miércoles, 28 de junio de 2017

La vida de las palabras: letradura y literatura

literatura y letradura
Mientras me documentaba para componer mi manual de escritura La lengua destrabada, me topé con un interesante escritor latino del siglo v, Marciano Capela (Martianus Capella en latín), que escribió De nuptiis Philologiae et Mercurii (Las nupcias de Filología y Mercurio), considerada la enciclopedia antigua más conocida e influyente durante la alta Edad Media y donde aparecen personificadas las siete artes liberales. El libro tercero de esta enciclopedia alegórica se dedica a la primera de dichas artes liberales, la Gramática, representada como una mujer ya madura pero que conserva su encanto, natural de Egipto pero viajera, puesto que vivió en Grecia y después se trasladó a Roma, y servidora de Mercurio, el dios del comercio y la comunicación, inventor del lenguaje. Ella misma define su cometido, afirmando que en Grecia la llaman Grammatike porque renglón es gramme, y letras, grammata, y que se ocupa de que las letras estén bien escritas y alineadas, añadiendo que esa fue la razón por la cual Rómulo le dio el nombre de Litteratura, aunque de niña había preferido llamarla Litteratio, del mismo modo que entre los griegos primero fue Grammatistike.

Así pormenoriza Gramática su contenido como arte: «Partes autem meae sunt quattuor: litterae, litteratura, litteratus, litterate. Litterae sunt quas doceo, literatura ipsa quae doceo, litteratus quem docuero, litterate quod perite tractauerit quem informo», cuya traducción al castellano sería: «Mis partes son cuatro: letras, literatura, letrado, literal. Las letras son las que enseño; la literatura soy yo misma en lo que enseño; el letrado es aquel a quien he enseñado; literal es lo que con destreza ha tratado aquel a quien yo instruyo». Sin embargo, resulta evidente que la elección para la traducción de todas estas voces castellanas derivadas de una sola en latín (littera, que significa ‘letra’) conlleva objeciones.

Para empezar, ‘letras’ en plural en la actualidad también se entiende como sinónimo de ‘literatura’, vaya este vocablo acompañado o no de los adjetivos ‘bellas’ o ‘buenas’. Asimismo, ‘literatura’ significa ahora no solo el arte que tiene como medio de expresión la lengua, sino el conjunto de las creaciones literarias de una nación, un género o una época, el acervo de obras que tratan de una determinada materia, e incluso se denominan de ese modo, con matiz peyorativo, las palabras dichas o escritas con cierto artificio a fin de impresionar favorablemente o disimular algo desagradable: No es necesario que gastes tanta literatura en convencerme, por ejemplo. Pero además hay un hecho crucial que no puede pasarse por alto: nuestra actual ‘literatura’ es un cultismo latino que regresó con fuerza en el siglo xv para arrinconar y acabar desterrando al término vernáculo ‘letradura’, acuñado por derivación del latino litteratura.

Desde su aparición en la lengua romance y a lo largo de la Edad Media, la voz ‘letradura’ fue adquiriendo un amplio abanico de sentidos y gozó de un auge considerable en el siglo xiii, en la etapa de fijación del castellano, al convertirse en un importante concepto alfonsí que aparece recogido con profusión en las obras de la corte del rey Alfonso X el Sabio con el significado de ‘saber’: con ‘letradura’ se daba a entender el conocimiento de la lengua latina, la gramática, la oratoria y la escritura. Más adelante se utilizó también dicho término para designar la producción erudita de los letrados y, por último, el proceso educativo necesario para alcanzar el saber letrado. Como los letrados ―los doctos en letras― eran en su mayoría clérigos, ‘clerecía’ y ‘saber letrado’ fueron conceptos sinónimos durante mucho tiempo, hasta que la letradura se extendió a la esfera laica. En el Libro del caballero Zifar, anónimo del siglo xiv, en los «Castigos del rey de Mentón», se lee lo siguiente:

Onde bienaventurado es aquel a quien Dios quiere dar buen seso natural, ca más vale que letradura muy grande para saber hombre mantener en este mundo y ganar el otro. Y por ende dicen que más vale una onza de letradura con buen seso natural, que un quintal de letradura sin buen seso; ca la letradura hace al hombre orgulloso y soberbio, y el buen seso hácelo humildoso y paciente. Y todos los hombres de buen seso pueden llegar a gran estado, mayormente siendo letrados y aprendiendo buenas costumbres; ca en la letradura puede el hombre saber cuáles son las cosas que debe usar y cuáles son de las que se debe guardar. Y por ende, míos hijos, pugnad en aprender, ca en aprendiendo veréis y entenderéis mejor las cosas para guarda y endrezamiento de las vuestras haciendas y de aquellos que quisiereis. Ca estas dos cosas, seso y letradura, mantienen el mundo en justicia y en verdad y en caridad.

 De la voz litteratus latina provienen en castellano tanto ‘letrado’, que significa en la actualidad ‘sabio’ o ‘instruido’, pero también ‘jurista’ y, con matiz despectivo, ‘persona que habla mucho y sin fundamento’, como ‘literato’, que se aplica a quien sabe de literatura o se dedica a ella. Existía además un vocablo latino relacionado, litterator, término con el que se designaba en Roma a partir del siglo iii a. C. al maestro de primeras letras y lectura, conocido también como ludi magister (maestro de juegos), pero al parecer no pasó al castellano (¿podría haber sido ‘letrador’, ‘literador’ o ‘literator’, conservando en las tres posibilidades el sufijo ­-or, tan habitual en nuestra lengua para indicar profesión?), aunque el Nuevo Valbuena o Diccionario Latino- Español (Librería de Mallens y Sobrinos, Valencia, 1843) traduce dicho término al castellano como «literato, erudito, que hace estudio y profesión de letras». Por lo que respecta a la traducción del adverbio litterate, la elección del adjetivo ‘literal’ pretende dar a entender ‘precisión’, puesto que el adverbio latino significa, según el mismo Nuevo Valbuena, citando a Cicerón como ejemplo, «doctamente, con erudición y doctrina, con habilidad, como es propio de un literato» y, de este modo, se conserva la misma raíz latina que aparece en el texto original de Marciano Capela.

Volviendo a ‘literatura’ y ‘letradura’, desde el siglo xvi la primera había desterrado de tal modo a la segunda que hace desaparecer el término de diccionarios tan importantes como el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias (1611) o el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (1726-1739). Sin embargo, ‘literatura’, en el sentido de ‘compendio de obras escritas’, tuvo que librar una batalla más contra ‘poesía’, que se consideraba un término más adecuado puesto que era el verso el que confería mérito estético, mientras que la prosa aparecía ligada a la oratoria y la elocuencia. 
   
En los diccionarios de la lengua actuales, ‘letradura’ se recoge como voz anticuada para literatura y para instrucción en las primeras letras o en el arte de leer. Esos mismos diccionarios todavía no incluyen los neologismos ‘literacidad’ o ‘literacia’, acuñados en las últimas décadas del siglo pasado para definir el conjunto de competencias que permiten a una persona recibir información por medio de la lectura, analizarla y transformarla en conocimiento que después se consignará por escrito. ¿No podría regresar de su destierro la bella letradura, letra fuerte, letra aún viva, para luchar contra esos nuevos anglicismos tan feos como innecesarios?

Larga vida a nuestras palabras vernáculas.    

La lengua destrabada

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