Qué pereza preparar el equipaje.
Qué difícil es elegir las prendas necesarias que se echarán de menos durante la
estancia fuera de casa y hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los
múltiples «porsiacasos» que nos tientan y acabarán engordando nuestra maleta. ‘Equipaje’,
palabra formada con el productivo sufijo -aje
que proviene del latino -aticus y
llegó al castellano a través del francés, comenzó a utilizarse para designar el
equipo que cargaban los soldados, pero al poco pasó a significar también el
conjunto de pertenencias necesarias para llevar en los viajes, según sostiene
Joan Corominas (Breve diccionario
etimológico de la lengua castellana, Madrid, 1987). ‘Bagaje’ y ‘equipaje’
son sinónimos en la acepción de enseres indispensables para desplazamientos,
tanto militares como civiles, pero la primera palabra significa además conjunto
de conocimientos o experiencias adquiridos por alguien.
‘Maleta’, por su parte, es voz
antigua en el vocabulario castellano. Covarrubias la define como «la manga, ô
valija en que se llevan vestidos de camino, ô ropa, propiamente la que es de
cuero, y va cerrada con su cadena, y candado. Es nombre Hebreo del verbo mala, que vale henchir por ir llena de
ropa. O de otro verbo Hebreo malat, servari,
porque lleva dentro guardada la ropa. Carolo Bovilio la haze diccion Francesa,
mallê, intra quam itinerariae vestes folent claudi, ámantica pender» (Tesoro de la lengua castellana, o española, 1539-1613).
Los diccionarios de la lengua castellana actuales coinciden en afirmar que se
trata de un vocablo de origen francés, lengua en la que malle, desde el siglo xii,
da nombre a un cofre de grandes dimensiones, destinado a contener los efectos
que se llevan en un viaje; mallette,
palabra datada desde el siglo xiii,
es su diminutivo, de donde proviene nuestra maleta. De malle se originó la castellana ‘mala’, que ahora es una voz
anticuada.
En lenguaje informal, la palabra
femenina ‘maleta’, con artículo masculino o femenino, se aplica a cualquier
persona que muestra torpeza en el desempeño de alguna actividad: Juan es un maleta conduciendo. Al
parecer, ser un/una maleta con el
sentido de inútil o poco hábil proviene de la tauromaquia. Al torero principiante
y sin recursos que viajaba con sus escasas pertenencias de plaza en plaza en
busca de oportunidades se lo conocía como ‘maleta’ o ‘maletilla’, y de ahí el
uso se generalizó, sobre todo para actividades físicas o deportivas.
A veces nos vemos obligadas a hacer
la maleta o las maletas no porque nos vayamos de viaje, sino porque nos apremian
para que abandonemos un lugar o cargo por algún
motivo particular: El primer
ministro debe ir pensando en hacer las maletas. En realidad, ni en este
sentido figurado ni en la preparación práctica del equipaje ‘hacemos’ la
maleta: no fabricamos el continente, sino que escogemos y organizamos el
contenido, esto es, empleamos uno de los tropos de la lengua, un útil recurso conocido
como sinécdoque, para darnos a entender. Por lo que respecta al verbo ‘hacer’,
es conocida su facultad de asumir un extenso abanico de significados según el
contexto en el que se utilice. Abundan las expresiones en las que este verbo se
une a un sustantivo (más sus acompañantes) para expresar un significado fijo: hacer boca (ingerir algún alimento o
bebida como ensayo para la comida; también se puede usar en sentido figurado); hacer carrera (triunfar); hacer castillos en el aire (imaginar
imposibles); hacer gala (ostentar,
alardear); hacer oídos sordos (no
escuchar); hacer la vista gorda (fingir
que no se percibe algo merecedor de corrección).
El Diccionario de la lengua española académico recoge una segunda
acepción de ‘maleta’ como enfermedad, señalando que es palabra anticuada de
origen incierto. Parecería, sin embargo, estar relacionada con ‘maletía’ y ‘malatía’,
que antiguamente significaban enfermedad, en especial, durante la Edad Media,
la enfermedad por antonomasia: la lepra. Las tres voces castellanas estarían
relacionadas con la maladie francesa
y la malattia italiana, todas ellas
provenientes del latín (măle habĭtum, estar mal de salud). Los malatos
medievales eran los enfermos de lepra, afección que se solía contagiar durante
los viajes. En una de las versiones del «Romance
de la hija del rey de Francia» (recogida en 1545), se narra el encuentro de una
joven con un caballero al que pide que la lleve en la grupa de su caballo hasta
París. Esto es lo que sucede cuando el
caballero la requiere de amores: «La niña, desque lo oyera, díjole con osadía: / Tate, tate, caballero, no hagáis tal villanía: / hija soy de un
malato y de una malatía, / el hombre que a mí llegase malato se tornaría».
Dejo aquí este hilo porque me urge hacer las maletas. ‘Procrastinar’
es palabra de origen latino, que significa posponer o postergar y que ha vuelto
a nuestro vocabulario a través del inglés, donde el uso del verbo to procrastinate es mucho más habitual. Resulta
curioso el olvido que ha sufrido hasta años recientes en nuestra lengua del
«vuelva usted mañana». Mi equipaje no admite más aplazamientos. En escasos días estaré emprendiendo el vuelo para llegar a nuestras antípodas, donde
pasaré parte de nuestros otoño e invierno que se corresponden con sus primavera
y verano. Por cierto, la voz ‘antípodas’ puede usarse en femenino o en
masculino, si bien en la actualidad es más habitual el femenino.
Aquí lo dejo. Repito: qué pereza hacer las maletas. Quién fuera caracol para viajar lento, sí, pero con la casa a cuestas.
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