Horseshoe Bend, desde el borde |
Vista de Horseshoe Bend desde lo alto de la cuesta |
El esfuerzo valió la pena |
A pesar del
calor sofocante, de la pájara que empiezo a sentir, la caminata que hemos
emprendido a paso ligero merece la pena: desde las rocas planas que bordean la
hendidura, contemplamos al fin la impresionante herradura de aguas verdosas.
Para abarcar con la cámara la imagen completa de las orillas hay que tumbarse
sobre las ardientes planchas de roca y
sacar medio cuerpo fuera. Yo no tengo fuerzas ni valentía suficientes, y
necesito sombra y agua cuanto antes porque empiezo a marearme. Además, mis
fotos nunca son tan buenas como los recuerdos que guardo en la memoria y que
seguirán elaborándose con el paso de los años hasta convertirse en épicos.
Agujas rojizas de Sedona |
¿Por qué
decidimos visitar Horseshoe Bend a unas horas tan poco apropiadas? El viaje había
comenzado unos días antes desde San Diego, pasando por la ciudad de Phoenix,
capital del estado de Arizona, con su downtown
de amplias, limpias y modernas
avenidas adornadas con verdosos árboles de sombra, y después por la onírica Sedona, situada en el oasis del
Verde Valley, con sus moles de roca cobriza recortándose contra el cielo azul
brillante con nubes de algodón y las bonitas casas de inspiración india,
imitando adobe, camufladas entre el paisaje verde y ocre. Allí, en sus Indian
Hills, me hubiera gustado quedarme a vivir escribiendo por un tiempo… pero nuestro itinerario está
predeterminado por las reservas de hoteles y proseguimos viaje hasta Flagstaff,
pintoresco pueblo ubicado junto al extenso Coconino National Park y a poco más
de una hora de la entrada al South Rim
del Cañón del Colorado. Ese era uno de nuestros destinos principales y pensábamos
dedicarle un buen tiempo por las muchas actividades que queríamos desarrollar y
las grandes distancias para recorrer, que ya conocíamos de pasadas excursiones
realizadas muchos años atrás.
Gran Cañón del Colorado desde Desert View Drive |
El Gran Cañón
del Colorado no ha variado en su magnificencia, en las espectaculares vistas
que ofrece la erosión milenaria del río Colorado creando un paisaje inmenso de
cortados ocres y rojizos que se pierden en el horizonte. Ninguna foto, por
buena que sea, logra plasmar las luces y sombras, las profundidades y la
amplitud que captan los ojos desde los miradores de los bordes o las sendas que
descienden hacia el río serpentino de aguas barrosas iluminado por el sol.
Dicen que el amanecer allí es asombroso, pero yo solo puedo dar cuenta del
atardecer y las brumas que se van adueñando de las quebradas para cambiar el
color de las rocas y dotar de sombra alargada a los cóndores de California que planean
altivos sobre los abismos. Más anochecido también se ven coyotes, ciervos y renos, surgidos de
las profundidades de los bosques, que se acercan hasta las praderas próximas a
aparcamientos y carreteras.
Gran Cañón del Colorado desde Lipan Point |
Aunque
nuestra visita esta vez se iba a limitar al South Rim (el borde sur, el más
turístico pero con muchos puntos interesantes que ver), teníamos intención
de llegar hasta el Skywallk, la pasarela
de vidrio en forma de bucle inaugurada
en 2007 que se introduce 22 metros sobre el abismo del Colorado. Sin embargo, un ranger al que pedimos consejo nos avisó de que esa popular atracción
no forma parte del parque nacional y está gestionada por la tribu Hualapai, que
cobra una suma de dinero cambiante y un tanto exagerada por la entrada y restringe
la libre circulación por los parajes que controla, prohibiendo incluso tomar
fotos. Las quejas y advertencias sobre el timo de muchos incautos visitantes
nos indujeron a cambiar los planes y dirigirnos a Horseshoe Bend en su lugar. Ese fue el motivo
de llegar a las cuatro de la tarde, porque habíamos dormido en Flagstaff y
dedicado la mañana a visitar parte del Coconino Park y el curioso pueblo de
Williams, por donde pasaba la histórica Ruta 66 que unía las ciudades de
Chicago y Los Ángeles, y es conocida en el país como The Mother Road. Todo el
pueblo es una recreación del pasado, con sus gasolineras, sus coches antiguos y
sus tiendas repletas de nostálgicos recuerdos de lo que antaño fue.
Gran Cañón del Colorado desde Mather Point |
Horseshoe
Bend no es lugar para visitas en la canícula de agosto si no se es una
lagartija. Y si no hay más remedio que elegir ese mes, lo más apropiado sería
dormir en alguno de los hoteles de Page y hacer la caminata entre la arena por
la mañana temprano o a la caída del sol para evitar los golpes de calor que
presenciamos y que yo misma estuve a punto de padecer. La cuesta
arenosa, a la vuelta, se me hizo larga, eterna…
Una vez hidratada
y repuesta del mareo, recurrimos al útil GPS del teléfono móvil para abandonar
Page y dirigirnos a Las Vegas, último destino de nuestro viaje. La amable
señorita que vive dentro del teléfono nos guio por carreteras secundarias de
Arizona, Utah y Nevada en las que nos fuimos deteniendo para contemplar una
orografía impresionante por su colorido y unas presas y lagos que se antojan
pinturas impresionistas por su paleta de ocres y azules. La llegada al valle de
Hurricane después de traspasar gargantas de altísimas paredes rocosas resulta
inolvidable. Y todo el recorrido desde Arizona está repleto de parques
naturales, como el de Zion, dignos de visita, pero nosotros habíamos dispuesto llegar
a Las Vegas sobre las nueve de la noche (anochece sobre poco más de las ocho en
pleno verano) para pasear por la ciudad iluminada y no disponíamos de tiempo.
