lunes, 4 de septiembre de 2017

Apuntes sobre Patria

Leer Patria
Apenas conocía la obra anterior de Fernando Aramburu ni estaba al tanto del fenómeno editorial que está suponiendo su última novela hasta que dos personas de cuyo criterio me fío me aconsejaron leerla. Lo hice. La he terminado hace unas semanas y la estoy releyendo ahora para escribir estos apuntes.  A mi juicio, es una de las mejores novelas escritas en español que se han publicado en los últimos tiempos.

El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo y Madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori.

Este resumen del argumento, parte del texto que aparece en la contracubierta, jamás me habría incitado a la lectura del libro. Y sin embargo, en cuanto abrí sus páginas y comencé el primer capítulo, «Tacones sobre el parqué», quedé atrapada en su limpia prosa, en su original voz narrativa. Un buen escritor no lo es por lo que cuenta, sino, sobre todo, por cómo lo cuenta.

Patria es una novela extensa, de 642 páginas, dividida en 125 capítulos breves, todos encabezados por un título sugerente, que desarrollan un argumento interesante y coherente, con personajes creíbles y redondos que van evolucionando a medida que avanza el relato. Magistrales resultan en su tratamiento los de las dos matriarcas, Bittori y Miren, algunos de cuyos rasgos evocan en su inmanencia a mujeres mitológicas de la literatura griega. También son protagonistas los padres compañeros de ciclismo, uno emprendedor, el otro apocado, y sus respectivos hijos, cinco en total: Nerea, la caprichosa superficial, y Xavier, el enmadrado; Joxe Mari, el terrorista patriota, Gorka, el chico raro salvado por los libros, y Arantxa, la joven atrevida con cruel destino que se ve obligada a crecerse en la desgracia. En ningún momento se desvelan sus apellidos: solo sus  nombres de pila. Y a su alrededor se mueve el coro de personajes secundarios: parejas, amigos, pero sobre todo, destacando, los instigadores, los correveidiles, los que no saben o todo lo justifican en nombre de la patria.

Con el asesinato del Txato como meollo del argumento, Aramburu crea su propio mundo narrativo, en el cual las cosas no suceden de manera aislada, y hay historias que trascurren en paralelo o se van interrelacionando, mezclando presente y pasado. Lo que cuenta es lo sucedido durante varias décadas a dos familias amigas de un mismo pueblo vasco, cercano a San Sebastián, que acaban distanciadas por motivos políticos. Pero todo lo que escribe Aramburu es ficción: no hay que perder de vista que no se trata de historia, sino de una novela, por más que esté ambientada en un momento determinado del devenir del País Vasco y describa, con sus propias connotaciones, circunstancias verosímiles que muchos tomarían por ciertas. Como hizo Cervantes con el Quijote, el lugar de los hechos principales, el pueblo donde viven las dos familias protagonistas, no aparece, con lo cual se universaliza. Sí, en cambio, se citan por sus nombres lugares emblemáticos de San Sebastián y otras localidades españolas.

En Patria, una tragedia sobre sentimientos y pasiones en el sentido shakespeariano, la elección de la voz narradora es, a mi parecer, el logro más destacado, pues la humaniza, la convierte en algo cercano y consigue que se comprenda cómo hechos tan graves se acaban considerando parte de la rutina diaria, del paisaje. Como lectora, confieso que me sorprendieron por inesperados los primeros cambios que detecté en el relato de la tercera persona a la primera o a la segunda:

Total, que por perder de vista a la vecina cruzó a la otra acera y se pasó un buen rato andando sin rumbo por los alrededores. Porque, claro, la sinsorga, mientras limpia los salmonetes para su hijo, que siempre me ha parecido bobo, además de cretino, si me oye llegar a casa poco después que ella, pensará: tate, no quería estar conmigo. Bittori. ¿Qué? Estás cayendo en el rencor y ya te he dicho muchas veces que. Vale, déjame en paz.

¿Se trataba de dos narradores distintos? No acaba de saberse: la misma técnica se emplea con cada uno de los personajes: relato narrado en tercera persona, en pasado o en presente, que cambia de improviso de perspectiva y se narra en primera o segunda persona, monólogos interiores, soliloquios… Con ello se consigue una acertada mezcla de distancia y proximidad, incluso de implicación, según se necesite. La introducción de los diálogos también es particular, a veces sin verbo:

No, nada, que habían desechado la idea de adoptar un bebé. Tanto que decían. Que si un chino, un ruso, un morenito. Que si chica o chico. Nerea no había perdido la ilusión, pero Quique se había echado atrás. Él quiere un hijo propio, carne de su carne.
Bittori:
―¿Le da ahora por hablar como en la Biblia?
―Se cree moderno, pero es más tradicional que el arroz con leche.

Otras veces se introduce con el que propio del estilo indirecto:

El manzano, la higuera y los avellanos aguantan la inundación, y eso es todo. ¿Todo? Como el río arrastra residuos industriales, después la tierra echa un olor fuerte. Él dice que a fábrica. Miren le replica que:
―A veneno. Algún día nos vamos a morir con unos dolores de tripa espantosos.

Los constantes pasos dentro del mismo párrafo de presente a pasado y viceversa agilizan la narración, creando sensación de cotidianeidad, de texto espontáneo, cuando la realidad es que un escritor necesita sudar tinta para alcanzar una técnica tan depurada:

Mira que es lento el autobús. Demasiadas paradas. Hala, otra. Las dos mujeres, con estas y aquellas características físicas, iban sentadas una al lado de la otra. Volvían a última hora de la tarde al pueblo. Se hablaban a la vez, sin escucharse. Cada una a lo suyo, pero se entendían. Y en esto la que estaba sentada junto al pasillo le dio con disimulo un codazo leve a la que estaba sentada junto a la ventanilla. Atraída su atención, señaló mediante una rápida sacudida del cuello hacia la parte delantera del autobús.
En susurros:
―La del abrigo oscuro.
―¿Quién es?
―No me digas que no la reconoces. 

Patria es una novela extraordinaria, una obra de arte, y como tal trasmite una pluralidad de significados que conviven en un solo significante. Su final no desmerece. Por eso ha llamado la atención de tantos y variados lectores, que pueden hacer interpretaciones alternativas, lecturas trasversales en las que encuentran goce. Entre tanta mediocridad con ínfulas y premios, es esperanzador que esta trabajada novela se haya convertido en best seller, como cuando en los años setenta del siglo pasado se popularizaron otras admirables y  ya clásicas novelas de autores latinoamericanos. Acaso se demuestre con ello el carácter proteico del género, siempre en crisis, en proceso de formación constante, reflejando a través de su forma la esencia inacabada de nuestro ser y del mundo que nos rodea.   

La lluvia, al romper contra las tumbas, producía un rumor otoñal, fresco, neblinoso, que agradaba a Bittori. Sí, porque además de limpiar un poco todo esto, me da la impresión como de que también les llega a los difuntos algo de vida, ¿no? Yo ya me entiendo.


Ficha bibliográfica: 
Fernando Aramburu  (2017), Patria, Barcelona, Tusquets Editores, 642 págs. más un glosario final



  





La lengua destrabada
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