lunes, 8 de mayo de 2023

Sobre citas y su atribución

En esta era de lo fake o falso en castellano directo, sin adornos de anglicismos, es habitual encontrar en escritos periodísticos, pero incluso en libros más sesudos, citas adulteradas a fin de obtener el efecto que se pretende o atribuciones erróneas, que a menudo acaban consiguiendo un plácet casi unánime a fuerza de repetirse. Acabo de toparme con un ejemplo de falsa atribución en un interesante libro que estoy leyendo, La edad de la penumbra, de Catherine Nixey, que trata sobre la destrucción paulatina del mundo clásico a medida que se fue implantando el cristianismo. En este caso, el error se debe sin duda a la repetición constante de la cita durante más de un siglo sin cotejar la certeza de su procedencia.

Comencemos por partes y en orden. En todo escrito, las citas de pensamientos ajenos constituyen un pilar de autoridad: su inclusión responde a la necesidad de fundamentar lo que se afirma o de argumentar lo que se intenta contradecir. Siempre han de estar justificadas, por tanto, y deben ser un apoyo y no el núcleo del trabajo, salvo cuando este consista en un estudio crítico de documentos originales.

Para citar conviene tener presentes tres consideraciones: 1) la extensión de la cita debe ir en consonancia con la importancia de lo citado para el texto que se escribe; 2) la abundancia de citas, su extensión y el objetivo del texto determinarán si se recurre a la cita directa o a la paráfrasis; 3) es fundamental comprobar la exactitud de lo citado a fin de evitar malentendidos.

La cita que aparece en el libro que estoy leyendo es la siguiente: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo». Esta aserción sobre la libertad de expresión se convirtió en un aforismo que se ha atribuido a innumerables hombres ilustres desde finales del siglo xix hasta la actualidad. Quienes, como hace Nixey en su libro, lo asocian con Voltaire son los que más se acercan, aunque no brotó directamente de su boca, sino de la pluma de una mujer, la escritora y traductora británica Evelyn Beatrice Hall (1868-1956), que escribió bajo el seudónimo masculino de Stephen G. Tallentyre. Ella fue la autora de un famoso libro, The Friends of Voltaire, donde recogía la vida y las relaciones mutuas de diez hombres coetáneos de François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. En el capítulo dedicado a  Claude-Adrien Helvétius (1715-1771), al exponer la persecución sufrida por el filósofo a causa de su libro De l’Esprit (Sobre el espíritu, 1758), que fue quemado en la plaza pública, Hall escribió:

Lo que el libro jamás podría haber alcanzado por sí mismo o por su autor, lo logró para los dos la persecución que sufrieron ambos. De l’Esprit no solo se convirtió en el éxito de la temporada, sino en uno de los más famosos libros del siglo. Los hombres que lo habían aborrecido y que no sentían un aprecio particular por Helvétius ahora hicieron piña a su alrededor. Voltaire le perdonó todas las injurias, intencionadas o no. «¡Cuánto humo por unas simples pajas!», había exclamado cuando escuchó hablar de la quema. ¡Qué abominablemente injusto era perseguir a un hombre por semejante nadería! «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo», fue su actitud entonces. (Tallentyre, 1906: 198-199. La traducción del inglés es mía).

Así pues, acudiendo a la fuente, se comprueba el error de atribuir a Voltaire unas palabras escritas por Hall para describir su postura más de un siglo después de los hechos acaecidos. Y qué casualidad que fuera una mujer quien creó este aforismo de uso tan extendido y que escribiera bajo un nombre masculino.

Acudir a las fuentes se torna crucial cuando se cita, pero han de ser las primigenias y no las hechizas propaladas bien sea de boca en boca, bien de texto en texto. Acudo al hermoso adjetivo ‘hechiza’ ―proveniente del latín facticius para calificar las fuentes en la primera acepción que de él ofrece el Diccionario de la RAE: artificioso o fingido, pero tiene muchas más. Recuerdo que en México se empleaba para conceptuar objetos hechos a mano como imitación de otros, esto es falseados, aunque igual de hermosos que los originales, como mis preciosos perros danzantes de Colima, de pasado prehispánico pero moldeados a finales del siglo xx, que llevan acompañándome más de treinta años. 

Sobre citas y su composición ya escribí hace tiempo una entrada extensa en este mismo blog, cuya lectura recomiendo como recuerdo o ampliación de conocimientos al respecto: Aprender a citar.



Mis dos manuales de escritura: Breviario de escritura académic
La lengua destrabadaClica sobre los nombres para obtener más información.


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