Las barbaridades gramaticales
que a menudo leemos en comentarios de las redes sociales, en entradas de blog,
en periódicos e incluso en libros tienen un sonoro nombre culto: se llaman anacolutos, término de origen griego que
significa ‘inconsecuente’, ‘que no sigue’ (non
sequitur, en la lógica latina), y hace alusión a algún tipo de incoherencia
en una construcción sintáctica. Si se
escribe, por ejemplo, Han publicado una
novela que quien la empieza se libra de la tristeza o Me fascina mucho tu forma de ser o Las bicicletas, por una parte, me gustan, pero también me dan miedo en
las ciudades, se perpetra un anacoluto en cada uno de los enunciados.
El anacoluto presente en Han publicado una novela que quien la
empieza se libra de la tristeza ejemplifica
los abundantísimos producidos por un uso deficiente de los relativos, en este
caso, debido a la falta de concordancia entre el antecedente y el verbo
introducido por que: Han publicado una
novela que libra de la tristeza a quien la empieza a leer sería la
construcción correcta. Si se prescinde del relativo posesivo (que reúne el
valor de relativo de que y de
posesivo de su) cuando es la única
opción válida, también se incurre en un anacoluto: Mi vecino era un arquitecto que, después de la burbuja inmobiliaria, su
despacho entró en quiebra. Lo acertado en este caso, evitando el vulgar ‘quesuismo’, sería optar por: Mi vecino era un arquitecto cuyo despacho,
después de la burbuja inmobiliaria, entró en quiebra. Cuando se omiten las
preposiciones necesarias ante el relativo para marcar su función en la oración
también se produce un anacoluto: La
tienda que te hablé está en aquella calle, en lugar de La tienda de la que te hablé está en aquella calle o Los
ancianos que los preparo la comida están enfermos, en lugar de Los ancianos a los que (o a quienes) preparo la comida están
enfermos.
El segundo ejemplo de anacoluto
citado al principio de este texto, Me
fascina mucho tu forma de ser, compendia todos aquellos en los que se
incurre por calificar con el adverbio mucho
verbos cuyo significado ya se considera superlativo. Por su grado de máxima
intensidad tales verbos no permiten comparación, por lo cual no es aceptable en
buen castellano escribir (ni decir): Nos
encanta mucho vuestra casa (encantar ya
significa gustar mucho). Verbos de significado superlativo
semejante son maravillar, cautivar,
embelesar o hechizar. Anacolutos
relacionados con los que se acaban de citar son los ocasionados por un uso
inadecuado de los verbos llamados ‘afectivos’ ―como gustar, apetecer, atraer, divertir, doler, encantar, fascinar
interesar, molestar, ofender, parecer―, que suelen inducir a error porque
el sujeto gramatical se confunde con el complemento indirecto al contemplarse
como el verdadero sujeto lógico de la oración, puesto que es el
‘experimentador’ que expresa emociones,
intereses, preferencias…. : A mí me gustan las melenas rubias y las pelirrojas
(y no me gusta). A Cristina le duelen los hombros (y no le duele). A mis abuelos un
coche les parece igual que otro (y no les
parecen). El hecho de que con frecuencia el complemento indirecto aparezca
en primer lugar en estas construcciones sintácticas contribuye a su confusión
con el sujeto de la oración.
El tercer ejemplo citado al
principio, Las bicicletas, por una parte,
me gustan, pero también me dan miedo en las ciudades, da pie para analizar
el «cajón de-sastre» de los anacolutos: los que caben dentro de la etiqueta de rupturas
o abandonos de construcciones sintácticas iniciadas, por descuido o
desconocimiento de quien escribe. El resultado son enunciados deficientes sin
un hilo conductor nítido, como ocurre con la oración de las bicicletas: si se
utiliza por una parte, tiene que
especificarse en algún momento por otra:
Las bicicletas, por una parte, me gustan; por otra, me dan miedo en las
ciudades. O bien elegir: Las
bicicletas me gustan, pero también me dan miedo en las ciudades. Consideremos
ahora el enunciado siguiente: Yo que soy
mexicano y vivo en California, al enterarme de que Trump había ganado, me vino
a la cabeza lo ocurrido antes del nazismo. El pronombre personal yo no puede ser sujeto de me vino a la cabeza. Lo correcto sería
expresarlo de este modo: A mí, que soy
mexicano y vivo en California, al enterarme de que Trump había ganado, me vino
a la cabeza lo ocurrido antes del nazismo. Si se desea utilizar yo como sujeto, es necesario cambiar de
verbo: Yo, que soy mexicano y vivo en
California, al enterarme de que Trump había ganado, recordé lo ocurrido antes
del nazismo. Nótese además que la coma detrás de yo (y mí) es obligada
porque con nombres propios y pronombres personales las oraciones de relativo
siempre son explicativas y no especificativas (véase al respecto Cómo construir oraciones de relativo perfectas en este mismo blog).
