jueves, 26 de noviembre de 2020

Poemas fragmentarios

Ojos de gata en estampida,
el día se deshebra en dedos funerarios,
vencido por la noche decembrina.
No hay árboles ni campo ni horizonte ni sírveme una sopa
cuando el tiempo agoniza, y estás sola.

***

Heredamos de la tía solterona
una caja oxidada de hojalata.
Significantes varios había dentro
―botones de colores, bobinas de bordar,
un acerico, minúsculas fotos dentadas,
un carné de peatón
a nombre del abuelo,
tres sellos africanos,
el gancho de una liga,
un pendiente desparejado,
cuentas de collar,
un borrador milano―, pero
ningún significado.
Esos 
se los tragó
la tumba.

***

La otra que hay en ti
ha despertado.
Lo notas en las risas arrancadas
en medio de las lágrimas,
por los pasos de baile
al subir la cuesta,
porque sueñas al sol
y vives en la luna.

***

Dejándome llevar por los caprichos de la moda,
repudié la concha de caracol que era mi abrigo…
y me convertí en babosa.

***

Sueño que sueño que sueño y,
cuando despierto,
no sé lo que soñaba que soñaba.

***

Atrévete a armarte
de tijeras:
descose pespuntes,
desenjareta pecheras.
¡Haz espacio!
La otra es inmensa y
no ha de vivir apretada.

***

Aletean tigres de papel
cuando te ofendes,
salmodiando agravios machiembrados
que quiebran el cristal
de la armonía.
No quiero limón por desayuno
ni un sorbito de hiel como merienda,
por más que anhele la almohada compartida.
Una vez iniciado, el rayo no cesa
hasta que hiere, lo dice la experiencia
y lo rechazo
yo.

***

Un trino cercano
desde un olmo sin peras.
El mirlo no es blanco,
pero consuela.

***

nací,
viví,
morí
una vez y otra,
y otra más,
hasta ese jueves por la noche
en que dije basta y
me senté a la luna
a dibujar sobre barro
palabras
minúsculas
como
estas

***

Estará en algún encima,
decía mi madre
cuando preguntábamos por
un peine, las tijeras o
una baraja de naipes.
Así, crecimos
en el convencimiento
de que encima
era el lugar secreto
donde
las cosas
se esconden.

***

Si tu voz me llama, voy,
tropezando con bandadas de pájaros,
voy,
esquivando bicicletas de ruedas oblongas,
voy,
perseguida por gatos que maúllan francés,
voy,
azotada por papeles cifrados al vaivén del viento.
Voy…
y no te alcanzo
y me deslumbran los ecos
y me enredo en las algas.
Voy…
aunque me hunda.

***

Para estar encantada
no es preciso ser
casa.
Basta con dejarte
encerrar.

***

Te quieren,
o eso dicen,
por lo que no eres,
y acatas
madriguera de ratón
imaginando
nido de águila.

***

La llaga sangra
entre tus piernas,
y humillas la cabeza,
el horizonte ceñido
al dobladillo
de tu falda.

***

Mi mano izquierda sabe lo que hace mi derecha,
y yo sé que con las dos
abarco el orbe
cuando siembro palabras. 

***

No se ofenderá el mar porque lo mires.
Él va a su ritmo y vuelve.
Evoca en su bramido
las posibilidades
del miedo.

***

Esta noche los mochuelos
no van a sus olivos.
Están en mi cabeza,
tratando de emular
pajaritos alegres
que la llenaban.

***

Diré que soy feliz
a veces,
que no me pican las avispas
y la yerba está verde,
que llueve a borbotones
y sale un arco iris,
que oigo brotar flores
y el gato se pasea,
que la mesa está llena de libros
y un mirlo me canta.
Por eso soy feliz
a veces.

***

Repite el tierno ruiseñor las notas musicales,
igual que cuando niña recitabas el hilo de las sílabas.
Un mismo arte son su canto
y tu lectura.

***

© Carmen Martínez Gimeno, 2020

 

La lengua destrabada


Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  



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lunes, 16 de noviembre de 2020

Tiempo de castañas

Cuando llega la otoñada y las castañas empiezan a aparecer en las tiendas de comestibles, me viene a la memoria un vívido recuerdo, repleto de olores: mi madre madrugando para asar, cortándolo primero en forma de cruz, ese fruto de brillante cáscara y echarnos un puñadito en los bolsillos de los abrigos para que nos calentáramos las manos camino del colegio. A media mañana, durante el recreo, aunque estaban frías, las castañas sabían a gloria. Ya por entonces hacía mucho que habían dejado de ser un elemento básico de la dieta alimentaria y nos sonaban como algo remoto las historias de nuestra abuela asturiana acerca de que en su niñez las guisaban con verduras y cerdo como si fuera una fabada y también hacían  pan con su harina. 

El advenimiento a Europa de la patata, el frijol (judía o alubia) y el maíz procedentes de América a partir del siglo XVI provocó que la castaña se fuera relegando en la cocina porque era más engorrosa de pelar, guisar y conservar, a pesar de sus valiosas cualidades nutritivas. Como ya explicaba Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, o española (1611), «para comerse, han de quitarle el erizo, y la cáscara y la camisilla». Añadía Covarrubias en su descripción:

El Comendador Griego, en sus refranes, dize. Castañas por Nadal saben bien, y partense mal, por estar aun verdes, y despedir con dificultar las telillas que están incorporadas en ellas, y pegadas. Las castañas son el sustento de algunas tierras montañosas, no solo de los brutos, pero tambien de los hombres: y estando secas las muelen y hacen pan dellas. Tienense por regalo estando asadas, ô cocidas […]. Las castañas apiladas son las que se han enjugado del todo, aviendolas mondado, y estando muy secas, de las cuales se hacen algunos guisados, y potages para los días de pescado.  

