domingo, 22 de diciembre de 2019

Me dicen que es Navidad

Me dicen que es Navidad
Mi sobrina, Pilar Martínez Vaello, ha ganado un premio con este relato navideño, inspirado en su abuela Dominica, mi madre, que murió aquejada del mal de Alzheimer en el año 2000, al igual que antes lo había hecho su padre y después lo harían sus dos hermanas. No necesita más presentación. Cada vez que algún miembro de nuestra familia lo lee se le saltan las lágrimas... 

Este año, gracias a mi sobrina Pilar, que ya es una estupenda escritora, he encontrado la mejor de las maneras de desearos salud, paz y alegría en estas fechas tan llenas de recuerdos.


¡Es Navidad! Oigo a mi hija gritar entusiasmada, mientras corre escaleras abajo. Veo como abre sus regalos y puedo notar en sus preciosos ojos verdes la ilusión de saber que este año ha sido buena. La veo marchar con su muñeca de porcelana, como si fuera el mayor tesoro del universo.

¡Es Navidad! Abrimos los regalos, misma ilusión. Un Discman, y su adolescente mirada pícara me da las gracias. Le guiño un ojo con complicidad.  La misma inocencia de antes, pero más madura. La misma niña, creciendo.

¡Es Navidad! Ya no corre escaleras abajo, ya no grita entusiasmada. Tiene mucho que estudiar, dice. La carrera no se saca sola. Yo la miro y le doy ánimos. Un diario precioso, para escribir las experiencias que estás a punto de vivir. Una mujer, dueña de su destino. Comienza tu viaje, cariño.

¡Es Navidad! Mi yerno sonríe avergonzado ante el nuevo par de calcetines. Mira a mi niña, con ojos llenos de amor y gratitud. Forma parte de algo más grande ahora. Un equipo, imbatible. Una aventura, un camino por recorrer.

¡Es Navidad! Esta vez no habrá regalos. Dicen estar muy ocupados, no importa. Los veremos en el nuevo año, y me contarán sus novedades. Aun así, contemplo el árbol, impasible testigo de tantas alegrías a lo largo de tantos años…

Es Navidad. O eso creo. Últimamente estoy confusa. El paso de los años me pierde. ¿Los regalos dónde se ponían? La mirada de mi hija es triste, pero no sé por qué. Solo se me olvidan un par de cosas, estaré bien. Me siento cansada, es un bache. Atiendo a mi nieta y le guiño un ojo, todo estará bien.

Me dicen que es Navidad. Que sonría. Abre los regalos, mamá. ¿Mamá? Por un momento esa palabra me suena lejana, me trae ecos de recuerdos pasados. Mi mamá. ¿Dónde está? Me está esperando. Hay niños alrededor, deben de ser de mi edad, ellos sabrán dónde estará. «La abuela tiene alzhéimer. Está malita, por eso os pregunta esas cosas. Tenéis que tener paciencia y darle muchos besos». ¿Alzhéimer? Yo estoy muy sana, apenas tengo doce años. No sé de qué hablan.

Me dicen que es Navidad. No me lo creo. Esas personas no son mi familia. ¿Dónde está mi mamá? ¿Por qué no me dejan ir con mi mamá? Me está esperando. Tengo miedo. Dejadme, quiero ir con mi mamá. Grito, pero no me oye. Tengo mucho miedo.

Me dicen que es Navidad. Sonrío. No sé qué es eso, pero debe de ser divertido, oigo risas. Una mujer de brillantes ojos verdes se me acerca, es muy guapa, pienso. Con ella, dos pequeñas. ¿Quiénes son estas niñas tan guapas que vienen a verme? «Son tus nietas, mamá». Mis nietas. La más pequeña, recurriendo a toda su valentía, me da la mano. Calma, paz. No sé dónde estoy, pero estoy bien. La miro a los ojos y me veo reflejada. «Hola, abuela». «Hola, cariño». Un instante de reconocimiento, y su sonrisa se enciende. La abrazo con las fuerzas que me quedan, no sé cuánto voy a durar esta vez. «Os quiero muchísimo, perdonadme». Mi voz rota se me entrecorta. Apenas la suelto y la niebla comienza de nuevo. Mis recuerdos se difuminan. ¿Dónde estaba? La pequeña me mira, con sus relucientes ojos verdes. Ah, sí, estoy en casa.

Es Navidad. Se sientan todos alrededor de la mesa, pero hay una silla vacía. Parecen tristes, apenas se oyen risas. Ojalá pudiera hacerlos sonreír. Entran los niños, y mi pequeña renacuaja llena la sala de gritos infantiles. Villancicos desafinados, copas entrechocando, brindis por la vida, por los que se han ido.

