Vivo en la Posibilidad –
Más bonita casa que la Prosa –
Con muchas más ventanas –
Superior – por las Puertas –
Emily Dickinson (la traducción es mía)
Esta entrada comienza con un intencionado sesgo de género cuyo objetivo es poner de manifiesto que al menos durante la segunda mitad del siglo XX y la primera década del siglo XXI, las mujeres predominan en muchas de las labores relacionadas con la edición de libros. ¿Y qué es una editora? El Diccionario de la RAE recoge en su tercera acepción: «m. y f. Persona que publica por medio de la imprenta u otro procedimiento una obra, ajena por lo regular, un periódico, un disco, etc., multiplicando los ejemplares»; la cuarta acepción añade: «Persona que edita o adapta un texto». Parece que ninguna de las dos definiciones se ajusta por completo a la imagen de la editora ideal, pendiente de lo que su autor escribe, que suele aparecer en películas y novelas, y más bien se refieren al dueño o director de una casa editorial o incluso imprenta, o al estudioso que publica la obra de un autor más antiguo con un análisis y notas propias añadidos.
La editora que sueñan muchas autoras noveles apenas ha existido en el mundo editorial hispanohablante y proviene —cómo no— del mundo anglosajón, donde publishing es la casa editorial y editor quien lee, corrige y prepara el libro. Editora: suena elegante, ¿verdad? Pues es un anglicismo más. Nosotros empleábamos otra terminología: cuando yo me inicié en México, fui primero correctora de galeradas con atendedor, después correctora de pruebas, a continuación correctora de estilo y, por último, técnica editorial y técnica académica. En una de las editoriales para las que trabajé, en la página de derechos de autor se añadía «edición al cuidado de» con el nombre de la técnica editorial o académica que supervisaba y al menos hacía dos correcciones de pruebas del libro en cuestión. En España la terminología era similar, así como la manera de hacer los libros. Las editoriales más grandes estaban divididas en áreas temáticas a cargo de un responsable, que contaba con un equipo de lectores y correctores, y había además directores de colecciones.
Pero todo eso es el pasado. Ahora, gracias al desarrollo informático que agiliza la edición, los departamentos editoriales se han reducido al máximo: prima la externalización de tareas, como en todas partes. Y la editora ideal, esa rara avis a punto de desaparecer si es que alguna vez existió, elige los libros que va a publicar atendiendo a un proyecto editorial establecido que pretende lograr máximos rendimientos económicos. No nos equivoquemos: en nuestro mundo capitalista, la mayoría de las editoriales son, como el resto, empresas dedicadas a obtener beneficios y solo publican lo que no presenta riesgos (aunque a menudo se equivoquen). ¿Cómo eligen sus novedades las editoras de nuestro país? Hay diversos caminos, pero los más habituales son:
· La traducción de obras que ya han triunfado en el mercado anglosajón, francés, italiano o nórdico (o también en algún país más periférico, pero pasando por el tamiz anglosajón).
· Nuevas obras de autores ya consagrados.
· Obras de personajes famosos con repercusión mediática.
· Obras de una minoría de autores nuevos presentados por agentes literarias y respaldados por informes de lectura y mercado positivos.
· Obras ganadoras y finalistas de algún premio (que —oh, sorpresa― siempre consigue un autor de cierta fama o un personaje conocido de los medios).
· Obras de un número muy reducido de autores desconocidos e independientes que destacan por su calidad o posibilidades de mercado, propuestos por directores de colecciones y respaldados por informes de lectura positivos.
Cada día llegan a las editoriales multitud de originales, y hay que hacer una selección preliminar. Los que remiten agencias literarias reconocidas con una buena sinopsis y análisis tienen más posibilidades de pasar a las manos de un lector profesional, que dará su veredicto en un informe de lectura. Los originales de autores independientes parten con desventaja y solo si la presentación es excelente y el texto interesa se tendrán en cuenta para su valoración. El resto, con deficiencias más o menos importantes, suele rechazarse sin ningún remordimiento.
En los concursos ocurre lo mismo: se contrata a un equipo de lectores profesionales y se les da una guía de lo que deben buscar en los originales. Lo que no se ajusta se desecha. Por lo general, se lee el primer capítulo; si no está mal, otro del centro y el final. Solo un número de originales muy reducido acaba siendo leído por los miembros del jurado que otorgarán el premio.