El castaño, árbol de buena altura, de porte erecto y tronco grueso que se va ahuecando con el paso del tiempo, es originario de la Europa mediterránea y tan antiguo que se han encontrado vestigios en excavaciones de zonas prehistóricas del Terciario. Su fruto, la castaña, se encuentra dentro de una cápsula espinosa semejante a un erizo, por lo general, de tres en tres. El nombre del árbol en latín era castanĕa, a su vez proveniente de una voz semejante en griego; su fruto se conocía como nux castanĕa, nuez castaña. En español, la voz para designar al árbol pasó a ser masculina y se dejó la femenina para el fruto. Por su parte, de nux, nucis se derivó nuez, un fruto seco distinto. Castañar o castañeda es un lugar poblado de castaños. Como castañada se conoce la cosecha de castañas. Castaña pilonga es la castaña desecada, término más habitual en la actualidad que la castaña apilada citada por Covarrubias. Castañero/a es la persona que, durante la temporada de cosecha, vende castañas en puestos callejeros donde las asa. Y castañetazo es el estallido que provoca una castaña cuando se pone en el fuego sin haber recibido ningún corte.

El vocabulario de nuestra lengua sigue reflejando la importancia histórica que tuvo la castaña en la vida cotidiana. Así, se denomina castaño/a al color pardo oscuro o rojizo semejante al de la cáscara de la castaña que se aplica en las personas para describir en particular el cabello o los ojos: melena castaña; ojos castaño claro. En los caballos, designa a los de pelo rojizo: una yegua castaña. En otros usos, parece que para expresar ese mismo color predomina el adjetivo invariable en cuanto a género marrón, galicismo que tuvo que acabar aceptando el Diccionario de la lengua española de la RAE debido a su difusión: diadema marrón; abrigo marrón oscuro. El moño con el que se recogen detrás el pelo las mujeres o los hombres también se denomina castaña cuando adopta esa forma. Una castaña puede ser además una borrachera (cogerse una buena castaña); una cosa aburrida o de mala calidad (esta película es una castaña), o un golpe o porrazo que, cuando es superlativo, se convierte en castañazo (se dio un castañazo con la bicicleta). El instrumento musical castañeta o castañuela recibe su nombre por su parecido físico con la castaña. También se denomina castañeta al chasquido resultante de entrechocar con fuerza y rapidez la yema del dedo pulgar con la del medio, movimiento empleado para llamar la atención de alguien o para seguir el ritmo de una música. El verbo castañetear describe la música de las castañuelas y, por extensión, el sonido rítmico proveniente de otros instrumentos que no son musicales, como dientes o articulaciones: Cuando subía las escaleras le castañeteaban las rodillas. Me castañetean los dientes de frío, que no de miedo. La acción del verbo castañetear es castañeteo.

Los refranes recogen la sabiduría popular acerca de las condiciones climatológicas óptimas para el buen desarrollo del fruto, de los tiempos de cosecha  y de sus cualidades. Muchos han quedado anticuados y apenas se entienden, pero otros siguen muy vigentes:

·       Las castañas quieren en agosto arder y en septiembre beber. Significa que para obtener una buena cosecha, en verano las castañas necesitan calor, y en otoño, lluvia.

·       Quien no sabe mañas no come castañas. Alude a la dificultad de pelar las castañas y, por extensión, a la necesidad de usar el ingenio para superar vicisitudes.

·       Fuerza sin maña no vale una castaña. Expresa el escaso valor que tiene la fuerza bruta si no está acompaña de ingenio. La castaña, como el comino, el pimiento o el rábano, aparecen en muchas frases hechas para simbolizar escaso aprecio. 

·       Castaña, la primera; y nuez, la postrera. Sintetiza el momento de mayor calidad del producto: a comienzos de su temporada la castaña, y a finales, la nuez.

·       De la castaña al huevo; del huevo a la gallina; de la gallina al buey; del buey a la horca. Con esta gradación se significa que en robos o malas acciones, se empieza por muy poco y como por audacia se va subiendo de rango, el castigo final será el más grave.  

Aparece asimismo este fruto seco en frases hechas, algunas más populares que otras:

·       Buscarse alguien las castañas, al igual que buscarse las habichuelas, significa ingeniárselas para subsistir.

·       Dar a alguien para castañas alude a maltratarlo o castigarlo.

·       Dar la castaña a alguien  es engañarlo, molestarlo o fastidiarlo.

·       Darle castañas al castañero apunta a la incongruencia de ofrecer a alguien como obsequio algo que de por sí le sobra.  

·       Parecerse como un huevo a una castaña es una comparación con la que se afirma que se trata de cosas totalmente distintas.

·       Pasar de castaño oscuro es llegar a una situación abusiva o intolerable.

·       Sacar las castañas del fuego es auxiliar o sacar de un apuro a alguien aunque implique riesgos para uno mismo.

·       ¡Toma castaña! es una locución interjectiva con la que se expresa complacencia o sorpresa ante algo o alguien.

·       Los tiempos de Maricastaña indican épocas tan antiguas y remotas como los tiempos de Matusalén, los años de la polca o los del cancán. Miguel de Cervantes, en «El casamiento engañoso» (Novelas ejemplares, 1613), ya se refería a dichos tiempos legendarios: «Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas, o el de Isopo, cuando departía el gallo con la zorra y unos animales con otros».