Ojalá pudiera hacerlos sentir que seguimos aquí, que no nos hemos marchado. Que el olvido aquí ya no tiene poder.

La pequeñaja se acerca a su madre, con sus brillantes ojos verdes, y le guiña un ojo. Veo la sonrisa de mi niña, la lágrima que cae y su abrazo lleno de alegría y felicidad.

Eso es, pequeña. Estoy aquí. A través de todos vosotros. Estoy en cada llanto, en cada momento de inseguridad, en cada caída. Estoy aunque no me podáis ver. Estoy, y sé que me podéis sentir. Mi recuerdo sigue con vosotros.

Es Navidad. Y esta vez, desde la inmensidad, me lo creo.

©Pilar Martínez Vaello, 2019









¡Felices fiestas!


La lengua destrabada

Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  





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jueves, 12 de diciembre de 2019

Tasmania: impresiones de viaje

Tasmania
Puerto de Hobart 
Al aterrizar en el aeropuerto de Hobart, capital del estado de Tasmania que forma parte de la Mancomunidad de Australia, nos pareció estar regresando a Valdivia, capital de la provincia de Valdivia y de la región de Los Ríos, en el sur de Chile.  Desde el avión avistamos los mismos cielos plomizos, el mismo paisaje salpicado de manchas verdes y pardas bordeando incontables masas de agua. Ambos territorios, el australiano y el chileno, se encuentran en paralelos cercanos que los aproximan a la Antártida (42,53º sur Hobart y 39,48º sur Valdivia). Ambos comparten un clima lluvioso, ventoso y frío, aunque con las cuatro estaciones diferenciadas, y poseen un ingente patrimonio natural de flora y fauna que impulsa a establecer comparaciones. Pero en realidad son muy diferentes. Lo percibimos de inmediato en cuanto iniciamos nuestra visita en tierra firme. Qué alivio respirar por fin aire puro y no el humo de los incendios de Sídney.

Tasmania es una isla grande, con más de 68.000 kilómetros de extensión, que comprende además un amplio grupo de islas menores alrededor de su costa, y está separada del territorio continental de Australia por el estrecho de Bass. Pertenece a la Mancomunidad de Australia desde 1901. Su nombre actual se debe al comerciante y explorador holandés Abel Tasman, quien en 1642 informó sobre la existencia de la isla, a la que bautizó con el nombre de su patrocinador, Anthony van Diemen, gobernador general de las Indias Orientales Holandesas. Sin embargo, no hubo una presencia europea continuada hasta que la corona británica la reclamó como colonia en 1801 e impuso el nombre de Tierra de Van Diemen. Desde el principio fue una colonia penitenciaria a la que desde el Reino Unido llegaban, hacinados en barcos, presos convictos para cumplir sus penas en cárceles espeluznantes. No habían sido condenados por delitos de sangre, pues esos suponían la pena capital, sino por robos, falsificaciones y todo intento de apropiación de la riqueza ajena, y las penas impuestas superaban los siete años de confinamiento. Pero el trabajo forzado y el buen comportamiento eran medios de redención y hubo quienes lograron conseguir la libertad y medrar en la sociedad colonial que se estaba creando. Pocos volvieron a su lugar de origen, sin embargo, porque carecían de los medios para hacerlo.
  
Paisaje de la campiña tasmana
La isla estaba habitada cuando llegaron los británicos a establecer su colonia y empezaron a dividir la tierra mediante cercados. Los aborígenes, pacíficos en un primer momento, presentaron resistencia al ver alterado su modo de vida, basado en la caza y la recolección. Su ferocidad se convirtió en el pretexto perfecto para exterminarlos sin misericordia. Los hombres eran usados como mano de obra esclava, sometidos a tortura y mutilaciones; las mujeres jóvenes servían de esclavas sexuales, y los frutos de su vientre, de haberlos, eran eliminados. Se los perseguía y daba caza porque a cambio de sus pieles se obtenía una recompensa de las autoridades coloniales. A finales del siglo xix ya no quedaba ningún habitante nativo en la isla. No hubo mestizaje, solo exterminio. La lacra del genocidio, conocido como la Guerra Negra, provocó que en 1854, cuando se aprobó la constitución, se adoptara el nombre de Tasmania para el territorio, que después se convertiría en estado, a fin de dejar atrás el pasado colonialista imperial. No obstante, llama la atención que en la actualidad la población de esta isla siga siendo predominantemente anglo-celta, hecho que provoca la conformación de una sociedad distintiva frente a la multirracial predominante en la mayor parte de Australia.

