jueves, 4 de octubre de 2018

Atardeceres de lavanda: Brihuega



lavanda Brihuega
«La Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir. Yo anduve por él unos días y me gustó. Es muy variado, y menos la miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo: trigo, patatas, cabras, olivos, tomates y caza. La gente me pareció buena; hablan un castellano magnífico y con buen acento y, aunque no sabían mucho a lo que iba, me trataron bien y me dieron de comer, a veces con escasez, pero siempre con cariño», escribió Camilo José Cela en la dedicatoria de su libro de viajes en 1948. 

A esta viajera también le gusta La Alcarria del siglo xxi, esa comarca natural, famosa sobre todo por su miel y su queso, que abarca buena parte del centro y sur de la provincia de Guadalajara y el noroeste de la provincia de Cuenca ―ambas pertenecientes a Castilla-La Mancha―, así como el sureste de la Comunidad de Madrid. Hasta casi finales del siglo xx, los  mieleros ambulantes, tocados con boina negra y vestidos con un ancho blusón, abandonaban la comarca para recorrer la Península Ibérica pregonando a los cuatro vientos: «¡Miel y queso de La Alcarria! ¡A la rica miel!».  

La abundancia de plantas aromáticas como el romero, el tomillo y el espliego o lavanda posibilitan la apicultura de la que resulta  esa miel. Caracterizan el paisaje de la comarca los ríos y arroyos que moldean valles y vaguadas, quebrando el páramo. Solo en su parte occidental ―dentro de la Comunidad de Madrid— y en el oeste de la provincia de Guadalajara se mantiene una densidad de población creciente por su cercanía con la villa de Madrid, capital del reino. El resto de la comarca, a pesar de su belleza paisajística, languidece y va despoblándose. Está envejeciendo. Forma parte de esa España interior tranquila, casi vacía que, estando tan cerca del bullicio urbano, se conserva como un remanso de paz, un territorio virgen al que no llegan las hordas de turistas.

Y, sin embargo, a la comarca no le faltan méritos: como dice Cela, «es un bonito país al que a la gente no le da la gana ir».  Por desconocimiento, probablemente. La  mayoría de los pueblos guardan imponentes edificios de piedra que hablan de tiempos mejores, antiguos. Castillos, murallas, palacios, iglesias de mérito salpican el paisaje. Hablan de la próspera Edad Media.

Uno de esos pueblos de pasado ilustre es Brihuega. Enclavada en el valle del río Tajuña, a 33 kilómetros de Guadalajara y 93 de Madrid, se la conoce como el Jardín de La Alcarria. Conserva la muralla del siglo xii con tres puertas originales y un espléndido casco antiguo, de piedra, con iglesias y plazuelas que alegran la vista; están la fuente de los doce caños, los antiguos lavaderos y una Fábrica Real de Paños que ya no fabrica nada, pero que conserva un jardín romántico, colgado sobre un altozano, que mira a la fértil vega del Tajuña, el castillo de la Piedra Bermeja y el Museo de Miniaturas.

Apunta Cela en su libro de viajes que Brihuega «tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro». Puede que así fuera en los tristes años de posguerra. Ahora Brihuega es del color de la lavanda. Huele a lavanda y espliego, que florecen de junio a agosto. Es una experiencia inolvidable visitar las más de 1000 hectáreas de campos de lavanda florida, lista para la cosecha, a finales de julio. En el momento en que las suaves colinas se tiñen de ese color brillante que va del azul liláceo al morado, Brihuega se engalana para celebrar su cada vez más famoso festival de verano.

La puesta de sol es el mejor momento para visitar los campos de lavanda. Miles de abejas laboriosas polinizan las plantas, volando de flor en flor, y su zumbido resuena poderoso, sobrecogedor. Al principio impone adentrarse en los coloridos surcos vegetales; luego, cuando se comprueba que las abejas están a lo suyo y no atacan si no son molestadas, nadie se resiste a avanzar paso a paso para tomar magníficas fotos que sirvan de recuerdo.

El Festival de la Lavanda congrega a mucha gente y las entradas para sus conciertos en medio de los campos floridos al atardecer se agotan enseguida. Pero la visita a los campos es libre a cualquier hora y siempre merece la pena contemplar como la luz del sol va cambiando las tonalidades de la lavanda floral.


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2 comentarios:

  1. Oh qué precioso Carmen. No lo conozco y me han entrado unas ganas enormes de hacer una visita. Por tus letras entiendo que recomiendas la la visita en julio cuando la lavanda está a punto de ser recogida, lo apunto.
    Las fotos preciosas.
    Saludos

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    Respuestas
    1. Brihuega es bonita en cualquier estación del año, Conxita. Pero, en efecto, para visitar los campos de lavanda floridos, el momento mejor es a finales de julio y comienzos de agosto.
      Gracias por pasarte a leer.
      Un saludo.

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