caso de las editoriales de prestigio.

Asimismo, al igual que los primeros impresores fabricaban su papel con su marca de agua e imprimían sus libros con sus propias letras de molde creadas al efecto, las plataformas digitales de impresión y venta han impuesto sus propios formatos de archivo para los libros electrónicos. Los más habituales son el Mobipocket que utiliza el lector Kindle de Amazon y el ePub libre que utilizan muchas de las restantes plataformas y dispositivos de lectura. Pero hay muchos más. Calibre es el programa gratuito de conversión de archivos al que todos recurrimos para superar unas barreras absurdas que no deberían existir. El libro digital avanzará realmente cuando se llegue a un único formato universal basado en HTML y disponible en todos los dispositivos de lectura, prescindiendo de su marca.

Quienes nos dedicamos a este oficio laborioso de la escritura desde hace tiempo sabemos bien lo difícil que resulta vivir de él y muchos vimos una ventana de oportunidad en la edición digital. Publicar como autores independientes sin necesidad de agencia literaria ni editorial, sin más intermediario entre nuestra obra y los lectores que la plataforma nacional o las plataformas de gran alcance mundial donde aparecíamos y de las que podíamos recibir un elevado porcentaje de los derechos de autor, nos pareció un sueño.  Y lo era, ciertamente: un sueño del que despertamos enseguida. Porque conseguir visibilidad en las redes es tan difícil como aparecer en los montones de libros físicos que llenan las principales librerías, y nadie vende si pasa inadvertido. Puedes tardar varios años en escribir una novela excelente, cuidar la edición y la maquetación con esmero, seleccionar una portada vistosa y no vender casi nada. 

Los autores independientes más despiertos  se percataron pronto de que para triunfar vendiendo libros digitales en la principal plataforma internacional (que es la que cuenta de momento) debían dedicar la mayor parte de su tiempo no a escribir como genios, sino a crear redes, hacer amistades virtuales y reseñar a otros autores semejantes con objeto de obtener a cambio reseñas elogiosas. Hablemos claro: para destacar en Amazon no es primordial la calidad de la obra: lo importante es que te conozcan. Crear lazos de reciprocidad y vender de golpe los primeros días. Tú me compras, yo te compro. Tú me reseñas, yo te reseño. Yo digo que eres lo más y tú dices que leerme lleva al éxtasis. También es crucial escribir un libro que encaje en los únicos géneros literarios que venden en las plataformas digitales: novela romántica/erótica; policiaca/suspense; de aventuras/histórica o fantástica/distopía.  

Muchas de las editoriales tradicionales observaban atentas la evolución de la edición digital y empezaron a fijarse en los autores independientes que ocupaban los primeros puestos de la lista de más vendidos. Ante el declive de las ventas de los libros en papel, creyeron realmente que el gusto del lector había cambiado y, en líneas generales, han adoptado  dos posturas: 1) crearon sellos digitales específicos para ofrecer contratos de edición digital a los autores independientes que destacaban por sus ventas; 2) ofrecieron a esos mismos autores contratos, las más de las veces leoninos, para publicar en papel a demanda y en formato digital por un periodo que rondaban los siete años y unos derechos de autor muy inferiores a los que otorgan las principales plataformas digitales.

No acierto a comprender por qué un autor digital de éxito acepta tal esclavitud si es cierto que obtiene considerables ingresos. ¿Qué espera de las editoriales? Supongo que un prestigio del que se dice que carece la edición digital independiente. Sin embargo, el prestigio no lo confiere la editorial sino lo que somos capaces de escribir. ¿Es mayor el prestigio de Belén Esteban por haber publicado con Espasa-Calpe? En mi opinión, es la editorial la que lo ha perdido por prestarse a tal impostura aunque sus ventas se hayan disparado.

