Hace meses escribí en este blog Historias de plagio, artículo en el que
sostenía que no debe considerarse copia una
coincidencia de inspiración entre dos o más autores ni el desarrollo de ideas semejantes
si están expresadas de manera diferente. Menos aún se podrá aducir copia cuando
en las obras en cuestión el punto de partida o la conclusión alcanzada varíen.
Sin embargo, cuando existe apropiación de una creación intelectual ajena para
presentarla como propia se incurre en plagio, que suele ser objeto de censura
ética cuando se descubre y tiene consecuencias legales si se siguen los cauces
establecidos para probar su existencia. Expresado sin rodeos, una persona ―autor,
conocido o desconocido― plagia siempre
que copie o imite al pie de la letra una obra que no le pertenezca y se atribuya
su autoría sin contar con la autorización pertinente. Así pues, es plagio
cuando al escribir se incluyen frases, párrafos, notas o textos literales
completos sin emplear comillas ni indicar de manera clara e inconfundible la
fuente de donde se han obtenido.
El plagio es una lacra más habitual de lo que
se piensa en una sociedad como la nuestra que consiente tantas corruptelas. Las
correctoras y traductoras lo sabemos bien. Aduzco como ejemplo ilustrativo lo
sucedido en fecha reciente mientras preparaba para su publicación una
compilación de artículos académicos presentados en un congreso. Me topé con el
texto siguiente:
En la modernidad clásica e ilustrada, la
auténtica identidad del sujeto se conseguía trascendiendo las pertenencias
particularizadoras, todos los elementos impuestos por el azar que constriñen a
un lugar y a una circunstancia sociocultural. El yo en busca de autonomía
relativizaba las determinaciones extrínsecas para enlazar con lo valioso a
escala universal o al menos general: «Individualidad, subjetividad, humanidad
se consiguen juntas, desde dentro, por la libertad frente a lo que nos
determina». Quizá el último avatar de ese esfuerzo sea la propuesta freudiana
de tomar conciencia de las determinaciones ocultas en la psique a partir de
acontecimientos del pasado para mitigar su imperio y lograr que donde se imponía
el Ello advenga el Yo. También en el terreno político, la entrada en el espacio
público se lograba trascendiendo las limitaciones a que nos somete nuestra
condición privada. Pero desde hace unos años, y cada vez más, vemos producirse
una inversión de este proceso.
Como era de esperar, enseguida me saltaron a
la vista las comillas que no remitían a ningún autor ni texto. Y como es
habitual en estos tiempos de internet, lo primero que hice fue colocar el texto
entrecomillado en Google y pulsar su búsqueda: resultó que las comillas
correspondían a una cita de La religion
dans la démocratie de Marcel Gauchet y, lo más importante de todo, que el
resto del texto se había fusilado al pie de la letra (menos la referencia bibliográfica
omitida) de un artículo de Fernando Savater, La izquierda centrifugada, publicado en El País en 2002. Informado a continuación el autor de lo
descubierto, se le ofreció la opción de citar la fuente o parafrasear, pero
adujo las disculpas consabidas ―poco creíbles― y prefirió suprimir el párrafo
completo de su artículo.
En el caso de cuadros y
tablas es aún más frecuente encontrar plagios. Una de las tareas de las
correctoras es indicar, cuando falten, que es imprescindible consignar las
fuentes: el lugar de donde se han extraído los datos, incluso cuando se trate
de una elaboración propia. Al traducir un texto, es habitual efectuar la denominada 'corrección silenciosa' ―recurriendo a menudo al parafraseo― para subsanar
plagios detectados cuando no es posible ponerse en contacto con quien los ha
cometido.
La palabra ‘plagio’
proviene del latín plagium, a su vez
proveniente del griego plágios, que
significa ‘oblicuo’, ‘desviado’. Con plagium
se designaba en latín la
apropiación fraudulenta de esclavos ajenos o la compra de un hombre libre, a
sabiendas de que lo era, para entregarlo a la esclavitud. Por consiguiente, un plagiarius era un ladrón de esclavos,
alguien capaz de engañar apoderándose de un bien que no le pertenecía. Se atribuye
al poeta satírico hispanorromano Marcial (natural de Bílbilis, actual
Calatayud, siglo I d. C.) la acepción actual de la palabra porque escribió un
epigrama en el que comparaba sus versos con esclavos manumitidos y acusaba de plagiarius (secuestrador) a un poeta
rival por haberlos recitado como si fueran propios. Desde entonces los
plagiarios fueron también los ladrones de la propiedad intelectual al menos en
todo el mundo occidental: en francés y alemán, plagio es plagiat; en ingles, plagiarism;
en italiano, plagio; en portugués, plágio…
La preponderancia de la tradición oral
contribuyó en buena medida a que en el mundo clásico e incluso en la época
medieval el concepto de ‘autoría’ careciera de unos límites bien definidos. Era
frecuente entonces la utilización de textos ajenos para componer los propios,
sobre todo cuando se pretendía poner por escrito hechos históricos o religiosos
y argumentos literarios o filosóficos
que gozaban de cierta divulgación por correr de boca en boca. Además, la copia
a mano de los textos originales para su difusión posterior favorecía esa
autoría desdibujada a la que muchos podían contribuir. Hasta finales del siglo
XV, impulsado por el auge de la imprenta, no surgió el concepto de ‘derechos de
autor’. Se considera que fue la ciudad de Venecia la primera en instituir un
sistema de concesión de privilegios o derechos de monopolio para la impresión
de determinados libros y, debido a sus buenos resultados, poco a poco esta
práctica restrictiva se fue extendiendo hasta convertirse en habitual en la
Europa de los siglos XVII y XVIII. No obstante, estos primeros derechos de
monopolio no tenían nada que ver con el autor de la obra en cuestión: se
trataba de un asunto entre el impresor y el monarca, quienes se distribuían, según
un acuerdo alcanzado, las ganancias generadas por los libros impresos bajo
licencia. Rara vez suponían ingresos añadidos para el autor que había vendido
su obra al impresor; tampoco lo protegían del plagio.
