fulgentemente caído,
picotea mi costado
y hace en él un triste nido.
(Miguel
Hernández, «Un carnívoro cuchillo»).
La práctica terminó por convencerme de que los adverbios de modo terminados en ―mente son un vicio empobrecedor. Así que empecé a castigarlos donde me salían al paso, y cada tanto me convencía más de que aquella obsesión me obligaba a encontrar formas más ricas y expresivas. Hace mucho tiempo que en mis libros no hay ninguno, salvo en alguna cita textual. No sé, por supuesto, si mis traductores han detectado y contraído también, por razones de su oficio, esa paranoia de estilo. (Gabriel García Márquez, Vivir para contarla).
García Márquez no es el único escritor ni traductor ni
corrector de estilo que abomina del uso de los adverbios en ―mente por ser palabras feas, largas y
fáciles, y que pretendiendo evitarlos se obliga a cavilar para dar con otras
formas más bellas y originales. Casi pero no siempre.
Haciendo historia, se sabe de estos infamados adverbios que
provienen del caso ablativo singular femenino del sustantivo latino mens, mentis, que se asociaba a
adjetivos femeninos para formar frases adverbiales cuyo significado al
principio se restringió a estados mentales: firma
mente, forti mente, obstinada mente… Pasaron luego a adoptar un sentido más
general: bona mente, ipsa mente, hasta
que en el latín vulgar cualquier adjetivo capaz de dar lugar a un adverbio de
modo podía combinarse con ―mente para
convertirse en invariable: longamente,
solamente. Su incorporación a nuestra lengua romance se verificó a través
de un prolongado proceso de oscilación (―mientre,
―mient, ―miente), escribiéndose las dos palabras en yuxtaposición (fuerte mientre, egual mente) o unidas (sobeiamente, sennaladamientre), según
recogen las obras literarias de la Alta y Baja Edad Media. Hasta comienzos del
Renacimiento no se consolidó la forma sintética en ―mente: «Mira e vee quántos daños de locamente amar provienen».
(Arcipreste de Talavera, El Corbacho, 1438).
En general, este tipo de adverbios califican a verbos (el niño duerme tranquilamente), pero
también pueden calificar a adjetivos (su
rostro sosegadamente hermoso); a otros adverbios (llegó insospechadamente lejos) o a una oración completa, en cuyo caso
suelen escribirse entre comas (desgraciadamente,
no ha habido supervivientes). Admiten además el superlativo, que se forma
con la terminación en singular del femenino incluso en el caso de los adjetivos
de terminación invariable: dulcísimamente;
brevísimamente; tristísimamente. Y tienen dos acentos prosódicos (uno por
cada componente), aunque solo se escriben con tilde (acento gráfico) los que,
siguiendo las reglas de acentuación, la llevan antes de añadir la terminación
en ―mente: claramente; opíparamente;
gentilmente; ínfimamente. La última de sus particularidades es que la
terminación ―mente puede (y debe)
separarse del adjetivo base, cuando se trata de una serie, para quedar ligada
solo al último elemento: grande y
magníficamente; lenta, suave y tranquilamente.
No cuesta demasiado evitar la mayoría de los adverbios en ―mente cuando modifican verbos. Basta
con sustituirlos por los sustantivos o adjetivos correspondientes: cayó blandamente la hoja sería, por
ejemplo, cayó blanda la hoja; camina
torpe y lentamente sería camina con
torpeza y lentitud o camina torpe y lento;
te precias vanamente de tu linaje noble sería te precias en vano de tu linaje noble. También se puede añadir de modo, de forma o de manera: vivían austeramente sería, por ejemplo, vivían de manera austera; no quieren
entregar voluntariamente lo robado sería no quieren entregar de forma voluntaria lo robado. Sin embargo, es
más complicado prescindir del adverbio cuando modifica a un participio o
adjetivo: estaba perdidamente enamorado; se
mostró agradablemente sorprendido; un bello rostro, rubicundamente lascivo; sus
ojos despiadadamente tristes. ¿Sería necesario rechazar todos estos
adverbios e intentar una nueva redacción? Depende, como canta Jarabe de Palo:
«según como se mire, todo depende». Habrá que tener en cuenta el texto y
contexto en los que aparecen y si ya sobreabundan. Si hablamos de escritura
creativa, yo sugeriría replantear el perdidamente
enamorado y el agradablemente
sorprendido porque, como diría García Márquez, parecen la solución más
fácil y manida. En cambio, no tendría nada que objetar a rubicundamente lascivo y despiadadamente
tristes. ¿Por qué no conservarlos si es precisamente
(o justo) eso lo que deseamos expresar?