La literatura española da cuenta de la importancia que ha tenido la castaña en nuestra existencia. Es fácil encontrar ejemplos en los libros clásicos. Comienzo por el entretenido Libro del buen amor de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, del cual existen dos manuscritos, uno de 1330 y otro algo ampliado de 1343. En la curiosa relación «De la pelea que ovo don Carnal con la Cuaresma», se lee: «Como estaba ya con muy pocas compañas, / el jabalín et el çiervo fuyeron a las montañas, / todas las otras reses fuéronle muy estrañas, / los que con el fincaron, no valían dos castañas». Y más adelante, en la relación «De cómo clérigos e legos, e flayres e monjas, e dueña, e joglaes salieron a reçebir a don Amor», explica: «Comía nueses primeras e asava las castañas, / mandava sembrar trigo e cortar las montañas, / matar los gordos puercos e desfaser las cabañas, / las viejas tras el fuego ya dicen las pastrañas».  Por su parte, Luis de Gongora y Argote, en su letrilla «Ándeme yo caliente» (1581), dice: «Cuando cubra las montañas / de plata y nieve el enero, / tenga yo lleno el brasero / de bellotas y castañas, / y quien las dulces patrañas del rey  que rabió me cuente, / y ríase la gente».  Dejo para el final a Rosalía de Castro, quien en sus Cantares gallegos (1863) escribe: «Has de cantar, / que che hei dar zonchos;  / has de cantar, / que chei de dar moitos. / Has de cantar, / meñina gaiteira».

Los zonchos son castañas cocidas con anises, que sigue siendo una receta típica de Galicia y Asturias. En puré se utilizan como acompañamiento de carnes o para elaborar postres deliciosos. Pero la exquisitez mayor se alcanza con las castañas confitadas, que en la actualidad se ofrecen sobre todo en época navideña. Son esas castañas  oscurecidas por la cocción que se bañan con un delicado almíbar de hilo y se venden en muchas pastelerías con el nombre francés de marron glacé, popularizado tal vez porque resulta más elegante que el término español. La RAE recomienda no utilizarlo, pero no se opone en absoluto a que disfrutemos de esta delicia.  ¡Feliz castañada!   

La lengua destrabada


Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  


 

 



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viernes, 16 de octubre de 2020

Dos puntos: orígenes y posibilidades actuales de uso en español

Según el Diccionario de la lengua española de la RAE, ‘puntuar’ es en gramática «poner en la escritura los signos ortográficos necesarios para distinguir el valor prosódico de las palabras y el sentido de las oraciones y de cada uno de sus miembros». ‘Puntuación’, por su parte, es tanto la acción y efecto de puntuar como el conjunto de los signos ortográficos que sirven para ello. Los dos términos provienen del latín punctum, punto, puesto que fue este signo el primero adoptado ya en la Antigüedad clásica como ayuda a la lectura en voz alta de la scriptio continua. Los romanos tomaron de los griegos el principio básico por el cual se iba a regir la puntuación hasta bien entrada la Edad Media: la utilización del punto escrito en tres posiciones distintas dentro de la línea, alto, medio y bajo, para marcar las pausas, respectivamente, con una intensidad mayor, intermedia y menor. En torno a la segunda mitad del siglo ix, desde la corte de Carlomagno se fue propagando por Occidente un sistema perfeccionado de signos (positurae): el punctus versus (punto con una vírgula curva debajo); el punctus interrogativus (punto con un rasguillo ascendente hacia la derecha) y el punctus elevatus (punto con una especie de coma superpuesta). Cuando a estas positurae o situaciones de los signos se añadió el uso de las litterae nobiliores (mayúsculas destacadas) para resaltar el inicio de la oración, la altura de los puntos dejó de tener importancia.

El punctus elevatus dio lugar en la ortografía tradicional española al colon (:) y al semicolon (;). El término griego κῶλον, que significa ‘miembro’ o ‘parte’, se utilizó en la gramática griega para designar a los miembros o partes de una oración y pasó como colon, con el mismo valor, a la gramática latina para acabar denominando también a los signos con los que se marcaban las pausas menores dentro de un mismo periodo. El Diccionario de la lengua española de la RAE recoge la siguiente definición: «Gram. Tradicionalmente, parte o miembro principal del periodo. || 3. Ortogr. Tradicionalmente, signo de puntuación con que se distinguen estos miembros. En castellano y otras lenguas es el punto y coma o los dos puntos».

Se suele afirmar que la imprenta, al fundir en plomo los signos de puntuación, consiguió inmovilizarlos en su evolución a partir del siglo xv. Es necesario introducir ciertos matices, sin embargo. La mayoría de los signos que se han universalizado tienen muchos siglos de antigüedad, sin lugar a dudas, pero sus usos han variado a lo largo del tiempo y de los distintos países. Ciñéndonos al caso español, no hay más que leer textos antiguos, incluso de hace un siglo o dos, para comprobar que los dos puntos y el punto y coma se solapaban y confundían a menudo en la escritura. Incluso la última Ortografía de la RAE (2010) decidió mejorar la explicación acerca de los cometidos de los dos puntos en un enunciado y añadió algunas pautas en cuanto al empleo de mayúscula o minúscula inicial tras su escritura.

Las normas ortográficas actuales de nuestra lengua prescriben recurrir a la escritura de dos puntos en un enunciado cuando este se interrumpe para centrar la atención en lo que viene a continuación. Por tanto, es la puntuación adecuada para exponer una conclusión (La lectura es acumulativa y opera por progresión geométrica: cada una nueva edifica sobre lo ya leído antes), aportar una consecuencia (Con una fiebre tan elevada no se podía esperar: había que avisar a su familia) o dar una explicación (El proceso del aprendizaje se imaginaba así: en la base del cerebro había una «red maravillosa» de pequeños vasos que actuaban como  canales de comunicación).  También sirven los dos puntos como elemento de enlace entre proposiciones u oraciones en sustitución del nexo que las relacionaría para expresar, por ejemplo, causa-efecto, finalidad, oposición o verificación: Se han incrementado exponencialmente los contagios: habrá duras restricciones a la movilidad. Eso no es una novela, sino la guía telefónica: demasiados personajes para tan poco argumento. Hagamos un mapa mental: comprenderemos mejor el problema.

