miércoles, 30 de enero de 2013

«Ad umbilicos»

Por hidalguías minúsculas
como un capullo o un libro
se plantan las semillas de sonrisas
que en la oscuridad florecen.
Emily Dickinson (la traducción es mía)

Hubo un tiempo en el que leía sin parar todo lo que caía en mis manos. Tal era mi afición que en casa y en el colegio decidieron que había que poner límites a mi ensimismamiento y fueron muchas las veces que me obligaron a dejar la lectura y salir al recreo o a la calle. Unos libros me gustaban más que otros, pero todos los leía atentamente hasta el final porque no concebía que se pudieran dejar a medias. Una vez que empezaba, no paraba hasta llegar al colofón que solían llevar en la última página y decía más o menos: «Este libro se terminó de imprimir a tantos de tantos de tantos en la imprenta tal de tal sitio».
Sin embargo, con el paso del tiempo comprendí que los libros, como todo en la vida, se pueden dejar a medias y también que hay muchas maneras de leer según los intereses. Mi profesión me obliga a leer a diario y me he acostumbrado a discriminar para no saturarme. Discrimino incluso cuando leo novela: separo lo que me atrae de lo que me disgusta; salto páginas en cuanto pierdo el interés y voy picoteando hasta llegar al final. Eso ocurre las más de las veces.
Pero también sucede que encuentro libros capaces de obrar el milagro, libros que me devuelven a la época de ávida lectora, que me atrapan entre sus palabras y su trama, y que me dejan la misma sensación de placentero asombro cuando llego al final. Hoy dedico esta entrada a dos de esos libros: por orden de lectura, La pintora de estrellas de Amelia Noguera y Los pelícanos ven el norte de Pablo de Aguilar González.