El relieve de Tasmania está formado por montañas de cumbres redondeadas, donde crece vegetación alpina, y extensos valles y altiplanos por los que corren ríos de rápido caudal y resplandecen, reflejando la naturaleza virgen que los rodea, lagos, charcas y toda clase de masas de agua. A pesar de los incendios, la agricultura y la ganadería ovina y bovina, buena parte de la isla sigue poseyendo densos bosques, algunos de selva tropical lluviosa, como los de Valdivia, pero los predominantes son los bosques de eucaliptos y helechos. De su fauna autóctona, el animal más conocido es el demonio de Tasmania, popularizado por una serie de dibujos animados y ahora en peligro de extinción. Pero para esta viajera los seres más atractivos son los canguros, imponentes marsupiales que brincan sobre sus dos patas traseras en los bordes de las carreteras al paso de los vehículos y se dejan ver, e incluso a veces admiten el acercamiento humano, a primeras horas de la mañana y al atardecer, en espacios abiertos como claros del bosque o praderas, cuando salen a comer la hierba y raíces de las que se alimentan. En realidad, para una lega en el asunto es difícil distinguir si se trata de canguros, nombre que engloba a los animales de las especies más grandes, o ualabís, nombre con el que se designan las especies más pequeñas. Los wombats son otros curiosos marsupiales, pequeños, de patas cortas y redondos como osos de peluche, con los que tuvimos la suerte de toparnos en el parque nacional de Cradle Mountain, inmóviles en las praderas de tundra alpina que rodean el Weindorfer’s Chalet, cuando nos refugiamos en él de la intensa aguanieve que caía.

Acantilado de la Tasman Peninsula
Dicen que los británicos encontraron esta tierra insular parecida a la suya, aunque con un clima menos lluvioso y más templado. Parece que les gustó y dejaron en ella su huella en construcciones y jardines. La capital Hobart, al pie del monte Wellington, es una ciudad limpia y agradable, la más antigua de Australia después de Sídney. Cuenta con abundante comercio y un bonito puerto en el estuario del río Derwent donde se inician cruceros y se puede comer rico pescado y marisco en alguno de sus numerosos restaurantes. El conjunto de antiguos edificios de almacenes frente a las dársenas del puerto recibe el nombre de Salamanca Place y es uno de los lugares más visitados de la ciudad porque alberga galerías de arte, tiendas de artesanías y multitud de establecimientos de comida y bebida. Además, los sábados se monta allí uno de los mercados callejeros más grande e importante de Australia. El nombre nos llamó la atención porque se pronuncia igual que nuestra Salamanca española, pero nadie supo explicarnos su origen. La gente de la calle ha olvidado lo que los libros recogen: en principio, la zona se llamaba Cottage Green, pero se cambió a Salamanca en 1812 para honrar al primer duque de Wellington tras su importante victoria en la batalla de los Arapiles, al sur de Salamanca, al mando del ejército aliado formado por ingleses, portugueses y españoles, contra las tropas francesas del mariscal Marmont durante nuestra guerra de la Independencia. Benito Pérez Galdós narra los hechos en la décima novela de la primera serie de los Episodios nacionales.
 
Penitenciaría de Port Arthur desde el barco
Desde Hobart es imprescindible hacer una excursión hasta Port Arthur para entender el significado de la migración y colonización forzadas en el país. El lugar, ahora de una belleza espectacular, fue más que una terrible prisión. Era una comunidad completa en la que convivían, si bien separados y con condiciones radicalmente diferentes, presos convictos, guardianes, autoridades civiles y militares, más sus familias. Contiene más de 30 edificios históricos, muchas ruinas, abundantes praderas, huertos y jardines, y hasta un astillero y un muelle en el que se toma un crucero que recorre la bahía frente a Point Puer Boys Prison y la Dead Island. Forma parte del Australian Convict Sites World Heritage, lugares históricos de prisión en los que se pretendió construir una nueva sociedad basada en el trabajo forzado de los reclusos durante el siglo xix.  De camino a Port Arthur, en la Tasman Peninsula, hay muchos miradores para contemplar los acantilados marinos y se pueden hacer bonitas caminatas con el mar a un lado y el bosque al otro.

