viernes, 3 de marzo de 2023

La tilde sobre el adverbio solo y los demostrativos: estado de la cuestión

Comencemos esbozando un marco histórico: ¿de dónde procede la tilde o acento ortográfico que se utiliza en el castellano actual? En latín, la lengua madre, no se escribían tildes sobre las palabras, pero sí en griego, y se piensa que de ahí, a lo largo del siglo xv, fueron pasando sus acentos escritos a lenguas romances como el francés, el italiano o el español. Los tres acentos griegos (agudo, grave y circunflejo) eran musicales: marcaban variaciones de tono (elevación o depresión), pero no de intensidad de voz. En castellano, sin embargo, la escritura de un acento sobre cierta vocal no parece haber causado variaciones de pronunciación: desde el comienzo, el acento gráfico o tilde fue de intensidad y se limitó a señalar la posición de la sílaba tónica que se resaltaba al hablar. Pero las reglas de uso eran confusas, y los gramáticos y ortógrafos castellanos diferían acerca de su utilidad, motivo por el cual tardó siglos en sistematizarse en la escritura.

 Los más destacados autores de nuestra tradición gramatical dedicaron tiempo y esfuerzo a describir y explicar los acentos: Antonio de Nebrija, en Gramática de la lengua castellana (1492: 138), defendió la existencia en castellano de dos acentos simples, el agudo y el grave, más tres acentos compuestos en el caso de los diptongos y triptongos: «deflexos, inflexos y circunflexos» los llamó.  Por su parte, Gonzalo Correas, en Arte de la lengua española castellana (1625: 262), censuró la introducción en la lengua castellana de esos tres acentos y puntualizó que no había más que uno: «No crean el error viejo de los Griegos, qe dieron tres, agudo, grave i zircunflexo: de donde los tomaron los Latinos i demás, sin recato á carga zerrada, qe ni tal hubo, ni pudo haber en la naturaleza de las palabras; sino qe fué invenzion escusada de Gramáticas, qe con la antigüedad cobró fuerza, no siendo hasta agora advertida ni refutada por nadie». Con todo, Correas no dudaba de la utilidad de este único acento gráfico para evitar vaguedades en la escritura: «i aun en nuestros libros si topamos nonbres peregrinos, i estraños de las Indias, ú otras partes, dudamos el azento en ellos. Por esto i para quitar la anbiguedad de algunas palavras, i personas i tienpos de los verbos, será de gran perfezion ponerle, siquiera en los libros de molde, i de mucho alivio para los estranxeros que estudian nuestra lengua, i zerteza del para los siglos venideros» (Correas, 1625: 260).

A comienzos del siglo xviii todavía perduraba la polémica respecto de los acentos gráficos. En el «Discurso proemial de la orthographía» con el que comenzaba el primer Diccionario de la lengua castellana (1726),  que suele considerarse el primer intento de sistematización y fijación del uso de la tilde, se aseveraba: «En la Léngua Castellana el circunflexo, que se forma assi ^, no tiene uso alguno, y si tal vez se halla usado por algún Autór, es sin necesidad, porque no sabemos yá el tono que los Romanos usaban y explicaban con este accento. En nuestra Léngua los acentos no sirven para explicar el tono, sino para significar que la sylaba que se accentúa es larga».  Fue a mediados de ese mismo siglo, en la Orthographía española publicada por la Real Academia Española (1741), cuando se realizó la primera descripción pormenorizada y completa de los acentos (así como de la puntuación). De este modo, la ortografía abandonó su carácter de simple «tratado de las letras» para convertirse en un estudio acabado de la escritura en el que se otorgaba la misma importancia a cada uno de sus aspectos.

En líneas generales, entonces se establecieron las pautas que, recogiendo el hecho ya ampliamente constatado de que el acento castellano se basaba en la intensidad, fueron evolucionando hasta que en 1880 se consensuaron las tres reglas fundamentales sobre la acentuación de las palabras (divididas en agudas, llanas y esdrújulas) y se estableció el valor diacrítico del acento gráfico en el caso de palabras homógrafas, esto es, de igual escritura, asunto del que ya habían escrito los ortógrafos renacentistas. La doctrina ortográfica de la Real Academia a partir de ese momento solo presentó variaciones de detalle (se modificó, por ejemplo, la regla de atildamiento de los monosílabos á, é, ó, ú para reducir el uso de tilde solo a la ó entre cifras; tilde que años después también se suprimió), hasta llegar a la Ortografía de 2010, en la que se continuó simplificando las reglas de acentuación que causaban polémica (como en el caso del adverbio solo o los pronombres demostrativos este, ese y aquel). Hoy, a comienzos de marzo de 2023, todos los periódicos anuncian la novedad de que la Real Academia Española desiste de su intento de simplificación y convierte en voluntario ―no en obligatorio― la colocación de la tilde sobre el adverbio solo y los demostrativos pronominales cuando exista equívoco en su interpretación.