«¡Oh, suave, triste, dulce monstruo verde, tan verdemente pensativo», escribió Dámaso Alonso de un árbol: ¿por qué
se habría de liquidar su verde adverbio? Por suerte, en la lengua no hay un
índice de palabras prohibidas: si existen es porque tienen su uso, así que lo
conveniente es aprender a sacarles el mayor provecho sin autocensuras previas.
Lo mejor, sin duda, es investigar, ensayar nuevos recursos, explorando límites
y posibilidades enriquecedoras hasta donde nuestra mente dé.
Pero sigamos ajustando el fiel de la balanza y añadamos
aquí dos adverbios habituales en el español peninsular doblemente proscritos
por su terminación y por su vulgaridad: mismamente,
empleado en lugar de precisamente (mismamente ayer atracaron a mi
hermano) y mayormente cuando habría que escribir sobre todo, máxime o similares (en
Madrid se vive bien, mayormente si tienes dinero). Estos sí hay que suprimirlos sin
remisión en la lengua culta escrita a no ser que motivos estilísticos los
exijan.
El resto de los adverbios más cortos no tienen esa mala
fama de los ya tratados y sirven, en general, para adjetivar al verbo, al que
suelen acompañar. De ahí su nombre derivado del latín: ad-verbum, que significa junto
al verbo. Se diferencian de los adjetivos en que son invariables: no revelan
género ni número: Elena habla deprisa. También
pueden modificar a un adjetivo: el gato
es bastante listo; a otro adverbio: me
salió muy bien, o a una oración completa: quizá todos lleguemos tarde. Un grupo de adverbios están
especializados en modificar solo adjetivos y adverbios: tan, muy y cuán (apócopes
de tanto, mucho y cuánto): tan contento; muy despacio; cuán
lejos. Otros (pero no todos) admiten grado comparativo o superlativo: menos cerca; tan pronto; lejísimos; más
abajo; muy dentro; tardísimo. Y también algunos se prestan a su uso como diminutivos
o aumentativos: prontito, cerquita; tardecito;
deprisita; arribota; lejotes; encimota.
No es tarea sencilla clasificar los adverbios, y con alguno
(excepto; salvo; conforme) ni
siquiera los gramáticos se ponen de acuerdo sobre si pertenecen o no a esta
categoría. Desde el punto de vista semántico, pueden ser de lugar (arriba, abajo, allí, enfrente, aquí, debajo),
de tiempo (hoy, ahora, todavía, mientras,
después), de modo (así, bien, mal,
regular, adrede), de cantidad (más,
menos, tanto, poco, mucho, nada), de afirmación (sí, claro, también), de negación (no, nunca, tampoco, nada, jamás), de duda (quizá, acaso, tal vez), de identidad (mismo) e incluso no encajar en ninguna clasificación (viceversa, justo, siquiera).
Los adverbios de relativo reciben este nombre atendiendo a
su función porque, como ocurre con los pronombres relativos, hacen referencia
siempre a un antecedente, sea implícito o expreso, y actúan como complementos
circunstanciales del verbo: me fui a la casa
donde vivo (en la que); te visitaré cuando deje de llover (en el momento en que); me peinaré como me dijiste (del modo que); haré todo cuanto (todo lo
que) me ordenes. Los adverbios de
relativo son siempre átonos, a diferencia de los interrogativos o exclamativos,
que son siempre tónicos: ¿Dónde fuiste?
¿Cuándo me visitarás? ¿Cómo te peinarás? ¿Cuánto tardarás? ¡Adónde iremos!
Asimismo, existen abundantísimas locuciones adverbiales,
que son uniones de palabras con un significado conjunto, indivisible y estable,
equivalentes a un adverbio e inseparables sintácticamente en esta función. En
este cajón de sastre cabe de todo y hay donde escoger entre la mezcla de gemas y
quincalla: a oscuras, de improviso, desde
luego, a tontas y a locas, en cuclillas, junto a, en un abrir y cerrar de ojos, a
menudo, de lado, en volandas, a gusto, a disgusto, a regañadientes, frente a
frente, a pie juntillas, a cierra ojos, de repente, a vuela pluma, en un tris,
a sabiendas…
Dentro de estas locuciones adverbiales, hay algunas que
suelen inducir a error. Se escribe, por ejemplo, con la mejor voluntad y no con
la mejor buena voluntad. Se escribe de vez en cuando, de cuando
en cuando y de cuando en vez, pero
no de vez en vez. Se escribe sobre todo, en el sentido de especial o principalmente, y no sobretodo
(que es un abrigo). Se
escribe en primer lugar, antes de nada,
ante todo, antes que nada, pero no primero
de todo ni primero que todo.
