Platón, Ion o Sobre la Ilíada
Al fin y al cabo, cada libro, como cada persona, tiene «los defectos
de sus virtudes».
José María Valverde, Prólogo a su traducción de Ulises de James Joyce
El concepto de inspiración, fuera del lenguaje de las religiones, es
en buena medida estético. La palabra proviene del verbo latino inspirare, que a su vez se relaciona con
los términos griegos derivados de la raíz pnu-
cuyo significado es respirar, soplar.
Inspiración es un sustantivo de acción con dos sentidos fundamentales: uno
literal, atraer el aire exterior a los pulmones; y otro figurado, infundir en
el ánimo ideas o designios y sugerir pensamientos para la composición de obras
literarias o artísticas.
Los griegos y los romanos creían que la inspiración provenía de los dioses.
Eran ellos los que provocaban el éxtasis o furor
poeticus indispensable para la creación literaria y solo sumidos en ese
frenesí o locura poética lograban los individuos componer sus versos
épicos o líricos en la métrica que les era soplada desde fuera. Después el
cristianismo determinó que la inspiración era un don del Espíritu Santo, pero
lo circunscribió a la verdad revelada y escrita de los textos religiosos.
La Ilustración recuperó una máxima del griego Protágoras, «el hombre
es la medida de todas las cosas; de las que son, por lo que son, y de las que
no son, por lo que no son», y lo liberó del yugo de los dioses. Entonces la nueva
ciencia de la psicología pasó a estudiar la inspiración y la consideró un proceso
mental de cada individuo, una relación de ideas más o menos brillantes surgida
por azar. Después llegó Freud y aclaró que la inspiración se generaba en el
subconsciente. Por su parte, los materialistas añadieron una disputa al asunto,
pues no acabaron de ponerse de acuerdo sobre si las fuentes de la inspiración
eran internas o externas.
¿Se puede controlar la inspiración? Parece que no. Llega de improviso
y desaparece del mismo modo. Sin embargo, buscando en Internet se encuentran
muchas páginas donde dan consejos para obtenerla. No creo que sirvan más que
para perder el tiempo. Cada cual ha de aprenderse su cuento en esto de
inspirarse o entusiasmarse, que es un término griego más antiguo para el mismo
concepto: exaltación fogosa y arrebatada del escritor o del artista.
El acto creativo es personal. Comienza con una pequeña idea, la inspiración,
que va cobrando forma si se le presta la debida atención. Es nuestro soplo, y
no el de los dioses, el que la hará crecer y tomar cuerpo. Nosotros la
incubaremos con lo que ya sabemos y con lo que aprenderemos para que medre,
recurriendo a todos los medios que tengamos a nuestro alcance: cual abejas —como
lo expresa Sócrates en el discurso Ion de
Platón—, libaremos de muchas flores para elaborar nuestra propia miel. Al final,
buscando nuevas formas, conseguiremos alumbrar una obra distinta, peculiar,
muchas veces incluso alejada de la idea inicial que nos puso en marcha.
¿De dónde proviene la inspiración? A menudo, de donde menos se espera. Incluso un
pequeño malentendido puede poner la mente en acción, como ocurrió en el caso de
El ala robada.
Hace más tiempo del que puedo contar con los dedos de mis manos, con
veintipocos años, la carrera recién terminada y la cabeza llena de pájaros
ansiosos por volar, emprendí, acompañada por el que ha sido mi compañero de
toda la vida, un viaje a México, donde nos quedamos a vivir bastantes años, que
aprovechamos para estudiar, trabajar y recorrer su geografía y la de los países
vecinos cada vez que tuvimos oportunidad.
Me recuerdo perfectamente paseando por la plaza de Coyoacán con una pariente
que había venido a visitarnos y que me habló sobre un pueblito donde veneraban
un ala de arcángel. Pocos días después iniciamos un viaje en tren de más de mil
kilómetros desde la ciudad de México hasta Tapachula, frontera con Guatemala. El
tren parecía de los tiempos de la revolución, con bancos corridos de madera y
ventanas abiertas por las que se colaba la carbonilla. No había asientos
asignados ni aseo ni restaurante, y la gente iba subiendo y bajando en las
múltiples estaciones, cargada con los artículos más diversos e insólitos.
También subían vendedoras de comida y bebida mientras avanzábamos por paisajes
espléndidos de bosques o cruzábamos caudalosos ríos sobre largos puentes.
