Hasta hace días no había leído nada escrito por la
prolífica autora canadiense Margaret Atwood. Recuerdo que cuando le concedieron
el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2008 me interesó su variado currículum,
pero no sé por qué la olvidé enseguida y ni siquiera su nombre pasó a formar
parte de mi larga lista de cosas pendientes. Fue su reciente mención en un
artículo de periódico debido a la serie televisiva basada en una de sus novelas
más famosas la que volvió a llamar mi atención hacia ella. Y ahora sí: acabo de
terminar su distopía The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada, 1985) y todavía sigo atrapada en su sobrecogedor
mundo de palabras.
No me gustan las distopías y, sin
embargo, llevo meses releyendo algunas que en el pasado, cuando llegué a ellas
por primera vez, no consideré como tales, sino más bien como novelas de tesis: Un mundo feliz de Aldous Huxley, Fahreheit 451de Ray Bradbury o 1984 de George Orwell, por ejemplo. La
novela cuya lectura acabo de terminar, The
Handmaid’s Tale, también está catalogada como distopía y también es una
novela de tesis. Cito su título en inglés porque no estoy segura de cuál sería
la mejor traducción al castellano: se ha optado tanto por El cuento de la criada como por El
cuento de la doncella. En realidad, con la palabra handmaid se alude a la sierva de resonancias bíblicas que procrea
en nombre de su ama con el esposo de esta: las hermanas Raquel y Lea dan hijos de
ese modo a su esposo Jacob a través de sus respectivas siervas, Bilha y Zilpa
(Génesis, 30). Pero los problemas para una traductora ante este texto de Atwood
no hacen más que comenzar con el título. A diferencia de los Canterbury
Tales, donde Geoffrey Chaucer
concede a la comadre de Bath un cuento propio para que proyecte su visión
subversiva de las instituciones patriarcales con su relato de bruja furiosa,
pidiendo el poder supremo sobre su propia vida y la de su esposo a fin de lograr convertirse en la ansiada
mujer bella, modesta y dócil, Atwood otorga la voz como narradora a una mujer
sin nombre para que pueda recordarse y rehacerse detrás del modelo de
procreadora obediente que le han impuesto y para que perviva con la amenaza de la bruja
no domada, la subversiva que no se entrega. El termino tale tiene además esa connotación de menor trascendencia porque las
cosas de las que hablan las mujeres no es historia: es cuento.
A finales del siglo xxii,
en el régimen teocrático totalitario de la República de Gilead,
instaurado mediante un golpe de Estado en los actuales Estados Unidos de
América, la fertilidad es un preciado bien que permite a las mujeres proscritas
convertirse en siervas procreadoras sometidas a un varón prominente. Offred
(Defred en la traducción castellana), la narradora de la novela, es una de
estas siervas procreadoras sin nombre propio: solo es ‘De Fred’, propiedad del
comandante ya maduro incapaz de engendrar descendencia con su esposa, como otra
de las siervas compañera de labores es Ofglen, ‘De Glen’, otro varón
prominente. Todas las siervas visten de rojo y llevan cubierto el cabello con una
toca blanca que las distingue, del mismo modo que las criadas domésticas,
conocidas como martas (como la hacendosa hermana bíblica del resucitado Lázaro),
se distinguen por sus hábitos verdes, y las escasas viudas, por su ropa negra.
Esta tiránica sociedad estamental está vigilada por los ojos, espías encargados
de mantener el orden y la ley. La totalidad de las mujeres, incluso las de los
estamentos más altos, están supeditadas a los hombres y recluidas en su hogar,
bien sea en salones, cocinas o dormitorios.