«Nunca se hace daño por amor. Siempre es por egoísmo».
(La pintora de estrellas, Amelia Noguera)
La historia escrita en el cielo
¿Qué nos hace decidirnos por una novela? En mi caso, con frecuencia detalles triviales. Reconozco que me gustó el título de La pintora de estrellas y me pareció que Amelia Noguera era un buen nombre para una escritora. Me dejé llevar por la intuición y no me equivoqué.
La pintora de estrellas es una ambiciosa novela con un sólido argumento y personajes trabajados que cuenta una compleja historia familiar en dos planos temporales distintos de presente y pasado, cuyo nexo es un personaje de gran carga emocional: Diego, abuelo de la otra protagonista indiscutible de la novela, Violeta. Sin embargo, ella no es la pintora de estrellas que da título a la obra, sino una mujer maltratada que abandona a su marido cuando se entera de que está embarazada. Con el viaje que emprenden juntos abuelo y nieta a la casa familiar en Asturias comienza a desvelarse el pasado más antiguo de Diego y el más reciente de Violeta, uno vivido en París durante la ocupación nazi, y el otro, en el Madrid actual.
Los capítulos de la novela están a su vez divididos en diversos planos temporales y perspectivas, cambiando de narrador en cada uno de ellos: segunda persona para el prolongado soliloquio de Diego con su amada muerta; segunda persona también para el diario del desamor que empieza a escribir Elisa; tercera persona para narrar el pasado en París de Diego y también  el presente de Violeta y Diego. A primera vista puede parecer una estructura complicada, pero está tan perfectamente delimitada que no lo es: siempre sabes lo que estás leyendo porque se marca al inicio el lugar y el año, e incluso la hora cuando se trata del presente. Asimismo, existe un logrado equilibrio entre la narración  retrospectiva y la presente.
Escrita en una cuidada prosa de descripciones precisas, la novela ha exigido a Noguera una extensa documentación histórica para hacer creíble la ambientación en la ciudad de París de buena parte de la trama durante la época oscura de la ocupación nazi y también  para desarrollar uno de los hilos argumentales: la participación de Elisa, la pintora de estrellas, en una operación organizada por la resistencia francesa para salvar destacados cuadros de los museos parisinos, participación que acabará costándole la vida.  
Destacaré también que otro de los logros indiscutibles de Noguera es la dosificación precisa de pistas a lo largo de los capítulos para ir resolviendo los misterios ocultos en el complicado pasado de los abundantes personajes: mujeres maltratadas en nombre del amor, hombres cobardes en nombre del amor, amistades peligrosas, amores no correspondidos, traiciones y vidas truncadas.
Sin embargo, a pesar de tantas desdichas con el telón de fondo de nuestra guerra civil y la segunda guerra mundial, la novela es optimista, y el precipitado final que surge de la última de todas las tragedias es esperanzador: Violeta decide tener a su hijo y guarda bajo llave los diarios de su madre muerta. Este es el único pero que pongo a la novela: los terribles acontecimientos que desencadenan el final merecerían mayor desarrollo, pero intuyo que esos diarios guardados bajo llave y la incipiente amistad que surge con alguien muy cercano a la protagonista formarán parte del argumento de la siguiente novela de Noguera, que ya espero con interés, y me pregunto si pensará crear una novela río de varios volúmenes.  
«El norte, ahora, me rodea por los cuatro costados».
(Los pelícanos ven el norte, Pablo de Aguilar González)  
Los pelícanos ven el norteNo llegué a Los pelícanos ven el norte por casualidad. Fueron varias las personas, todas ellas escritoras, que me la recomendaron, y por suerte me fié de su criterio. Acabo de terminar la lectura y aún permanezco asombrada por su original argumento y la medida prosa con la que está contado.
Un perdedor manchego con nombre de héroe clásico y cargado de fobias inverosímiles se harta por fin de su vida mediocre y cruza el océano para buscar en un curioso viaje por Estados Unidos a una amiga de la infancia con la que se sentía seguro.
¿Es este el argumento? No. Solo es el punto de partida para una sorprendente narración en primera persona y presente histórico en su mayoría que va desmenuzando la vida del protagonista y los personajes de su alrededor. Son gente del montón, no sobresalen por ser guapos ni listos y se enfrentan estoicos al escarnio de los otros: «a la gorda, a la gorda le pica el culo, y se rasca y se rasca con un tarugo». Esta cancioncilla, que por lo menos todos los manchegos hemos conocido en nuestra infancia, está dedicada a dos de los personajes femeninos que, sin embargo, se hacen entrañables a medida que avanza la novela y descubrimos parte de su alma. Porque una de las características más importantes de esta novela, la que la convierte en excepcional, es la capacidad que tiene De Aguilar González para sorprender: el relato pasa del humor a la lágrima a una velocidad vertiginosa y cuando menos lo esperas. Y sobre todo te sientes identificado con los personajes, la buena gente anodina con una vida interesante que contar a poco que se rasque en la superficie.        
 Destaco, asimismo, la valentía de De Aguilar González para terminar con un inesperado final feliz cuando el antihéroe ha vuelto a su Albacete natal y ha recuperado su monótona vida de profesor de inglés, ya sin fobias, pero solo, porque su Dulcinea ―o más bien su Don Quijote al que él se había acostumbrado a servir como escudero— ha encontrado el amor en Estados Unidos, pero no es él.
¿Y por qué se titula la novela Los pelícanos ven el norte? Eso me lo callo para que los lectores tengan el placer de descubrirlo con su lectura, como hice yo. Un último apunte: he sido incapaz, por más que me lo he propuesto, de cantar «la gorda y el bombacho se quieren un capacho» con la música de «Me lo dijo Pérez», pero sí recuerdo haber leído Una comuna en Madrid de Martín Vigil, así como La vida sale al encuentro, aunque no tomé notas (porque no se me ocurrió).
La pintora de estrellas y Los pelícanos ven el norte son dos novelas de escritores independientes publicadas en Amazon. Ambas tienen una calidad tan superior a la media que su lectura se convierte en una actividad adictiva. De ahí viene el título en latín de esta entrada: mucho antes de la invención de la imprenta, cuando los libros todavía no estaban compuestos por cuadernillos, pervenire ad umbilicos significaba para los latinos llegar al final, terminar la lectura, siendo el umbilicos un eje de madera, acabado en dos cuernos, que se colocaba en la última página y servía de sostén al volumen. Yo he llegado a esa última página con gusto, con ganas de leer más, y agradezco a ambos escritores el placer que me han proporcionado con su excelente trabajo.        

