miércoles, 13 de febrero de 2013

Las buenas novelas

murder your darlings!; ¡fuera paja!
Esta
es mi casa.
Propiedad
de la palabra.

Blas de Otero

En esencia, todas las novelas, buenas o malas, tratan de lo mismo: de la realidad contemplada a través del espejo de  la imaginación. Y de  la imaginación de cada escritor, que manipula lo que percibe y lo que guarda en su memoria, depende lo que es capaz de crear. Pero también depende de su preparación intelectual, de sus conocimientos literarios y de su formación lingüística. Y, sobre todo, de su propia exigencia.
Cuando terminamos de leer una novela, la mayoría de los lectores nos hemos creado una opinión al respecto que nos sirve para recomendarla o  no a otros.  Pero ¿existen criterios objetivos, más allá del gusto, para determinar su calidad? Algunos hay, por supuesto, y no hay más que reflexionar sobre nuestras propias impresiones de lectura para descubrirlos.

En líneas generales, una buena novela debe contar algo interesante que aumente de algún modo nuestro conocimiento, debe suscitar emociones y debe entretenernos:

1.      Contará algo interesante si tiene un argumento original y comprensible que se desarrolla sin lagunas ni incongruencias. Si los personajes son creíbles,  no se ciñen a estereotipos y evolucionan a medida que avanza el relato.
2.      Suscitará emociones si está escrita en una prosa cuidada con riqueza de vocabulario y sin errores gramaticales, sintácticos ni ortotipográficos. Si es capaz de sacar partido a los recursos lingüísticos y las figuras retóricas para crear belleza en un estilo propio.
3.      Entretendrá si consigue que la narración no pierda ritmo. Si se van creando expectativas que animen a continuar leyendo. Si existe un equilibrio entre las partes narrativas o descriptivas y los diálogos. Si no se adivina el desenlace mucho antes de que ocurra.   
De las muchísimas novelas buenas que cumplen con creces estos criterios y cuya lectura siempre es agradable, sobresale un grupo más reducido que cabría denominar las excepcionales. Son esas novelas que transcienden  épocas y países, esas novelas que dejan una huella imborrable en quien se sumerge en sus páginas. Y son también las novelas cuya lectura es indispensable para los escritores, porque a escribir se aprende, antes de nada, leyendo.
Por necesidad, todo escritor ha sido y sigue siendo un gran lector. Los libros son la savia de la que se nutre y la base de su creación. Y lo que lee, de forma consciente o inconsciente, influye en lo que escribe. Motivo añadido para elegir lecturas excepcionales.
De las muchas lecturas que considero imprescindibles, escojo hoy La saga/fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester y El lugar sin límites de José Donoso. Torrente Ballester alcanzó gran fama en España en la década de 1980 por la versión televisiva de su trilogía más conocida, Los gozos y las sombras; por su parte, José Donoso es más reconocido por El obsceno pájaro de  la noche, novela incluida por Harold  Bloom en su sesgado libro El canon occidental.
La saga/fuga de J.B. narra la historia de una ciudad imaginaria, Castroforte del Baralla, cuya característica más destacada es la capacidad que tiene de levitar cuando todos sus habitantes se ensimisman por un mismo asunto. El argumento es complejo y muestra un completo entramado de relaciones humanas, a la vez que el autor aprovecha para expresar su punto de vista sobre la creación literaria. El personaje que da nombre a la novela, José Bastida, es un profesor de gramática de la ciudad al que asocian con una  leyenda popular debido a las iniciales de su nombre, lo que desata una serie de tramas secundarias. Tres elementos destacados de esta  novela son la fantasía, la ironía y el sentido del humor, que ya aparecen compendiados en las citas con las que abre para que nadie se lleve a error al iniciar la lectura: «Rostros que sueñan pasmos en la niebla», Germán Bleiberg; «Una sesión de circo se iniciaba en la constelación decimoctava», Gerardo Diego; y «Tin morín de dos pingüés, cúcara mácara chíchara fue». Popular.