El informe de lectura que se entrega a una editora no es una crítica literaria, sino un texto razonado en el que se le ofrece la información necesaria para que valore si merece la pena publicar el texto al que se refiere. En líneas generales, recoge el título de la obra, el nombre del autor y el número de páginas; realiza una sinopsis del argumento, pormenorizando tramas, personajes y circunstancias que haya que tener en cuenta; analiza cómo se han creado los personajes y la fuerza de cada uno en el argumento; destaca los temas principales y los secundarios; juzga la prosa, exponiendo el tipo de lenguaje, las técnicas empleadas, los posibles fallos, etc.; especifica el público al que va dirigida, el nicho de mercado y, por último, realiza una valoración razonada de los aspectos positivos y los negativos para recomendar o no su publicación. Como cabía esperar, la mayoría de los informes, por un motivo o por otro, son negativos.
Sin embargo, cuando son positivos, la editora lee el original y lo comenta con la autora. Por lo general, sugiere algún cambio menor que se suele consensuar. Es entonces cuando llega a la correctora de estilo, que pule la sintaxis, corrige errores ortográficos, evita repeticiones, cacofonías y, en general, recomienda variaciones que la autora tiene que evaluar. La corrección de estilo es una labor ingrata y cada vez peor pagada que muy pocos aprecian. En esta entrada antigua pero muy vigente del blog Miserias literarias se explica la profesión y hay algunos comentarios reveladores. Yo añadiré que sé por experiencia que hasta los mejores escritores necesitan que otros ojos expertos vean lo que ellos no han visto y aporten soluciones a pequeños (o no tan pequeños) errores. Para ser justos, debo señalar también que, entre los autores consagrados, los hay que agradecen sinceramente las aportaciones de las correctoras: nunca olvidaré la sencillez de Mario Benedetti y la cordialidad con la que nos trató a mi compañera de corrección y a mí, muchos años atrás, cuando aguardábamos nerviosas una reprimenda al saber que nos había mandado llamar después de recibir las pruebas de imprenta que nosotras habíamos marcado meticulosamente. (Si no la habéis leído, aprovecho para recomendar su magnífica novela La tregua.)
Así pues, cabría concluir que una editora y el equipo que la rodea y auxilia realizan en esencia una labor de filtro y mejora para que lleguen al mercado solo los libros que merece la pena leer. ¿Es esto cierto? ¡No, claro que no! En primer lugar, nadie es infalible y, en segundo lugar, a veces priman consideraciones que nada tienen que ver con la calidad literaria. ¿Por qué, si no, se convirtió en betseller una novela tan mediocre y vulgar desde todos los aspectos analizables como La catedral del mar?
El sector editorial, acosado por la piratería, está sufriendo doblemente la crisis que nos azota y ha reducido su producción. Lo he padecido en carne propia. El tiempo libre del que dispuse el año pasado me permitió escribir la novela La historia escrita en el cielo y terminar un proyecto que ya tenía avanzado, Nada del otro jueves, ambas autoeditadas en Amazon. Esta plataforma digital, al igual que las demás existentes, ofrece una oportunidad a quienes son rechazados por las editoriales o ni siquiera han intentado la vía de publicar en papel. Por su parte, las editoriales tradicionales se sienten amenazadas, y grupos tan importantes como el francés Hachette no dudan en defender su negocio de intermediación en un documento que se filtró a los medios. Pero son muchos los que se alegran de la desaparición de intermediarios en su trato con el lector final y vaticinan la muerte por inanición de las editoriales y, con ellas, de las editoras, sean ideales o no.
Yo espero que se acabe llegando a una convivencia más o menos pacífica y recomiendo la lectura del artículo «¡Mueran los heditores!» del escritor Luisgé Martín. Llevo meses (pocos todavía) analizando los libros digitales autoeditados en Amazon.es y mi conclusión empieza a ser clara: muy pocas obras se salvan de errores (muchos de ellos, graves) y pueden considerarse publicaciones profesionales. He comprendido por qué algunas escritoras que están logrando éxito de lectores añoran a esa editora ideal que da título a esta entrada. Y creo que tienen razón: esa editora/correctora de estilo les ayudaría a ver lo que ellas (ni sus allegados) han visto y a mejorar su escritura. Más adelante, cuando lo desentrañe, intentaré desvelar por qué obras tan malas ocupan puestos destacados en las listas de más vendidos. ¿Nos estamos haciendo trampas en el solitario? A la larga, ¿no será un comportamiento perjudicial?
Dejo como final de esta entrada algunos consejos para quien los quiera aceptar. Si yo fuera tu correctora de estilo, empezaría por pedirte que definieras quién deseas que sea tu público lector. Después te preguntaría si conoces las reglas ortotipográficas fundamentales y te aconsejaría cómo ponerte al día. Te recomendaría algunas lecturas de novelas imprescindibles y te pediría que las leyeras con papel y lápiz. Por último, analizaríamos juntas tu forma de escribir, señalando fortalezas y debilidades, así como modos de mejorar. Como colofón, te revelaría que la mancha de la página también es importante: nunca muy cerrada; nunca muy abierta.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.