Locuciones explicativas como a saber, dicho de otro modo, en otras palabras, es más, por ejemplo, verbi gratia y demás semejantes suelen ir seguidas de dos puntos, aunque las más de las veces también admiten puntuarse con coma: Un buen libro debe producir un golpe doloroso, a saber: la muerte de un ser querido o la pérdida de un órgano vital. Dicho de otro modo: un libro ha de ser el hacha que quiebre el mar helado de nuestro interior.

Con todo, los dos puntos encuentran en la escritura su empleo más habitual en las enumeraciones explicativas tras el elemento que aúna y anticipa la serie (Había gestos prohibidos: apuntar con el dedo, aplaudir sonoramente, sacar la lengua, encogerse de hombros o silbar) o al final de una enumeración antes de aportar el elemento conclusorio (Hacer una reverencia de saludo, abandonar el escenario despreciando los aplausos y cambiarse enseguida de ropa: ese era su comportamiento inamovible). Es necesario en este punto efectuar una advertencia: es incorrecto escribir dos puntos después de preposiciones (La estructura externa de un libro impreso está compuesta por: lomo, solapa y chaqueta o forro). Lo adecuado en la mayoría de estos casos es eliminar los dos puntos (La estructura externa de un libro impreso está compuesta por lomo, solapa y chaqueta o forro). De hecho, para comprobar la idoneidad de los dos puntos dentro de un enunciado, no hay más que suprimirlos: si el enunciado mantiene su precisión sintáctica, es que sobraban. No obstante, si por motivos de claridad o estilo se desea mantener tal puntuación, siempre es posible adecuar la redacción (La estructura externa de un libro impreso consta de las siguientes partes: lomo, solapa y chaqueta o forro).  

Tal como se aprecia en los ejemplos aducidos hasta el momento, a continuación de los dos puntos las más de las veces se escribe con letra minúscula inicial. Solo es necesario  recurrir a mayúscula inicial en casos contados, que comparten siempre la particularidad de que tras los dos puntos comienza una unidad enunciativa nueva y completa, con independencia de sentido. Así, se impone la mayúscula inicial después de los dos puntos:

·    Al final del encabezamiento de una carta o correo electrónico. La palabra posterior escrita con mayúscula inicial aparecerá en línea aparte:

Estimados colegas:

A quien corresponda:

·       En textos jurídicos y administrativos, tras el verbo que establece el objetivo del escrito (CERTIFICA: EXPONE:). La primera palabra con mayúscula inicial se escribe en línea aparte. Son los únicos casos en los que está permitido utilizar dos puntos y a continuación la conjunción que (Solicita que: Expone que: Promete por su honor que:). Los verbos de estos documentos se escriben íntegros en letra mayúscula.

·       En formularios, solicitudes, cuestionarios e impresos en los que se deba consignar información, detrás de cada ítem: Estado civil: Viudo. Profesión: Intérprete jurado.

·       A continuación del verbo introductorio de una cita literal en estilo directo: Margaret Fuller opinó: «Los libros no pueden sustituir a la experiencia, pero son un medio para contemplar a toda la humanidad, un núcleo a cuyo alrededor se puede reunir todo el conocimiento».

·       Detrás de vocablos o expresiones de advertencia, anuncio, consejo y similares, seguidos de un enunciado independiente y completo: Aviso: Es obligatorio el uso de guantes y mascarilla en todo lugar público. Fe de erratas: No consta que este libro contenga ninguna apreciable. Posdata: La hora de la reunión se fijará en breve. A todos los residentes: Está prohibido estacionar motos en la acera.

·       En títulos y subtítulos de un texto o en titulares de periódico, cuando se precisa concretar un enunciado general previo: Introducción: Lenguaje y gnosis. Segunda Parte: Raíces históricas. Objetivo: Salvar la Tierra.

·       Después de titulillos de listas, enumeraciones y esquemas o de epígrafes internos de un texto, siempre que se escriba en la misma línea y no aparte: Principios: Las primeras nociones de escritura y lectura se aprendían practicando el enlace de signos. Es posible, asimismo, recurrir al punto y seguido en lugar de los dos puntos. Una vez elegida la puntuación, debe mantenerse la uniformidad a lo largo de todo el escrito.

·       Entre un ejemplo ilustrativo y el resto del enunciado, como se viene utilizando a lo largo de este texto cuando corresponde: Los dos puntos son un signo de puntuación que no puede coincidir con el punto, la coma ni el punto y coma.

Si es necesario, es posible escribir dos puntos detrás de puntos suspensivos y de los signos de cierre de exclamación, interrogación, comillas, paréntesis y rayas: La muerte…: eso no lo esperaba. ¡La muerte!: eso no lo esperaba. ¿La muerte?: eso no lo esperaba. «Cantaba un ruiseñor»: eso fue lo que declaró. Había un ruiseñor (o puede que un mirlo): lo vio con sus propios ojos. Esta fue su decisión ―según contaron―: reanudar la campaña sin esperar más informes. Asimismo, es posible escribir dos puntos detrás del punto abreviativo: Teléf.: 98071561.

