martes, 29 de septiembre de 2015

Leer a Pablo de Aguilar González


Leer a Pablo de Aguilar González
Me doy la vuelta y me encuentro al hombre que me ha acompañado todos estos años. Sonríe y dirige la vista al cuadro. No habla; para qué. No hay secretos. Llega hasta mí. Besa mi mejilla; acerco la cara, no los labios; froto su espalda con un movimiento que quiero ―desearía― que se pareciera a una caricia.
Las cosas son lo que parecen.
Tanto como he mentido…
Pero no soy capaz de engañarlo. No del todo.
Tanto como he fingido…
No conseguirlo, no intentarlo, quizá sea mayor muestra de cariño. Él lo sabe. Cuando separa sus labios, beso su mentón; le limpio el carmín con la mano y sus ojos abultados muestran un gesto parecido al agradecimiento.
―¿Te alegras de haber vuelto?
La misma pregunta.
Todavía desconozco la respuesta.
―Era algo que tenía que hacer…
Los tres andamos despacio hacia la salida. Rozo las columnas con la yema de los dedos, cierro los ojos y vuelve a mi memoria aquel día, cuando tal gesto provocó un encontronazo en los tiempos en los que el destino se entretenía con juegos perversos. Vuelvo a abrirlos y solo distingo una isla de color en medio de tanto gris. Me agarro a los brazos de los dos hombres que han salvado la vida.
―¡Volvamos a casa!
Lo que está por venir, 2015


He leído con gusto esta nueva novela de Pablo, publicada en una cuidada edición, como las de antes, por Ediciones del Serbal. Más que leer sus páginas, me las fui bebiendo una tras otra en esos días calurosos del verano recién pasado. Y tomé apuntes. Ocurre que estaba sedienta de eso que Celia, una bloguera ilustre y literaria, denomina «literatura de antes». Literatura, así, comenzando con mayúscula: sin seguir modas ni tendencias; sin pensar en lectores ni mercados. Original, sin concesiones, creativa. Porque Pablo, como suele repetir, no se gana la vida escribiendo, pero yo añado de mi cosecha que vive cuando escribe. Y nos hace vivir.

La guerra civil española y la evacuación de los cuadros del Museo del Prado a lugar seguro ante la inminente caída de Madrid, bombardeada por las fuerzas fascistas sublevadas contra la Segunda República, es el momento histórico que elige Pablo para desarrollar la trama de su novela. Pero eso no es más que el telón de fondo, el marco temporal necesario para relatar la historia trágica de unos personajes muy trabajados, cuyos matices se van descubriendo a medida que se avanza en la lectura de Lo que está por venir: Victoria convertida en Libertad; Fidel el anarquista; Lisando el aspirante de pintor; don Onofre el rico que todo lo puede;  Adolfo el falangista; Lucas el cura… y, casi omnipresente, la narradora con nombre de puta bíblica: Magdalena, Magda. Sin embargo, el suyo es el nombre que menos aparece a lo largo del texto debido precisamente a que es ella quien relata la historia, en primera persona cuando habla de sí misma y oculta tras una tercera persona cuando se trata de los demás: «Las historias las cuenta quien las conoce».

Más allá de la elaborada trama de amores y desamores, de engaños y heroísmos que logra mantener la tensión, llama la atención el dominio que demuestra Pablo de los recursos  literarios a lo largo de toda la novela. Sirva como ejemplo la narración que establece en paralelo de la primera noche que pasan juntos Magda con Lucas y Victoria con Lisandro, una en primera persona; otra, en tercera. Y siempre en presente:

Se tumba de espaldas sobre el colchón, me observa excitado, tanto como nunca creyó que fuera posible.
No sé si será cura.
Pero sí es hombre.
Recto, grueso, descapuchado…
Sonrío al verlo.
Pito Gabinito.
Contempla cómo la luna ilumina mi sonrisa triunfal, cómo me deshago del camisón y libero unos pechos que solo han podido ser concebidos para acariciarlos. Me observa con todo el hambre acumulada, con toda la prisa por saciarla. Extiende sus dedos hacia mí, besa uno de los pezones que le ofrezco…
Es un punto de no retorno.
Me encaramo sobre él.

Lisandro prolonga el momento tantas veces imaginado, tantas veces deseado. No hay prisa. Victoria está ahí, confirmando que a veces los sueños se hacen realidad. Percibe sus respiraciones hondas, sus invitaciones a seguir, a que acelere.
Pero no hay prisa.
 La desnuda poco a poco, besando cada poro de ese cuerpo que siempre deseó pintar; que deseó mucho más poseer. Ella lo ayuda con los últimos botones y percibe en el temblor de su pulso la urgencia por que llegue lo que ha de venir, lo que los dos han macerado estos últimos meses. Victoria termina de desnudarse. Lisandro se siente sorprendido ante el empujón que lo tumba en la cama, ante la desenvoltura de Victoria para despojarlo de los pantalones, ante su resolución al saltar sobre él.
Encapuchado, torcido a la izquierda. Pito honesto.
Atiende a los gemidos junto a su oído.
   
