Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre
sí mismas.
Mary Wollstonecraft
Cuando en 1994 Marisa Barreno, entonces editora de Cátedra, me propuso
traducir A Vindication of the Rights of
Woman, yo solo sabía de la autora lo que había escuchado, un par de años
antes, en una serie de conferencias sobre mujeres escritoras dictadas en la
Universidad de California en San Diego. Recordaba sobre todo datos de su corta
pero prolífica vida.
Mary Wollstonecraft nació en Londres a finales del siglo xviii y era la segunda de siete hermanos
y hermanas. Aunque por pertenecer a una familia de clase media-alta estaba
destinada a una vida acomodada y al matrimonio, tuvo que salir de su hogar con
diecinueve años para convertirse en dama de compañía de la viuda de un
comerciante de Bath. Las imprudentes decisiones de su padre, un ser voluble y
colérico, habían consumido la fortuna heredada en empresas ruinosas de
agricultura que habían obligado a la familia a sufrir sucesivas mudanzas de un
lugar a otro en Inglaterra y Gales, sin contar nunca con una residencia fija y
duradera. A los dos años de su marcha, una grave enfermedad de su madre hizo
que Mary corriera a su lado para cuidarla en el lecho hasta su muerte, que no
tardó en llegar.
Tal vez porque ella no había podido disfrutar de una educación reglada
y, sobre todo, porque necesitaba un medio aceptable de ganarse la vida, se le
ocurrió fundar una pequeña escuela en Newington Green junto con su hermana
Eliza y su amiga del alma Fanny Blood. Fueron unos años de enorme crecimiento
intelectual y sensación de independencia. Pero Fanny resultó más convencional
de lo esperado y accedió a una propuesta de matrimonio que la llevó a vivir en
Portugal. Allí murió de parto en 1785, acompañada por Mary, quien no había
vacilado en abandonar la escuela a su suerte cuando recibió la llamada de su
amiga y supo lo deteriorada que estaba su salud.
A su vuelta a Gran Bretaña, con el proyecto de la escuela fracasado y
a punto de convertirse en una solterona, la abatida Mary aceptó un trabajo de
institutriz en Irlanda para una familia notable. Sin embargo, al cabo de un año
su situación le resultó tan insoportable que abandonó el puesto, decidida a abrirse
camino como escritora. Para lograrlo, se trasladó a Londres, aprendió francés y
alemán, y comenzó a obtener algunos ingresos traduciendo textos y escribiendo
reseñas. Por entonces, su universo intelectual se amplió gracias al editor liberal
Joseph Johnson. Fue en esta época cuando Mary mantuvo su primera relación
amorosa con el intelectual y pintor de difícil clasificación Henri Fuseli, que
estaba casado. Pero los amores acabaron naufragando, y Mary huyó a Francia para
poner tierra de por medio y, de paso, contemplar con sus ojos la Revolución
francesa. En París conoció a Gilbert Imlay, adinerado aventurero estadounidense
de quien se enamoró y por quien dos veces intentó suicidarse. Rechazada y
próxima a la desesperación, regresó a Londres en 1795 con la hija que había
tenido con el estadounidense. Poco a poco fue recuperando su antiguo círculo
literario. Por mediación de Joseph Johnson conoció al filósofo William Godwin, su
relación más sólida, porque él sí la quiso: ambos fueron creando un lazo
estrecho y apasionado que concluyó en matrimonio cuando Mary quedó embarazada.
Pero esta vida estable y plácida fue breve. Tras dar a luz a su segunda hija
―la futura autora de Frankenstein,
Mary Shelley―, murió de fiebres puerperales en 1797.
A
Vindication of the Rights of Woman (1792) no fue la primera obra escrita
por Mary Wollstonecraft, ni la más apreciada en su momento. En 1778 había
publicado una novela mediocre, Mary, A
Fiction, inspirada por la muerte prematura de Fanny Blood; y sus experiencias
como maestra e institutriz le sirvieron para componer dos tratados sobre
educación, Thoughts on the Education of
the Daughters (1787) y Original
Stories from Real Life: with Conversations Calculated to Regulate the
Affections and Form the Mind to Truth and Goodness (1788). Su respuesta de
1790 a la crítica conservadora de Edmund Burke a la Revolución francesa, A Vindication of the Rights of Man, tuvo
bastante repercusión, y no solo por abordar un tema muy alejado de los
intereses que se les suponían a las escritoras contemporáneas. Dos años más
tarde, movida por esta acogida, llegaría su vindicación de los derechos de la
mujer, que también fue bien recibida. No
obstante, la mayor contribución a la literatura inglesa de Wollstonecraft la
constituyó un libro de viajes, Letters
Written during a Short Residence in Sweden, Norway and Denmark (1796),
donde en veinticinco cartas, dirigidas a un amante anónimo, narraba su inusitado
viaje por Escandinavia, acompañada por su hija pequeña y la niñera, con la
misión sorprendente de encontrar a un capitán perdido y recuperar el barco y su
cargamento que pertenecían al aventurero Imlay. El gusto de la época por los
viajes, unido a la excepcionalidad de la obra dentro de su género al combinar una
travesía sentimental con un lúcido tratado de etnografía y política, determinó
su éxito y su traducción inmediata a lenguas como el alemán, holandés, sueco o
portugués.
