Esta original novela narra las vicisitudes de tres mujeres pertenecientes a tres culturas y religiones diferentes, unidas por un vínculo que se va revelando a lo largo de la trama. La primera protagonista es Smita, una joven madre india de la casta de los intocables que sobrevive en Badlapur recogiendo casa por casa, con su cesto y su escobilla, los excrementos depositados en malolientes letrinas por las familias de una casta superior. La segunda protagonista es Giulia, una joven italiana, todavía soltera, que ha preferido olvidarse de la universidad para trabaja en el taller familiar de pelucas de pelo auténtico dirigido por su padre en Palermo. La tercera protagonista es Sarah, una abogada judía cuya inteligencia y coraje le han procurado una carrera brillante en Montreal, al precio de sacrificar dos matrimonios y dejar en manos ajenas la crianza de sus tres hijos.
Smita tiene una hija para quien sueña un futuro mejor que el suyo: ir
a la escuela. Su marido piensa que será perder el tiempo ya que, aunque aprenda
a leer y escribir, nadie le dará trabajo. Si se nace para limpiar letrinas, se
seguirá haciendo lo mismo hasta la muerte. Es una herencia, un círculo imposible
de romper. Pero Smita no se rinde y acaba convenciéndolo para que hable con el
brahmán a fin de que dé permiso para que la niña pueda asistir a la escuela del
pueblo. El brahmán accede después de recibir como pago todos los ahorros de la
pareja. Cuando llega el día señalado, Smita lleva de la mano a su hija Lalita hasta
cruzar la carretera que las separa de la escuela. Quiere decirle tantas cosas, explicarle
tantas esperanzas que se agolpan en su pecho… Pero como no encuentra las
palabras, se limita a inclinarse hacia ella y pedirle: Ve.
Giulia es una lectora voraz. Tanto que se pasa las noches en blanco,
extasiada entre las páginas de algún libro. Pero también es una buena
trabajadora que acude a diario al taller de su padre, un antiguo cine
reconvertido. Giulia creció allí, entre cabellos que desenredar, mechones que
lavar y pedidos que enviar. Se conoce el oficio al dedillo a pesar de su
juventud. Las demás operarias la han visto crecer en el taller de pelucas,
donde todas comparten, además del trabajo, sus vivencias, amores y desamores,
cuitas y peligros. Un mediodía, cuando Giulia regresa al taller después de la
pausa para el almuerzo que ha aprovechado para ir a leer a la biblioteca
municipal, le comunican que a su padre le ha ocurrido un grave accidente.
Sarah madruga a diario y vive contrarreloj hasta que llega de nuevo a
la cama a altas horas de la noche. Tiene una vida planificada, prevista al
milímetro. No puede permitirse el menor despiste como madre de familia, alta
directiva, mujer trabajadora: le complacen estas etiquetas que las revistas femeninas
destinan a quienes, como ella, han alcanzado una posición esquiva para la mayoría.
Ella ha sabido construir un muro impenetrable entre su vida profesional y su
vida familiar que le permite avanzar en ambas sin que sus trazados se interfieran.
En el trabajo es eficiente y no escatima esfuerzos; en casa procura compensar con
cariño y dedicación el tiempo tasado que dedica a sus hijos. Quiere pensar que algún
día sentirán orgullo ante los logros de su madre. Si se mira al espejo, ve a
una mujer de cuarenta años que a fuerza de tesón ha ascendido: la viva imagen
de una mujer realizada. Pero dentro de ese cuerpo resistente, vestido con trajes
sastre de grandes modistas, hay un mal imperceptible a punto de dar la cara.
Sarah acaba de desmayarse en la sala del tribunal, en pleno alegato.
La novela se va trenzando desde el comienzo, dividiendo el argumento
en capítulos cortos y equivalentes en extensión, el primero dedicado a Smita;
el segundo, a Giulia, y el tercero, a Sarah… siempre en este mismo orden hasta
el final. Hay una narradora omnisciente en tercera persona que cumple su
cometido con tal intuición y destreza que pareciera que son las mismas
protagonistas quienes nos van contando lo que ocurre. Como perspectiva temporal
se ha elegido el presente, lo que también contribuye a acercar lo narrado. No
hay diálogos, apenas unas pequeñas observaciones construidas en punto y aparte,
pero no se echan en falta: el texto fluye rápido como el agua de un deshielo
repentino y, aunque a medida que avanza el trenzado se va intuyendo lo que
acabará uniendo a las tres mujeres, los pormenores hasta ese fin son tan interesantes,
están contados con tanta sensibilidad, que es difícil abandonar la lectura.
Es sabido que para hacer una trenza se precisa dividir el cabello, la
lana o el material maleable que se haya elegido en tres secciones iguales. De
lo contrario, una sobresaldrá sobre las demás. Puede que la autora de esta
novela no previera que la parte de la trenza que comparten Smita y su hija
Lalita se fuera a convertir en la predominante, en aquella que más brillo irradia,
o puede que sí. Su coraje, su ansia de libertad y su enorme generosidad
sobrecogen desde la primera página y provocan reflexiones acerca de la
influencia de la cuna y la religión en nuestras vidas. No es una crítica: el
resultado del trenzado es espléndido debido también a las otras dos secciones, de
las cuales es interesante resaltar el crisol de razas y culturas que aparece proyectado
con una visión positiva tanto en Italia como en Canadá.
Laetitia Colombani es francesa, pero de ascendencia italiana, como
indica su nombre. Esta novela, la primera que escribe, se ha convertido en un
descubrimiento editorial y se ha traducido a cuarenta idiomas en breve tiempo. En
español ha alcanzado varias reediciones. La autora es además actriz, directora
de cine y guionista, lo cual queda sin duda reflejado en su estilo literario.
La novela ha sido impecablemente traducida del francés al español por José
Antonio Soriano. Me ha encantado y, todavía bajo el influjo de su hechizo, no
puedo dejar de recomendar su lectura.
Ficha bibliográfica
Laetitia Colombani (2018): La
trenza, trad. del francés de José Antonio Soriano, Barcelona: Salamandra,
205 pp.
La lengua destrabada