lunes, 8 de junio de 2020

Sobre el origen y uso de las abreviaturas cronológicas a. C. y d. C.

Abreviaturas cronológicas a. C.  y d. C.
El tiempo es una noción construida para integrar sucesión y duración que cambia de una cultura a otra y de una época a otra. Pero en todas ellas se ha medido y se sigue midiendo: los primeros calendarios ―babilónicos y egipcios―, basados en la astronomía, tienen más de 5000 años. En la Antigüedad se mantenía una percepción cíclica del tiempo, que se extendía al futuro inmediato, al pasado reciente y al presente actual: lo que se salía de esos límites pertenecía al mito y la leyenda. Desde ese tiempo cíclico, en una evolución prolongada y compleja, se llegó en Occidente al tiempo lineal e irreversible de la actualidad,  que se divide en fracciones iguales y reconocibles, y en el cual se diferencian con nitidez pasado, presente y futuro.

Parece que los romanos fueron de los primeros en interesarse por establecer el curso de la historia y por marcar mediante acontecimientos destacados su periodización: antes o después de la guerra de Troya o de los Argonautas, las olimpiadas o la fundación de Roma (ab urbe condita) fueron algunos de los hitos utilizados para ese cometido. Sin embargo, fue la instauración del cristianismo la que consiguió transformar por completo la concepción del tiempo: con su advenimiento, adquirió una estructura determinada como algo creado con principio y fin que guardaba en su interior una división fundamental: lo acontecido en la era antes del nacimiento de Cristo y lo acontecido en la era posterior al nacimiento de Cristo. El papa Bonifacio IV tomó la decisión, en el año 607, de abandonar en los escritos la abreviatura más habitual a. u. c. (ab urbe condita) para contar los años desde la fundación de Roma en favor de las abreviaturas a. D. (anno Domini, año del señor) y p. C. (post Christum) o d. C. (después de Cristo), pero hasta el siglo XVII no se sistematizó también el cómputo de los años anteriores al nacimiento de Cristo como a. C. (ante Christum, antes de Cristo). Todas las abreviaturas citadas se escriben con un blanco de separación entre las letras después del punto porque cada una de ellas representa una de las palabras componentes de una expresión compleja.

No obstante, a pesar de su progresiva universalización a lo largo de los siglos, estas abreviaturas cronológicas no gozan en la actualidad de una aceptación generalizada ni siquiera en el mundo occidental. Y el motivo es su sesgo religioso y no el reconocido error de datación de unos cinco años cometido desde su inicio, en el año 527, por el monje Dionisio el Exiguo, experto matemático que se había propuesto elaborar el primer calendario cuyo origen fuera el nacimiento de Cristo. En todas las áreas del conocimiento, intelectuales, académicos y científicos laicos o no cristianos prefieren recurrir por su neutralidad a las expresiones ―y las abreviaturas correspondientes a ellas― era común (e. c.) o era vulgaris (e. v.) y antes de la era común (a. e. c.), todas recogidas y autorizadas por el Diccionario de la lengua española de la RAE.

Hay quienes sostienen que estas últimas expresiones y abreviaturas no son más que eufemismos, puesto que evitan la referencia a la figura religiosa, pero aceptan la misma datación. Pero es precisamente por aceptar esa misma datación por lo que han prosperado y ahora son usadas en multitud de instituciones culturales y educativas a lo largo del mundo: sin duda, constituyen un avance en la unificación de pautas entre culturas, ideologías y religiones que no se consideran representadas por un calendario de origen cristiano. Asimismo, teniendo en cuenta que toda periodización histórica es una construcción intelectual basada a menudo en criterios subjetivos, parece razonable aceptar que sea la persona que escribe la responsable de elegir qué abreviaturas utiliza para referirse a años y siglos. No obstante, debe tenerse presente que en textos donde no se mezclen siglos y años de antes y después de nuestra era, no será necesario añadir ninguna especificación porque no cabría error de interpretación. Y también es necesario recordar que muchas veces, dependiendo del tipo de texto ―literario, ensayístico…―, será preferible escribir al completo ‘de nuestra era’ o ‘antes de nuestra era’ en lugar de recurrir a las abreviaturas, sean cuales fueren las elegidas.
       
Termino este texto como lo he empezado: el tiempo es una noción construida para integrar sucesión y duración que cambia de una cultura a otra y de una época a otra.  En la cultura aymara, por ejemplo, se considera que el futuro está detrás ―puesto que es imposible verlo―, y el pasado, delante ―puesto que se ha visto, se ha vivido y hay datos para comprobar lo que fue―. Así, lo que se ve es real y está delante; lo que no se ve está detrás y no existe. La palabra aymara con la que se enuncia el pasado es nayra, que significa, literalmente, ojo, a la vista, al frente; la palabra con la que se enuncia el futuro es qhipa, cuyo significado es detrás, a la espalda. El presente es el lugar cierto ―aunque a menudo inseguro― desde donde se concibe todo.


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