Offred pasa la mayor parte del tiempo confinada en el
dormitorio de la casa de sus dueños que le han asignado, pensando en el pasado
que fue y tratando de hallar resquicios en el presente agobiante para no perder
la esperanza. A pesar de que la lectura y la escritura están prohibidas para
las siervas como ella en la tiranía de Gilead, se empeña en definir la realidad
con el lenguaje, reflexionando sobre el significado actual de las palabras y el
que tenían antes de que se impusiera el régimen teocrático. Por eso, el
descubrimiento dentro del armario de un texto grabado en escritura diminuta le
proporciona un momento de huida, un escape de la estancia donde la recluyen
para obligarla a perder su identidad: «I knelt to examine the floor, and there
it was, in tiny writting, quite fresh it seemed, scratched with a pin or maybe
just a fingernail, in the corner where the darkest shadow fell: Nolite
te bastardes carborundorum» (Atwood, 1994: 62. «Me arrodillé para examinar
el suelo, y allí estaba, en escritura diminuta, bastante reciente al parecer, raspada
con un alfiler o quizá con una uña, en el rincón donde más oscuridad había: Nolite te bastardes carborundorum»). Aunque
no conoce la lengua en la que está escrito, intuye que se trata de latín y lo considera
un mensaje: «I can’t see it in the dark but I trace the tiny scratched writing
with the ends of my fingers, as if it’s a code in Braille. It sounds in my head now less like a prayer,
more like a command; but to do what? Useless to me in any case, an ancient
hieroglyph to which the key’s been lost. Why did she write it, why did she
bother? There’s no way out of here» (Atwood, 1994:156. «No puedo verlo
en la oscuridad pero sigo las diminutas letras grabadas con la punta de los
dedos como si fuera un código en Braille. Suena ahora en mi cabeza menos como
una oración y más como una orden, pero ¿para hacer qué? Inútil para mí en
cualquier caso, un antiguo jeroglífico cuya clave se ha perdido. ¿Por qué lo
escribió ella, por qué se molestó en hacerlo? No hay modo de escapar de aquí»).
Sin embargo, el contagio se incuba en la frase y, por tanto, Offred no duda de
que se trata de una forma de resistencia al régimen y graba meticulosamente el
mensaje en su mente. Paradójicamente, es el comandante Fred quien, avanzada la
interesante trama de la novela, revela a la sierva que se trata de una frase
jocosa de sus años escolares en latín macarrónico.
Los que en el pasado estudiamos largos cursos de latín
conocemos bien el término ‘macarrónico’ aplicado a esa lengua antigua, madre de
la nuestra actual: con él se hacía alusión a un latín trufado de palabras
espurias conjugadas o declinadas como si fueran auténticas. Latinitas culinaria y ‘latín macarrónico’
a menudo se consideran expresiones sinónimas porque, aunque en sentido estricto
por la primera se entendía en la antigüedad el latín empleado para los asuntos
relativos a la cocina, más adelante se generalizó la expresión para definir
también toda lengua latina pobre de recursos y normas académicas, a menudo
mezclada con una lengua vernácula (italiano, francés, castellano…). El latín
macarrónico podía ser en buena medida involuntario, debido a la ignorancia o la
temeridad, pero también voluntario, producto del juego y del ingenio de alguien
para conseguir un efecto cómico. ¿Quién no recuerda aforismos macarrónicos de
los años escolares como Intellectus
apretatus discurrit qui rabiat o la impresión que causaba la traducción al
castellano de una oración nada macarrónica como Mater tua mala burra est (tu madre come manzanas maduras)?
La lengua latina macarrónica dio lugar a un género literario burlesco en la Italia del siglo xv gracias a la pluma de Tifi Odassi, que escribió su Maccharonea (1490) y Teofilo Folengo, cuya primera obra en versos macarrónicos se tituló Opus Merlini Cocai maccaronicum o Baldo (1517). Muchos autores siguieron su estela imitando el estilo macarrónico a lo largo del mundo occidental hasta épocas recientes. Sirva de ilustración para España la reescritura que realizó del Quijote cervantino Ignacio Calvo en 1905: «In uno lugare manchego, pro cujus nomine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut anima quae llevatur a diabolo» (I, cap. I).