Wineglass Bay
Montañas de granito rosado constituyen el telón de fondo del recorrido ascendente hasta alcanzar a pie el principal mirador de Wineglass Bay para obtener una preciosa perspectiva, antes de iniciar el descenso por los numerosos escalones de tierra y piedra que conducen a su famosa playa de arena blanca y fina, con aguas prístinas y no frías en exceso. Es un buen lugar para refrescarse y comer después de la caminata… pero se puso a llover y tuvimos que adelantar la retirada. Nos quedamos con ganas de recorrer algún otro de los variados senderos que ofrece el parque nacional de Freycinet, donde se encuentra Wineglass Bay, su enclave más conocido.

La ciudad de Launceston era la última etapa de nuestro recorrido, pero solo como base para realizar desde allí las últimas excursiones, pues en la agencia de viajes, al organizar la estancia, nos habían advertido de que carecía de interés. Qué gran error. Con gusto habríamos dedicado más tiempo a conocer su puerto fluvial, sus calles alineadas y limpias, repletas de edificios históricos bien conservados, y su espléndido paseo elevado que recorre la garganta del río Esk, a tramos desde pasarelas altísimas de madera que provocan cierto vértigo, hasta llegar a sus piscinas naturales y las aperturas en los riscos donde deambulan canguros y pavos reales.

General Post Office, Launceston  
Amanece muy temprano, antes de las 5:30, y madrugamos para tomar a las siete la excursión al parque nacional de Cradle Mountain, uno de los puntos fuertes de nuestro itinerario. Su fama proviene de su enorme extensión y la variedad de sendas para marchas que ofrece, según las fuerzas y preparación física de cada cual, para disfrutar de su paisaje alpino con picos escarpados, páramos azotados por los vientos, lagos glaciares y de montaña, gargantas recubiertas de bosques y una abundante fauna silvestre. Pero su clima es impredecible y nos tocó un día endiablado: helado, tempestuoso, con aguaceros constantes e incluso rachas de aguanieve. En el folleto informativo que entregan al comprar la entrada indican, entre las medidas de seguridad, que se esté preparado para volver atrás o cambiar los planes si el tiempo se deteriora y dificulta caminar. Y eso fue lo que nos vimos obligados a hacer. Tuvimos que cancelar la caminata alrededor del Dove Lake y el ascenso hasta el mirador del Crater Lake. Apenas tomamos unas fotos bajo la lluvia y nos refugiamos a comer en el Weindorfer’s Chalet. Más tarde fuimos al albergue a reponernos con una bebida caliente mientras esperábamos por si escampaba. No sucedió y hubo que emprender el camino de vuelta a Launceston, haciendo varias paradas en tiendas locales de distintos pueblos, todos limpios, cuidados, repletos de plantas en flor, para comprar chocolates y quesos de fabricación propia. Igual que cuando viajábamos por Valdivia en la región chilena de Los Lagos, recordamos.

Tasmania es un lugar privilegiado para contemplar la aurora austral. Hay sitios en internet que informan de las probabilidades de que ocurra el fenómeno, e hicimos comprobaciones varias veces a lo largo del viaje. Pero no tuvimos suerte. Tampoco disfrutamos de su cielo estrellado porque la multitud de nubes que lo cubrían nos lo impidieron. Todos los días alguien nos comentaba que ese tiempo tan malo era excepcional, pero la estampa de tantos lugareños de toda edad y condición en manga corta, sandalias y pantalón corto, mientras los foráneos de latitudes más cálidas nos echábamos encima toda la ropa de abrigo de que disponíamos, desdecía tal afirmación. Así es su pálido verano, así lo disfrutan las niñas y niños de mofletes colorados tan habituales en los climas nórdicos.

Christmas Parade, Launceston
Nuestro avión no salía hasta primeras horas de la tarde y el aeropuerto está cerca de la ciudad. Eso nos proporcionó toda una última mañana libre para repasar los lugares que más nos habían gustado de Launceston y volver a tiempo desde la garganta del río Esk para mezclarnos con los lugareños y contemplar la cabalgata de Navidad, Christmas Parade, con sus bandas de músicos en falda escocesa tocando a la gaita villancicos tan conocidos como Adeste fideles o Noche de paz, niños con casco haciendo caballitos sobre sus bicicletas, gimnastas y bailarinas ejecutando volteretas, saltos mortales y veniales… en fin, las fuerzas vivas de la sociedad anglo-celta desfilando para sus convecinos con sus motos y camionetas de correos, los coches de bombero, las ambulancias, los camiones de la basura, las furgonetas de la policía, todos con sus sirenas anunciando la alegre llegada de Santa en su carroza trineo a la ciudad… Fue una larga y hermosa despedida de Tasmania.

