martes, 14 de julio de 2015

Viajar por Noruega

Viajar por Noruega
© Anushka Izquierdo Gonzalo
Era el tiempo en que yo vagaba con el estómago vacío por Cristianía, esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella…

Knut Hamsun, Hambre, 1890




Con estas palabras comienza la famosa novela del escritor noruego, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1920, que tanto influyó a creadores tan dispares como Franz Kafka, Ernest Hemingway o Juan Rulfo. Sin embargo, no son de Oslo, la capital de Noruega conocida como Christiania o Kristiania hasta 1924 ―Cristianía en español―, las imágenes que llenan los ojos y la mente de esta viajera al evocar su paso por las tierras de Noruega. La ciudad más poblada del país, erigida en la cabecera del fiordo que lleva su mismo nombre, no destaca por su belleza singular ni su buen clima; tampoco cuenta con edificios inolvidables a pesar de los nuevos, como el de la Ópera, que se están construyendo, tal vez porque a lo largo de su historia sufrió enormes incendios que arrasaron sus antiguas construcciones de madera o porque su riqueza es reciente. Es muy verde, eso sí: prados y bosques salpican la extensa área metropolitana, y en verano se ven frondosos rododendros floridos por doquier. 

© Anushka Izquierdo Gonzalo. Parque Frogner, Oslo
El parque Frogner es el más extenso de los públicos y alberga los grupos de estatuas del escultor noruego Vigeland, dispuestos en una extensa zona monumental de agradable recorrido, traspasando el portón metálico para avanzar por el puente, la fuente y la meseta del monolito hasta la rueda de la vida donde están representados todos los signos del zodiaco. Entre los museos de la ciudad, destacan el Norsk Folkemuseet (Museo del Pueblo Noruego), que muestra la historia y la cultura de diversas regiones del país a través de sus casas típicas de madera con techo de corteza de abedul sobre la que crecen abundantes hierbas y flores silvestres, y el Vikingskipshuset (Casa de los Barcos Vikingos), donde se exhiben embarcaciones, trineos, osamentas y parte de los tesoros vikingos hallados en excavaciones.

Casa de los Barcos Vikingos, Oslo
Las tardes de verano frescas y nubladas se antojan eternas mientras se pasea por las  calles céntricas de Oslo, contemplando a los valientes que se sientan en terrazas al aire libre para consumir bebidas frías que no apetecen o cafés, abrigados del relente con mantas rojas y azules proporcionadas por los establecimientos comerciales. El sol, a menudo escondido tras densas nubes, va descendiendo en el firmamento, pero siempre hay luz. La noche oscura y larga es patrimonio exclusivo del invierno en estas tierras nórdicas.

Como hay claridad de amanecer al abrir los ojos sea la hora que sea, cuesta menos madrugar para coger carretera y, en cuanto se abandona la ciudad, la vista se pierde en el horizonte verde limpísimo de las colinas y los prados que constituyen el paisaje. Hay agua cristalina saltando de multitud de cascadas a cuál más espectacular, corriendo veloz por arroyos espumosos o amansada en lagos que reflejan magnificada la vegetación circundante. Las casas salpicadas en las laderas o agrupadas en pequeños núcleos de población en las llanuras y al borde de la carretera son en su mayoría de madera pintada en alegres colores y sobre el tejado de muchas crecen abundantes la hierba y las flores como capa protectora contra el frío. En sus patios y jardines hay camas elásticas circulares azules —todas iguales, como compradas en la oferta irresistible de alguna cadena de tiendas— sobre las que saltan como pelotas niños rubios de vacaciones escolares.

© Anushka Izquierdo Gonzalo. Silueta de la iglesia de Lom
El tranquilo pueblo de Lom, situado en un valle donde se ven pastando ovejas, vacas y rubios caballitos de los fiordos de crines tricolores, se considera la entrada a las montañas Jotunheimen y a su parque natural. Es visita obligada su iglesia medieval de madera, construida a finales del siglo XII pero modificada en varias ocasiones a lo largo del tiempo hasta llegar a su configuración actual. Llaman sobre todo la atención las pinturas de su interior y las figuras esculpidas de dragón que se alzan en el tejado como protección contra el mal. La iglesia está rodeada por un apacible cementerio y a corta distancia se despeña un caudaloso arroyo debido al deshielo que salva un pintoresco puente de madera donde no faltan turistas tomando fotos.

Al ascender por la panorámica carretera 15 hasta las cumbres, aparecen las nieves casi perpetuas sobre un suelo negro que confiere a las cordilleras un aspecto manchado como el lomo de un dálmata. Sorprende avistar cabañas y casitas aisladas en medio del páramo nevado, mimetizadas con las rocas peladas sobre las que se asientan entre brumas. Cuesta aceptar que alguien haya elegido tan inhóspito lugar como morada: ¿serán refugio de pastores o de montañeros y esquiadores?