¿Qué es lo que ha ocurrido? Atendiendo a las normas generales de atildamiento, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta, esa y aquella, más sus respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal, no aceptarían tilde por ser palabras bisílabas llanas terminadas en vocal o en -s, y aquel, por ser palabra bisílaba aguda acabada en consonante distinta a -n o -s.  ¿Por qué se había venido escribiendo un acento gráfico sobre ellas? Se trata de una tilde diacrítica o diferenciadora, cuyo cometido ortográfico es distinguir entre palabras tónicas y átonas que son formalmente idénticas (como qué y que; cómo y como; aún y aun, por poner unos ejemplos). Sin embargo, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta, esa y aquella, más sus respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal, son todas palabras tónicas y, por consiguiente, la distinción entre categorías gramaticales (adverbio o adjetivo; determinante adjetival o pronominal) que hasta la Ortografía de 1999 se establecía entre ellas para recomendar el uso de la tilde diacrítica en supuestos de ambigüedad era incongruente. La Ortografía académica de 2010 quiso corregir tal anomalía por considerarla superflua y porque propiciaba innumerables errores, que se siguen dando: es frecuente, por ejemplo, ver escrito éstas últimas o el coche aquél, cuando se trata de determinantes adjetivales, que jamás deben llevar tilde, y no de pronombres, o hagamos ésto, cuando las formas neutras jamás aceptan tilde. La Real Academia, para abogar por la supresión de la tilde diacrítica, adujo como justificación de fácil comprobación que la mayoría de los casos de posible ambigüedad quedarían resueltos por el contexto comunicativo, una puntuación conveniente y un buen orden de redacción, incluso en los ejemplos más rebuscados que suelen aportarse: ¿Por qué aquellos compraron libros usados?/ ¿Por qué compraron aquellos libros usados? Dijo que mañana contestará esta / Dijo que esta mañana contestará.

Sin embargo, esta pretendida simplificación de tildes, en aras de generalizar una mejor ortografía, se topó desde el comienzo con una contestación popular que no ha amainado. Transcurrida más de una década desde la publicación de la Ortografía, las quejas siguen como el primer día, e incluso destacados escritores han hecho bandera de conservar esta tilde diacrítica, sobre todo en el caso del adverbio solo. Por tanto, la Real Academia Española parece haberse rendido y ha regresado a la recomendación, que no obligación, de coronar el adverbio solo y los demostrativos pronominales con acento gráfico cuando, a criterio de quien escribe, haya posibilidad de ambigüedad.

¿Qué cambia entonces? A mi entender, la situación continúa siendo la misma. Se seguirán escribiendo tildes por costumbre y se seguirán escribiendo mal. A quienes se dedican a la corrección de textos les seguirán llorando los ojos al ver atildados erróneamente los pronombres neutros esto, eso y aquello;  los demostrativos adjetivos que se posponen al nombre: la niña aquella; los libros esos; bonita experiencia esa; y, sobre todo, el demostrativo cuando es antecedente, sin coma, de un relativo: Soy aquel que esperabas. Aquellos que corren son mis hijos. Porque pocas personas leen manuales de estilo u obras de consulta como el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco, que informan de la falta de ortografía que se comente al escribir la tilde sobre tales demostrativos, pues en esa función pierden su carácter de localizadores espaciales para convertirse en sustantivos. Con la supresión total de la tilde diacrítica que reglaba la Ortografía académica de 2010, nadie se equivocaría al escribir: Yo soy aquel que ayer no más decía. Estas que fueron pompa y alegría. El demostrativo aquel puede incluso utilizarse como un sustantivo pleno: Enrique tiene su aquel. Los soldados, por el aquel de darse valor, apuraban una botella de vino tras otra.

Por lo que respecta a la palabra solo, bien sea adverbio (solo duerme dos horas), bien adjetivo (duerme solo todas las noches), se seguirá colocando la tilde al buen tuntún, y ni siquiera los programas correctores de los ordenadores serán capaces de discriminar siempre para detectar los fallos. Compárense las siguientes redacciones: Vino solo para eso / Vino específicamente para eso. Acude dos horas solo cada mañana / Acude nada más dos horas cada mañana. Como bien se señalaba en la Ortografía académica de 2010, las ambigüedades que puedan surgir por no escribir la tilde nunca serán superiores en número ni más graves que las causadas por los abundantes casos de homonimia y polisemia de palabras existentes en nuestra lengua.

En mi ya dilatada trayectoria profesional, he ido adaptándome a las normas académicas y he solido seguir sus recomendaciones, aunque alguna me chirriara. Creo en el lenguaje llano y en la simplificación de las pautas para que cualquier persona que necesite escribir pueda hacerlo con propiedad y sin errores ortográficos ni gramaticales. Por ello, abogo por la supresión de esta tilde diacrítica que suscita más problemas que resuelve. Yo no la escribiré jamás. En remotos casos de ambigüedad, recomiendo recurrir a sinónimos (únicamente, por ejemplo, en lugar del solo adverbial; a solas; en soledad, en lugar del solo adjetival), puntuación acertada o una redacción mejorada.

En suma, abogo por la economía de la lengua que, entre otras cosas, condujo al sistema acentual del castellano actual, luego de una evolución de siglos. Se suele afirmar que las tildes sobre las palabras sirven para leerlas como corresponde ―esto es, para reflejar su pronunciación hablada―, dando mayor intensidad a la sílaba tónica. Sin embargo, Correas (1625: 143) ya señaló en su época las limitaciones del sistema: «Si en todas las diziones de dos ó mas sílabas ó en aqellas siqiera qe hazen antigüedad, se escriviera el azento sobre la vocal predominante qe la tiene i se levanta mas, i se enseñorea sobre las otras, diera se gran claridad á la escritura, i ahorráramos de dar reglas de azentos en las palabras. Mas porqe hasta ahora no está introduzido tan buen uso, daremos las que puede haber mas fáziles, por donde se conozcan i sepan». Quien desconozca las normas acentuales de nuestra lengua se mostrará incapaz de leer una palabra que le sea ajena, colocando el acento fónico donde corresponde, si no está marcado con un acento gráfico. Tampoco podrá atildar una palabra que jamás haya escuchado si no domina el uso actual de la tilde o acento gráfico. Entonces, si esta dificultad comprobada no preocupa ni mueve a las masas para exigir un cambio, ¿por qué ha logrado hacerlo la supresión de una sola tilde diacrítica, ya de por sí incongruente, cuyo objeto era economizar errores y facilitar la escritura? 



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