Dove Lake, Cradle Mountain
Mientras escribo este texto en Parramatta, levantando de cuando en cuando los ojos al horizonte brumoso por el humo de los incendios, recuerdo el impoluto aire tasmano, sus acantilados rocosos semejantes a los de Asturias o Cantabria, sus playas de arenas blanquísimas y agua esmeralda. Todo es bonito, agradable de ver, pero carece de la grandiosidad deslumbrante de ciertos paisajes de las dos Américas. Con la abundante flora sucede lo mismo, pero no con la fauna, que es muy variada y sorprendentemente distinta de la conocida hasta el momento por esta viajera en cualquier lugar del mundo. Solo por eso ya merece la pena viajar tan lejos.

La lengua destrabada

Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  



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jueves, 28 de noviembre de 2019

Vivir en Parramatta, NSW (Australia)

CBD Parramatta desde el río
Meses atrás, una revelación no por asumida menos perturbadora provocó la aceleración de un proyecto acariciado desde hacía largo tiempo. Gracias al tesón de mi pareja, conseguimos la invitación de una universidad y una visa de trabajo. Preparamos las maletas y tras el interminable viaje de más de un día, aquí estamos al fin, viviendo en Australia, nuestra última frontera.

Parramatta es una próspera ciudad multicultural que crece a 24 kilómetros al oeste del central business district (CBD) de Sídney. El río Parramatta, del que recibe su nombre, cruza la ciudad, y a sus orillas florecen abundantes parques y corren agradables senderos para practicar ciclismo y completar largas caminatas. Hasta tiene un muelle del que zarpan, en mareas altas, ferris que hacen el trayecto de ida y vuelta al Circular Quay de Sídney. Church Street, la principal calle comercial, conserva edificios bajos y está repleta de lugares para comer y beber. La llegada de numerosos organismos gubernamentales de Nueva Gales del Sur desde el año 2000 ha consolidado la función de la ciudad como centro administrativo y ha cambiado su fisonomía con la construcción de numerosos rascacielos de cristal y metal. Pero fuera del centro las calles son tranquilas y arboladas. Abundan las casitas de estilo semejante al californiano y los edificios de pocos pisos rodeados de jardines.
   
Señal de paso de cebra
Está resultando fácil vivir en esta ciudad de curioso clima. Es primavera, y en un mismo día tenemos más bien frío al levantarnos con el sol antes de las seis de la mañana; después solemos pasar calor en torno al mediodía y las temperaturas vuelven a caer cuando el sol inicia su descenso a eso de las seis de la tarde. Pero también ha habido días de calima intensa y humos con olor a madera quemada debido a los enormes incendios que asolan el país. Nos asustaron los primeros avisos de la policía con megáfonos en la calle y las sirenas sonando como chicharras incansables. Aquí están acostumbrados. Parece que los incendios son constantes todos los años, y más ahora con el cambio climático. La sequía pertinaz provoca que los hermosos bosques ardan como yesca. La gente que vive cerca es advertida para que abandone su casa cuando las llamas se acercan. Por suerte, ha habido algunas tormentas y parece que se ha calmado la cosa, al menos en los alrededores de Sídney.
Flying foxes colgando del árbol

Cuando llega el atardecer, los flying foxes, enormes murciélagos con cara de oso que cuelgan como frutos de los árboles a las orillas del río Parramatta, comienzan a desperezarse, a gritar y a revolotear en busca de comida y agua. Los hemos visto lanzarse al río y volver a ascender, planeando sobre nuestras cabezas. Es un espectáculo impresionante, y reconozco temer que se me pose alguno encima y me tire del pelo con sus garras… Pero son animales frugívoros que, según dicen, no tienen interés en nosotros. Tampoco interesamos a las serpientes y lagartos que vemos inmóviles durante nuestros paseos, ni a la multitud de pájaros que nos alegran con sus trinos o graznidos estridentes. Hubo una masked lapwing (avefría militar) que sí nos atacó nada más llegar mientras paseábamos por el campus de la universidad porque, según nos explicaron después, nos consideró depredadores dispuestos a acabar con la puesta de su nido, excavado en el césped.