La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  



miércoles, 23 de enero de 2013

Imperativo, infinitivo y un caldillo de espárragos

usos del imperativo
Durante los años escolares, nos enseñaron que en la conjugación verbal, el modo imperativo servía para expresar la acción como una orden inmediata del que habla: ven, corred, juguemos. Como se ve en estos ejemplos, el imperativo solo cuenta con las dos segundas personas y la primera del plural. La primera del singular no existe y para las dos terceras personas se recurre al modo subjuntivo: que venga él; que esperen ellas.
 Por su parte, el infinitivo no puede considerarse una forma verbal auténtica, sino el nombre de la acción verbal, y por ello se emplea para denominar al verbo: comer, reír, amar. Es un sustantivo abstracto, pero también una forma verbal auxiliar muy versátil que aparece en multitud de construcciones: el rugir de las olas; haber llegado antes; siempre he pensado volver; no necesita pretextos para viajar; a juzgar por sus palabras; de no ser por ella.
Imperativo e infinitivo: ¿dónde se cruzan sus caminos? En el infinitivo con valor de imperativo, que solo es correcto en los siguientes casos:
·         Cuando el infinitivo va precedido por la preposición a:
A dormir, niños. He dicho que a callar. A comer todos.
·         Cuando se trata de órdenes impersonales o generalizadas, es decir, cuando no hay un interlocutor concreto. Un ejemplo son las instrucciones sobre  utilización o montaje de un aparato,  o también las recetas de cocina:
Girar a la derecha. No tocar, peligro de muerte. Empujar/tirar. Apretar el botón.
En el resto de los casos, las formas de infinitivo por imperativo siempre son incorrectas. Debe ponerse la –d, marca del imperativo, en lugar de la –r, marca del infinitivo:
Sed buenos, niños (y no ser buenos, niños); decidme qué queréis (y no decirme qué queréis); mirad qué foto (y no mirar qué foto).
Cuando se trata de verbos pronominales (quejarse, marcharse, irse) o de verbos con pronombre, desaparece la d (salvo en el caso de idos), pero nunca se sustituye por r:
Lleváosla (y no llevárosla); amaos (y no amaros); callaos (y no callaros), dividíos (y no dividiros).
Cuando los mandatos son negativos, se emplean las formas correspondientes del subjuntivo, nunca el infinitivo ni el imperativo:
Niños, no comáis en clase (y no niños, no comer en clase). Señores, no discutan más (y no señores, no discutir más); vosotros no votéis (y no vosotros no votad); chicas, no salgáis a la calle (y no chicas, no salid a la calle).
No debe olvidarse que el imperativo del verbo ir en segunda persona del singular es ve  y no ves; el del verbo oír es oye y no oyes; y que la segunda persona del plural del verbo irse es idos  y no iros.
Después de tanta gramática, traigo a colación el caldillo de espárragos, una sabrosa receta manchega que antes solíamos hacer por el mes de abril, cuando no había espárragos todo el año como ahora, siguiendo el refrán: «en abril, para mí; en mayo, para mi amo, y en junio, para ninguno».
¿Y cómo escribiremos la receta? Puede ser de tres modos: infinitivo con valor de imperativo; imperativo, o construcción impersonal o pronominal:  
Picar la cebolleta; pica (o pique); se pica (o píquese).
Empecemos por los ingredientes para cuatro comensales de buen comer:
1 manojo de espárragos verdes
2 puerros
1 o 2 cebolletas
1 diente de ajo
1 cucharadita de pimentón (dulce o picante, según el gusto)
1 tomate maduro
Una pizca de harina; una pizca de azúcar y sal al gusto
Aceite de oliva para el sofrito
1 litro y medio de agua
Preparación:
Pica los puerros y las cebolletas en juliana fina, y sofríelos en el aceite a fuego medio. Corta los espárragos en trozos y añádelos al sofrito. Pica el ajo muy fino, baja el fuego y añádelo. Mueve el sofrito con una cuchara y agrega la pizca de harina y el pimentón, cuidando de que no se queme. A continuación, vierte el litro y medio de agua y hazla hervir a fuego medio-alto. Añade el tomate maduro con piel. Deja cocer una media hora, hasta que los espárragos estén tiernos, y saca el tomate, al que se le habrá desprendido la piel. Desecha esta y aplasta la pulpa con un tenedor hasta obtener un puré que devolverás a la cazuela. Añade la pizca de azúcar necesaria para contrarrestar la acidez del tomate y  sal al gusto. Deja que el caldillo cueza un poco más y sírvelo después de que haya reposado un rato para intensificar su sabor. De un día para otro queda también estupendo.
Si terminara esta entrada con una expresión como señalar, por último, que o añadir para terminar que, estaría cometiendo una incorrección, antes propia del lenguaje oral de locutores y políticos, pero ahora también habitual en los textos escritos, sobre todo en la prensa. Se suele emplear con verbos como anunciar, advertir, puntualizar, recordar, indicar y otros de significado parecido. El gramático Manuel Seco lo denomina «infinitivo introductor» y observa que ha de evitarse este uso anómalo e innecesario. Lo correcto sería señalemos, por último, que; hay que señalar que; debe señalarse que. Como se ve, el infinitivo debe ir subordinado a otro verbo y no como forma independiente.
Así pues, señalaré para terminar que si tomáis el caldillo de espárragos, recordaréis, si la habéis leído,  la novela de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera. ¡Buen provecho!  
    