Se escribe a lo sumo, como mucho, pero
no todo lo más. Se escribe a disgusto y no mal a gusto. Se escribe tanto
es así y no, aunque estén tan extendidos, tan es así (pues tanto
no se apocopa delante de un verbo) ni tal
es así, que no existe. Por mal que suene, se escribe en tanto en cuanto, con el sentido de en la medida en que, pues es expresión
proveniente del mundo del derecho que se ha
extendido a otros ámbitos, aunque conserva su aire entre pedante y
desmañado. Por último, se escribe a campo
través, a campo traviesa, a campo travieso, campo a través o campo a traviesa, pero no a campo a través ni a campo atraviesa.
Por lo demás, los adverbios no presentan en general dificultades
de uso, pues las pocas que existían van siendo limadas por las sucesivas
revisiones de las Academias de la Lengua. Es el caso, por ejemplo, de dentro y adentro; fuera y afuera. Lo
establecido era escribir sal afuera y
sal fuera, pero no estoy afuera. De igual modo, era posible
escribir iré adentro o iré dentro, pero no estoy adentro. El motivo era que con verbos de movimiento explícito
o implícito (ir) se podían emplear fuera y afuera; dentro y adentro,
mientras que con los verbos que no son de movimiento sino de estado solo se
aceptaban las formas sin a-: se quedó
dentro; deseaba seguir fuera del asunto. No obstante, por el extendidísimo
uso de las formas con a- en América
Latina se ha suprimido tal distinción,
aunque en España siga vigente en buena medida.
Así pues, se consideran correctas las dos formas en oraciones que
expresan estado o situación del tipo afuera
te espera tu novia y fuera te espera
tu novia; la parte de afuera y la
parte de fuera; la parte de adentro y la
parte de dentro; afuera hace calor y fuera
hace calor.
Los adverbios adonde (relativo)
y adónde (interrogativo o admirativo)
se deben utilizar siempre con verbos u otras palabras de movimiento. En cambio,
donde y dónde admiten verbos de
movimiento y de estado. El adverbio relativo puede escribirse también en dos
palabras, a donde, exista antecedente
expreso o no, pues no llegó a generalizarse la distinción recomendada en el
pasado por las Academias de la Lengua. Sin embargo, sí se sigue vedando el uso
arcaico de adonde o a donde para indicar situación: El músico vivía cerca de ese bar tan
conocido, adonde yo había ya entrevistado a un poeta. En este caso,
como en verbos que no son de movimiento, han de emplearse los adverbios donde (relativo) o dónde (interrogativo) según corresponda: No sé dónde (y no adónde)
se ha escondido el gato. Solo donde y dónde pueden ir precedidos de preposición; nunca adonde ni adónde: no sé hacia dónde (y nunca hacia adónde) nos
dirigimos; corrieron hasta donde estábamos (y nunca hasta adonde).
Los adverbios abajo y
arriba no deben ir nunca precedidos
de la preposición a: vete abajo;
descosieron el vestido de arriba abajo; se dirigió arriba. Las expresiones
coloquiales tan habituales en España subir
para arriba, bajar para abajo (o, a este respecto, entrar adentro, salir afuera) son admisibles en el uso oral y
coloquial de la lengua por su carácter expresivo o enfático, pero se deben
evitar al escribir.
El adverbio solo (que ya no se escribe con tilde
diacrítica) no debe emplearse en el sentido de más que: solo hace que
llorar. Lo correcto es no hace más
que llorar o no hace sino llorar.
Cuando mejor no
es el adjetivo comparativo de bueno (los mejores caramelos), sino adverbio
comparativo de bien¸ no varía en
número: este alumno es el mejor preparado
y estos alumnos son los mejor
preparados (y no estos alumnos son
los mejores preparados).
Algunos adverbios inducen a errores ortográficos porque se
confunden con otras palabras homófonas, es decir, que suenan igual pero su
escritura y significado son diferentes:
- Aparte, adverbio
que significa en otro lugar, por separado,
al margen (y también puede ser adjetivo, preposición o sustantivo), se
escribe siempre en una sola palabra: Se
lo llevó aparte para hablarle. No debe confundirse con la unión ocasional
de la preposición a y el sustantivo parte: No iremos a parte alguna. La decisión
no gustó a parte de los presentes.