Las imágenes de este primer recorrido en tren y del resto del viaje
que realizamos haciendo autostop en medio de la selva lacandona son las que intenté recoger después en mi novela, cuyo
argumento originó el comentario sobre el ala del arcángel. Sin embargo, tardé
mucho en la escritura porque tuve que documentarme a fondo para no cometer
errores de bulto. También porque fueron surgiendo tramas secundarias a las que había
que dar su lugar en el texto. Y luego, antes de haber concluido la novela,
regresamos a España y empezaron unos años oscuros en los que no escribí.
Cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lanzó su Declaración de la Selva Lacandona el 1 de enero de 1994, el mismo día que entraba en vigor
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, recordé mi novela tanto
tiempo postergada y al poco retomé su escritura, haciendo abundantes cambios.
Esta vez, poseída de un irrefrenable entusiasmo, fui capaz de avanzar hasta
terminarla. Pero la volví a guardar en un cajón, hasta que una antigua editora
que había abierto una agencia literaria y sabía que yo escribía me pidió alguna
de mis obras.
Y justo cuando la novela había sido aceptada por algunas editoriales y
estábamos decidiendo cuál era más conveniente, volví a encontrarme con la
pariente que me había proporcionado tantos años atrás la idea para escribirla. Que
sepas, le dije, que aquello que me contaste sobre el pueblecito mexicano que
veneraba un ala de arcángel me sirvió
para escribir una novela. ¡Cómo que un pueblecito mexicano!, me respondió
divertida, si es de Valencia, y hasta hay un corral junto a la iglesia lleno de
gallinas blancas para reponer las plumas que con los años va perdiendo el ala…
Sin embargo, esta revelación
llegó tarde. La equivocación ya no tenía remedio, porque para entonces en
Damaseno habían comenzado las lluvias, Senén el Cojo había robado el ala, y
Andrés y Silvino estaban a punto de iniciar su largo camino entre selvas y
quebradas para dar con él y recuperarla.
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Deliciosa entrada, Carmen.
ResponderEliminarEsto de la inspiración debe ser eso: un entusiarmarse, un estado de ánimo continuo y prolongado que nos permite crear la obra.
De cualquier forma, tiene algo de mágico ese estado no perenne y siempre deseado cuando no se está en él.
Un abrazo.
Gracias, Isabel. Sí, es ese entusiasmo por perseguir una idea el que nos hace escribir. Pero tiene que ir acompañado de muchísimo trabajo y perseverancia para que dé fruto. Un abrazo también para ti.
EliminarMe gustó mucho. Y la de historias que se crean por un malentendido o algo medio recordado...Será el subconsciente?
ResponderEliminarYo pienso que hay mucho subconsciente por medio, aunque carezco de los conocimientos necesarios para poder precisarlo. Desde luego, siempre están en juego las maquinaciones de nuestra mente.
EliminarPara mí la inspiración siempre surge así, en una conversación, un programa de la tele, una frase de un libro, un sueño... Son pequeñas ideas a partir de las cuales se puede desarrollar una novela o un cuento. Yo más que inspiración los llamo momentos Eureka.
ResponderEliminarBonita forma de expresarlo, Carmen, y muy gráfica.
EliminarCómo me gustan siempre tus entradas. Ojalá fueras mi editora...
ResponderEliminarSobre la inspiración, no sé si habrá tantas inspiraciones como escritores o quizás sean expiraciones; al menos así lo siento yo. Cada obra que escribes es una parte de ti que dejas en las letras: morir un poco. Y revives al ser leída.
Un fuerte abrazo.
Amelia
Menos mal que lo de expirar es metafófico, Amelia, porque ¿y si una vez que terminas la obra no hay lectores suficientes para revivirte? Qué miedo...
Eliminarjajajaaj Revives con un solo lector jajajaja Un lector lo encuentra cualquiera. Aunque se obligado.
EliminarExcelente entrada, Carmen.
ResponderEliminarHermosa explicación sobre "El ala robada".
Saludos.
Mcuhas gracias, Pilar.
EliminarDe mucho gusto leerte, amiga. Pienso, que la inspiración no pasa de un 10%; el resto hay que sudarlo.
ResponderEliminarSaludos
Yo otorgaría algo más de peso a la inspiración, pero estoy de acuerdo en que el trabajo constante es fundamental. Un saludo, José.
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