lunes, 18 de agosto de 2014

Horseshoe Bend: viajando de San Diego a Las Vegas por el Gran Cañón del Colorado

Horseshoe Bend
Horseshoe Bend, desde el borde
 Las cuatro de la tarde. Las arenas rojizas resplandecen bajo el sol abrasador cuando llegamos al pequeño aparcamiento de Page y contemplamos la cuesta empinada pero corta que, según nos han indicado,  lleva a la maravilla de la naturaleza conocida como Horseshoe Bend, el meandro en  herradura que forma el río Colorado entre el Gran Cañón  y el cañón de  Glenn. Al salir del coche ya sentimos la tremenda bofetada del calor arizónico de más de 40 grados centígrados, pero la distancia parece corta y no dudamos en emprender la marcha, uniéndonos a la constante fila de visitantes, en su mayoría orientales y europeos. Nuestro avance por la arena desértica, salpicada de matojos verdiocres, nos trae a la memoria imágenes cinematográficas de sufridos peones egipcios ascendiendo a una pirámide. Llegamos a la cima sudorosos y expectantes, ansiosos por recrearnos  en una vista que imaginábamos grandiosa. 
Vista de Horseshoe Bend desde lo alto de la cuesta
Sin embargo, como si de un espejismo se tratara,  desde lo alto solo divisamos la bajada más larga de la misma cuesta, extensos arenales desérticos  con  algunas formaciones rocosas y un rústico cobertizo de madera donde se venden pulseras y colgantes con turquesas de la artesanía india característica de la zona. Muchos de los visitantes se resguardan en el cobertizo y miden sus fuerzas para decidir si siguen la marcha por la arena suelta, bajo el sol implacable, durante otros 500 metros más o menos hasta el cráter distante a cuyo alrededor se reparte la gente tomando fotos y vídeos.
El esfuerzo valió la pena
A pesar del calor sofocante, de la pájara que empiezo a sentir, la caminata que hemos emprendido a paso ligero merece la pena: desde las rocas planas que bordean la hendidura, contemplamos al fin la impresionante herradura de aguas verdosas. Para abarcar con la cámara la imagen completa de las orillas hay que tumbarse sobre las ardientes planchas de roca  y sacar medio cuerpo fuera. Yo no tengo fuerzas ni valentía suficientes, y necesito sombra y agua cuanto antes porque empiezo a marearme. Además, mis fotos nunca son tan buenas como los recuerdos que guardo en la memoria y que seguirán elaborándose con el paso de los años hasta convertirse en épicos.
Agujas rojizas de Sedona
¿Por qué decidimos visitar Horseshoe Bend a unas horas tan poco apropiadas? El viaje había comenzado unos días antes desde San Diego, pasando por la ciudad de Phoenix, capital del estado de Arizona, con su downtown  de amplias, limpias y modernas avenidas adornadas con verdosos árboles de sombra, y después por  la onírica Sedona, situada en el oasis del Verde Valley, con sus moles de roca cobriza recortándose contra el cielo azul brillante con nubes de algodón y las bonitas casas de inspiración india, imitando adobe, camufladas entre el paisaje verde y ocre. Allí, en sus Indian Hills, me hubiera gustado quedarme a vivir escribiendo  por un tiempo… pero nuestro itinerario está predeterminado por las reservas de hoteles y proseguimos viaje hasta Flagstaff, pintoresco pueblo ubicado junto al extenso Coconino National Park y a poco más de una hora de la entrada  al South Rim del Cañón del Colorado. Ese era uno de nuestros destinos principales y pensábamos dedicarle un buen tiempo por las muchas actividades que queríamos desarrollar y las grandes distancias para recorrer, que ya conocíamos de pasadas excursiones realizadas muchos años atrás.