Fiordo de Geiranger
Los largos túneles excavados en la roca por los que discurre a tramos la carretera atestiguan la prosperidad de Noruega, país que salió de pobre cuando se descubrieron las grandes bolsas de petróleo en el Mar del Norte a finales del siglo pasado. La escasa iluminación y lo angosto de las carreteras hablan, sin embargo, del espíritu ahorrador de los noruegos, quienes tampoco derrochan en otros gastos considerados superfluos, como aceras enlosetadas o rotondas adornadas ni siquiera en las ciudades más importantes: a diferencia de España ―donde el consumo en losetas del más mísero ayuntamiento es cuantioso y llena no pocos bolsillos—, el mismo pavimento de la calzada se emplea para la acera, marcada la diferencia de espacios con un sencillo reborde o, como mucho, recurriendo al sufrido cemento.


Cascada de las Siete Hermanas, fiordo de Geiranger
En los hoteles y restaurantes también se hace gala de ese espíritu ahorrador. Los austeros baños de habitaciones consideradas de cuatro estrellas economizan en artículos de higiene personal considerados de cortesía en la mayoría de los países, y el habitáculo de ducha apenas está delimitado más que por un sumidero en el suelo y una mínima mampara de protección, insuficiente para retener el agua que lo inunda todo… sin que se pueda recoger con toallas, pues son otro artículo en el que escatiman los sufridos noruegos: echamos en falta incluso las más básicas en la mayoría de los hoteles en los que nos hospedamos. Los manteles tampoco abundan: las más de las veces nos sirvieron la comida sobre la mesa desnuda. ¿Y qué decir del agua? La del grifo posee todas las cualidades propias del elemento que aprendimos de niños: es incolora, inodora e insípida, y además sale muy fría. En cualquier restaurante donde se pida, la sirven gratis y en abundancia, lo que es de agradecer teniendo en cuenta el precio de las cosas en ese país de coronas y no de euros, pues no forma parte de la Unión Europea aunque sí del Espacio Económico Europeo y del Espacio Schengen.

© Anushka Izquierdo Gonzalo. Fiordo de Geiranger
Bien pueden regalar su agua, sin embargo, porque no les falta a los noruegos. Viajando por el país, donde se vuelvan los ojos se ve agua o su rastro. Al llegar por la carretera al mirador desde el que se divisa allá abajo el fiordo de Geiranger en una imagen que aparece en la mayoría de los folletos turísticos, se comprende que la UNESCO lo haya declarado patrimonio de la humanidad. Según Wikipedia, un fiordo es una estrecha entrada de mar que se ha formado por la inundación de un valle excavado o tallado en parte por acción de un glaciar, pero esta definición técnica no da cuenta en absoluto de la belleza del lugar. A bordo del transbordador que recorre el fiordo de Geiranger hasta llegar a Hellesylt, van sucediéndose ante las miradas de los viajeros acantilados rocosos bañados por caudalosas cascadas y empinadas lomas verdes de las que cuelgan casitas de granjas, cual nidos de águilas, en cuyos exiguos terrenos se nos dice que crecen frutales. Un refulgente mar gris azulado enmarca el grandioso paisaje bajo un cielo plomizo y, cuando avanzamos, avistamos a lo lejos espléndidas montañas nevadas.

Camino al glaciar Briskdal
Los glaciares ocupan en torno a 2.600 kilómetros cuadrados de la tierra firme de Noruega como vestigios de la pasada Edad de Hielo en la que su manto gélido cubría el país completo. El Jostedalsbreen es el glaciar más extenso de Europa continental con sus 487 kilómetros cuadrados de extensión y sus más de 50 brazos, entre los que destacan el Briksdalsbreen y el Nigardsbreen. Aunque el hielo de los glaciales sea muy espeso, está en movimiento constante y puede crecer o reducirse, cambiar de dirección, de forma o de color. Durante nuestra visita al Briskdalsbreen, comprobamos que su azulada lengua de hielo es cada vez más corta y, al parecer, la tendencia es imparable debido al cambio climático.

Rodeando el Nordfjord por una carretera de vistas propias de las antiguas tarjetas postales, se llega al fiordo más largo y profundo del mundo, el Sognefjord (Fiordo de los Sueños en español), cuyo nombre no es en absoluto exagerado para la belleza que atesora. Su recorrido en crucero es espectacular, y además no hacía demasiado frío porque salió el sol. Al turístico valle de Flam se llega después de cruzar el túnel más largo de Europa ―añado, de pasada, que a los noruegos les fascina establecer comparaciones y afirmar encantados que lo suyo, sea lo que fuere, es lo más en algún sentido, por peculiar que resulte―. El pueblo de Flam y su puerto están repletos de tiendas y embarcaciones turísticas; si se tiene la mala fortuna de que haya llegado un crucero en uno de esos barcos que parecen rascacielos flotantes, la avalancha de gente impide disfrutar del lugar. Pero hacía sol y calor durante nuestra estancia: un día que ni pintado para tomar el tren que une Flam y Myrdal, en lo alto de la montaña al final de un recorrido de veinte kilómetros, ascendiendo a unos 830 metros sobre el nivel del mar en menos de una hora. Impresionante.

