Comencemos esbozando un marco histórico: ¿de dónde procede la tilde o acento ortográfico que se utiliza en el castellano actual? En latín, la lengua madre, no se escribían tildes sobre las palabras, pero sí en griego, y se piensa que de ahí, a lo largo del siglo xv, fueron pasando sus acentos escritos a lenguas romances como el francés, el italiano o el español. Los tres acentos griegos (agudo, grave y circunflejo) eran musicales: marcaban variaciones de tono (elevación o depresión), pero no de intensidad de voz. En castellano, sin embargo, la escritura de un acento sobre cierta vocal no parece haber causado variaciones de pronunciación: desde el comienzo, el acento gráfico o tilde fue de intensidad y se limitó a señalar la posición de la sílaba tónica que se resaltaba al hablar. Pero las reglas de uso eran confusas, y los gramáticos y ortógrafos castellanos diferían acerca de su utilidad, motivo por el cual tardó siglos en sistematizarse en la escritura.
Los más destacados autores de nuestra
tradición gramatical dedicaron tiempo y esfuerzo a describir y explicar los
acentos: Antonio de Nebrija, en Gramática
de la lengua castellana (1492: 138), defendió
la existencia en castellano de dos acentos simples, el agudo y el grave, más
tres acentos compuestos en el caso de los diptongos y triptongos: «deflexos,
inflexos y circunflexos» los llamó. Por
su parte, Gonzalo Correas, en Arte de la
lengua española castellana (1625: 262),
censuró la introducción en la lengua castellana de esos tres acentos y
puntualizó que no había más que uno: «No crean el error viejo de los Griegos,
qe dieron tres, agudo, grave i zircunflexo: de donde los tomaron los Latinos i
demás, sin recato á carga zerrada, qe ni tal hubo, ni pudo haber en la
naturaleza de las palabras; sino qe fué invenzion escusada de Gramáticas, qe
con la antigüedad cobró fuerza, no siendo hasta agora advertida ni refutada por
nadie». Con todo, Correas no dudaba de la utilidad de este único acento gráfico
para evitar vaguedades en la escritura: «i aun en nuestros libros si topamos
nonbres peregrinos, i estraños de las Indias, ú otras partes, dudamos el azento
en ellos. Por esto i para quitar la anbiguedad de algunas palavras, i personas
i tienpos de los verbos, será de gran perfezion ponerle, siquiera en los libros
de molde, i de mucho alivio para los estranxeros que estudian nuestra lengua, i
zerteza del para los siglos venideros» (Correas, 1625: 260).
A comienzos del siglo xviii todavía perduraba la polémica
respecto de los acentos gráficos. En el «Discurso proemial de la orthographía»
con el que comenzaba el primer Diccionario
de la lengua castellana (1726), que
suele considerarse el primer intento de sistematización y fijación del uso de
la tilde, se aseveraba: «En la Léngua Castellana el circunflexo, que se forma
assi ^, no tiene uso alguno, y si tal vez se halla usado por algún Autór, es
sin necesidad, porque no sabemos yá el tono que los Romanos usaban y explicaban
con este accento. En nuestra Léngua los acentos no sirven para explicar el
tono, sino para significar que la sylaba que se accentúa es larga». Fue a mediados de ese mismo siglo, en la Orthographía española publicada por la
Real Academia Española (1741), cuando se realizó la primera descripción
pormenorizada y completa de los acentos (así como de la puntuación). De este
modo, la ortografía abandonó su
carácter de simple «tratado de las letras» para convertirse en un estudio
acabado de la escritura en el que se otorgaba la misma importancia a cada uno
de sus aspectos.
