Apenas conocía la obra anterior de Fernando Aramburu ni estaba al tanto
del fenómeno editorial que está suponiendo su última novela hasta que dos
personas de cuyo criterio me fío me aconsejaron leerla. Lo hice. La he
terminado hace unas semanas y la estoy releyendo ahora para escribir estos apuntes. A mi juicio, es una de las
mejores novelas escritas en español que se han publicado en los últimos tiempos.
El día en que ETA anuncia el
abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba
de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a
la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después
del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el
encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa
de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará
la tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro
tiempo y Madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores
temores de Bittori.
Este resumen del argumento, parte del texto que aparece en la contracubierta,
jamás me habría incitado a la lectura del libro. Y sin embargo, en cuanto abrí
sus páginas y comencé el primer capítulo, «Tacones sobre el parqué», quedé atrapada
en su limpia prosa, en su original voz narrativa. Un buen escritor no lo es por
lo que cuenta, sino, sobre todo, por cómo lo cuenta.
Patria es una novela extensa, de 642
páginas, dividida en 125 capítulos breves, todos encabezados por un título
sugerente, que desarrollan un argumento interesante y coherente, con personajes
creíbles y redondos que van evolucionando a medida que avanza
el relato. Magistrales resultan en su tratamiento los de las dos matriarcas,
Bittori y Miren, algunos de cuyos rasgos evocan en su inmanencia a mujeres
mitológicas de la literatura griega. También son protagonistas los padres
compañeros de ciclismo, uno emprendedor, el otro apocado, y sus respectivos
hijos, cinco en total: Nerea, la caprichosa superficial, y Xavier, el enmadrado;
Joxe Mari, el terrorista patriota, Gorka, el chico raro salvado por los libros, y Arantxa,
la joven atrevida con cruel destino que se ve obligada a crecerse en la
desgracia. En ningún momento se desvelan sus apellidos: solo sus nombres de pila. Y a su alrededor se mueve el
coro de personajes secundarios: parejas, amigos, pero sobre todo, destacando, los
instigadores, los correveidiles, los que no saben o todo lo justifican en
nombre de la patria.
Con el asesinato del Txato como meollo del argumento, Aramburu crea su
propio mundo narrativo, en el cual las cosas no suceden de manera aislada, y hay
historias que trascurren en paralelo o se van interrelacionando, mezclando presente
y pasado. Lo que cuenta es lo sucedido durante varias décadas a dos familias amigas
de un mismo pueblo vasco, cercano a San Sebastián, que acaban distanciadas por
motivos políticos. Pero todo lo que escribe Aramburu es ficción: no hay que
perder de vista que no se trata de historia, sino de una novela, por más que
esté ambientada en un momento determinado del devenir del País Vasco y
describa, con sus propias connotaciones, circunstancias verosímiles que muchos
tomarían por ciertas. Como hizo Cervantes con el Quijote, el lugar de los hechos principales, el pueblo donde viven
las dos familias protagonistas, no aparece, con lo cual se universaliza. Sí, en
cambio, se citan por sus nombres lugares emblemáticos de San Sebastián y otras
localidades españolas.
En Patria, una tragedia sobre
sentimientos y pasiones en el sentido shakespeariano, la elección de la voz
narradora es, a mi parecer, el logro más destacado, pues la humaniza, la convierte
en algo cercano y consigue que se comprenda cómo hechos tan graves se acaban
considerando parte de la rutina diaria, del paisaje. Como lectora, confieso que
me sorprendieron por inesperados los primeros cambios que detecté en el relato de
la tercera persona a la primera o a la segunda:
Total, que por perder de vista a
la vecina cruzó a la otra acera y se pasó un buen rato andando sin rumbo por
los alrededores. Porque, claro, la sinsorga, mientras limpia los salmonetes
para su hijo, que siempre me ha parecido bobo, además de cretino, si me oye
llegar a casa poco después que ella, pensará: tate, no quería estar conmigo.
Bittori. ¿Qué? Estás cayendo en el rencor y ya te he dicho muchas veces que.
Vale, déjame en paz.
¿Se trataba de dos narradores distintos? No acaba de saberse: la misma
técnica se emplea con cada uno de los personajes: relato narrado en tercera persona,
en pasado o en presente, que cambia de improviso de perspectiva y se narra en
primera o segunda persona, monólogos interiores, soliloquios… Con ello se consigue
una acertada mezcla de distancia y proximidad, incluso de implicación, según se
necesite. La introducción de los diálogos también es particular, a veces sin
verbo:
No, nada,
que habían desechado la idea de adoptar un bebé. Tanto que decían. Que si un
chino, un ruso, un morenito. Que si chica o chico. Nerea no había perdido la
ilusión, pero Quique se había echado atrás. Él quiere un hijo propio, carne de
su carne.
Bittori:
―¿Le da
ahora por hablar como en la Biblia?
―Se cree
moderno, pero es más tradicional que el arroz con leche.
Otras veces se introduce con el que propio del estilo indirecto:
El
manzano, la higuera y los avellanos aguantan la inundación, y eso es todo.
¿Todo? Como el río arrastra residuos industriales, después la tierra echa un
olor fuerte. Él dice que a fábrica. Miren le replica que:
―A
veneno. Algún día nos vamos a morir con unos dolores de tripa espantosos.
Los constantes pasos dentro del mismo párrafo
de presente a pasado y viceversa agilizan la narración, creando sensación de
cotidianeidad, de texto espontáneo, cuando la realidad es que un escritor
necesita sudar tinta para alcanzar una técnica tan depurada:
Mira que
es lento el autobús. Demasiadas paradas. Hala, otra. Las dos mujeres, con estas
y aquellas características físicas, iban sentadas una al lado de la otra.
Volvían a última hora de la tarde al pueblo. Se hablaban a la vez, sin
escucharse. Cada una a lo suyo, pero se entendían. Y en esto la que estaba
sentada junto al pasillo le dio con disimulo un codazo leve a la que estaba
sentada junto a la ventanilla. Atraída su atención, señaló mediante una rápida
sacudida del cuello hacia la parte delantera del autobús.
En
susurros:
―La del
abrigo oscuro.
―¿Quién
es?
―No me
digas que no la reconoces.
Patria es una novela extraordinaria,
una obra de arte, y como tal trasmite una pluralidad de significados que
conviven en un solo significante. Su final no desmerece. Por eso ha llamado la
atención de tantos y variados lectores, que pueden hacer interpretaciones
alternativas, lecturas trasversales en las que encuentran goce. Entre tanta
mediocridad con ínfulas y premios, es esperanzador que esta trabajada novela se
haya convertido en best seller, como
cuando en los años setenta del siglo pasado se popularizaron otras admirables y
ya clásicas novelas de autores
latinoamericanos. Acaso se demuestre con ello el carácter proteico del género,
siempre en crisis, en proceso de formación constante, reflejando a través de su
forma la esencia inacabada de nuestro ser y del mundo que nos rodea.
La lluvia, al romper contra las
tumbas, producía un rumor otoñal, fresco, neblinoso, que agradaba a Bittori.
Sí, porque además de limpiar un poco todo esto, me da la impresión como de que
también les llega a los difuntos algo de vida, ¿no? Yo ya me entiendo.
Ficha bibliográfica:
Fernando Aramburu (2017), Patria, Barcelona, Tusquets Editores, 642 págs. más un glosario final
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