En esta era de lo fake o falso en castellano directo, sin adornos de anglicismos, es habitual encontrar en escritos periodísticos, pero incluso en libros más sesudos, citas adulteradas a fin de obtener el efecto que se pretende o atribuciones erróneas, que a menudo acaban consiguiendo un plácet casi unánime a fuerza de repetirse. Acabo de toparme con un ejemplo de falsa atribución en un interesante libro que estoy leyendo, La edad de la penumbra, de Catherine Nixey, que trata sobre la destrucción paulatina del mundo clásico a medida que se fue implantando el cristianismo. En este caso, el error se debe sin duda a la repetición constante de la cita durante más de un siglo sin cotejar la certeza de su procedencia.
Comencemos por partes y en orden.
En todo escrito, las citas de pensamientos ajenos constituyen un pilar de
autoridad: su inclusión responde a la necesidad de fundamentar lo que se afirma
o de argumentar lo que se intenta contradecir. Siempre han de estar
justificadas, por tanto, y deben ser un apoyo y no el núcleo del trabajo, salvo
cuando este consista en un estudio crítico de documentos originales.
Para citar conviene tener presentes
tres consideraciones: 1) la extensión de la cita debe ir en consonancia con la
importancia de lo citado para el texto que se escribe; 2) la abundancia de
citas, su extensión y el objetivo del texto determinarán si se recurre a la
cita directa o a la paráfrasis; 3) es fundamental comprobar la exactitud de lo
citado a fin de evitar malentendidos.
La cita que aparece en el libro
que estoy leyendo es la siguiente: «Estoy en desacuerdo con lo que
dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo». Esta aserción
sobre la libertad de expresión se convirtió en un aforismo que se ha atribuido
a innumerables hombres ilustres desde finales del siglo xix hasta la actualidad. Quienes, como hace Nixey en su libro,
lo asocian con Voltaire son los que más se acercan, aunque no brotó
directamente de su boca, sino de la pluma de una mujer, la escritora y traductora británica Evelyn
Beatrice Hall (1868-1956), que escribió bajo el seudónimo masculino de Stephen
G. Tallentyre. Ella fue la autora de un famoso libro, The Friends of Voltaire, donde recogía la vida y las relaciones
mutuas de diez hombres coetáneos de François-Marie Arouet, más conocido
como Voltaire. En el capítulo dedicado a Claude-Adrien Helvétius (1715-1771), al
exponer la persecución sufrida por el filósofo a causa de su libro De l’Esprit (Sobre el espíritu, 1758), que fue quemado en la plaza pública, Hall
escribió:
Lo que el libro jamás
podría haber alcanzado por sí mismo o por su autor, lo logró para los dos la
persecución que sufrieron ambos. De
l’Esprit no solo se convirtió en el éxito de la temporada, sino en uno de
los más famosos libros del siglo. Los hombres que lo habían aborrecido y que no
sentían un aprecio particular por Helvétius ahora hicieron piña a su alrededor.
Voltaire le perdonó todas las injurias, intencionadas o no. «¡Cuánto humo por
unas simples pajas!», había exclamado cuando escuchó hablar de la quema. ¡Qué
abominablemente injusto era perseguir a un hombre por semejante nadería! «Estoy
en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
expresarlo», fue su actitud entonces. (Tallentyre, 1906: 198-199. La traducción
del inglés es mía).
Así pues, acudiendo a la fuente, se comprueba el error de atribuir a Voltaire unas palabras escritas por Hall para describir su postura más de un siglo después de los hechos acaecidos. Y qué casualidad que fuera una mujer quien creó este aforismo de uso tan extendido y que escribiera bajo un nombre masculino.
Sobre citas y su composición ya escribí hace tiempo una entrada extensa en este mismo blog, cuya lectura recomiendo como recuerdo o ampliación de conocimientos al respecto: Aprender a citar.
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Qué interesante. ¡Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, bisílaba, por tu comentario.
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