Al mezclar sin delimitación discurso
en estilo directo e indirecto, surge una discontinuidad (anacoluto), se rompe
la coherencia gramatical, y la sucesión de palabras pierde la coherencia lógica
de pensamiento: La profesora dijo que:
cuando sale del aula, los alumnos se pusieron a gritar y que por eso llamó al
director, y luego se desmaya, así que no recuerda más. El verbo inicial (dijo) marca el tiempo del resto, que
debería componerse, suprimiendo los dos puntos tras que para respetar el estilo indirecto, de este modo: La profesora dijo que cuando salió del aula,
los alumnos se pusieron a gritar y que por eso llamó al director, y luego se
desmayó, así que no recordaba más. Si se recurre al estilo directo, habría
que utilizar comillas para las palabras literales de la profesora, eligiendo
presente o pasado: La profesora dijo:
«Cuando salgo del aula, los alumnos se ponen a gritar y por eso llamo al
director. Luego me desmayo, así que no recuerdo más. O bien se puede optar
por emplear estilo directo e indirecto, pero marcando cada uno con la
puntuación delimitadora correspondiente: La
profesora dijo: «Cuando salí del aula, los alumnos se pusieron a gritar y por
eso llamé al director». Luego se desmayó, así que no recuerda más (o recordaba, según la perspectiva que se
adopte).
Son anacolutos frecuentes,
asimismo, los cambios arbitrarios de voz pasiva a activa en construcciones como
la siguiente: Mi prima fue castigada por
su madre y la obligó a quedarse en su habitación. Puesto que la conjunción
copulativa y debe coordinar elementos
sintácticos semejantes, lo adecuado sería escribir: Mi prima fue castigada por su madre y
obligada a quedarse en su habitación. O también se puede elegir: Mi prima fue castigada por su madre, quien
la obligó a quedarse en su habitación.
Los incisos dentro de una
oración a menudo provocan que el escritor inexperto pierda el rumbo de su
texto, como ocurre en el ejemplo siguiente: El
teatro, además de no llegar a todas las ciudades y pueblos, su función de
entretenimiento ha sido asumida primero por el cine y después la televisión. El
sujeto de la oración va al comienzo y es El
teatro, luego no se puede olvidar después del inciso (además de no llegar a todas las ciudades y pueblos) y utilizar
otro (su función de entretenimiento). Lo
correcto, corrigiendo el anacoluto, sería lo siguiente: El teatro, además de no llegar a todas las ciudades y pueblos, ha
perdido su función de entretenimiento porque ha sido asumida primero por el
cine y después por la televisión. Nótese que se ha añadido además la
preposición por a la correlación primero por, después por.
A pesar de todo lo expuesto, es de justicia terminar con cierta
reivindicación del anacoluto: utilizado a sabiendas por artistas de la palabra,
es un útil recurso estilístico para reflejar habla coloquial y, sobre todo,
para crear en textos literarios el denominado monólogo interior o flujo de
conciencia (por su término en inglés), la corriente de pensamientos o
emociones que expresa un personaje sin participación del narrador. La técnica fue
inventada por un escritor francés de escasa fama, Édouard Dujardin (1861-1949),
quien en 1887 publicó Les lauriers sont
coupés, novela donde la utilizaba con profusión. En su obra posterior Le monologue intérieur (1931), Dujardin lo
caracterizó como el discurso propio de un personaje que nos introduce
directamente en su vida interior sin que el autor intervenga con explicaciones ni
comentarios: es un discurso anterior a cualquier organización lógica, que
reproduce el pensamiento en su estado naciente con frases directas, reducidas
al mínimo de sintaxis:
El
borrador de la noveleta en la que quiero representarme aquel hecho continúa
así: Rebusqué el botón en mis bolsillos; no encontré más que una macuquina de
plata de a medio real. Pasé al estudio. Sobre la mesa me aguarda el papel
escrito por la mujer. Letras grandes, la esquela solfea: ¡Saludos de la estrella-del-norte! Me
abalanzo con el catalejo a la ventana. Escudriño el puerto hasta en sus menores
recovecos. Sobre la plancha de azogue de la bahía no hay rastros de la barca
verde. Entre el Arca del Paraguay y a medio construir desde hace más de veinte
años, las garandumbas y demás embarcaciones pudriéndose al sol, solo tiemblan
los reflejos del agua. Sobre la mesa ha desaparecido también la esquela. Tal
vez la estrujé con rabia y la arrojé al canasto. Tal vez, tal vez. Qué sé yo.