Magda es una experta en pitos por su profesión y, a lo largo de la novela, describe sus variedades, siempre pensando en el mismo, en el de Gabinito, el primo por el que bebió los vientos en el pasado y al que no logra olvidar. El hecho de que describa también el de Lucas es una pista irrefutable de que es ella la que se esconde en esa tercera persona narradora. Sin embargo, en el relato del primer viaje a Valencia con un camión cargado de cuadros, aparece una primera persona del plural: «Alberti se encarama al camión y pide silencio. Intenta explicarnos qué es lo que escoltamos; qué son Las Meninas; la importancia de conseguir llegar sanos y salvos. Algunos lo entendemos; otros se pasan una mano sobre barbas como lijas intentando comprender. Pide que no fumen». Magda no está en ese viaje pero lo narra como si lo hubiera vivido, como si fuera uno de los que se pasan la mano sobre barbas como lijas para comprender por qué se juegan la vida. «Cada uno hace la guerra como sabe». 

Confieso que cuando me recomiendan una lectura describiéndomela como «novela de sentimientos», me entran escalofríos y la rechazo de plano. Suele tratarse de ñoñerías y estupideces grandilocuentes de algún escribidor o escribidora con ínfulas que pretende exaltar la sensiblería fácil de algunos lectores. Sin embargo, en esta novela, como en todas las de Pablo, hay sentimientos porque sus personajes son de carne y hueso. Yo diría que, como Shakespeare y tantos grandes literatos, a Pablo le interesan sobre todo las pasiones humanas, en las que trata de ahondar. Pero en lo que escribe no hay falsedades ni recursos al llanto fácil. Aunque a veces la prosa más sencilla emociona:   

Los pasos se van acercando y Gabino se resigna a ser capturado, quién sabe si ejecutado bajo ese cobertizo de pastor. Sin embargo, el que aparece jadeante es el galgo. Apenas puede creer lo que ven sus ojos. Viene con un conejo en la boca, se detiene frente a mi padre y lo deja caer al suelo sin apartar los ojos de él. Gabino sonríe, el perro mueve la cola.
Ríe, mi padre ríe por primera vez en mucho tiempo…
Y rodea al chucho entre sus brazos atados como se abrazaría a un gran amigo.
Y el chucho, tan feliz como el humano, devuelve el abrazo subiendo sus patas sobre los hombros.

Pablo es un creador magistral de antihéroes, y en esta novela también hay uno que destaca sobre el resto de los personajes. Desde el primer momento que aparece me llamó la atención. Supe enseguida que era el «elegido», el que más juego iba a dar en el argumento por sus muchos motes, por su pinta desastrada, por su capacidad de supervivencia, por sus muchas conchas y por todas las virtudes de las que carece pero es capaz de asumir. Dejo al lector la sorpresa de encontrárselo en esta nueva novela de Pablo e ir disfrutando a medida que se va creciendo en el entamado de situaciones desesperadas que le toca resolver.

En el capítulo VI, muy avanzado el texto, Magda se identifica claramente como narradora que relata el pasado y confiesa, como si tratara de prevenirnos:

Recuerdo aquellos días de febrero; recuerdo, incluso, sus recuerdos, los de todos ellos. Porque las historias las cuenta quien las recuerda. Y yo me he encargado de vivir esta. Un día y otro y otro más. Sin descanso y sin pausa. Y hora tras hora, los hechos ocurren en mi memoria, en el mismo orden, como cuando no sabía lo que estaba por venir, sin ser capaz de alterar un solo gesto, una palabra. No sé qué hubiera podido cambiar, solo fuimos hojas secas que transportaba el viento; un viento de guerra y de odio, mezclado con alguna brisa de amor, tan tenue, que no fue capaz de transformar nada.

Y es que, en la novela, todavía queda mucho por venir…


Pablo de Aguilar González, Lo que está por venir, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2005, 367 pp.

Otras dos interesantes novelas de Pablo de Aguilar González están a la venta en Amazon en versión ebook: Los pelícanos ven el norte y El istmo del reloj de arena.      

La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  





2 comentarios:

  1. ¡Esa tal Celia no debe ser muy ilustre, porque no la conozco!

    "Lo que está por venir", "Los pelícanos ven el norte", "El istmo del reloj de arena"... Me parece que dijiste que no habías leído "Intersecciones". Me da rabia que precisamente ese, que tanto me gustó, no lo pueda recomendar porque sea tan difícil de conseguir. Por otra parte, diría que tiene un estilo "pabliano" mucho más exagerado o más atípico que los demás.

    Cuando leí esta novela, también me quedé con los personajes de Magdalena y "el elegido". En cambio, algunos como Lisandro o Fidel me parecieron más flojitos.

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    1. No he leído Intersecciones porque no he logrado conseguir esa novela. Deberíamos convencer a Pablo para que la publique al menos como ebook. No eres la única en decir que es de lo mejor que ha escrito.

      De Lo que está por venir lo que más me ha impresionado es lo trabajadísimo que está el texto; la mezcla de personajes, las distintas perspectivas... cómo va cambiando el ángulo argumental a medida que avanza. Y todo ello, solo con la fuerza de los personajes, sin apenas descripciones ni justificaciones, sin juicios de valor que predispongan al lector.

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