Gran Cañón del Colorado
Gran Cañón del Colorado desde Desert View Drive
El Gran Cañón del Colorado no ha variado en su magnificencia, en las espectaculares vistas que ofrece la erosión milenaria del río Colorado creando un paisaje inmenso de cortados ocres y rojizos que se pierden en el horizonte. Ninguna foto, por buena que sea, logra plasmar las luces y sombras, las profundidades y la amplitud que captan los ojos desde los miradores de los bordes o las sendas que descienden hacia el río serpentino de aguas barrosas iluminado por el sol. Dicen que el amanecer allí es asombroso, pero yo solo puedo dar cuenta del atardecer y las brumas que se van adueñando de las quebradas para cambiar el color de las rocas y dotar de sombra alargada a los cóndores de California que planean altivos sobre los abismos. Más anochecido también  se ven coyotes, ciervos y renos, surgidos de las profundidades de los bosques, que se acercan hasta las praderas próximas a aparcamientos y carreteras.     
Gran Cañón del Colorado desde Lipan Point
Aunque nuestra visita esta vez se iba a limitar al South Rim (el borde sur, el más turístico pero con muchos puntos interesantes que ver), teníamos intención de  llegar hasta el Skywallk, la pasarela de vidrio en forma  de bucle inaugurada en 2007 que se introduce 22 metros sobre el abismo del Colorado.  Sin embargo, un ranger al que pedimos consejo nos avisó de que esa popular atracción no forma parte del parque nacional y está gestionada por la tribu Hualapai, que cobra una suma de dinero cambiante y un tanto exagerada por la entrada y restringe la libre circulación por los parajes que controla, prohibiendo incluso tomar fotos. Las quejas y advertencias sobre el timo de muchos incautos visitantes nos indujeron a cambiar los planes y dirigirnos a  Horseshoe Bend en su lugar. Ese fue el motivo de llegar a las cuatro de la tarde, porque habíamos dormido en Flagstaff y dedicado la mañana a visitar parte del Coconino Park y el curioso pueblo de Williams, por donde pasaba la histórica Ruta 66 que unía las ciudades de Chicago y Los Ángeles, y es conocida en el país como The Mother Road. Todo el pueblo es una recreación del pasado, con sus gasolineras, sus coches antiguos y sus tiendas repletas de nostálgicos recuerdos de lo que antaño fue.
Gran Cañón del Colorado desde Mather Point
Horseshoe Bend no es lugar para visitas en la canícula de agosto si no se es una lagartija. Y si no hay más remedio que elegir ese mes, lo más apropiado sería dormir en alguno de los hoteles de Page y hacer la caminata entre la arena por la mañana temprano o a la caída del sol para evitar los golpes de calor que presenciamos  y que yo  misma estuve a punto de padecer. La cuesta arenosa, a la vuelta, se me hizo larga, eterna…
Una vez hidratada y repuesta del mareo, recurrimos al útil GPS del teléfono móvil para abandonar Page y dirigirnos a Las Vegas, último destino de nuestro viaje. La amable señorita que vive dentro del teléfono nos guio por carreteras secundarias de Arizona, Utah y Nevada en las que nos fuimos deteniendo para contemplar una orografía impresionante por su colorido y unas presas y lagos que se antojan pinturas impresionistas por su paleta de ocres y azules. La llegada al valle de Hurricane después de traspasar gargantas de altísimas paredes rocosas resulta inolvidable. Y todo el recorrido desde Arizona está repleto de parques naturales, como el de Zion, dignos de visita, pero nosotros habíamos dispuesto llegar a Las Vegas sobre las nueve de la noche (anochece sobre poco más de las ocho en pleno verano) para pasear por la ciudad iluminada y no disponíamos de tiempo.
Las Vegas
Caesars Palace en The Strip
Nuestro gozo en un pozo. La enorme y amarillenta luna de agosto nos sorprendió atrapados en un prolongado atasco y la vimos ascender por el firmamento y compartirlo con los repentinos rayos de una tormenta eléctrica de las tan habituales en esa zona desértica, mientras a nuestro lado gruñían los cerdos apiñados en los grandes camiones que los transportaban, probablemente al matadero. Tardamos casi dos horas en reanudar la marcha al tope de lo que marcaba la autopista una vez abandonada la zona de obras: no más de 70 millas por hora, aunque ningún coche parecía tener en cuenta la limitación. En la noche cerrada, la visión de la enorme llanura de luces que constituye Las Vegas resulta espectacular e inquietante cuando aparece de pronto ante la vista. ¿A quién se le ocurriría crear una ciudad de ese tipo en pleno desierto y cómo ha logrado sostenerse y desarrollarse?
