Me
doy la vuelta y me encuentro al hombre que me ha acompañado todos estos años.
Sonríe y dirige la vista al cuadro. No habla; para qué. No hay secretos. Llega
hasta mí. Besa mi mejilla; acerco la cara, no los labios; froto su espalda con
un movimiento que quiero ―desearía― que se pareciera a una caricia.
Las
cosas son lo que parecen.
Tanto
como he mentido…
Pero
no soy capaz de engañarlo. No del todo.
Tanto
como he fingido…
No
conseguirlo, no intentarlo, quizá sea mayor muestra de cariño. Él lo sabe.
Cuando separa sus labios, beso su mentón; le limpio el carmín con la mano y sus
ojos abultados muestran un gesto parecido al agradecimiento.
―¿Te
alegras de haber vuelto?
La
misma pregunta.
Todavía
desconozco la respuesta.
―Era
algo que tenía que hacer…
Los
tres andamos despacio hacia la salida. Rozo las columnas con la yema de los
dedos, cierro los ojos y vuelve a mi memoria aquel día, cuando tal gesto
provocó un encontronazo en los tiempos en los que el destino se entretenía con
juegos perversos. Vuelvo a abrirlos y solo distingo una isla de color en medio
de tanto gris. Me agarro a los brazos de los dos hombres que han salvado la
vida.
―¡Volvamos
a casa!
Lo que está por venir, 2015
He leído con gusto esta nueva novela de
Pablo, publicada en una cuidada edición, como las de antes, por Ediciones del
Serbal. Más que leer sus páginas, me las fui bebiendo una tras otra en esos
días calurosos del verano recién pasado. Y tomé apuntes. Ocurre que estaba
sedienta de eso que Celia, una bloguera ilustre y literaria, denomina «literatura
de antes». Literatura, así, comenzando con mayúscula: sin seguir modas ni
tendencias; sin pensar en lectores ni mercados. Original, sin concesiones,
creativa. Porque Pablo, como suele repetir, no se gana la vida escribiendo, pero
yo añado de mi cosecha que vive cuando escribe. Y nos hace vivir.
La guerra civil española y la evacuación de
los cuadros del Museo del Prado a lugar seguro ante la inminente caída de
Madrid, bombardeada por las fuerzas fascistas sublevadas contra la Segunda
República, es el momento histórico que elige Pablo para desarrollar la trama de
su novela. Pero eso no es más que el telón de fondo, el marco temporal necesario
para relatar la historia trágica de unos personajes muy trabajados, cuyos
matices se van descubriendo a medida que se avanza en la lectura de Lo que está por venir: Victoria
convertida en Libertad; Fidel el anarquista; Lisando el aspirante de pintor;
don Onofre el rico que todo lo puede; Adolfo el falangista; Lucas el cura… y, casi
omnipresente, la narradora con nombre de puta bíblica: Magdalena, Magda. Sin
embargo, el suyo es el nombre que menos aparece a lo largo del texto debido
precisamente a que es ella quien relata la historia, en primera persona cuando
habla de sí misma y oculta tras una tercera persona cuando se trata de los
demás: «Las historias las cuenta quien las conoce».
Más allá de la elaborada trama de amores y
desamores, de engaños y heroísmos que logra mantener la tensión, llama la
atención el dominio que demuestra Pablo de los recursos literarios a lo largo de toda la novela.
Sirva como ejemplo la narración que establece en paralelo de la primera noche
que pasan juntos Magda con Lucas y Victoria con Lisandro, una en primera
persona; otra, en tercera. Y siempre en presente:
Se
tumba de espaldas sobre el colchón, me observa excitado, tanto como nunca creyó
que fuera posible.
No sé
si será cura.
Pero
sí es hombre.
Recto,
grueso, descapuchado…
Sonrío
al verlo.
Pito
Gabinito.
Contempla
cómo la luna ilumina mi sonrisa triunfal, cómo me deshago del camisón y libero
unos pechos que solo han podido ser concebidos para acariciarlos. Me observa
con todo el hambre acumulada, con toda la prisa por saciarla. Extiende sus dedos
hacia mí, besa uno de los pezones que le ofrezco…
Es un
punto de no retorno.
Me
encaramo sobre él.
Lisandro
prolonga el momento tantas veces imaginado, tantas veces deseado. No hay prisa.
Victoria está ahí, confirmando que a veces los sueños se hacen realidad.
Percibe sus respiraciones hondas, sus invitaciones a seguir, a que acelere.
Pero
no hay prisa.
La desnuda poco a poco, besando cada poro de
ese cuerpo que siempre deseó pintar; que deseó mucho más poseer. Ella lo ayuda
con los últimos botones y percibe en el temblor de su pulso la urgencia por que
llegue lo que ha de venir, lo que los dos han macerado estos últimos meses.