La lengua destrabada
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miércoles, 16 de enero de 2013

Míranos, aquí estamos: Somos escritores independientes



Nada del otro jueves
Vivimos en una aldea global. Nos relacionamos en una sociedad red que rompe casi todas las antiguas fronteras, y los avances de la tecnología de la información están cambiando en un abrir y cerrar de ojos paradigmas de siglos. El libro, piedra angular de nuestra cultura, no podía ser ajeno a esta revolución que está en marcha, ni los escritores tampoco: hemos roto las cadenas.
Esta revolución nos ha hecho libres y ahora sabemos que ya no necesitamos un agente literario ni una editorial para publicar nuestras obras. Por un curioso bucle de la historia, estamos regresando poco a poco a los tiempos cervantinos en los que no existían editoriales ni editores: solo imprentas e impresores con su tipografía y su papel característicos. Hoy abundan las plataformas digitales que ofrecen la posibilidad de publicar sin apenas trabas, pero ha sido KDP, la plataforma de autoedición de Amazon, la que ha marcado la diferencia, y formamos legión los escritores que hemos recurrido a sus servicios para publicar nuestros libros electrónicos en la red, ya sea de manera exclusiva o combinando esta opción con las demás disponibles.
Somos legión de escritores, repito, y la marcha es imparable. Negarlo es tan inútil como pretender tapar el sol con un dedo. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer. De momento, los libros digitales tratan de imitar las ediciones en papel, de igual modo que en el pasado los libros impresos pretendieron asemejarse a los manuscritos; y sobre los escritores independientes recae, además de la creación, toda la labor de producción que antes efectuaba la editorial: valoración del argumento y de la elaboración del texto, corrección filológica y corrección ortotipográfica, entre otras revisiones importantes.
¿Estamos preparados los escritores independientes para acometer sin ayuda unas tareas  tan especializadas? Sinceramente, la mayoría no. Entonces, ¿por qué hemos optado por la independencia? Muchos porque se han cansado de aguardar la respuesta de editoriales miopes que no tienen la mínima cortesía de responder a sus esperanzados correos. Otros porque han sufrido los abusos de alguna agencia literaria que cobra por adelantado unos servicios de promoción de manuscritos que jamás presta; y los más porque siempre habían deseado escribir y ahora tienen la libertad de hacerlo, aunque solo los lean quienes los conocen y los quieren.
Por desgracia, esta falta de preparación de muchos escritores independientes, que ni siquiera se dan cuenta de sus carencias, está provocando rechazo entre los lectores y los críticos literarios. Nos meten a todos en el mismo saco y dicen de nosotros que somos malos, el desecho que ninguna editorial de prestigio publicaría; que no sabemos escribir y nuestros libros están llenos de errores;  que llegan a la cima de más vendidos obras ilegibles porque Amazon no pone ningún filtro; que es ella quien mayor provecho saca con los autoeditados…
¿Somos tan malos en realidad? Los hay que sí y los hay que no. En nuestras filas se encuentran autores con un largo recorrido a sus espaldas o con una dilatada experiencia editorial que están probando esta nueva posibilidad de autoedición sin intermediarios. También hay gente nueva con ideas brillantes y muchísimas ganas de aprender. Porque el quid de la autoedición es precisamente eso: aprender. Nadie hará por ti lo que tú mismo no seas capaz de lograr. Y a diferencia de los libros impresos en papel que son inamovibles a menos que se efectúe una nueva y costosa edición, los digitales admiten todas las correcciones que el autor desee incluir. Son verdaderamente una obra abierta, tomando la conocida expresión de  Umberto Eco en un sentido diferente.
Rafael R. Costa, Amelia Noguera, Pilar Alberdi, Pablo de Aguilar González, Antonio Jareño, Carmen Grau, Mónica Rouanet y María José Moreno son una pequeña muestra de los escritores independientes pertenecientes a generaciones, estilos y géneros muy diversos que he leído y me atrevo a recomendar. Pero hay muchísimos más que merece la pena descubrir por sus innegables méritos.