El lugar sin límites es una novela corta que narra la vida de un burdel regentado por una travesti vieja, la Manuela, junto a su hija la Japonesita en un pueblo olvidado de Chile. Como la mayoría de la obra de Donoso, es una novela de interiores, tanto humanos como físicos, que muestra su predilección por los perdedores y por quienes parecen resignarse ante su suerte adversa. El prostíbulo es una especie de infierno pueblerino, un cosmos cerrado donde casi nada es lo que parece  a primera vista y donde se mezclan con las pasiones eróticas despiadados juegos de poder y de identidad que sirven para revelar la dualidad de la condición humana. Sus personajes ambiguos, llenos de matices, podrían considerarse arquetípicos, la semilla para muchos otros. La cita con que abre el libro también da pistas sobre lo que nos vamos a encontrar: «El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo lugar, porque el infierno es aquí donde estamos, y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer». Marlowe, Doctor Fausto.
La primera novela tiene un argumento de estructura compleja y casi 600 páginas; la segunda es mucho más corta, no llega a las 200 páginas, y su argumento es de estructura más simple. Pero en el resultado final ambas son excepcionales, porque la complejidad argumental no es un criterio universal para determinar la calidad. Tampoco es un criterio universal la extensión, por más que parezca estar de moda escribir volúmenes de cientos y cientos de páginas. Dicen las malas lenguas que es debido a lo fácil que resulta producir y corregir desde que los ordenadores desplazaron a la pluma y la máquina de escribir.
Escritores consagrados y editores luchan contra esta prolífica tendencia y llaman a la mesura: murder your darlings!, recomiendan los anglosajones, utilizando una expresión atribuida a sir Arthur Quiller-Couch, Fitzgerald, Faulkner, Nabokov o incluso Stephen King, según los casos. Quieren decir que nada es intocable, y mucho menos las partes de nuestros textos que consideramos mejores por exceso de apego: murder your darlings!, que yo traduciría libre y castizamente por ¡fuera paja!
Creo sinceramente que es el mejor consejo que se puede dar y el más difícil de recibir y, sobre todo, de seguir. Una vez terminada nuestra novela, después de haberla dejado reposar y haber corregido la mayoría de las imperfecciones que se nos habían pasado por alto, ¿cómo vamos a ser capaces de cortar esas largas descripciones, esas páginas llenas de erudición que tanto nos ha costado hilvanar?, ¿cómo vamos a condenar a la desaparición a esos personajes secundarios cuyas vicisitudes nos empeñamos en relatar hasta el final?, ¿cómo vamos a ahorrar a nuestros lectores saber que Fulanito era alto, delgado y varonil, o Menganita, hermosa, esbelta y elegante?   
Sin embargo, es necesario: ¡fuera paja! Fuera todo lo que no te gustaría leer en una obra ajena; todos los lugares comunes; todas las frases trilladas; todos los adjetivos manidos; todos los estereotipos; todos los juicios de valor maniqueos en boca del narrador omnisciente; todos los diálogos sobre trivialidades; toda la violencia innecesaria; todo el sexo insulso. Fuera también las notas que nada aportan y los glosarios triviales; fuera, en definitiva, todo lo superfluo que entorpece la lectura y aburre o aleja al lector.
Escribir, releer, reescribir, no darse por vencido, ser exigente: este es el único modo de conseguir producir una buena novela. Sin embargo, la crítica nunca será unánime y cada cual llegará a un público más o menos amplio. Sirva como muestra curiosa la opinión que escribió el censor acerca de La saga/fuga de J.B. antes de su publicación:
De todos los disparates que el lector que suscribe ha leído en este mundo, éste es el peor. Totalmente imposible de entender, la acción pasa en un pueblo imaginario, Castroforte del Baralla, donde hay lampreas, un Cuerpo Santo que apareció en el agua, y una serie de locos que dicen muchos disparates. De cuando en cuando, alguna cosa sexual, casi siempre tan disparatada como el resto, y alguna palabrota para seguir la actual corriente literaria. Este libro no merece ni la denegación ni la aprobación. La denegación no encontraría justificación, y la aprobación sería demasiado honor para tanto cretinismo e insensatez. Se propone se aplique el SILENCIO ADMINISTRATIVO. (Miscelánea.Expedientes de censura)

La lengua destrabada
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15 comentarios:

  1. Exctraordinario y clarificativo post. Enhorabuena; aunque no coincidimos en nuestras lecturas sí oteamos el mismo horizonte novelístico.