-Asimismo, adverbio
de modo que significa también, se
escribe en una sola palabra y sin tilde: Asimismo,
visitaremos la costa californiana. En cambio, si se trata de la locución
adverbial de modo así mismo, se
escribe en dos palabras y así se
acentúa como le corresponde por ser aguda terminada en vocal: Guárdalo así mismo, no pierdas tiempo.
-Aún se escribe
con tilde cuando equivale a todavía (aún se cartean; lo volví a leer y me gusta aún más), pero sin tilde
cuando significa hasta, también, incluso
o siquiera (ni aun de lejos se parece a su padre; aun así iremos todos). Cuando
aun tiene sentido concesivo (pese, a pesar de), tanto en la locución
conjuntiva aun cuando, como si va
seguido de un adverbio o de un gerundio, se escribe también sin tilde (aun conociéndome de tantos años, no se fio).
No es lo mismo escribir aun así que aún así: la primera locución equivale a pese a eso, a pesar de eso, con todo o sin embargo, mientras que aún así se corresponde con todavía, tanto con significado temporal como con valor ponderativo
o intensivo: aun así, contamos con crear
empleo; tiene más de diez bolsos y aún así se queja.
-Dondequiera, adverbio
de lugar que significa, con verbos de estado, en cualquier parte (los niños
dejaban los juguetes dondequiera, sin molestarse en recogerlos) y, con
verbos de movimiento, a cualquier parte (el perro nos seguía dondequiera que íbamos). En este segundo caso, las Academias de la
Lengua recomiendan como más apropiado el uso de adondequiera, aunque es poco frecuente. Ambos adverbios se escriben
en una sola palabra y no deben confundirse con la combinación ocasional de los
adverbios relativos donde o adonde y la primera o tercera persona
del presente de subjuntivo del verbo querer:
Tengo libertad para viajar adonde quiera; Pedro podrá vivir donde quiera sin
problemas. Variantes del adverbio dondequiera
son doquier y doquiera.
«El camino al infierno está empedrado de adverbios»: esta
frase lapidaria (variación de la que señala a las buenas intenciones) pertenece
a Stephen King, y se repite una y otra vez como consejo a los escritores.
¡Escribir sin adverbios!, exclamo. ¿Ninguno? ¿Encontraremos siempre verbos con
tanta fuerza que puedan hacer el trabajo de expresar cuanto queremos ellos solos?
Imposible. En estas pocas líneas ya he ido incluyendo los adverbios que, cual
piedras de apoyo, me han servido para saltar, salvar las aguas y llegar al otro
lado del río: para matizar mi pensamiento. Supongo que King se refería a los
adverbios en ―ly (equivalentes a los
nuestros en ―mente) cuando acuñó la
frase y que tal vez sea una reducción injusta de su reflexión que se propaga
incesante por internet.
Concedo, sin embargo, que deben evitarse los adverbios de
relleno y esas expresiones que son meros añadidos sin contenido semántico ni
sintáctico como pura y simplemente,
simple y llanamente, como es natural, de alguna manera, bien es verdad, soltados por costumbre o ignorante
pedantería dentro de un texto, junto con los positivamente, evidentemente, obviamente, realmente, verdaderamente,
indudablemente, prácticamente, lógicamente y demás. Concedo también que se
deben buscar verbos fuertes y precisos para acompañarlos de los adverbios
necesarios. En este, como en el resto de los casos, fuera toda la paja que
oculta el grano.
Termino con una cita que se suele atribuir a Mark Twain
aunque la fuente se desconoce: «Cada vez que sientas la inclinación de escribir
very, sustitúyelo por damn; el corrector de estilo lo borrará,
y la escritura quedará como es debido». El adverbio very, al igual que nuestro equivalente muy, son de las palabras más repetidas (y prescindibles) cuando se escribe.
Con su ironía característica, Twain recomienda emplear en su lugar una palabra polisémica
y las más de las veces malsonante que, en este caso, acompañando a un adjetivo
en sustitución de muy, sería un
adverbio intensificador. He dejado adrede very
y damn sin traducir porque los intensificadores
requieren un tratamiento específico según su contexto y no creo que Twain estuviera
pensando en un simple maldito en
este. ¿Utilizaríamos mierda, joder o
cualquier otra palabra malsonante para expresar en español lo que enuncia el
escritor, con lo cual el corrector no tendría más que borrar una palabra metida
con cuña que no encaja sintácticamente dentro de la oración? ¿O cambiaríamos un
adverbio por otro, como hace Twain (very por
damn), con lo cual nos veríamos
obligados a emplear uno terminado en ―mente
(jodidamente, condenadamente…), como
se escucha y lee hasta la saciedad en series, películas y libros traducidos del
inglés? Siempre existen más opciones…
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
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