En líneas generales, entonces se
establecieron las pautas que, recogiendo el hecho ya ampliamente constatado de
que el acento castellano se basaba en la intensidad, fueron evolucionando hasta
que en 1880 se consensuaron las tres reglas fundamentales sobre la acentuación
de las palabras (divididas en agudas, llanas y esdrújulas) y se estableció el
valor diacrítico del acento gráfico en el caso de palabras homógrafas, esto es,
de igual escritura, asunto del que ya habían escrito los ortógrafos
renacentistas. La doctrina ortográfica de la Real Academia a partir de ese
momento solo presentó variaciones de detalle (se modificó, por ejemplo, la
regla de atildamiento de los monosílabos á,
é, ó, ú para reducir el uso de tilde solo a la ó entre cifras; tilde que años después también se suprimió), hasta
llegar a la Ortografía de 2010, en la
que se continuó simplificando las reglas de acentuación que causaban polémica
(como en el caso del adverbio solo o
los pronombres demostrativos este, ese y
aquel). Hoy, a comienzos de marzo de
2023, todos los periódicos anuncian la novedad de que la Real Academia Española
desiste de su intento de simplificación y convierte en voluntario ―no en
obligatorio― la colocación de la tilde sobre el adverbio solo y los demostrativos pronominales cuando exista equívoco en su
interpretación.
¿Qué es lo que ha ocurrido? Atendiendo
a las normas generales de atildamiento, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta,
esa y aquella, más sus
respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal,
no aceptarían tilde por ser palabras bisílabas llanas terminadas en vocal o en -s, y aquel, por ser palabra bisílaba aguda acabada en consonante
distinta a -n o -s. ¿Por qué se había venido
escribiendo un acento gráfico sobre ellas? Se trata de una tilde diacrítica o
diferenciadora, cuyo cometido ortográfico es distinguir entre palabras tónicas
y átonas que son formalmente idénticas (como qué y que; cómo y como; aún y aun, por poner unos ejemplos). Sin embargo, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta,
esa y aquella, más sus
respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal,
son todas palabras tónicas y, por consiguiente, la distinción entre
categorías gramaticales (adverbio o adjetivo; determinante adjetival o
pronominal) que hasta la Ortografía de
1999 se establecía entre ellas para recomendar el uso de la tilde diacrítica en
supuestos de ambigüedad era incongruente. La Ortografía académica de 2010 quiso corregir tal anomalía por
considerarla superflua y porque propiciaba innumerables errores, que se siguen
dando: es frecuente, por ejemplo, ver escrito éstas últimas o el coche
aquél, cuando se trata de determinantes
adjetivales, que jamás deben
llevar tilde, y no de pronombres, o hagamos ésto, cuando las formas neutras jamás aceptan tilde. La Real
Academia, para abogar por la supresión de la tilde diacrítica, adujo como
justificación de fácil comprobación que la mayoría de los casos de posible
ambigüedad quedarían resueltos por el contexto comunicativo, una puntuación
conveniente y un buen orden de redacción, incluso en los ejemplos más rebuscados
que suelen aportarse: ¿Por qué aquellos
compraron libros usados?/ ¿Por qué compraron aquellos libros usados? Dijo que
mañana contestará esta / Dijo que esta mañana contestará.
Sin embargo, esta pretendida simplificación de tildes, en aras de generalizar una mejor ortografía, se topó desde el comienzo con una contestación popular que no ha amainado. Transcurrida más de una década desde la publicación de la Ortografía, las quejas siguen como el primer día, e incluso destacados escritores han hecho bandera de conservar esta tilde diacrítica, sobre todo en el caso del adverbio solo. Por tanto, la Real Academia Española parece haberse rendido y ha regresado a la recomendación, que no obligación, de coronar el adverbio solo y los demostrativos pronominales con acento gráfico cuando, a criterio de quien escribe, haya posibilidad de ambigüedad.