En la actualidad, los derechos de autor ―internacionalizados por su denominación en inglés como copyright― están más o menos normalizados y reconocen además derechos morales a los creadores, entre los que se incluyen recibir reconocimiento público por sus obras originales. El plagio está penado por ley puesto que hurta dicho reconocimiento al autor original. Pero los derechos de autor no son eternos. Cada país establece un plazo más o menos prolongado desde la muerte de un autor durante el cual los herederos recibirán los ingresos que genere la publicación de sus obras. En España la ley actual establece un plazo de setenta años desde la muerte de un autor antes de que su obra pase al dominio público. A partir de ese momento, cualquiera que lo desee la podrá utilizar gratuitamente, pero deberá respetar su derecho moral y su autoría. Ya están al alcance de todos los escritos de Valle-Inclán, García Lorca o Unamuno, por ejemplo, lo cual no significa que esté permitido el trabajo de tijera o el fusilamiento, dos expresiones habituales en nuestra lengua bajo las que se esconde el plagio; esto es, el robo sin paliativos. Que algo sea de dominio público no significa que se permita su apropiación indebida.
En la actualidad, los derechos de autor ―internacionalizados por su denominación en inglés como copyright― están más o menos normalizados y reconocen además derechos morales a los creadores, entre los que se incluyen recibir reconocimiento público por sus obras originales. El plagio está penado por ley puesto que hurta dicho reconocimiento al autor original. Pero los derechos de autor no son eternos. Cada país establece un plazo más o menos prolongado desde la muerte de un autor durante el cual los herederos recibirán los ingresos que genere la publicación de sus obras. En España la ley actual establece un plazo de setenta años desde la muerte de un autor antes de que su obra pase al dominio público. A partir de ese momento, cualquiera que lo desee la podrá utilizar gratuitamente, pero deberá respetar su derecho moral y su autoría. Ya están al alcance de todos los escritos de Valle-Inclán, García Lorca o Unamuno, por ejemplo, lo cual no significa que esté permitido el trabajo de tijera o el fusilamiento, dos expresiones habituales en nuestra lengua bajo las que se esconde el plagio; esto es, el robo sin paliativos. Que algo sea de dominio público no significa que se permita su apropiación indebida.
Quien plagia demuestra su escasa talla
intelectual y ética. La mayoría recordamos a profesores mediocres que se
aprovechaban del trabajo de sus alumnos y subalternos; también a compañeros de
estudios que jamás compusieron una línea original. A todos ellos debería
costarles caro.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Hola Carmen,
ResponderEliminarMe ha gustado tal y como lo has explicado. Es cierto que casi todo está inventado pero hay otros que lo han dicho antes, si se utiliza al menos citarlos correctamente.
A veces puede pasar que se acaben incorporando frases que se usan habitualmente y se puede perder un poco quién fue el autor, aunque es cierto que no son copias literales sino que uno acaba haciendo su interpretación y entiendo que esto no sería un plagio.
Saludos
La utilización de refranes, frases hechas y, en líneas generales, expresiones que son de uso común y extendido no se considera plagio, a no ser que se copien de un texto donde un autor les ha conferido un sentido especial. Los plagios suelen estar bastante claros cuando existen: copia literal de textos sin entrecomillar ni citar fuente. A veces, en el corta y pega, se copian hasta las erratas.
EliminarUn saludo, Conxita
Excelente artículo, Carmen. Ya que mencionas el plagio de algunos profesores a sus alumnos y subalternos, creo que te has olvidado de otro muy común, incontrolable y masivo: el que practican muchos jefes con el trabajo de sus empleados, que se suele expresar con un «se ha colgado la medalla» de mi informe/presentación/proyecto/idea...». Aunque, quizá, esta circunstancia se asemeje más a la de los «negros», los «ghost writers» que escriben en la sombra para el lucimiento de otros, renunciando así al reconocimiento de su obra a cambio de un estipendio.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus artículos —siempre interesantes; siempre muy bien escritos— y enhorabuena.
Pues sí, Jaime, por desgracia, el trabajo intelectual está tan devaluado que se plagia en todas partes, a veces incluso sin tener conciencia de que se está haciendo, pero otras con conocimiento de causa, a sabiendas de que saldrá gratis. Una pena.
EliminarGracias por pasarte a leer. Un saludo.