En la cumbre del Preikestolen
 El ascenso al famoso Preikestolen (el Púlpito en español), esa formación rocosa colgada sobre el abismo desde donde, según dicen, se obtienen las mejores vistas al fiordo de Lyse, resulta penoso no por la dificultad de su camino empinado de piedra irregular, sino por la afluencia de gente de toda condición y edad que lo inunda sin dejar resquicio, como en hormiguero incesante, lo que impide disfrutar del paisaje e incluso detener la marcha cuando se desea. Nos habían advertido sobre las lluvias y las nieblas que suelen ser habituales en el lugar, pero brilló el sol para nosotros durante la subida de algo más de dos horas y llegamos a la ansiada cumbre sudorosos a pesar del agua bebida. Allá arriba soplaban fuertes ráfagas de viento que incluso amenazaban con arrebatarnos la cámara al tomar las fotos esperadas y nos obligaban a buscar apoyos para afianzarnos al suelo. A pesar de ello, muchos intrépidos se acercaban a los bordes del precipicio e incluso se sentaban con las piernas colgando sobre el abismo. Se escuchaba hablar bastante español en esas latitudes e incluso nos contaron que un vallisoletano murió allí despeñado cuando alardeaba de su valentía ante sus amigos junto al borde. 

Fiordo de Lyse
Personalmente, disfruté más que el ascenso al Púlpito el recorrido en barco por el fiordo de Lyse, viendo los salmones saltar en las piscinas redondas dentro del mar donde los crían, las cuevas en los acantilados donde en el pasado se refugiaban los osados vagabundos, según nos contaron, para no pagar impuestos, o las cascadas a las que acercaron el barco para tomar agua que después nos dieron a probar. Desde la embarcación, el saliente rocoso que constituye el Preikestolen se antoja insignificante. Impresiona, sin embargo, al aumentar el zoom de la cámara fotográfica contemplar desde abajo a los impávidos visitantes sentados al borde como si supieran volar y una caída no supusiera nada.

Paisaje de fiordo desde el barco 
Aparte de las aldeítas con su ganado y sus graneros rojos, y los pueblos coloristas que se parecen tanto a los estadounidenses (debido probablemente a los muchos noruegos que emigraron a América del Norte en los años de hambruna antes de que se descubriera el petróleo), Stavanger y Bergen fueron las otras ciudades importantes que visitamos, las dos pintorescas, las dos construidas al borde del mar con cuidadas casas de madera pintadas en colores brillantes. Ambas son turísticas y tienen ambiente, mercadillos y música en verano. Dicen también que en ambas hace frío y llueve constantemente, pero para nosotros quiso brillar el sol durante todos los días de nuestra estancia e incluso llegamos a pasar calor a ratos. De Stavanger recuerdo en especial las callecitas interiores llenas de restaurantes y tabernas, así como las muchas estatuas de bronce que las adornan; de Bergen, las casas hanseáticas del puerto y las vistas desde el mirador al que se asciende por el único funicular de Escandinavia que, según los noruegos, alcanza la misma altura que la Torre Eiffel.

© Anushka Izquierdo Gonzalo.  Desde el tren de Flam
Esta viajera es de buen diente y disfrutó de la comida noruega: buenas verduras, salmón y bacalao en muchas variedades, pescados arenques, quesos, buen pan del antiguo ―denso y de diversos cereales―, bollería variada y algunos helados. Sin embargo, faltaba fruta las más de las veces en el menú de comidas. La que vimos en las tiendas era en su mayoría española y carísima como si de joyas se tratara. En el mercado del pescado de Bergen, entre variados manjares, nos dieron a probar ballena, y no me gustó: su sabor tan fuerte y áspero me recordó al del hígado de bacalao que me obligaba a tragar de pequeña mi abuela murciana para purgarme o al de una carne medio podrida. Además, las ballenas están en peligro de extinción y no hay por qué seguir diezmándolas. Noruega, país que se precia de tener conciencia ecológica a pesar del petróleo que produce y en las calles de cuyas ciudades y pueblos se ven cargando en postes municipales coches eléctricos, muchos de ellos caros Tesla estadounidenses, debería dejar vivir en paz a esos enormes y pacíficos mamíferos marinos: Islandia, Noruega y Japón son los tres únicos países del mundo que siguen dándoles caza, a menudo pretextando fines científicos y otras veces aduciendo que forma parte de su idiosincrasia.

