A
la memoria de Manuel Pérez Cabezas de Herrera
Me crié en el campo manchego entre mis cinco hermanas
y mi hermano. Nuestra casa siempre repleta recibía las visitas de primos y
amigos, y no recuerdo que durante la infancia quedara mucho tiempo para el aburrimiento.
Cuando hacía malo y no podíamos salir a jugar, mi madre nos proponía a veces hacer
el disco de la risa. Ella empezaba, ja, ja, ja, y al poco todos nos íbamos
uniendo en un coro de risas cantarinas, ja, ja, ja, je, je, je, jo, jo, jo, hasta
llegar a las carcajadas que nos desternillaban, que nos mondaban, que nos
partían, sin poder parar, y se nos acababan saltando las lágrimas de tanto reír.
Hoy esto se conoce como risoterapia, y hay
especialistas que organizan actividades guiadas para enseñar a la gente a
reírse y aprovechar sus beneficios. Al parecer, nos reímos una media de veinte
veces al día pero cada vez menos según nos vamos haciendo viejos. Dicen que la
risa es un medicamento al alcance de cualquiera que sirve para todo tipo de
enfermedades, ya sean físicas o psíquicas, y también que los beneficios
obtenidos varían según la manera de reír.
Si nos reímos ja, ja, ja, relajamos la parte
superior del tronco; con la risa je, je, je se relaja la parte del cuello; ji,
ji, ji, la risa de las brujas y de los niños cuando hacen alguna travesura,
estimula la circulación de la sangre del cuello hacia la cabeza, con lo que parece
que se fomenta la creatividad y la intuición; los que se ríen como Papá Noel,
jo, jo, jo, relajan los músculos que se concentran desde el plexo solar hacia
arriba; ju, ju, ju es la risa estimulante de las hormonas y los órganos sexuales,
la risa secreta de los amantes, y tal vez por ello la que menos se escucha en
público. ¿Será todo esto verdad?
Lo que sí es cierto sin duda es que desde antiguo se
conocen los beneficios de la risa: se sabía, por ejemplo, que un bufón era
mejor remedio que muchas de las pócimas, y en los opíparos banquetes de los ricos
se solía contar con sus bromas para ayudar a hacer una buena digestión. Hasta
el obseso Freud admitió que la risa, sobre todo la carcajada, libera la energía
negativa. La gente que ríe es más feliz.
Sin embargo, también hay risas feas, risas de
conejo, risas que hacen daño, que pueden llegar hasta a matar. Todos las
conocemos y las hemos sufrido alguna vez en nuestras vidas. Por suerte, de esas
risas sardónicas también aprendemos a defendernos cuando vamos creciendo y acaban
resbalándonos.
Las risas de la casa de mis padres es uno de los
recuerdos más vívidos de mi infancia y juventud. Crecimos riendo y cantando.
Cantábamos a gritos para disgusto de mi padre, que se quejaba de que se nos
escuchaba desde la carretera que pasaba cerca. Nos reíamos por todo, de puro
aburrimiento, comentan algunas de mis hermanas, porque cuando llegó la
adolescencia vivir en el campo dejó de ser divertido y mirábamos con arrobo esa
carretera general que más tarde nos separaría a todos en distintos destinos.
Yo procuro reírme hasta de mi sombra a mandíbula
batiente, encontrar un resquicio para la alegría hasta en los momentos más
difíciles. A veces cuesta, pero siempre hay que intentarlo: esbozar una sonrisa
aunque la lágrima pugne por prevalecer. Y creo firmemente que la risa me ha
salvado muchas veces de caer en la desesperación y la depresión cuando no
parecía haber esperanzas. Reír entre lágrimas, pero reír al fin.
Río sobre todo cuando tengo la suerte de reunirme
con mis hermanas y hermano, pues vivimos en distintas ciudades y hasta
continentes. En esas contadas ocasiones, nuestros hijos se preparan para lo que
siempre sucede y que ellos llaman el aquelarre: risas y más risas aunque haya
desgracias que llorar; risas y más risas recordando el pasado, risas y más
risas evocando los chistes absurdos tipo La
Codorniz que en otro tiempo nos provocaban carcajadas: «Don Ifigenio, don
Ifigenio, que tiene usted un solo ojo». «Qué dices, so tonto, es que me estás
mirando de perfil». Y en medio de las risas están con nosotros nuestros seres
queridos que ya partieron, con las risas los abrazamos y los mantenemos vivos en
nuestros corazones. Con las risas nos unimos todos de nuevo.
Sonría, por favor, se nos pide a menudo. Pero eso es
muy poco: seamos realistas y pidamos lo imposible. Finalizo esta entrada sobre risas
pidiendo carcajadas. Ríe, no te cortes, ja, ja, ja, je, je, je, ji, ji, ji, jo,
jo, jo, ju, ju ju…riéte como quieras pero ríe, por tu bien y el de los demás, ríete
de las adversidades y sobre todo de ti mismo. Bien dice un proverbio antiguo: «afortunado
es el hombre que se ríe de sí mismo pues nunca le faltará motivo de diversión».
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Preciosa entrada, Carmen. Seguro que me volverá a la memoria en más de una ocasión.
ResponderEliminarUn saludo.
Me alegro muchísimo de que te haya gustado la entrada. Va dedicada a una persona muy especial en la vida de toda mi familia. Un saludo también para ti, Mayte.
EliminarMuy bonito, Carmen, y qué envidia me das. Yo no recuerdo las risas, aunque mi madre me asegura que mis hermanos y yo nos reíamos mucho de niños. Pero sí me pasa, como a ti, que en momentos de total desesperación, me da primero por reír y luego ya lloro. Es algo que también he visto en otras personas, ¿por qué será? Instinto de supervivencia quizás.
ResponderEliminarA ver si nos vemos y echamos unas risas, nos decimos los hermanos y los amigos cuando hablamos. Para nosotros la risa siempre ha sido un elemento esencial en nuestras vidas y un escape en las desgracias que nos han sobrevenido. No sé si será instinto de supervivencia, Carmen, pero siempre he sentido esa necesidad perentoria de buscar algo de optimismo para resistir los golpes duros.
ResponderEliminarSin embargo,la risa no siempre se comprende: por reírnos en ocasiones en las que se supone que no era lo apropiado nos han mirado con asombro disgustado o incluso nos han llegado a echar de clase cuando todavía íbamos al colegio. Sobre todo a mi hermana mayor, que tiene una risa de lo más contagiosa. A pesar de los pesares, aún nos reímos, y seguiremos haciéndolo mientras el cuerpo aguante. Un beso, tocaya.