Caesars Palace en The Strip |
Nuestro gozo
en un pozo. La enorme y amarillenta luna de agosto nos sorprendió atrapados en
un prolongado atasco y la vimos ascender por el firmamento y compartirlo con
los repentinos rayos de una tormenta eléctrica de las tan habituales en esa zona
desértica, mientras a nuestro lado gruñían los cerdos apiñados en los grandes
camiones que los transportaban, probablemente al matadero. Tardamos casi dos
horas en reanudar la marcha al tope de lo que marcaba la autopista una vez
abandonada la zona de obras: no más de 70 millas por hora, aunque ningún coche
parecía tener en cuenta la limitación. En la noche cerrada, la visión de la
enorme llanura de luces que constituye Las Vegas resulta espectacular e
inquietante cuando aparece de pronto ante la vista. ¿A quién se le ocurriría
crear una ciudad de ese tipo en pleno desierto y cómo ha logrado sostenerse y desarrollarse?
The Strip iluminado |
No es difícil
encontrar ofertas de hoteles por poco precio en la ciudad. Nosotros nos
alojamos en el Luxor, construido en forma de pirámide egipcia azul y ubicado al
final del Strip, la calle más famosa donde se encuentran los principales
hoteles temáticos, casinos y tiendas. Una vez dentro del hotel, en el inmenso
vestíbulo había una larga cola para registrarse, pero también un extenso mostrador
con mucha gente atendiendo. Para nuestra sorpresa, fue un trámite rápido y
sencillo, pero no debido a la diligencia de los recepcionistas, sino porque
para entregar la habitación se exige que esté presente la persona que ha hecho
la reserva. Y, al parecer, ese requisito complica el asunto: la señora que
estaba delante de nosotros en la cola, por ejemplo, nos tuvo que ceder el puesto porque la reserva
estaba a nombre de su marido, quien nada más poner los pies en el
establecimiento había corrido a sentarse en una mesa de póker y, whisky en
mano, se negaba por teléfono a perder su valioso tiempo en naderías. Los
hoteles por dentro son tan enormes que, junto con la tarjeta de acceso, te
entregan una guía para que te orientes, y ofrecen todo tipo de servicios y
diversiones. Cualquier cosa que puedas imaginar y se pague con dinero. La
mayoría posee sus propios casinos que no cierran ni de día ni de noche. Hay
gente de toda edad y condición perdiendo dinero en las omnipresentes máquinas
tragaperras o sentados a las mesas de juego a cualquier hora. Es como estar en
una película… y bastante triste cuando te detienes a pensarlo. Muchos hoteles
ofrecen además atracciones gratis y, en su mayoría, están unidos por trenes
aéreos y pasarelas para evitar las esperas en los semáforos. Hay
música constante en la calle —una especie de hilo musical omnipresente— gracias a los
altavoces ocultos entre los setos que las adornan. El espectáculo de agua, luz
y sonido del Bellagio es de los más visitados, pero hay varios más, como el de
piratas de The Treasure Island o los torneos medievales del artúrico Excalibur.
Sin embargo, de día Las Vegas pierde parte de su encanto porque se aprecian más
las miserias, y el calor abrumador de agosto obliga a entrar en los diversos
establecimientos en busca de aire acondicionado para soportarlo.
Gasolinera en Williams |
Dicen que la
crisis económica ha golpeado con fuerza el negocio y que ya no es lo que era.
Tal vez por eso hay tantas ofertas de viaje. Por mi parte, jamás me quedaría a
vivir en Las Vegas ni pasaría allí unas largas vacaciones, pero me ha gustado
pasear por sus calles principales, observando cómo los turistas de todo el
mundo despilfarran su dinero, y contemplar las réplicas de París, Nueva York,
Venecia, o la Roma imperial, entre muchas otras. El lujo al alcance de la mano,
disponible a simple vista para cualquiera, es uno de los espejismos de esta
ciudad nacida en medio de un desierto. Comer y dormir bastante bien es barato porque
se desea fomentar el juego. Hay máquinas hasta en los supermercados. Y siempre
gente jugando, por todas partes. Merece la pena verlo y da que pensar. También
te puedes hacer un tatuaje en los innumerables puestos dedicados a ello,
marcándote para siempre la piel aunque cada día te cambies de ropa o de
colonia.
Lago Powell, cerca de Page (Arizona) |
Dicen también
que Las Vegas es parte del espíritu estadounidense. Probablemente. Pero también
lo es San Diego y el resto de California. Fue agradable regresar a esta ciudad
que tanto nos gusta y que hemos vuelto a hacer nuestro hogar durante los
últimos meses. Nos quedan días de playa y sol, muchas despedidas y algunas
lágrimas, porque este viaje también está a punto de acabar. Y me resisto.
La lengua destrabada
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