La letra ñ no existía en el alfabeto
latino clásico porque tampoco había el sonido que representa en la actualidad
en nuestro alfabeto castellano. Fue en la evolución del latín vulgar hacia las
lenguas romances cuando empezó a formarse ese sonido de consonante nasal
palatalizada en la pronunciación de tres grupos consonánticos distintos: el
grupo consonántico latino -gn, como
en lignu(m), que pasó al castellano
como ‘leño’, o signa(m), que se convirtió en ‘seña’; el grupo consonántico latino -nn o -mn , como en annu(m), que es nuestro ‘año’ castellano,
somnu(m),
nuestro ‘sueño’, o canna(m), nuestra
‘caña’; y los grupos ni- + vocal o ne -+ vocal, como en el caso de vinea(m)> vinia(m), ‘viña’ o Hispania(m)
>Ispania, ‘España’.
Las diversas lenguas romances en las que surgió dicho nuevo sonido de palatalización
de consonante nasal tuvieron que hallar el modo de representarlo por escrito:
por ejemplo, en francés se acabó eligiendo para ello el grupo gn; en
catalán, el grupo ny; y en portugués, el grupo nh. Pero
la evolución fue lenta. Ciñéndonos al castellano, desde el siglo ix empezaron a convivir en los textos escritos
las tres variaciones posibles (esto es, nn;
gn; ni) para representar el nuevo sonido, pues su uso dependía del lugar de
proveniencia del copista. Aquellos que utilizaban la doble n, siguiendo una tradición amanuense anterior bien establecida de
abreviar esta letra tanto en textos de latín medieval como de castellano
medieval, comenzaron a escribir una sola n
con otra más pequeña sobrescrita. Así surgió la tilde o virgulilla de la ñ. Su generalización como única letra
para representar ese sonido de palatal nasal sobrevino en el siglo xiii debido a la reforma ortográfica de
Alfonso X el Sabio. El uso de la ñ se
fue extendiendo a la par que la ortografía alfonsí, y Antonio de Nebrija ya incluyó
esta consonante con su tilde en su gramática de 1492, la primera del castellano. Con la llegada de la
imprenta se fundieron tipos para representar esta letra con su característica
virgulilla, que variaban dependiendo del impresor y de las fuentes. Sin
embargo, la ñ no ingresó en el
diccionario de la Real Academia Española hasta 1803. Antes de esa fecha, las
palabras que empezaban por ñ aparecían
al final de la entrada correspondiente a la n.
Tampoco se reconoció su entidad independiente en la primera ortografía
académica, la Orthographía española de 1741, donde se afirmaba:
En la N, y la O no se encuentra
dificultad digna de nota para los que escriben. Si á la N en nuestra lengua se le añade una tilde así ñ, es su pronunciación diferente: y á no tener cuidado, puede en lo
escrito variar mucho la significación de las voces, como en moño, y mono.
No obstante, en la segunda edición de esta obra (1754), que ya había
pasado a titularse Ortografía de la
lengua castellana (prescindiendo de las h
etimológicas y utilizando la f), se aprecia un cambio de criterio, puesto
que se declaraba:
En la primera impresión de este
Tratado se dexaron de añadir la ch, la
ll y la ñ, que son letras propias nuestras; pero ahora, reflexionando este
punto, ha parecido que sin ellas está defectuoso el Abecedario; porque ninguna
de las otras representa en lo escrito el sonido que atribuimos á cada una de
estas, y distinguen las voces chasco,
llanto, año, especialmente cuando la diversidad de las letras no consiste
tanto en la figura, como en la diferencia de su pronunciación.
La forma de la virgulilla que corona la ñ fue evolucionando con el paso de los siglos hasta llegar a la
actual ondulada de los tipos de imprenta (~). Pero nunca se llamó ñilde, aunque podría haberlo hecho. Desde
luego, sería un bonito modo de diferenciarla del resto de las tildes.
A comienzos de la década de 1990 se suscitó un gran debate cuando la por
entonces Comunidad Económica Europea solicitó a España suprimir la ñ por
criterios económicos, aduciendo lo costoso que resultaba la fabricación de
teclados de ordenador que la incluyeran. Pero era un asunto fundamental que trascendía
las fronteras españolas y europeas. Entre los que se alzaron para defender nuestra
letra particular se destacó el escritor colombiano Gabriel García Márquez,
quien escribió: «La ñ es un salto
cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una
sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos». El poeta
mexicano José Emilio Pacheco, por su parte, creó su poema «Defensa de la eñe», donde se lee: «Este
animal que gruñe con eñe de uña / es por completo intraducible. / Perdería la
ferocidad de su voz / y la elocuencia de sus garras / en cualquier lengua
extranjera».
La ñ se salvó en los
teclados de los eñehabientes, esto
es, de todos los que compartimos la lengua española en el ancho mundo, y paso a
paso va ganando espacio en internet. Ha pasado a convertirse en el símbolo de
una lengua en la que se comunican hoy cerca de 500 millones de personas.
Hace unos días, paseando por la Costa Quebrada de Liencres (Cantabria)
descubrí una ñ de roca cuya tilde se refrescaba en el mar. Le hice una foto para
dejar constancia.
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