Bien empleados, los dos puntos agilizan la escritura al marcar de manera sintética y clara la conexión de lo anterior con lo que les sigue y se convierten en un apreciable rasgo de estilo maduro. Dominar los dos puntos supone un elevado grado de destreza. Quien lo haya logrado, también sabrá que no se considera conveniente recurrir a ellos de manera sucesiva en un mismo enunciado, puesto que se oscurecería la relación sintáctica que se pretende establecer entre los diversos elementos concernidos. Por tanto, sería preciso variar redacciones como la siguiente: Se ofrecen dos puestos de trabajo: cantante y poeta: el primero trabajará a diario; el segundo, los fines de semana. Lo adecuado sería escribir: Se ofrecen dos puestos de trabajo: cantante y poeta. El primero trabajará a diario; el segundo, los fines de semana. Añadamos un ejemplo más: Bizancio, ante la complejidad del escenario, cambió de postura: decidió utilizar la fuerza pero, sobre todo, la diplomacia: negociaciones con el califa cordobés para enfrentarse a los piratas sarracenos y la flota fatimí, así como, más adelante, pactos con el emperador alemán. Entre las diversas posibilidades de corrección, estaría la siguiente: Bizancio, ante la complejidad del escenario, cambió de postura: decidió utilizar la fuerza pero, sobre todo, la diplomacia. Entabló negociaciones con el califa cordobés para enfrentarse a los piratas sarracenos y la flota fatimí; y, más adelante, alcanzó pactos con el emperador alemán. No obstante, debe tenerse presente que es perfectamente válida la repetición cercana de los dos puntos cuando se da en enunciados distintos, puesto que no queda afectada la clara percepción de las dependencias sintácticas: Aldo describió el libro-abecedario: «Era una joya única: tenía en mis manos un tesoro». A lo largo de este texto aparecen múltiples ejemplos de uso cercano de dos puntos, todos ellos fundados porque pertenecen a enunciados distintos y queda patente su correspondiente dependencia sintáctica.   

La lectura de «Redactar y corregir enumeraciones y listados» (clicando sobre el título), texto publicado en este mismo blog, puede servir de complemento a lo aquí expuesto.


 La lengua destrabada


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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Oficio de lenguas: impresiones de camino

Traductores e intérpretes comparten la lengua como herramienta. Tanto es así que en el primer diccionario de la lengua castellana, el Tesoro de la Lengua Castellana, o Española, escrito por Sebastián de Covarrubias en 1611, se define  ‘lengua’ de este modo:

Interprete que declara una lengua con otra, interviniendo entre dos de diferentes lenguajes. Faraute: el que haze al principio de la comedia el prologo. Algunos dizen que faraute se dixo á ferendo [al portador: del verbo fero, que significa llevar], porque trae las nuevas de lo que se ha de representar, narrando el argumento. Ultra de lo dicho significa el que interpreta las razones que tienen entre si dos de diferentes lenguas, y tambien el que lleva y trae mensajes de una parte a otra entre personas que no se han visto ni careado, fiandose ambas las partes dél; y si son de malos propositos le dán sobre este otros  nombres infames.  Por tanto, es interpreté y heraldo.

Pero había además voces más antiguas de procedencia árabe: trujimán, trujamán, truchimán o dragomán, que se usaron en la Edad Media (parece que hasta el siglo XVII), sobre todo en transacciones comerciales para designar al intérprete. Ya no se recogen en el diccionario de Covarrubias porque probablemente estaban en retirada.

Designar al intérprete con la palabra ‘lengua’ define la función retórica que desempeña: se trata de una sinécdoque en la que se toma la parte por el todo; es una voz con capacidad de emisión. De esta definición de ‘lengua’ interesa también prestar atención al léxico, la ortografía y la puntuación. Algunas de las palabras ya no se comprenden bien y la mayoría están escritas de un modo que hoy no se consideraría correcto; la puntuación y el atildamiento también son ajenos a los usos actuales. Todo ello se debe a que la lengua está viva y, por tanto, va evolucionando.

Fijémonos ahora en el término ‘faraute’. A comienzos del siglo XVIII, en el Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, dedicado al rey nuestro señor don Phelippe V (que Dios guarde) a cuyas reales expensas se hace esta obra, 6 tomos, Real Academia Española (1726-1739), se define así:

Faraute. El que lleva y trahe mensájes de una parte à otra entre personas que están ausentes ù distantes, fiándose entrambas partes de él. Lat. Internuncius […].

Faraute.  Se llama también el que declara y traduce lo que hablan dos personas cada uno en su Lengua, sin entenderse el uno al otro: yá tiene poco uso, porque oy se llama Intérprete de Lenguas.

 En siglos pasados, el oficio de lengua era en su mayor parte oral. De la persona que lo ejercía se exigía fidelidad porque era intérprete y heraldo. Traducción e interpretación de textos se simultaneaban en la Escuela de Traductores de Toledo y demás centros de estudios auspiciados por Alfonso X el Sabio en Toledo y otras ciudades españolas (Sevilla o Murcia) en el siglo XIII.  Con el paso del tiempo, las funciones se fueron diferenciando, y en la actualidad la distinción entre traducción escrita e interpretación oral está generalizada.  La voz ‘traslación’ parecería recoger ambos supuestos.

Quienes traducen han de ser ante todo escritores. La traducción no deja de ser un proceso de creación escrita, aunque diferente del resto. Los traductores son autores con copyright reconocido, que en los libros aparece en la página de derechos de autor. Pero su creación no parte de sus propios pensamientos e ideas. Cuando se sitúan ante la página o pantalla en blanco, saben de antemano lo que tienen que hacer: trasladar de una lengua fuente a una lengua término. Es obvio que no es posible traducir si no se comprende el texto sobre el que se trabaja como lo haría un nativo competente de la lengua. Pero además es necesario dominar la lengua término para lograr reconstruir en ella ese texto original con la menor pérdida posible. Esta doble capacidad ―comprensiva y expresiva― supone un conocimiento exhaustivo del léxico, de la morfología y de la sintaxis de ambas lenguas. Y también de su ortotipografía.