Los escritores independientes somos como los hombres orquesta: debemos saber tocar todos los instrumentos. ¿Es eso posible? En buena medida, aunque siempre se precisará de cierta ayuda. Unos decidirán contratar a un especialista para crear la mejor portada y otros buscarán un diseñador gráfico para asegurarse de que su texto se ajusta a las opciones de lectura ofrecidas por los diversos lectores electrónicos. Sin embargo, todos los escritores independientes sin excepción deberían disponer de un corrector de estilo: son imprescindibles otros ojos que vean lo que no hemos visto. Siempre. Por mucha preparación que se tenga, es un requisito indispensable para obtener un texto de calidad.
Quienes se lo pueden permitir por sus ventas ya se han dado cuenta de esta realidad y contratan correctores profesionales para competir en igualdad de condiciones con los libros de las editoriales tradicionales. Asimismo, algunas de estas editoriales se están adaptando al nuevo panorama digital y ofrecen sus servicios de edición sin privar al  escritor de sus derechos de autor. Quizá ese sea un camino, aunque probablemente no el único.      
Esta revolución está en mantillas y nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde nos conducirá. ¿Desaparecerá el libro en papel tal como lo hemos conocido hasta ahora? Yo espero y deseo que no. Me gustaría  que el electrónico y el de papel convivieran complementándose. Del mismo modo, espero que las buenas editoriales tradicionales  mantengan su producción en los tiempos que se avecinan. Quizá la edición a demanda sea una opción que se imponga para abaratar costes y dar cabida a escritores noveles. Todavía queda un segmento de mercado al que vender en papel, porque hay gente que no comprende el libro digital o le disgusta utilizar la tarjeta de crédito como medio de pago. Y, reconozcámoslo, el libro de papel sigue teniendo más prestigio. De momento.  Parece que ese segmento se irá reduciendo —así lo presagian las enormes ventas de lectores digitales y tabletas—  y tal vez solo las casas editoriales que junten fuerzas con los nuevos e-escritores saldrán adelante. Amazon ofrece la posibilidad de publicar en papel, pero ahí las buenas editoriales, con cuyos departamentos de producción se puede hablar en persona, siguen siendo mejores.
Asimismo, es crucial que las librerías y los libreros encuentren un lugar en el ámbito del libro digital y sobrevivan. Deben seguir siendo los prescriptores y sería una gran pérdida para la cultura su marginación y desaparición final. ¿Sería posible que los escritores digitales independientes juntaran también fuerzas con las librerías tradicionales? Creo que sí y deseo que mentes despiertas con visión de futuro pongan en práctica proyectos factibles no muy difíciles de discurrir que nos beneficiarían a todos.
Las redes son nuestra casa, y todos los escritores independientes, en mayor o menor medida, estamos aprendiendo a utilizarlas para hacernos, como diría Virginia Wolf, «una habitación propia». Tenemos grupos de Facebook y blogs como este en los que nos damos a conocer y compartimos nuestras destrezas. Aparecemos en revistas digitales y nos entrevistan en tertulias radiofónicas. ¿Qué más bulle en nuestro mundillo? Algunos de nuestros escritores independientes ya están creando sus propios sellos editoriales y venderán también en papel a demanda. Y otros han fundado sus empresas de edición que prestan servicio a los demás.
Para terminar, no nos olvidemos de lo más importante: ¿quiénes son nuestros lectores? En teoría, cualquiera que disponga de un dispositivo digital donde descargar nuestros libros. Parece que el boca a boca funciona, y es primordial lograr visibilidad. Aquí entra en juego la mercadotecnia, otra de las habilidades que ha de dominar el escritor independiente para alcanzar éxito. Y acaso sea la habilidad más difícil: cada cual emplea sus armas, y es una queja recurrente que algunos llegan a los primeros puestos de las ventas valiéndose de atajos extraliterarios. Pero eso también ocurre en otros ámbitos de la vida, no hay por qué sorprenderse. No obstante, las plataformas digitales como Amazon brindan la posibilidad de descubrir a los impostores antes de comprar sus libros, pues se pueden leer  gratis los primeros capítulos e incluso, una vez comprada y leída una obra, se permite su devolución si no ha cumplido con las expectativas creadas. ¿Alguien da más?


