Una vez concluida la redacción de un texto, al escribir el punto
final, llega una fase crucial de trabajo que jamás debe pasarse por alto. El
texto no está acabado, sino solo preparado para ser sometido a un meticuloso
procedimiento de revisión que lo mejorará o incluso lo cambiará por completo. Pero
no se trata del inicio de un proceso: es su culminación, puesto que revisar y
corregir han de ser tareas recurrentes que se habrán ido simultaneando con la
escritura. Planificación de objetivos y texto redactado deben evaluarse de
manera constante en un círculo virtuoso, puesto que la fase de escritura suele
modificar la comprensión del asunto manejado. En el proceso de pasar ideas a
palabras y de revisar el resultado se modifican ambas, casi siempre a mejor. A
revisar y corregir se aprende con la práctica, cuando se convierten en
ejercicios cotidianos.
En las revisiones del texto se detectan errores e imperfecciones de
distinto calado y se corrige fondo y forma (ortotipografía, morfología y
sintaxis, puntuación, nexos, coherencia, vocabulario…). La revisión global y
final de un texto extenso, escrito en ordenador o computadora, ha de constar de
dos etapas: la primera se efectúa sobre pantalla, pero la segunda siempre sobre
papel. Ambas exigen cierto alejamiento del texto: ha de haber pasado algún
tiempo desde la composición para ganar objetividad.
Con la práctica, es posible revisar en una misma lectura los aspectos
ortotipográficos, morfológicos, sintácticos y estilísticos de un texto e ir
realizando las modificaciones precisas. Pero es necesario poseer un
imprescindible bagaje lingüístico que capacite para la tarea. ¿Cómo corregirá
sus errores quien ignore que los ha cometido?
Es muy frecuente recurrir a la ayuda profesional para conseguir una
revisión global de calidad. Pero a menudo surge la misma pregunta: ¿Cómo elegir
una correctora o corrector cualificados si no se poseen los conocimientos
lingüísticos imprescindibles para distinguir entre ellos? Los hay torquemadas y
los hay complacientes; los hay con buen ojo para detectar erratas y los hay sin
recursos para corregir estilo…
Los propios sellos editoriales a veces dudan a la hora de seleccionar
profesionales. No hay un único criterio, nadie es infalible. Sin embargo, sí
existen algunas pruebas que ayudan a separar el grano de la paja. Detectar a
los torquemadas suele ser fácil: su intransigencia les compele a dejar su sello
en todo lo que corrigen y, así, cambiarán quizá
por quizás o viceversa, según
defiendan la forma etimológica o la habitual, aunque las dos son correctas y su
uso depende del gusto de quien escribe; cambiarán también por lo tanto por por tanto, atendiendo
a un criterio propio que no se fundamenta en la gramática, e influenciar por influir, cuando ambos verbos son sinónimos; se empeñarán en tildar solo cuando corresponda a la forma
abreviada de solamente y los
pronombres este, ese, aquel, incluso
cuando aquel funcione como
sustantivo; sostendrán ―equivocadamente― que alternativa solo se puede utilizar cuando se expresan dos opciones,
que anticipar no es sinónimo de prever, o que jugar un papel no es aceptable por desempeñar o realizar un
papel, aunque se trate de un calco del francés e inglés ya antiguo,
reconocido y asentado en nuestra lengua. Por su parte, las correctoras y
correctores complacientes consentirán casi todo, bien por desconocimiento, por
inseguridad o por desidia, dejando
pasar, por ejemplo, guion o rio escritos con tilde sobre la o, ingerir
(cuyos sustantivos son ingestión e
ingesta) por injerir (cuyo sustantivo es injerencia),
osea como si fuera una única palabra
y no la locución verbal o sea, a parte en
lugar del adverbio aparte, o habría (verbo haber) por abría (verbo abrir); tampoco corregirán en
relación a, cuando lo correcto es en
relación con o con relación a, ni
se inmutarán al encontrar bajo mi punto de vista en lugar de la expresión
correcta, desde mi punto de vista, o doceavo aniversario en vez del numeral
ordinal que corresponde, duodécimo
aniversario. Los torquemadas entrarán a saco y cambiarán, sea pertinente o
no, el estilo de un texto; los complacientes pasarán de puntillas por él y
apenas tocarán nada.
Una corrección profesional, además de vigilar la ortotipografía
(ortografía, acentuación, puntuación, tipografía, mancha de la página…), ha de
detectar y corregir fallos morfosintácticos, léxicos y estructurales. En un
texto, se debe prestar atención a la cohesión (orden de las palabras en las
oraciones; puntuación; nexos entre oraciones y entre párrafos…) y la coherencia
(selección de la información, progresión u orden lógico, estructura de
párrafos…). Algunas de las principales operaciones de corrección de estilo que
se pueden realizar son:
·
Cambiar el enfoque. Añadir información necesaria o suprimir la
superflua. Ordenar de otro modo la información que se presenta en el texto.
·
Unir o separar párrafos atendiendo a los conceptos y su orden lógico.
Recortar oraciones demasiado extensas o alargarlas mediante el empleo de nexos
subordinantes. Perfeccionar el desarrollo de ideas mal expresadas.
·
Ampliar o mejorar el léxico evaluando el tono del escrito. Corregir
repeticiones. Subsanar lagunas.
·
Optimizar la estructura de epígrafes, añadiendo los necesarios o
suprimiendo los superfluos.
No es mala idea pedir una valoración de algunas páginas del texto que
se desea entregar para su corrección antes de contratar a un profesional. Al
revisar las fortalezas y debilidades que aparecerán recogidas en el informe, se
detectará la facilidad de redacción de dicho profesional, su estilo y sus
criterios de corrección. Siempre es posible además pedir a una tercera persona
que opine al respecto. También es posible incluir algunas «trampas» en esas
páginas entregadas para descubrir torquemadas o complacientes… No obstante,
debe tenerse en cuenta que, entre estos dos extremos caricaturizados, hay una
gran variedad de profesionales de la escritura que conocen a fondo su trabajo y
saben mejorar hasta lo indecible textos que de otro modo resultarían ilegibles.
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