© Anushka Izquierdo Gonzalo
En una estancia tan corta, no es posible descubrir muchos rasgos del carácter noruego. Dicen que sus largas noches invernales y el clima casi siempre frío y brumoso hace a los habitantes duros, ensimismados y proclives al suicidio, pero suena a tópico. Desde luego, a primera vista no cabe decir de los noruegos que sean simpáticos ni acogedores. Están orgullosos de lo suyo y no reciben demasiado bien a los turistas, puede que en particular si son ruidosos mediterráneos. La geografía del país, con estrechas y sinuosas carreteras cerradas buena parte del año y muchas otras que terminan ante el agua marina o dulce que hay que cruzar en ferry, aguardando largas colas (al menos en verano), contribuye a hacerlos pacientes y espartanos. Todo es sobrio y minimalista, a veces en exceso. No parece un país rico a menos que se tengan en cuenta recientes infraestructuras como los túneles que horadan montanas o discurren por debajo del mar, así como los puentes colgantes que salvan la anchura de los fiordos. El túnel submarino de Vallavik tiene una rotonda sostenida por una enorme columna en forma de champiñón e iluminada en su vértice con luces azules que recuerdan el color de los glaciares.

© Anushka Izquierdo Gonzalo. Puerto de Stavanger
En Noruega hemos escuchado español por todas partes, y no en boca de los turistas ―que también abundan―, sino en dependientes de tiendas, cocineros de hoteles, camareros de restaurantes y, en fin, en quienes daban la cara en multitud de servicios al visitante. En su mayoría se trata de gente joven, expatriados recientes de esta España en crisis que los expulsa por falta de expectativas laborales. Ellos sí nos recibían con sonrisas y buenas palabras, nos aconsejaban sitios y precios, y nos hablaban de los altísimos sueldos que se ganan en el país a comparación con el nuestro, aunque a muchos también los exploten los ahorrativos nórdicos. Cuentan que quienes pueden permitírselo huyen de Noruega cuando llegan los meses oscuros de invierno para refugiarse cada vez más en las costas y las islas españolas. ¿Cómo será vivir en una noche eterna, rodeada de nieve? ¿Cómo será pasar meses sin disfrutar del sol?

Casas hanseáticas de Bergen
A esta viajera le ha dado por pensar que los noruegos, quienes tanto viven encerrados en sus casas sin remedio, han de ser buenos lectores. Tal vez por eso ―y no por ser escandinavos― sus escritores han ganado el Premio Nobel de Literatura tres veces siendo un país tan pequeño y poco habitado: en 1903, el poeta Bjørnstjerne Bjørnson; en 1920 el novelista Knut Hamsun, ya citado, y en 1928 la escritora Sigrid Undset. Sin embargo, su figura literaria de fama mundial es el dramaturgo Henrik Ibsen (1828-1906), quien nunca ganó el Nobel. En una sociedad dominada por los valores victorianos, el cuestionamiento que realizaba en sus obras de la familia y la sociedad patriarcales se consideró escandaloso. Pero sus creaciones no han envejecido con el paso de los años y se siguen leyendo y representando en la actualidad con buen éxito. Casa de muñecas, la obra teatral más conocida, dio origen al noraísmo, movimiento de corte feminista en defensa de los derechos de las mujeres. A la vuelta de Noruega, todavía con los ojos ahítos de preciosas imágenes de verdor y agua, he releído la obra teatral y la recomiendo sin dudarlo. A ella pertenece esta cita con la que termino de escribir por hoy:

NORA:
Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en lo referente al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú…, todo lo olvidaste y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes e incluso con más precauciones todavía al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo, en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño y que había tenido tres hijos con él… ¡Ah, no quiero ni pensarlo siquiera! Tengo tentaciones de desgarrarme a mí misma en mil pedazos. (Casa de muñecas, escena final).

Agradecimientos

Algunos compañeros de viaje
Buena parte de nuestro viaje a Noruega lo realizamos con Mapa Tours. Belén García de la Torriente fue la guía experimentada que nos facilitó los asuntos cotidianos, nos proporcionó valiosa información y fue capaz de resolver en un abrir y cerrar de ojos los problemas del camino que se fueron presentando.

Anushka Izquierdo Gonzalo, aficionada a la fotografía y futura estudiante de Bellas Artes, me ha prestado amablemente algunas de sus mejores imágenes para ilustrar este texto. Deseo mencionar también a su hermana Marta, quien con su simpatía y sus bromas nos alegró el viaje. Algunos de los restantes compañeros, procedentes de distintos lugares de España, que quisieron posar para mi cámara durante el crucero por el fiordo de Lyse aparecen en una de las fotos.


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