Tras su muerte, Godwin pensó que el
mejor modo de recuperarse y honrar a su esposa era escribir una biografía, que
tituló Memoirs of the Author of a
Vindication of the Rights of Woman. Pero su publicación en 1798 produjo el irónico
efecto de suscitar tal cantidad de críticas hacia la vida sin ataduras de Mary
que su obra, también denostada, acabó cayendo en el olvido. La demanda de una
educación racional para las mujeres, que la mayoría de sus congéneres había
aceptado, perdió fuerza al quedar implícito que significaba libertad sexual.
Pocas de las feministas posteriores del conservador siglo xix se atrevieron a admitir a las claras
la influencia de Mary Wollstonecraft. Sin embargo, el paso del tiempo le hizo
justicia, y en el siglo xx emergió
un interés renovado por la originalidad de sus vindicaciones y otros escritos que fue acrecentándose y se
mantiene en la actualidad.
Cátedra fue la primera editorial que
se propuso publicar la versión íntegra y anotada de Vindicación de los derechos de la mujer en castellano, dentro de su
colección Feminismos, precedida por una brillante y amena introducción de
Isabel Burdiel, a la que pertenecen las siguientes palabras:
Decir que Mary
Wollstonecraft, la autora de la Vindicación
de los derechos de la mujer, fue (al menos en parte) el producto de una
«dama decente» malograda por circunstancias ajenas a su voluntad no es una
provocación, ni una explicación psicologista, en clave reaccionaria, de su
revolucionaria y escandalosa vida. Es intentar explicar ―a través de una
peripecia individual singular― las condiciones posibles del despertar de una
conciencia crítica respecto a un modelo social, económico y cultural de
«ser-mujer» que se vivió desde dentro, en toda su dolorosa y agria faz oculta.
Es intentar explicar, también, cómo el vacío creado por la pérdida de ese
modelo se puede llenar de pasividad, de resentimiento o de acomodo. Las
hermanas de Mary ―tanto las literarias
como las que podríamos llamar sus hermanas de destino, sus contemporáneas―, en
mayor o menor grado, así lo hicieron. Aquel vacío se podía llenar también de un
ardiente esfuerzo de crítica y de resistencia respecto al modelo mismo, hasta
sus últimas consecuencias. Eso es lo que hizo Mary Wollstonecraft, para quien
su vida y su obra fueron empeñadas, si se puede decir así, «en defensa propia».
La lectura de su obra y de su vida
sigue resultando reveladora para las mujeres del siglo xxi que, en palabras de Isabel Burdiel, «buscan un modo de
expresión personal y colectiva capaz de hacer saltar ―no ya exteriormente, sino
interiormente― los estereotipos genéricos del ser y del actuar». Y no solo para
las mujeres, si la tarea de deconstruir el patriarcado esclavizante se acomete
de verdad por la sociedad completa.
La editorial Cátedra acaba de
reeditar este libro en su colección Clásicos del Feminismo. Al hojear uno de los ejemplares que me han enviado, recuerdo cómo me documenté antes de iniciar la traducción, mis conversaciones con Marisa
Barreno ―que me encargó la traducción de muchísimos más libros con el paso de
los años y con quien siempre fue un gusto trabajar― y, sobre todo, cuánto disfruté desentrañando sentidos, buscando las palabras justas
con que verter los argumentos vehementes pero racionales de Mary en su inglés
dieciochesco a un castellano equiparable (y entendible):
Así, es el afecto
por el conjunto de la raza humana lo que hace a mi pluma correr rápidamente
para apoyar lo que creo que constituye la causa de la virtud; y el mismo motivo
me lleva a desear honradamente ver a la mujer colocada en una posición desde la
que adelantaría, en lugar de retrasar, el progreso de aquellos gloriosos
principios que dan sustancia a la moralidad. En efecto, mi opinión sobre los
derechos y obligaciones de las mujeres parece brotar de modo tan natural de
esos principios fundamentales que pienso, aunque no sea muy probable, que
algunas de las mentes preclaras que dieron forma a vuestra admirable
constitución coincidirían conmigo.
Mary Wollstonecraft está muerta y no
puede modificar lo que escribió. A mí, que estoy aún viva, me habría gustado revisar mi
traducción, porque han pasado los años, soy perfeccionista y ahora sé más. Pero
no ha sido posible. En esta nueva edición, parece que todo está como se publicó
por primera vez en aquel ya lejano 1994. Os animo a leerla, a hacer críticas y
sacar conclusiones.
Referencia bibliográfica:
Wollstonecraft, Mary (2018): Vindicación de los derechos de la mujer. Ed.
de Isabel Burdiel; trad. al castellano de Carmen Martínez Gimeno, Madrid:
Cátedra, 404 pp.
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