Consideremos un poema de Emily Dickinson y su traducción:

They shut me in Prose -
As when a little Girl
They put me in the Closet -
Because they liked me «still» -

Still! Could themselves have peeped -
And seen my Brain - go round -
They might as wise have lodge a Bird
For Treason - in the Pound -

Himself has but to will
And easy as a Star
Abolish his Captivity -
And laugh - No more have I -
Me encierran en la Prosa -
Como cuando de Niña
Me metían en el Cuarto Oscuro -
Porque les gustaba «quieta» -

¡Quieta! Si hubieran podido asomarse-
Y ver a mi Cerebro - dar vueltas -
Igual habría sido meter a un Pájaro
Por Traición - en el Corral -

Él no tiene más que quererlo
Para ligero como una Estrella
Abolir su Cautividad -
Y reír - Lo mismo que hago yo -

Antes de iniciar una traducción, quien la va a llevar a cabo debe documentarse. De este modo, en el caso de Emily Dickinson, deberá conocer el uso especial que hace esta poeta de los guiones y de las palabras escritas con mayúsculas, como si se tratara de nombres propios. También sabrá de su vocabulario conciso y sugerente, y de sus continuos anacolutos. Al traducir establecerá sus elecciones. A veces, cuando quien traduce es poeta, efectúa su propia versión de los poemas. Pero lo habitual es esforzarse por decir todo lo que dice la autora, no decir nada que ella no diga y decirlo del modo más aproximado posible en nuestra propia lengua.

La conocida expresión italiana traduttore, traditore hace referencia a la fidelidad exigible a quien traduce. Se trata de una paronomasia (palabras semejantes, salvo por una diferencia de vocal) o juego de palabras por el parecido de las dos que se emplean, omitiendo el verbo copulativo, lo que se marca con una coma. ¿Traducir es traicionar? Es cierto que quien traduce o interpreta posee una capacidad real de traicionar con conocimiento de causa, pero también es cierto que, por mucho que lo pretenda, le será imposible respetar por completo el texto original. A este respecto, Umberto Eco sostenía que una traducción no puede ser mejor que el texto original. Que el traductor no puede empeorar, pero tampoco mejorar lo que le entregan. No es mi experiencia tras muchos años de ejercicio de la profesión. Salvo en casos especiales de ediciones literarias, ninguna editorial aceptará una traducción con un español pobre, escaso de recursos, aunque el texto de la lengua fuente sea deficiente. Por eso se dice que muchos libros traducidos mejoran el original. Y los autores suelen agradecerlo (cuando tienen capacidad de percibir el buen resultado). En este ten con ten de autoría compartida, quienes traducimos también ganamos mucho. Hay libros cuyo vertido al español nos marca para siempre. A bote pronto, yo citaría en mi caso Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollestonecraft; Los primitivos flamencos, de Erwin Panofsky; La loca del desván, de Sandra M. Gilbert y Sandra M. Gubar, o Breve historia de Occidente, de Judith Coffin y Robert C. Stacey.  Todos estos libros me enseñaron y me dieron que pensar. Si hubiera sido capaz de recordar y asimilar todo lo que he traducido, sin duda sería ahora mucho más sabia...

Los diversos géneros requieren diversos modos de traducción. En la carta a Pammaquio titulada De optimo genere interpretandi, escrita hacia el año 395 de nuestra era, San Jerónimo,  el traductor en el siglo V de la Biblia al latín, conocida como la Vulgata, estableció la división entre la traducción ad verbum y la traducción ad sensum: «Ego enim non solum fateor, sed libera voce profiteor, me in interpretatione Graecorum, absque Scripturis sanctis, ubi et verborum ordo mysterium est, non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu», es decir: «En efecto, no solo confieso, sino que proclamo a viva voz que, en la interpretación de los griegos, salvo en las Sagradas Escrituras, donde incluso el orden de las palabras revela el misterio, yo no expreso palabra por palabra, sino sentido por sentido».  Por tanto, en la traslación de una lengua a otra se debe aspirar a lograr armonía y equilibrio entre la fidelidad al original y el respeto a la lengua de llegada y a su hablante nativo.

La elección del léxico es crucial puesto que marca el registro del texto. El tono, en la escritura, solo puede definirse mediante el empleo de los signos de puntuación: exclamación, interrogación o puntos suspensivos. Recuérdese a este respecto que es posible utilizar juntos dos signos iguales de admiración para dar más énfasis o mezclar juntos signos de admiración e interrogación cuando se desee transmitir ese matiz. Recuérdese también que en español es necesario emplear signo de apertura y cierre. Al traducir, se han de tener en cuenta las normas de puntuación del español y no las de la lengua fuente: por ejemplo, en francés se separan de la palabra la mayoría de los signos de puntuación salvo el punto y la coma; el inglés emplea la raya para un uso enfático que no existe en español; y el alemán emplea las comillas de manera muy diferente.

Es preciso destacar por su importancia la construcción de diálogos, que en español se hace mediante el empleo de rayas, mientras que en inglés, por ejemplo, se utilizan las comillas:

Through an interpreter, I spoke with a young woman wearing a big white hat.
«Do you own this hat?» I asked her.
She shook her head. «The hat belongs to Margot», she said.
«What about the car?» I asked. 
 
Por medio de un intérprete, hablé con una joven que llevaba un gran sombrero blanco.
―¿Es suyo ese sombrero? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza:
―El sombrero pertenece a Margot―respondió.
―¿Y el automóvil? ―proseguí preguntando. 

Antes de terminar, es preciso mencionar las interferencias lingüísticas que surgirán en toda traducción. Los préstamos ―que Américo Castro denominó ‘adopción lingüística’ e  ‘importación’― tratan de llenar lagunas de vocabulario en la lengua; los hay de todas procedencias: árabes, franceses, ingleses, alemanes…., y la mayoría aparecen plenamente incorporados al español y recogidos en los diccionarios: chat, chatear, tuitear, bloguero, chef, elite, bulevar, yogur, espaguetis, champú. Cuando todavía no están incorporados al léxico del español, se conocen como  extranjerismos y se marcan dentro de un texto con letra cursiva. Los calcos son copias, de una lengua a otra, de esquemas de construcción de determinados términos, traduciendo sus componentes. En español hay muchos plenamente incorporados: rascacielos (skyscraper); fin de semana (weekend); perrito caliente (hot dog); manzana de Adán (nuez, del alemán Adamsapfel o del inglés Adam’s Apple). Abundan  sobre todo en informática, ciencias, deportes y cocina. 