¿Qué
cambia entonces? A mi entender, la situación continúa siendo la misma. Se
seguirán escribiendo tildes por costumbre y se seguirán escribiendo mal. A
quienes se dedican a la corrección de textos les seguirán llorando los ojos al
ver atildados erróneamente los pronombres neutros esto, eso y aquello; los demostrativos adjetivos que se posponen al nombre: la niña aquella; los libros esos; bonita
experiencia esa; y, sobre todo, el demostrativo cuando es
antecedente, sin coma, de un relativo: Soy
aquel que esperabas. Aquellos que corren son mis hijos. Porque pocas
personas leen manuales de estilo u obras de consulta como el Diccionario de dudas y dificultades de la
lengua española de Manuel Seco, que informan de la falta de ortografía que
se comente al escribir la tilde sobre tales demostrativos, pues en esa función
pierden su carácter de localizadores espaciales para convertirse en sustantivos.
Con la supresión total de la tilde diacrítica que reglaba la Ortografía académica de 2010, nadie se
equivocaría al escribir: Yo soy aquel que
ayer no más decía. Estas que fueron
pompa y alegría. El demostrativo aquel
puede incluso utilizarse como un sustantivo pleno: Enrique tiene su aquel. Los soldados, por el aquel de darse valor,
apuraban una botella de vino tras otra.
Por lo que respecta a la palabra solo, bien sea adverbio (solo duerme dos horas), bien adjetivo (duerme solo todas las noches), se seguirá colocando la tilde al buen tuntún, y ni siquiera los programas correctores de los ordenadores serán capaces de discriminar siempre para detectar los fallos. Compárense las siguientes redacciones: Vino solo para eso / Vino específicamente para eso. Acude dos horas solo cada mañana / Acude nada más dos horas cada mañana. Como bien se señalaba en la Ortografía académica de 2010, las ambigüedades que puedan surgir por no escribir la tilde nunca serán superiores en número ni más graves que las causadas por los abundantes casos de homonimia y polisemia de palabras existentes en nuestra lengua.
En mi ya dilatada trayectoria profesional, he ido adaptándome a las normas académicas y he solido seguir sus recomendaciones, aunque alguna me chirriara. Creo en el lenguaje llano y en la simplificación de las pautas para que cualquier persona que necesite escribir pueda hacerlo con propiedad y sin errores ortográficos ni gramaticales. Por ello, abogo por la supresión de esta tilde diacrítica que suscita más problemas que resuelve. Yo no la escribiré jamás. En remotos casos de ambigüedad, recomiendo recurrir a sinónimos (únicamente, por ejemplo, en lugar del solo adverbial; a solas; en soledad, en lugar del solo adjetival), puntuación acertada o una redacción mejorada.
En
suma, abogo por la economía de la lengua que, entre otras cosas, condujo al
sistema acentual del castellano actual, luego de una evolución de siglos. Se suele afirmar que las tildes
sobre las palabras sirven para leerlas como corresponde ―esto es, para reflejar
su pronunciación hablada―, dando mayor intensidad a la sílaba tónica. Sin
embargo, Correas (1625: 143) ya señaló en su época las limitaciones del
sistema: «Si en todas las diziones de dos ó mas sílabas ó en aqellas siqiera qe
hazen antigüedad, se escriviera el azento sobre la vocal predominante qe la
tiene i se levanta mas, i se enseñorea sobre las otras, diera se gran claridad
á la escritura, i ahorráramos de dar reglas de azentos en las palabras. Mas
porqe hasta ahora no está introduzido tan buen uso, daremos las que puede haber
mas fáziles, por donde se conozcan i sepan». Quien desconozca las normas
acentuales de nuestra lengua se mostrará incapaz de leer una palabra que le sea
ajena, colocando el acento fónico donde corresponde, si no está marcado con un
acento gráfico. Tampoco podrá atildar una palabra que jamás haya escuchado si
no domina el uso actual de la tilde o acento gráfico. Entonces, si esta dificultad
comprobada no preocupa ni mueve a las masas para exigir un cambio, ¿por qué ha
logrado hacerlo la supresión de una sola tilde diacrítica, ya de por sí
incongruente, cuyo objeto era economizar errores y facilitar la escritura?
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