The Strip iluminado
No es difícil encontrar ofertas de hoteles por poco precio en la ciudad. Nosotros nos alojamos en el Luxor, construido en forma de pirámide egipcia azul y ubicado al final del Strip, la calle más famosa donde se encuentran los principales hoteles temáticos, casinos y tiendas. Una vez dentro del hotel, en el inmenso vestíbulo había una larga cola para registrarse, pero también un extenso mostrador con mucha gente atendiendo. Para nuestra sorpresa, fue un trámite rápido y sencillo, pero no debido a la diligencia de los recepcionistas, sino porque para entregar la habitación se exige que esté presente la persona que ha hecho la reserva. Y, al parecer, ese requisito complica el asunto: la señora que estaba delante de nosotros en la cola, por ejemplo,  nos tuvo que ceder el puesto porque la reserva estaba a nombre de su marido, quien nada más poner los pies en el establecimiento había corrido a sentarse en una mesa de póker y, whisky en mano, se negaba por teléfono a perder su valioso tiempo en naderías. Los hoteles por dentro son tan enormes que, junto con la tarjeta de acceso, te entregan una guía para que te orientes, y ofrecen todo tipo de servicios y diversiones. Cualquier cosa que puedas imaginar y se pague con dinero. La mayoría posee sus propios casinos que no cierran ni de día ni de noche. Hay gente de toda edad y condición perdiendo dinero en las omnipresentes máquinas tragaperras o sentados a las mesas de juego a cualquier hora. Es como estar en una película… y bastante triste cuando te detienes a pensarlo. Muchos hoteles ofrecen además atracciones gratis y, en su mayoría, están unidos por trenes aéreos y  pasarelas  para evitar las esperas en los semáforos. Hay música constante en la calle —una especie de  hilo musical omnipresente— gracias a los altavoces ocultos entre los setos que las adornan. El espectáculo de agua, luz y sonido del Bellagio es de los más visitados, pero hay varios más, como el de piratas de The Treasure Island o los torneos medievales del artúrico Excalibur. Sin embargo, de día Las Vegas pierde parte de su encanto porque se aprecian más las miserias, y el calor abrumador de agosto obliga a entrar en los diversos establecimientos en busca de aire acondicionado para soportarlo.
Gasolinera en Williams
Dicen que la crisis económica ha golpeado con fuerza el negocio y que ya no es lo que era. Tal vez por eso hay tantas ofertas de viaje. Por mi parte, jamás me quedaría a vivir en Las Vegas ni pasaría allí unas largas vacaciones, pero me ha gustado pasear por sus calles principales, observando cómo los turistas de todo el mundo despilfarran su dinero, y contemplar las réplicas de París, Nueva York, Venecia, o la Roma imperial, entre muchas otras. El lujo al alcance de la mano, disponible a simple vista para cualquiera, es uno de los espejismos de esta ciudad nacida en medio de un desierto. Comer y dormir bastante bien es barato porque se desea fomentar el juego. Hay máquinas hasta en los supermercados. Y siempre gente jugando, por todas partes. Merece la pena verlo y da que pensar. También te puedes hacer un tatuaje en los innumerables puestos dedicados a ello, marcándote para siempre la piel aunque cada día te cambies de ropa o de colonia.
Lago Powell, cerca de Page (Arizona)
Dicen también que Las Vegas es parte del espíritu estadounidense. Probablemente. Pero también lo es San Diego y el resto de California. Fue agradable regresar a esta ciudad que tanto nos gusta y que hemos vuelto a hacer nuestro hogar durante los últimos meses. Nos quedan días de playa y sol, muchas despedidas y algunas lágrimas, porque este viaje también está a punto de acabar. Y me resisto.



La lengua destrabada
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