La lengua destrabada
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lunes, 14 de enero de 2013

Concordancia (II)

Los pronombres personales en función de sujeto concuerdan en persona y número con el verbo, sea un sujeto simple o múltiple:
Yo como; tú escribes; ellos duermen. Tú y yo sabemos lo que nos conviene; España y yo somos así; iréis ellos y tú.
Cuando desempeñan la función de complemento directo, concuerdan con el verbo en género y número (lo, los; la, las), pero cuando son complemento indirecto, solo en número (le; les).
Dejé el lápiz en casa: lo dejé en casa. Echo de menos a mi madre: la echo de menos. Castigaron a mi hijo: lo castigaron. No cuento secretos a mi amiga: no le cuento secretos. Tengo manía a la profesora: le tengo manía. Pegaron a mi hermana: le pegaron. Dije a mis tíos que vinieran: les dije que vinieran.
Sin embargo, este esquema aparentemente sencillo (derivado del latín y el uso de los casos acusativo y dativo) se presta a muchas confusiones porque desde la Edad Media surgió en Castilla otro sistema que se limitaba a distinguir  el género masculino del femenino y el  neutro, por una parte, y la persona de la cosa, por la otra. Así, en muchas partes de España y algunas zonas latinoamericanas se emplea le y les para el complemento directo e indirecto masculinos de personas, y lo, los, para el complemento directo masculino de cosas; la, las para el complemento directo e indirecto femeninos de personas y cosas, y el neutro lo para sustituir a proposiciones (me dijo que vendría: me lo dijo).
La Real Academia de la Lengua recomienda el esquema primero derivado del latín y denomina leísmo al empleo de le por lo o la, y les por los o las. Solo considera correcto el leísmo de le por lo (complemento directo) referido a persona masculina y singular. Así pues, en la norma culta, lo y le son ambas variantes aceptadas para expresar el complemento directo masculino de persona en singular. Es correcto escribir tanto lo recibieron con aplausos como le recibieron con aplausos. Sin embargo, es correcto vi un vestido y me lo compré, pero no vi un vestido y me le compré.
Muchas veces el leísmo en plural de les por las como complemente directo es una ultracorrección para no incurrir en el laísmo,  empleo de la, las en lugar de le y les para complementos indirectos femeninos. El laísmo no está aceptado en ningún caso.
Llaman a Juan y a Elena: los llaman (leísmo no aceptado: les llaman).
La madre compró un chocolate a su hija: le compró un chocolate (laísmo no aceptado: la compró un chocolate).  
 A ellas la enfermedad les arruinó la vida (laísmo no aceptado: las arruinó la vida).
El laísmo suele ser frecuente en oraciones con verbo intransitivo que no pueden llevar complemento directo:
No le sienta bien ese sombrero (y no no la sienta bien ese sombrero).
A ella todo le sale mal (y no a ella todo la sale mal).
O con verbos que siempre llevan implícito un complemento directo, por lo cual el pronombre es complemento indirecto:
Le pegaron en el colegio (ya sea a ella o a él, pues se sobreentiende una paliza, una patada, etc.).
La pegaron en el colegio o lo pegaron en el colegio solo sería correcto en el caso de que los hubieran adherido a una pared, por ejemplo.
Hace tiempo que no le escribo (a ella o a él, porque lo escrito sería una carta, un telegrama, versos, etc.). Si la escribes a ella, sería encima.
El loísmo (empleo impropio de lo o los como complemento indirecto en lugar de le, les) no es muy habitual en el lenguaje escrito y no se considera correcto en ningún caso:
Los dije que no se movieran de aquí  en lugar de les dije que no se movieran de aquí.
Échalo un vistazo en lugar de échale un vistazo.
Los prendieron fuego en lugar de les prendieron fuego.
La variante se del complemento indirecto aparece cuando el complemento directo es el pronombre lo:
Le di un beso: se lo di.
Les di una tarjeta: se la di
Les dije que vinieran: se lo dije
El pronombre de complemento indirecto se puede ser tanto plural como singular. Un error común en algunos lugares de América Latina, pero no en España, es confundir el complemento directo y el indirecto cuando se tiene significado plural:
Se los dije (para indicar el plural ustedes; en España sería os lo dije o se lo dije a ustedes).
Los pronombres relativos quien, quienes siempre hacen referencia a personas, nunca a cosas. Por tanto, se puede escribir:
Pedro es quien tiene razón, pero no fue el poste quien impidió el gol (fue el poste el que impidió el gol).
Su antecedente tampoco puede ser un nombre colectivo de personas:
Aquella muchedumbre, a quien nada le impidió avanzar (en lugar de aquella muchedumbre a la que nada le impidió avanzar).