Dentro de los calcos se encuadran los ‘falsos amigos’, término que de por sí es un calco semático del francés (faux-ami). Los falsos amigos se dan entre lenguas semejantes, por ejemplo, del italiano, el francés y el inglés al español: 

salire (italiano) es ‘subir’ y no ‘salir’ en español
guardare (italiano) es ‘mirar’ y no ‘guardar’ en español
aceto (italiano) es ‘vinagre’ y no ‘aceite’ en español
subire (italiano) es ‘sufrir’ y no ‘subir’ en español
save  (inglés) es ‘guardar’ y no ‘salvar’ en español
sensible (inglés) es ‘sensato’ y no ‘sensible’ en español
honor (inglés) es ‘aceptar’ y no ‘honrar’ en español (aceptamos su tarjeta de crédito y no honramos su tarjeta de crédito)
deception (inglés) es ‘engaño’ y no ‘decepción’ en español
cigale (francés) es ‘cigarra’ y no ‘cigala’ en español
demander (francés) es ‘pedir/preguntar’ y no ‘demandar’ en español
entendre (francés) es ‘oír/escuchar’ y no ‘entender’ en español
soigner (francés) es ‘cuidar’ y no ‘soñar’ en español
voler (francés) es ‘robar’ y no ‘volar’ en español 

Otras interferencias lingüísticas a las que se debe prestar atención al traducir son el orden de las palabras dentro de la oración y el empleo de onomatopeyas y exclamaciones. Las normas y usos de la lengua término son los que deben  prevalecer en el texto traducido. Por ejemplo, un pájaro trina pío en español, piep en alemán, tweet en inglés y cui en francés; un perro ladra guau en español, arf o woof en inglés, ouaf en francés, wau en alemán o ão en portugués; y el gallo canta quiquiriquí en español, kikeriki en alemán, cocorico en francés y cock-a-doodle-doo en inglés. 

Como consideración final, no está de más subrayar que  no se puede dar la labor por concluida una vez que se ha acabado de traducir un texto. De ser posible, lo más conveniente es dejar reposar el resultado un tiempo y a continuación efectuar una corrección exhaustiva. Pero esto es solo la intervención que remata el proceso, pues ya se habrán ido realizando correcciones previas. Revisar y corregir son tareas recurrentes que se han de simultanear mientras se va traduciendo. Y es preciso corregir fondo y forma, esto es, efectuar una corrección ortotipográfica y de estilo.

Las últimas palabras de este texto en el Día Internacional de la Traducción son para recordar a Malinali, la Malinche o doña Marina, la más famosa ‘lengua’ americana, pues fue la intérprete de Hernán Cortes en México. Por este motivo, en lugar de encomiar su enorme don de lenguas, su enorme inteligencia, se la conoce como la traidora y ha dado lugar a un término, ‘malinchismo’, con el que se designa  el apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio. Yo prefiero ver en ella el hermanamiento, el mestizaje y la aceptación que deben unirnos en nuestra aldea global.

© Carmen Martínez Gimeno. Texto condensado de la conferencia titulada «Oficio de lenguas», dictada en octubre de 2017 en el Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la PUC de Valparaíso (Chile).


La lengua destrabada


Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  






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viernes, 24 de julio de 2020

Leer para aprender: a propósito del estilo



Hay aprendices de escritores que se niegan a leer lo que otros han logrado por miedo a perder su originalidad o a que los tachen de plagiarios. Es un grave error. La savia de la escritura es la escritura y, como es sabido,  nadie crea de la nada. Una lectura personal, silenciosa, desordenada ―en el sentido de que no sigue un criterio impuesto, sino los propios designios en virtud de lo que se pretende encontrar― , es un medio ineludible para alcanzar autonomía de pensamiento como individuo y estilo como escritor.

La palabra estilo proviene del latín stilus, término que significa ‘punzón’. Con stilus se designaba ante todo la varilla metálica de punta afilada por un extremo y aplanada por el otro que se empleaba para escribir sobre tablillas cubiertas de cera. Cuando se quería borrar un error o un escrito entero porque se necesitaba escribir encima, se alisaba la cera con el extremo aplanado del stilus para hacer tabula rasa, esto es, tabla rasa. Pronto el vocablo stilus pasó a denominar también el modo de escribir: se decía de alguien que tenía buen o mal stilus, igual que ahora, empleando el mismo tropo, elogiamos o criticamos una buena o mala pluma (metonimia). En griego existía un vocablo parecido, stylos (στῦλος), que significa ‘columna’, ‘pilar’, ‘sostén’. Aunque no tenía relación alguna con el stilus latino, al parecer, los griegos alejandrinos, por influjo romano, comenzaron a denominar con esta palabra las plumillas que usaban los escribas. Por eso ediciones antiguas del Diccionario de la lengua española académico recogían las dos etimologías, aunque si se consulta un diccionario de griego clásico, se descubre su falta de conexión. Del stylos griego provienen en castellano estilita (que vive sobre una columna) o peristilo (galería de columnas que rodea un edificio).