Flying fox en vuelo
Lo extraordinario de mudarse a vivir a otro continente es que te obliga a romper la rutina, a permanecer alerta para efectuar cualquier tarea, comprendidas las más cotidianas. No se puede dar nada por supuesto: incluso situarse para subir o bajar escaleras mecánicas o mirar para cruzar una calle es diferente: el izquierdo es el lado de circulación dominante en todos los casos. Y los pasos de cebra están marcados con una señal de dos piernas enfundadas en pantalones y en situación de avance. Los colegiales que los cruzan van uniformados con colores alegres según la institución a la que pertenezcan y todos llevan un sombrero de ala ancha para protegerse del sol. Apenas hay edificios antiguos porque este país es muy joven. Los que quedan de la colonia inglesa suelen ser museos o edificios gubernamentales protegidos. Los antiguos hostales siguen recibiendo el nombre de hoteles, aunque ahora no alberguen huéspedes y sean una especie de pubs. Y hay carros metálicos de supermercado abandonados por todas partes: calles, orillas del río, vías del tren… Hasta en el portal de nuestro edificio hay un aviso escrito sobre la prohibición de introducirlos en el garaje o los pasillos por ser una propiedad privada y constituir un delito su apropiación o su abandono.
 

Church Street
No hemos probado carne de canguro ni ningún alimento que pueda considerarse peculiar más que el Vegemite, esa pasta oscura, amarga y salada que se unta en tostadas como base sobre la que se añade otra cosa que la haga soportable. No me ha gustado y no he repetido porque su alto contenido en sodio la convierte en incomestible para una persona como yo que apenas tolera la sal. Desayuno todos los días arándanos, mangos, kiwis, fresas, nectarinas, melocotones y toda clase de fruta, que encuentro madura y sabrosa como la de mi infancia y mis estancias latinoamericanas. Hay cocos de agua y hortalizas que desconocíamos y vamos probando. En todos los lugares para comer te ofrecen agua del grifo gratis y te la sirven en abundancia. Como es una sociedad tan diversa, la comida y las costumbres que la acompañan también lo son. Nos encanta irlas descubriendo poco a poco, a menudo gracias a los anuncios y las series de televisión.

Embarcadero del  ferry en el río Parramatta
Por suerte, la lengua no ha sido un problema. Nos ha resultado más fácil entender el inglés de esta zona que el neoyorquino, por ejemplo. Es cierto que hay mucho slang y modismos, pero la gente es amable y se esfuerza en darse a entender y en entendernos. Es una sociedad acostumbrada a la inmigración y nadie te toma como extraño, como sí sucede en otros lugares angloparlantes del planeta. Con todo, a veces sí es un reto descubrir a qué palabra corresponde alguna de sus muchas abreviaciones: por ejemplo, los avocados (aguacates) son avos; los kangaroos (canguros) son los roos; el breakfast (desayuno) es el brekkie; la barbecue (barbacoa) es la barbie; Aussi y Oz son Australia; Parramata es Parra, y así sucesivamente. Hasta en los anuncios… McDonald’s se llama Macca’s en Australia.

Parque natural del lago Parramatta
Caminamos muchísimo porque no tenemos coche y solo utilizamos los servicios públicos de transporte para largas distancias. Estamos conociendo la espléndida bahía de Sídney navegando en sus ferris y vamos viajando a los parques naturales más próximos en los eficientes trenes que vertebran toda esta zona del país. Tenemos planeadas escapadas a lugares más distantes y todavía nos queda mucho por descubrir en los meses próximos que pasaremos en estas estimulantes antípodas de España, que nos obligan a repensar y cuestionar día a día lo aprendido y sus consecuencias. 


La lengua destrabada

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lunes, 25 de noviembre de 2019

Y/o: la extraña pareja


y/o: la extraña parejaAl parecer, los primeros registros del combinado conjuntivo and/or datan de mediados del siglo xix y proceden del mundo de la abogacía anglosajón, desde donde saltó al ámbito de los negocios y a la escritura en general en el siglo xx. Fue tanto su éxito que de inmediato se calcó la fórmula en francés (et/ou, parece que desde Canadá), en español (y/o) o en italiano (e/o), por citar solo tres lenguas romances. Su uso se defendía como la fórmula más breve para indicar que dos opciones pueden tomarse en conjunto o como alternativas: Consider whether the students will be able to read and/or understand the book. Considera si el alumnado será capaz de leer y/o entender el libro.

