Mientras me documentaba para componer mi manual de escritura La lengua destrabada, me topé con un
interesante escritor latino del siglo v,
Marciano Capela (Martianus Capella en latín), que escribió De nuptiis Philologiae et Mercurii (Las nupcias de Filología y
Mercurio), considerada la enciclopedia antigua más conocida e influyente durante
la alta Edad Media y donde aparecen personificadas las siete artes liberales.
El libro tercero de esta enciclopedia alegórica se dedica a la primera de dichas
artes liberales, la Gramática, representada como una mujer ya madura pero que
conserva su encanto, natural de Egipto pero viajera, puesto que vivió en Grecia
y después se trasladó a Roma, y servidora de Mercurio, el dios del comercio y
la comunicación, inventor del lenguaje. Ella misma define su cometido, afirmando
que en Grecia la llaman Grammatike porque
renglón es gramme, y letras, grammata, y que se ocupa de que las
letras estén bien escritas y alineadas, añadiendo que esa fue la razón por la
cual Rómulo le dio el nombre de Litteratura,
aunque de niña había preferido llamarla Litteratio,
del mismo modo que entre los griegos primero fue Grammatistike.
Así pormenoriza Gramática su contenido como arte: «Partes autem meae
sunt quattuor: litterae, litteratura, litteratus, litterate. Litterae sunt quas
doceo, literatura ipsa quae doceo, litteratus quem docuero, litterate quod
perite tractauerit quem informo», cuya traducción al castellano sería: «Mis
partes son cuatro: letras, literatura, letrado, literal. Las letras son las que
enseño; la literatura soy yo misma en lo que enseño; el letrado es aquel a
quien he enseñado; literal es lo que
con destreza ha tratado aquel a quien yo instruyo». Sin embargo, resulta
evidente que la elección para la traducción de todas estas voces castellanas
derivadas de una sola en latín (littera, que
significa ‘letra’) conlleva objeciones.
Para empezar, ‘letras’ en plural en la actualidad también se entiende
como sinónimo de ‘literatura’, vaya este vocablo acompañado o no de los
adjetivos ‘bellas’ o ‘buenas’. Asimismo, ‘literatura’ significa ahora no solo el
arte que tiene como medio de expresión la lengua, sino el conjunto de las creaciones
literarias de una nación, un género o una época, el acervo de obras que tratan
de una determinada materia, e incluso se denominan de ese modo, con matiz
peyorativo, las palabras dichas o escritas con cierto artificio a fin de
impresionar favorablemente o disimular algo desagradable: No es necesario que gastes tanta literatura en convencerme, por
ejemplo. Pero además hay un hecho
crucial que no puede pasarse por alto: nuestra actual ‘literatura’ es un
cultismo latino que regresó con fuerza en el siglo xv para arrinconar y acabar desterrando al término vernáculo
‘letradura’, acuñado por derivación del latino litteratura.
Desde su aparición en la lengua romance y a lo largo de la Edad Media,
la voz ‘letradura’ fue adquiriendo un amplio abanico de sentidos y gozó de un
auge considerable en el siglo xiii, en
la etapa de fijación del castellano, al convertirse en un importante concepto alfonsí
que aparece recogido con profusión en las obras de la corte del rey Alfonso X
el Sabio con el significado de ‘saber’: con ‘letradura’ se daba a entender el
conocimiento de la lengua latina, la gramática, la oratoria y la escritura. Más
adelante se utilizó también dicho término para designar la producción erudita de
los letrados y, por último, el proceso educativo necesario para alcanzar el saber
letrado. Como los letrados ―los doctos en letras― eran en su mayoría clérigos, ‘clerecía’
y ‘saber letrado’ fueron conceptos sinónimos durante mucho tiempo, hasta que la
letradura se extendió a la esfera laica. En el Libro del caballero Zifar, anónimo del siglo xiv, en los «Castigos del rey de Mentón»,
se lee lo siguiente:
Onde bienaventurado es aquel a
quien Dios quiere dar buen seso natural, ca más vale que letradura muy grande
para saber hombre mantener en este mundo y ganar el otro. Y por ende dicen que
más vale una onza de letradura con buen seso natural, que un quintal de letradura
sin buen seso; ca la letradura hace al hombre orgulloso y soberbio, y el buen
seso hácelo humildoso y paciente. Y todos los hombres de buen seso pueden
llegar a gran estado, mayormente siendo letrados y aprendiendo buenas
costumbres; ca en la letradura puede el hombre saber cuáles son las cosas que
debe usar y cuáles son de las que se debe guardar. Y por ende, míos hijos,
pugnad en aprender, ca en aprendiendo veréis y entenderéis mejor las cosas para
guarda y endrezamiento de las vuestras haciendas y de aquellos que quisiereis.
Ca estas dos cosas, seso y letradura, mantienen el mundo en justicia y en
verdad y en caridad.
De la voz litteratus latina provienen en castellano tanto ‘letrado’, que
significa en la actualidad ‘sabio’ o ‘instruido’, pero también ‘jurista’ y, con
matiz despectivo, ‘persona que habla mucho y sin fundamento’, como ‘literato’,
que se aplica a quien sabe de literatura o se dedica a ella. Existía además un
vocablo latino relacionado, litterator, término
con el que se designaba en Roma a partir del siglo iii a. C. al maestro de primeras letras y lectura, conocido
también como ludi magister (maestro
de juegos), pero al parecer no pasó al castellano (¿podría haber sido ‘letrador’,
‘literador’ o ‘literator’, conservando en las tres posibilidades el sufijo -or, tan habitual en nuestra lengua
para indicar profesión?), aunque el Nuevo
Valbuena o Diccionario Latino- Español (Librería de Mallens y Sobrinos,
Valencia, 1843) traduce dicho término al castellano como «literato, erudito,
que hace estudio y profesión de letras».
Por lo que respecta a la traducción del adverbio litterate, la elección del adjetivo ‘literal’ pretende dar a
entender ‘precisión’, puesto que el adverbio latino significa, según el mismo Nuevo Valbuena, citando a Cicerón como
ejemplo, «doctamente, con erudición y doctrina, con habilidad, como es propio
de un literato» y, de este modo, se conserva la misma raíz latina que aparece
en el texto original de Marciano Capela.
Volviendo a ‘literatura’ y ‘letradura’, desde el siglo xvi la primera había desterrado de tal
modo a la segunda que hace desaparecer el término de diccionarios tan
importantes como el Tesoro de la lengua
castellana o española de Sebastián de Covarrubias (1611) o el Diccionario de Autoridades de la Real
Academia Española (1726-1739). Sin embargo, ‘literatura’, en el sentido de ‘compendio
de obras escritas’, tuvo que librar una batalla más contra ‘poesía’, que se
consideraba un término más adecuado puesto que era el verso el que confería mérito
estético, mientras que la prosa aparecía ligada a la oratoria y la elocuencia.
En los diccionarios de la lengua actuales, ‘letradura’ se recoge como
voz anticuada para literatura y para instrucción en las primeras letras o en el
arte de leer. Esos mismos diccionarios todavía no incluyen los neologismos ‘literacidad’
o ‘literacia’, acuñados en las últimas décadas del siglo pasado para definir el
conjunto de competencias que permiten a una persona recibir información por
medio de la lectura, analizarla y transformarla en conocimiento que después se
consignará por escrito. ¿No podría regresar de su destierro la bella letradura,
letra fuerte, letra aún viva, para luchar contra esos nuevos anglicismos tan
feos como innecesarios?
Larga vida a nuestras palabras vernáculas.
La lengua destrabada
Si te
interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado
por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página
de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que
recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
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