La lengua latina macarrónica dio lugar a un género literario burlesco en la Italia del siglo xv gracias a la pluma de Tifi Odassi, que escribió su Maccharonea (1490) y Teofilo Folengo, cuya primera obra en versos macarrónicos se tituló Opus Merlini Cocai maccaronicum o Baldo (1517). Muchos autores siguieron su estela imitando el estilo macarrónico a lo largo del mundo occidental hasta épocas recientes. Sirva de ilustración para España la reescritura que realizó del Quijote cervantino Ignacio Calvo en 1905: «In uno lugare manchego, pro cujus nomine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut anima quae llevatur a diabolo» (I, cap. I).
Volviendo al grabado oculto en el armario, Nolite te bastardes carborundorum, solo
la primera palabra es latín verdadero, pues se trata de la forma imperativa del
verbo nolo, mientras que las
restantes son palabras inglesas «latinizadas», la última de todas, carborundorum, adoptando la apariencia
de un imponente gerundivo. El carburo de
silicio, el abrasivo al que hace referencia el término, se denomina en castellano
‘carborundo’ o ‘carborundio’. La traducción sería: «No dejes que los bastardos
te machaquen».
Offred llega a la conclusión de que quien grabó la
inscripción fue una doble suya, la mujer anterior sin nombre que vivió allí con
su misma misión de procrear, y el imperativo latino, una vez conocida la
traducción, adquiere para ella un valor excepcional: No dejes, no permitas, no
te rindas.
Esta novela destaca no solo por
su trama, sino por el maravilloso uso del lenguaje que hace la autora, creando
juegos de palabras que en buena parte se pierden en la traducción castellana, pues ni siquiera están marcados con notas a pie de página que los recojan y describan. En
varias entrevistas que le realizaron, Atwood repite, citando a Orwell, que la
prosa debe ser precisa y clara, como el cristal de una ventana: así es el inglés del que ella se sirve, pero no el castellano de la traducción que he leído. Por consiguiente, de ser posible, es recomendable la lectura en
inglés de The Handmaid’s Tale, que no
defraudará a los lectores más exigentes. Las traducciones del inglés que aparecen a lo largo de este texto son mías.
Atwood, Margaret (1994), The Handmaid’s Tale, Londres, Virago Press.
— (2017), El cuento de la criada. Traducción del inglés de Elsa Mateo Blanco,
Madrid, Salamandra Ediciones.
Calvum,
Ignatium (1905), Historia domini Quijoti
Manchegui, traducta in latinem
macarronicum per Ignatium Calvum, curam misae et ollae, Madrid, Imprenta
del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
"Por consiguiente, de ser posible, es recomendable la lectura en inglés de The Handmaid’s Tale,..."
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo,suena a lugar común, pero realmente mucha de la riqueza de este libro se pierde en la traducción.
Reconozco el valor de las traducciones y su importante papel para hacer llegar un libro a un amplio público, pero en este caso no he tenido más remedio que recomendar la lectura del texto en inglés. Pienso que si Atwood se diera cuenta de lo que se ha hecho con su novela en español se disgustaría.
EliminarUn saludo, Víctor
Me siento regocijad luego de haber leído esta nota a la que llegué motivado por una búsqueda que se origina en la noticia cuyo link es https://www.infobae.com/historias/2021/04/03/el-secreto-de-tu-foto-fue-a-la-morgue-a-buscar-la-autopsia-pero-descubrio-que-su-bebe-nunca-habia-estado-ahi/
ResponderEliminarSoy Lic. en ciencias de la educación. Siempre recuerdo que Jerome Bruner decía al go así como que existen dos super-lenguajes que son la matemática y la literatura, porque ambos permiten pensar mundos posibles. Y es sorprendente (o no) cómo una obra literaria le permitió, a una de las víctimas de la noticia, repensar e intentar encontrar un final distinto para una historia tan dolorosa.