Encuentro en su lugar entre los legajos y las constelaciones, una flor fósil de
amaranto; y entonces se puede seguir escribiendo ya cualquier cosa, por
ejemplo: Flor-símbolo de la inmortalidad. A semejanza de las piedras lanzadas
al azar, las frases idiotas no vuelven hacia atrás. Salen del abismo de la
no-expresión y no se dan paz hasta precipitarnos en él quedándose dueñas de una
realidad cadavérica. Conozco esas frasecitas-guijarras por el estilo de: Nada
es más real que la nada; o Memoria estómago del alma; o Desprecio este polvo
que me compone y os habla. Parecen inofensivas. Una vez echadas a rodar por la
ladera escrituraria pueden infestar toda una lengua. Enfermarla hasta la mudez
absoluta. Deslenguar a los hablantes. Volverlos a poner a cuatro patas.
Petrificarlos en el límite de la degradación más extrema, de donde ya no se
puede volver. Monolitos de vaga forma humana. Sembrados en un carrascal.
Jeroglíficos, ellos mismos. Las piedras del Tevegó ¡esas piedras! (Augusto Roa
Bastos, Yo el Supremo, México, Siglo
XXI Editores, 1979, p. 60).
La lengua destrabada
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Magnífica lección, Carmen. Gracias.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado, Manuel. Muchas gracias por pasarte a leer.
EliminarUn saludo.
Al ver la palabra absoluto, termino nuevo para mi, lei los parrafos. Entonces pensé en Trump y las cantidades de barbaridades envueltas en su discursos sin tener en cuenta sus tweets! Habrá palabra para definir su uso de la lengua?
ResponderEliminarTrump comete abundantes anacolutos al hablar y al escribir, demostrando su escasa preparación intelectual y el gran desprecio que siente por la cultura, entendida en su sentido clásico.
EliminarUn saludo.
Muy interesante Carmen desconocía la palabra y su significado. Escribimos muy mal,supongo por desconocimiento y entradas como la tuya ayudan a mejorar.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por leer este artīculo, Conxita. Me alegro de que te sirva.
EliminarSaludos también para ti.
Me ha gustado la entrada.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Isabel.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ha sido un gozo leerte; además, la misma palabra "anacoluto" es ya un gozo en sí misma.
ResponderEliminarGracias y un abrazo, Carmen.
Muchísimas gracias, Alida.
ResponderEliminarUn abrazo también para ti.
Buenos días, ¿sería también un anacoluto el siguiente ejemplo?
ResponderEliminar"Las ideas las producimos, las pensamos y las discutimos..."
Muchas gracias,
Ignacio
Al colocar el complemento directo al inicio de la oración en el lugar que suele ocupar el sujeto, se hace necesario recurrir a un pronombre personal (las). Más que un anacoluto, es una redundancia, pero está justificada si se desea, o es necesario, resaltar 'las ideas' como elemento primordial y no el sujeto tácito (nosotros). Compárala con la redacción en orden habitual sin hipérbaton: «Producimos las ideas, las pensamos y las discutimos». Desconozco el contexto en el que se utiliza, así que no puedo recomendar un orden u otro. Espero haber servido de ayuda.
EliminarUn cordial saludo.
Estimada Carmen:
EliminarAcabo de ver su respuesta. No debí seleccionar la opción de que me llegase la notificación y me olvidé por completo. Hoy me ha vuelto a surgir la duda y buscando de nuevo por internet he encontrado tu post y mi pregunta con tu respuesta (me había olvidado por completo; he pensado "anda, tengo la misma duda que este chico" y luego me he acordado y me he dado cuenta de que era yo mismo. ¡Cómo están las cabezas!).
He encontrado más información al respecto y, efectivamente, es correcto, cuando se quiere enfatizar el complemento directo, situarlo al comienzo y luego recurrir el pronombre (lo llaman "dislocación a la izquierda").
Muchas gracias por tu respuesta.
Un cordial saludo,
Ignacio
Más información:
https://www.espanolavanzado.com/gramatica-avanzada/272-pasiva-alternativas
https://www.espanolavanzado.com/gramatica-avanzada/1735-repeticion-del-objeto-directo
http://revistas.rae.es/brae/article/view/184/417
http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2079-312X2013000200007
Me alegro de que la duda esté resuelta, Ignacio.
ResponderEliminarUn cordial saludo.