    Rafael

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    1. Supongo que en alguna lectura sí coincidiremos, Rafael. Hay tantas novelas buenas que leer que nos faltará vida para abarcarlas todas. Y cada cual hace lo que puede. Un saludo.

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    2. Mujer, claro que coincidiremos en alguna... ¡Faltaría más!
      Y, sí, no hay vida suficiente para leer tantas novelas y vivir la propia.
      Saludos noctívagos.

      R.

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  2. Excelente artículo, Carmen, sin duda. Y, por propia experiencia, puedo asegurar que tienes muchísima razón al menos en una cosa: ¡cómo cuesta quitar la paja! Para eso, lo mejor es dejar que pase el tiempo suficiente para que se te olvide lo que amas a ese personaje al que, sin remedio, tienes que rebajar de categoría para devolverle a su lugar, que quizás nunca debió abandonar. Es difícil, es amargo pero cuando lo logras, ¡todo encaja!
    Un abrazo.

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    1. Es difícil alcanzar la distancia necesaria con lo que escribimos para poder corregir con cierta objetividad. Por eso tener otros ojos expertos siempre viene bien. Es lo que más echo de menos como escritora independiente. Un abrazo.

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  3. Muchas gracias Carmen por tus consejos.

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  4. Estoy de acuerdo, Carmen; hay que quitar la paja. Para mí un buen escritor es el que es capaz de transmitir la mayor cantidad de cosas con el mínimo de palabras. Pero también me he encontrado con novelas que hubiera preferido que fueran más largas porque me parece que el autor no ahonda lo suficiente en los temas que toca. En el último año he leído alguna de apenas ochenta o noventa páginas que más que una novela me ha parecido un boceto de novela, y he pensado que habría sido más buena si hubiera contenido al menos doscientas páginas. A veces, si te pasas matando a tus queridos, te quedas con una obra pelada.

    Gracias por otro excelente artículo. Un abrazo.

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  5. De acuerdo con tu plateamiento, tocaya. Tan malo es el exceso como el defecto. Pero desde luego lo que hay que podar de todo escrito es lo que suene a trillado.
    Un abrazo también para ti.

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  6. Muy bueno tu artículo.
    Y de paso, planteo una cuestión: Cuando alguien lee tu novela y te dice... "me ha encantado, pero me quedé con ganas de seguir leyendo", ¿significa que el desenlace podía haberse alargado más? ¿Puede llegar a resultar "pobre" e incluso desilusionar al lector en el ultimo instante?
    En mi caso, siempre temo ese momento del final, a ser excesivamente breve. Te sugiero este tema para otro de tus buenísimos artículos.
    Un abrazo!

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    1. Yo creo que ese «me quedé con ganas de seguir leyendo» es señal de que la novela ha interesado, pero no siempre significa que debería ser más larga. Aunque a veces es cierto que algunas novelas tienen finales precipitados, como si el escritor estuviera deseando quitarse de enmedio. Es algo que hay que valorar en la revisión final antes de publicar, una vez que se ha dejado pasar un tiempo prudencial para poner distancia.
      Pero sigo pensando que, en general, que te digan que se quedaron con ganas de leer más es un piropo y no un fallo de la novela.

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    2. Sylvia yo como lectora te puedo decir que cuando alguien te dice "me quedo con ganas de seguir leyendo" o "me ha sabido a poco", es sobre todo un piropo. Porque cuando algo te sabe a poco es porque te está gustando mucho. Un saludo Sylvia.

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  7. Muy bueno el artículo y totalmente de acuerdo contigo Carmen.

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