Deben concordar en número con su antecedente o consecuente, o con el verbo cuando actúan de sujeto:
A los ancianos es a quien hay que respetar: A los ancianos es a quienes hay que respetar.
No escuches,  sean quien sean los que hablen: No escuches, sean quienes sean los que hablen.
Las formas el cual, la cual, los cuales, las cuales y lo cual conciertan con su antecedente en  género y número, y equivalen al relativo que, pero solo pueden sustituirlo en oraciones explicativas (que van encerradas entre comas), nunca especificativas, salvo que el relativo esté precedido por preposición, y no se recomienda su abuso:
Las personas las cuales estudian aprenden a vivir (las personas que estudian…).
Me trajeron mis tíos, a los cuales me encontré en el metro (o mejor a quienes me encontré…).
Los nietos, los cuales nada sabían, quedaron asombrados (o también los nietos, que nada sabían, quienes nada sabían...).
Esta es la razón por la cual no como (o también esta es la razón por la que no como).
La mujer a la cual llamaste no vino (o a quien llamaste).
El pronombre relativo cuyo, por su carácter adjetivo, no concierta con su antecedente, sino con el sustantivo que lo acompaña:
La casa cuyo sótano ocupo.
Estos  libros cuyo autor desconozco.
Debe evitarse el «quesuismo», que consiste en el empleo del relativo que cuando correspondería cuyo:
Se ha presentado un libro que su autor es famoso en lugar de Se ha presentado un libro cuyo autor es famoso.
Salgan los alumnos que sus padres esperan fuera en lugar de Salgan los alumnos cuyos padres esperan fuera.
Y también el empleo impropio de cuyo cuando corresponde que:
Se trata de la imagen creada en la memoria, a cuya imagen llamamos visión en lugar de Se trata de la imagen creada en la memoria que llamamos visión (o también a la que llamamos...).
Las formas sea cual fuere o sea cual sea han de concertar en número con su consecuente:
Sea cual fuere el motivo, no iré.
Sean cuales sean las reacciones que provoque la medida.
Los nombres en función de sujeto, en líneas generales, concuerdan en número y persona con el verbo de la oración:
El niño escribió; los niños escribieron.
Sin embargo, a veces puede apreciarse cierta discordancia en el caso de la persona:
Los españoles no hemos olvidado el pasado.
Los españoles no habéis olvidado el pasado.
Los españoles no han olvidado el pasado.
¿Cuál es la diferencia? Solo el punto de vista de quien escribe, que se incluye en la primera persona del plural del primer ejemplo; incluye a su interlocutor en la segunda persona del plural del segundo ejemplo y excluye a los dos en el tercer ejemplo en tercera persona del plural.
Cuando el sujeto es un nombre de los llamados colectivos, predomina la concordancia en singular con el verbo:
Salía gente a la calle.
Le pareció notar que la muchedumbre avanzaba.
Sin embargo, cuando el colectivo lleva un adyacente en plural, la concordancia vacila:
Aquel montón de mendigos pedía limosna a gritos.
Un grupo de obreros cruza la calle cantando.
Pero también:
La mitad de los manifestantes que pedían una sanidad pública se han ido a dormir.
La mayoría de los ancianos no tienen una pensión suficiente.
El alejamiento del verbo respecto del sujeto colectivo facilita la concordancia en plural con el verbo:
Entra y sale la gente con mucha prisa, piden una cerveza o un café y se van otra vez, algunos sin despedirse siquiera.
En el caso del tanto por ciento (siempre es ciento y no cien), la concordancia con el verbo es en singular si no lleva adyacente  y en  singular o en plural en caso de que lo lleve, aunque se recomienda el plural:
El 10 por ciento está contento con su suerte.
El 90 por ciento de los españoles se quejan de la corrupción.
El 3 % de los españoles aún cree en los políticos.
Cuando el sujeto lo forman varios elementos en singular unidos por una conjunción copulativa (y, e, ni) pero que hacen referencia a entidades distintas, el verbo va en plural:
Su rostro y su cuello estaban llenos de arrugas.
Si los elementos coordinados se conciben como una unidad, el verbo puede ir en singular:
La dirección y realización corrió a cargo del cineasta.
El  entrar y salir constante preocupaba a los vecinos.
Si los elementos coordinados se refieren a una misma cosa o persona, el verbo va en singular:
El cantante y poeta actuará mañana.
Cuando el sujeto singular se une a otro mediante junto con, además de o así como, el verbo puede ir en singular o plural según la preferencia (o lógica) de quien escribe:
Pedro, junto con la hermana, la empuja y arrastra hacia fuera.
Pero también:
La niña, además de la madre y la abuela, cayeron enfermas.
Cuando en una oración compuesta el sujeto lo constituyen dos oraciones coordinadas unidas por la conjunción copulativa y, el verbo va en plural:
El escaso cuidado con que muchos tratan la lengua y las abundantes incorrecciones de todo tipo en las que caen me llaman la atención.
Si se varía el orden, el verbo debe seguir en plural, aunque también podría emplearse en singular por concordancia de proximidad (añadiendo en la segunda oración también para señalar que  me gusta  abarca a las dos):
Me llaman la atención el escaso cuidado con que muchos tratan la lengua y las abundantes incorrecciones de todo tipo en las que caen o también Me llama la atención el escaso cuidado con que muchos tratan la lengua y también las abundantes incorrecciones de todo tipo en las que caen.
Siguen el mismo criterio construcciones semejantes con verbos como parecer, gustar, interesar, antojar, etc., en las que el pronombre personal (me, te, le, y demás) es el complemento indirecto y no el sujeto. La colocación del verbo principal al comienzo del enunciado en lugar del sujeto propicia la concordancia por proximidad en singular, si bien el empleo del verbo en plural ya indica al lector que dicho verbo abarca más:
No podía negar que le  interesaban la extraña actitud de Margarita y su movimiento incesante buscando no se sabía qué por la casa.  
Sin embargo, en  enunciados negativos con oraciones coordinadas por ni, la concordancia  puede ser en singular con el primer elemento del sujeto:
No le molestó la presencia de los mosquitos, ni el niño que no dejaba de gritar, ni la música estridente de la radio.
¿Y cómo se escribe: fui uno de los que logró triunfar o fui uno de los que lograron triunfar? La concordancia gramatical más correcta es la segunda en plural: Fui uno de los que lograron triunfar.
¿Yo soy de los que pienso, yo soy de los que piensa o yo soy de los que piensan?  La construcción más correcta es en tercera persona del plural: Yo soy de los que piensan; también se acepta la concordancia en tercera persona del singular: Yo soy de los que piensa,  pero no se acepta la concordancia en primera persona del singular: Yo soy de los que pienso.
¿Se arreglan relojes o se arregla relojes? Lo correcto es se arreglan relojes. Esta construcción es una pasiva refleja y el sujeto son los relojes, por lo que la concordancia con el verbo es en plural. Casos semejantes son:
En esta academia se estudian idiomas (y no se estudia idiomas).
Sin embargo, son diferentes las oraciones impersonales, en las que el verbo va en singular:
Se nombró a los representantes del centro (y no se nombraron a…, pues representantes es el complemento directo y no el sujeto, que en estas oraciones no existe).
Se está tratando de ocultar las auditorías que han hecho (y no se están tratando de ocultar; auditorías es complemento directo y no sujeto).
Se ha citado a varias personas (y no se han citado…; personas es el complemento directo y no el sujeto).
Ninguna exposición sobre los aspectos más destacados de la concordancia puede terminar sin hacer referencia a la concordancia lógica, definida por María Moliner en su Diccionario de uso del español como «la conformidad entre los distintos elementos del discurso desde el punto de vista de la lógica y no de las relaciones gramaticales». Pone como ejemplo la oración respeto la casa de mis amigos, señalando que habría concordancia lógica si se alude a una sola casa y no a todas las de los diferentes amigos, pues entonces habría que precisar las casas de mis amigos. Sin embargo, esta concordancia lógica se altera en virtud de procesos mentales igualmente lógicos, pues se escribe excitar el ánimo de los oyentes o todos los que pasaban se quitaban el sombrero. Ejemplos semejantes serían no te cases con un marinero, porque son amantes insaciables que enloquecen a cualquiera o también compró la bicicleta donde las vendían. Esta figura de construcción por la que se rompen las leyes de concordancia en el género o número de las palabras se llama silepsis. Otras veces el género masculino se cambia al femenino por razones lógicas: «¿Veis esa repugnante criatura, chato, pelón…» (Francisco de Quevedo).  
Como conclusión añadiría que la buena escritura exige el conocimiento de las reglas, pues entraña una enriquecedora reflexión sobre el lenguaje que se reflejará en lo que produzcamos, bien decidamos ceñirnos a ellas, bien infringirlas. Y por encima de todo, como en las restantes actividades de la vida, la buena escritura necesita sentido común; según dicen, el menos común de los sentidos.

La lengua destrabada

Si deseas saber más sobre este tema y otros relacionados, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para visitar la página web de la editorial, donde encontrarás la presentación del manual y este pdf que incluye las páginas preliminares y la introducción completa.