Abundan los libros escritos sobre libros. Algunos son prescriptores, como el Canon occidental de Harold Bloom, quien en el siglo xx recuperó la idea antigua de «catálogo de libros preceptivos» para proponer la lectura de los veintiséis autores que él consideraba capitales en la literatura occidental. Otros se centran en los efectos que causan los libros en quienes los leen, como ocurre en el famoso Quijote manchego, cuyo protagonista, influido por la lectura apasionada de libros de caballería, crea un mundo imaginario en el que, como buen caballero, debe deshacer los entuertos que le van surgiendo y, de paso, da forma a la novela moderna. A este mismo tipo pertenece una novela menos conocida e inconclusa de Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet, en la cual los protagonistas, dos oscuros copistas que se conocen por azar, se ponen a leer con disciplinado fervor cuanto llega a sus  manos, pasando con cierto orden de una disciplina del saber a otra ―agricultura, anatomía, historia, antropología, filosofía, religión, pedagogía― , pues han decidido vivir según lo que aprendan en los manuales científicos. Sin embargo, como debido a sus errores de juicio y método fracasan en todas las disciplinas por las que se interesan, acaban volviendo a su oficio primero de copistas, igual de ignorantes pero menos imbéciles que al principio, pues con tanta lectura había surgido en su espíritu una nueva facultad, la de ver la estupidez y no poder ya tolerarla.

Toda lectura es creación dirigida, pero ninguna es igual. Depende del juicio, del método y los objetivos de quien lee. Cuando un lector abre un libro, todo está por hacer y todo está hecho: la obra existe solo en la medida exacta de las capacidades de quien lee. Mientras se lee se va creando: siempre se podrá llegar más lejos en la lectura, crear más y, de este modo, la obra aparece como inagotable en su sentido, abierta como ventanas a un horizonte de mar: siempre infinito. Escribimos para que nos lean y leemos para escribir. A Sartre (¿Qué es la literatura?, 1967) pertenece la intuición de que el objeto literario ―lo escrito, en un sentido más amplio― es un trompo extraño que solo existe mientras está en movimiento: el trompo solo bailará si hay lectura y solo durará mientras dure la lectura. ¿Pero sirve cualquier baile del trompo?

La respuesta es negativa, por supuesto. Hay bailes divertidos pero no didácticos e incluso los hay que pueden confundir. Por tanto, para formar el estilo, la lectura es una condición necesaria pero nunca suficiente, pues no todo lo que se lee vale para aprender a escribir. Aunque la página impresa produzca respeto por su impronta de prestigio, lo escrito no es más cierto ni fiable que lo hablado. Así pues, igual que no creemos todo lo que escuchamos ni prestamos atención a cualquiera que pretenda convencernos con medias verdades, antes de utilizar como guía un texto impreso lo someteremos a un estricto análisis para descubrir sus fortalezas y debilidades.

El libro no es más que un vehículo: ninguno es peligroso pero muchos no son buenos. Por tanto, hay que leer con criterio, contrastando fuentes, poniendo en tela de juicio, prestando atención a la intención. ¿Y qué se entiende por libro bueno? Para los fines de aprender estilo, significa bien pensado, bien construido, bien escrito. ¿Pero hay modo de medir estos supuestos?  Lo hay, desde luego, y cada cual lo irá descubriendo poco a poco, a medida que vaya leyendo y vaya formando su propio criterio. Con la práctica aprendemos a desechar lo que no nos sirve y a buscar lo que más se corresponde con nuestros intereses. Leer publicaciones de editoriales prestigiosas es un buen punto de partida porque todas han pasado por un riguroso proceso de corrección (tipográfica y de estilo) que asegura ediciones fiables. No es difícil encontrar buenas ediciones en narrativa y ensayo que sirvan de guía; en cambio, en literatura científica y técnica cuesta más dar con ediciones de calidad desde el punto de vista del estilo. Por su parte, internet ofrece una amplia gama de textos para leer en pantalla, pero en este caso es necesaria una minuciosa criba porque abundan los imperfectos en todos los sentidos posibles de la palabra.

En la búsqueda de estilo, no se deben olvidar las palabras de Sartre:

No se es escritor por haber decidido decir ciertas cosas, sino por haber decidido decirlo de cierta manera, y el estilo, desde luego, representa el valor de la prosa. Pero debe pasar inadvertido. Puesto  que las palabras son transparentes y la mirada las atraviesa, sería absurdo meter entre ellas cristales esmerilados. La belleza no es aquí más que una fuerza suave e imperceptible. En un cuadro se manifiesta en seguida, pero en un libro se oculta, actúa por persuasión, como el encanto de una voz o de un rostro, no presiona, consigue entregas inadvertidas y se cree ceder ante los argumentos cuando ha sucedido por un encanto que no se ve (1967: 54-55).

El final del discurso pronunciado por el escritor catalán Eduardo Mendoza al recoger en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá el Premio Cervantes (20 de abril de 2017) es un colofón llovido del cielo:

Para los que tratamos de crear algo, el enemigo es la vanidad. La vanidad es una forma de llegar al necio dando un rodeo. Es un peligro que no debería existir: mal puede ser vanidoso el que a solas va escribiendo una palabra tras otra, con mimo y con afán y con la esperanza de que al final algo parezca tener sentido. La tecnología ha cambiado el soporte de la famosa página en blanco, pero no ha eliminado el terror que suscita ni el esfuerzo que hace falta para acometarla.

Por lo demás, al que se echa a los caminos la vida le ofrece recordatorios de su insignificancia. Hace muchos años, cuando yo vivía en Nueva York, quedé en un bar con un amigo, ilustre poeta leonés. Como vimos que la camarera que nos atendía era hispanohablante, probablemente portorriqueña, cuando vino a tomarnos la comanda nos dirigimos a ella en castellano. La camarera tomó nota y luego nos preguntó si éramos franceses. Le respondimos que no. ¿Qué le había hecho pensar eso? Oh, dijo ella, como habláis tan mal español… En su momento, esta anécdota nimia me produjo una gran alegría que nunca se ha disipado. Porque comprendí que habitaba un mundo diverso, rico, divertido y con un amplísimo horizonte. Y que todas las lenguas del mundo son amables y generosas para quien las quiere bien y las trabaja.

Nada queda por añadir.

Texto extraído de mi manual de escritura La lengua destrabada, Madrid, Marcial Pons, 2017.

 

La lengua destrabada


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