Puede ser que lo que espere un autor digital sea contar con un editor/escritor que lo ayude a superar sus deficiencias y mejorar su escritura. Ojalá lo consiga. Antes a las editoriales se llegaba «ya aprendido». El oficio se conseguía a fuerza de escribir y comentar con otros escritores en tertulias. Ahora existen los llamados talleres literarios, supongo que algunos buenos. Volviendo a las editoriales, ninguna pondrá a disposición de un escritor independiente un editor que «reescriba» su novela con él y le señale debilidades y fortalezas. No hay tiempo ni dinero para eso. Tal como están las cosas,  si la edición es en papel, sus textos recibirán una «manita de gato» y saldrán al mercado a pelear por un puesto en el montón de libros de los puntos de venta, y si es edición digital, ni siquiera recibirán ese arreglo. El anticipo que ha negociado y cobrado antes de que sus obras vean la luz siempre es a cuenta de los derechos de autor y puede tardarse  un año o más en generar más dinero. Además, tendrá que seguir batiendo el cobre para obtener visibilidad y alguna reseña elogiosa en el mundo de los críticos y los lectores tradicionales. La editorial no gastará un euro en promoción; es el autor el que ha de moverse para obtenerla.

Cuentan algunos editores precavidos que el paso de digital a papel no está beneficiando, en la mayoría de los casos, a los autores antes independientes ni a las editoriales que los han contratado. La explicación tal vez sea que el lector y crítico tradicional es más exigente que el lector de libros digitales. Aunque todos los que contestaron a la pequeña encuesta que lancé en las redes antes de escribir esta entrada afirmaron que exigían la misma calidad a un libro digital que a uno impreso en papel, la realidad demuestra lo contrario. Con los libros digitales se pasa el rato cuando se va en el metro, se está en la peluquería o en la playa, y lo que cuenta es que sean baratos. «Tiene erratas y a veces no se entiende, pero por lo que cuesta me ha entretenido». Este es un comentario, redactado de diversos modos, bastante habitual en libros digitales muy vendidos.

¿Quién tiene la culpa, entonces, del tan cacareado desprestigio de los libros digitales? Por supuesto, en primer lugar quienes los escribimos. La falta de profesionalidad, la picaresca para copar los primeros puestos, la ignorancia y el orgullo desmedido son los motivos. Y, del mismo modo, en nosotros los escritores está la solución: nadie hará por ti lo que tú mismo no seas capaz de lograr. Aprende a escribir, busca un buen corrector, que los hay, preocúpate de que la maquetación sea perfecta, elige la portada y, entonces, publica. Asimismo, sería bueno que las editoriales aprendieran de sus errores y primaran en su selección criterios de calidad y no de ventas. Esta vez han sido ellas las engañadas por crédulas.

Nunca, en los muchos años que llevo en el sector editorial, había visto libros tan mal escritos como ahora, incluidos algunos publicados en papel por editoriales prestigiosas.  Forma parte de la trivialización de la cultura, lo sé, pero es una pena. Alguien me dijo una vez que solo le interesaba leer libros en los que pudiera aprender algo, aunque no fuera más que vocabulario. Yo añado que solo leo aquellos libros, sean digitales o en papel, que comienzo con curiosidad y termino con nostalgia.

La opinión de otros
En los últimos días, acaso porque se acercaba en España el día del libro, se han sucedido los debates en las redes sobre la edición digital versus la impresa en papel. Este es el artículo de Mercedes Pinto Maldonado, «Captados en Amazon, esclavos de la pluma», quien firmó hace tiempo con un par de editoriales españolas. Por su parte, Amelia Noguera, quien acaba de conseguir que dos importantes editoriales españolas publiquen en los próximos meses la mayoría de sus novelas, escribe su punto de vista en «¿Publicar tu primera novela en Amazon o en editorial?». La perspectiva de las editoriales pequeñas queda recogida en «Seis falacias del libro digital» del blog @ntinomias libro. En «La noche de los libros», Joaquín Rodríguez repasa el panorama editorial español, resaltando la labor de los pequeños editores innovadores.  Finalmente, en «¿Es mejor publicar un libro digital en varias plataformas o concentrar los esfuerzos en Amazon?», Alejando Capparelli analiza las múltiples posibilidades disponibles. 


La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.