Victoria termina de desnudarse. Lisandro se siente sorprendido ante el empujón
que lo tumba en la cama, ante la desenvoltura de Victoria para despojarlo de
los pantalones, ante su resolución al saltar sobre él.
Encapuchado,
torcido a la izquierda. Pito honesto.
Atiende
a los gemidos junto a su oído.
Magda es una experta en pitos por su
profesión y, a lo largo de la novela, describe sus variedades, siempre pensando
en el mismo, en el de Gabinito, el primo por el que bebió los vientos en el
pasado y al que no logra olvidar. El hecho de que describa también el de Lucas
es una pista irrefutable de que es ella la que se esconde en esa tercera
persona narradora. Sin embargo, en el relato del primer viaje a Valencia con un
camión cargado de cuadros, aparece una primera persona del plural: «Alberti se
encarama al camión y pide silencio. Intenta explicarnos qué es lo que
escoltamos; qué son Las Meninas; la
importancia de conseguir llegar sanos y salvos. Algunos lo entendemos; otros se
pasan una mano sobre barbas como lijas intentando comprender. Pide que no fumen».
Magda no está en ese viaje pero lo narra como si lo hubiera vivido, como si
fuera uno de los que se pasan la mano sobre barbas como lijas para comprender
por qué se juegan la vida. «Cada uno hace la guerra como sabe».
Confieso que cuando me recomiendan una lectura
describiéndomela como «novela de sentimientos», me entran escalofríos y la
rechazo de plano. Suele tratarse de ñoñerías y estupideces grandilocuentes de
algún escribidor o escribidora con ínfulas que pretende exaltar la sensiblería
fácil de algunos lectores. Sin embargo, en esta novela, como en todas las de Pablo,
hay sentimientos porque sus personajes son de carne y hueso. Yo diría que, como
Shakespeare y tantos grandes literatos, a Pablo le interesan sobre todo las
pasiones humanas, en las que trata de ahondar. Pero en lo que escribe no hay
falsedades ni recursos al llanto fácil. Aunque a veces la prosa más sencilla emociona:
Los pasos
se van acercando y Gabino se resigna a ser capturado, quién sabe si ejecutado
bajo ese cobertizo de pastor. Sin embargo, el que aparece jadeante es el galgo.
Apenas puede creer lo que ven sus ojos. Viene con un conejo en la boca, se
detiene frente a mi padre y lo deja caer al suelo sin apartar los ojos de él.
Gabino sonríe, el perro mueve la cola.
Ríe,
mi padre ríe por primera vez en mucho tiempo…
Y
rodea al chucho entre sus brazos atados como se abrazaría a un gran amigo.
Y el
chucho, tan feliz como el humano, devuelve el abrazo subiendo sus patas sobre
los hombros.
Pablo es un creador magistral de antihéroes,
y en esta novela también hay uno que destaca sobre el resto de los personajes. Desde
el primer momento que aparece me llamó la atención. Supe enseguida que era el
«elegido», el que más juego iba a dar en el argumento por sus muchos motes, por
su pinta desastrada, por su capacidad de supervivencia, por sus muchas conchas
y por todas las virtudes de las que carece pero es capaz de asumir. Dejo al
lector la sorpresa de encontrárselo en esta nueva novela de Pablo e ir
disfrutando a medida que se va creciendo en el entamado de situaciones desesperadas
que le toca resolver.
En el capítulo VI, muy avanzado el texto, Magda
se identifica claramente como narradora que relata el pasado y confiesa, como
si tratara de prevenirnos:
Recuerdo
aquellos días de febrero; recuerdo, incluso, sus recuerdos, los de todos ellos.
Porque las historias las cuenta quien las recuerda. Y yo me he encargado de
vivir esta. Un día y otro y otro más. Sin descanso y sin pausa. Y hora tras
hora, los hechos ocurren en mi memoria, en el mismo orden, como cuando no sabía
lo que estaba por venir, sin ser capaz de alterar un solo gesto, una palabra.
No sé qué hubiera podido cambiar, solo fuimos hojas secas que transportaba el
viento; un viento de guerra y de odio, mezclado con alguna brisa de amor, tan
tenue, que no fue capaz de transformar nada.
Y es que, en la novela, todavía queda mucho
por venir…
Pablo de Aguilar
González, Lo que está por venir, Barcelona,
Ediciones del Serbal, 2005, 367 pp.
Otras dos
interesantes novelas de Pablo de Aguilar González están a la venta en Amazon en
versión ebook: Los pelícanos ven el norte y El istmo del reloj de arena.
La lengua destrabada
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