Sin embargo, desde el comienzo esta extraña pareja conjuntiva se topó con detractores. No hay manual de estilo de ninguna de las lenguas citadas que la respalde. «Avoid this Janus-faced term. It can often be replaced by and or or with no loss in meaning. Where it seems needed […] try or […] or both», advierte, por ejemplo, el Chicago Manual of Style (2010: 266), mientras que en Rédaction et interprétation des lois, L. P. Pigeon sentencia: «Et/ou est tout simplement inadmissible. […] L’utilisation de cette conjunction, qui n’en est pas une, est une chose que répugne au génie de la langue, aussi bien en anglais qu’en français» (1965:28). La Fundéu, siguiendo el criterio del Diccionario panhispánico de dudas académico, desaconseja el uso en español del calco y/o por innecesario, puesto que la conjunción o no es excluyente, salvo que resulte imprescindible para evitar la ambigüedad en escritos muy técnicos.

¿Existirán esos escritos tan técnicos donde el uso de la pareja unida por la barra se vuelva imperativo? Tal vez sean como las meigas… Confieso que no he sido capaz de encontrar ningún ejemplo que aportar.

En mi experiencia, el uso y abuso de y/o es un claro síntoma de escritura vacua y perezosa. Carece de sentido. Bajo su aire de autoridad pedante se oculta un mero desconocimiento de la lengua. Volvamos al ejemplo citado arriba en inglés y español: Considera si el alumnado será capaz de leer y/o entender el libro. En este caso, la conjunción que debería escribirse es y, puesto que una lectura sin comprensión es inútil, y sería imposible entender si no se lee.  Recordemos, además, que en español (y también en inglés) la conjunción o no es excluyente, sino que expresa adición o alternativa. Por tanto, también podría escribirse: Considera si el alumnado será capaz de leer o entender el texto, lo que significa leer, entender o ambas cosas a la vez. Es el contexto el que proporciona la clave del sentido.

Pero cuando no nos fiamos del contexto, la lengua nos ofrece suficientes recursos para darnos a entender con precisión. Tomemos el siguiente ejemplo:  La utilización de textos copiados sin citar la procedencia demuestra que quien escribe es descuidado y/o deshonesto. Si se desea recalcar el valor excluyente de la conjunción o, no hay más que repetirla ante cada una de las alternativas: El empleo de textos copiados sin citar la procedencia demuestra que quien escribe o es descuidado o es deshonesto. Eligiendo la simple conjunción y se enuncia sin ambages la adición de descuido a deshonestidad: El empleo de textos copiados sin citar la procedencia demuestra que quien escribe es descuidado y deshonesto. Y aún cabe otra posibilidad, si lo que se desea es hacer hincapié en que ambas alternativas son posibles: El empleo de textos copiados sin citar la procedencia demuestra que quien escribe es descuidado, deshonesto o ambas cosas.

Una antigua amiga editora de la que aprendí muchísimo nos aconsejaba siempre ayudar a los autores a librarse de esta dañina «conjuntivitis» para mejorar su visión de la escritura. Y no es tarea difícil. Basta con detenerse a pensar en lo que se quiere expresar para evitar (corregir) redacciones tan desacertadas como las siguientes: Podrán enviar la respuesta vía correo electrónico y/o fax. Los invitados llegaron a la reunión en autocar y/o limusina. Las candidatas deben acreditar su dominio de inglés y/o alemán. Al cruzar el desierto, los más débiles murieron de hambre y/o sed. Este mensaje y/o archivos adjuntos son confidenciales. Ni se simplifican los textos ni son más cortos mediante el uso mimético de  y/o.

Una última advertencia: en el caso de que se encuentre y/o en un contexto muy técnico de una disciplina en la que resulte imprescindible su uso, ha de tenerse en cuenta que si la palabra siguiente comienza por o u ho, se escribirá y/u.


La lengua destrabada

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miércoles, 30 de octubre de 2019

Hacer las maletas y otras divagaciones (para procrastinar)

Hacer las maletas
Qué pereza preparar el equipaje. Qué difícil es elegir las prendas necesarias que se echarán de menos durante la estancia fuera de casa y hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los múltiples «porsiacasos» que nos tientan y acabarán engordando nuestra maleta. ‘Equipaje’, palabra formada con el productivo sufijo ­-aje que proviene del latino -aticus y llegó al castellano a través del francés, comenzó a utilizarse para designar el equipo que cargaban los soldados, pero al poco pasó a significar también el conjunto de pertenencias necesarias para llevar en los viajes, según sostiene Joan Corominas (Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, 1987). ‘Bagaje’ y ‘equipaje’ son sinónimos en la acepción de enseres indispensables para desplazamientos, tanto militares como civiles, pero la primera palabra significa además conjunto de conocimientos o experiencias adquiridos por alguien. 
   
‘Maleta’, por su parte, es voz antigua en el vocabulario castellano. Covarrubias la define como «la manga, ô valija en que se llevan vestidos de camino, ô ropa, propiamente la que es de cuero, y va cerrada con su cadena, y candado. Es nombre Hebreo del verbo mala, que vale henchir por ir llena de ropa. O de otro verbo Hebreo malat, servari, porque lleva dentro guardada la ropa. Carolo Bovilio la haze diccion Francesa, mallê, intra quam itinerariae vestes folent claudi, ámantica pender» (Tesoro de la lengua castellana, o española, 1539-1613). Los diccionarios de la lengua castellana actuales coinciden en afirmar que se trata de un vocablo de origen francés, lengua en la que malle, desde el siglo xii, da nombre a un cofre de grandes dimensiones, destinado a contener los efectos que se llevan en un viaje; mallette, palabra datada desde el siglo xiii, es su diminutivo, de donde proviene nuestra maleta. De malle se originó la castellana ‘mala’, que ahora es una voz anticuada.

En lenguaje informal, la palabra femenina ‘maleta’, con artículo masculino o femenino, se aplica a cualquier persona que muestra torpeza en el desempeño de alguna actividad: Juan es un maleta conduciendo. Al parecer, ser un/una maleta con el sentido de inútil o poco hábil proviene de la tauromaquia. Al torero principiante y sin recursos que viajaba con sus escasas pertenencias de plaza en plaza en busca de oportunidades se lo conocía como ‘maleta’ o ‘maletilla’, y de ahí el uso se generalizó, sobre todo para actividades físicas o deportivas.

A veces nos vemos obligadas a hacer la maleta o las maletas no porque nos vayamos de viaje, sino porque nos apremian para que abandonemos un lugar o cargo por algún  motivo particular: El primer ministro debe ir pensando en hacer las maletas. En realidad, ni en este sentido figurado ni en la preparación práctica del equipaje ‘hacemos’ la maleta: no fabricamos el continente, sino que escogemos y organizamos el contenido, esto es, empleamos uno de los tropos de la lengua, un útil recurso conocido como sinécdoque, para darnos a entender. Por lo que respecta al verbo ‘hacer’, es conocida su facultad de asumir un extenso abanico de significados según el contexto en el que se utilice. Abundan las expresiones en las que este verbo se une a un sustantivo (más sus acompañantes) para expresar un significado fijo: hacer boca (ingerir algún alimento o bebida como ensayo para la comida; también se puede usar en sentido figurado); hacer carrera (triunfar); hacer castillos en el aire (imaginar imposibles); hacer gala (ostentar, alardear); hacer oídos sordos (no escuchar); hacer la vista gorda (fingir que no se percibe algo merecedor de corrección).

El Diccionario de la lengua española académico recoge una segunda acepción de ‘maleta’ como enfermedad, señalando que es palabra anticuada de origen incierto. Parecería, sin embargo, estar relacionada con ‘maletía’ y ‘malatía’, que antiguamente significaban enfermedad, en especial, durante la Edad Media, la enfermedad por antonomasia: la lepra. Las tres voces castellanas estarían relacionadas con la maladie francesa y la malattia italiana, todas ellas provenientes del latín (măle habĭtum, estar mal de salud). Los malatos medievales eran los enfermos de lepra, afección que se solía contagiar durante los viajes. En una de las versiones del «Romance de la hija del rey de Francia» (recogida en 1545), se narra el encuentro de una joven con un caballero al que pide que la lleve en la grupa de su caballo hasta París.  Esto es lo que sucede cuando el caballero la requiere de amores: «La niña, desque lo oyera,  díjole con osadía: / Tate, tate, caballero,  no hagáis tal villanía: / hija soy de un malato y de una malatía, / el hombre que a mí llegase  malato se tornaría».
 
Dejo aquí este hilo porque me urge hacer las maletas. ‘Procrastinar’ es palabra de origen latino, que significa posponer o postergar y que ha vuelto a nuestro vocabulario a través del inglés, donde el uso del verbo to procrastinate es mucho más habitual. Resulta curioso el olvido que ha sufrido hasta años recientes en nuestra lengua del «vuelva usted mañana». Mi equipaje no admite más aplazamientos. En escasos días estaré emprendiendo el vuelo para llegar a nuestras antípodas, donde pasaré parte de nuestros otoño e invierno que se corresponden con sus primavera y verano. Por cierto, la voz ‘antípodas’ puede usarse en femenino o en masculino, si bien en la actualidad es más habitual el femenino.

Aquí lo dejo. Repito: qué pereza hacer las maletas. Quién fuera caracol para viajar lento, sí, pero con la casa a cuestas.  


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