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Puerto de Hobart |
Al aterrizar en el aeropuerto de Hobart, capital del
estado de Tasmania que forma parte de la Mancomunidad de Australia, nos pareció
estar regresando a Valdivia, capital de la provincia de Valdivia y de la región
de Los Ríos, en el sur de Chile. Desde
el avión avistamos los mismos cielos plomizos, el mismo paisaje salpicado de manchas
verdes y pardas bordeando incontables masas de agua. Ambos territorios, el
australiano y el chileno, se encuentran en paralelos cercanos que los aproximan
a la Antártida (42,53º sur Hobart y 39,48º sur Valdivia). Ambos comparten un
clima lluvioso, ventoso y frío, aunque con las cuatro estaciones diferenciadas,
y poseen un ingente patrimonio natural de flora y fauna que impulsa a
establecer comparaciones. Pero en realidad son muy diferentes. Lo percibimos de
inmediato en cuanto iniciamos nuestra visita en tierra firme. Qué alivio
respirar por fin aire puro y no el humo de los incendios de Sídney.
Tasmania es una isla grande, con más de 68.000
kilómetros de extensión, que comprende además un amplio grupo de islas menores
alrededor de su costa, y está separada del territorio continental de Australia
por el estrecho de Bass. Pertenece a la Mancomunidad de Australia desde 1901. Su
nombre actual se debe al comerciante y explorador holandés Abel Tasman, quien en
1642 informó sobre la existencia de la isla, a la que bautizó con el nombre de
su patrocinador, Anthony van Diemen, gobernador general de las Indias
Orientales Holandesas. Sin embargo, no hubo una presencia europea continuada
hasta que la corona británica la reclamó como colonia en 1801 e impuso el
nombre de Tierra de Van Diemen. Desde el principio fue una colonia penitenciaria
a la que desde el Reino Unido llegaban, hacinados en barcos, presos convictos
para cumplir sus penas en cárceles espeluznantes. No habían sido condenados por
delitos de sangre, pues esos suponían la pena capital, sino por robos,
falsificaciones y todo intento de apropiación de la riqueza ajena, y las penas
impuestas superaban los siete años de confinamiento. Pero el trabajo forzado y
el buen comportamiento eran medios de redención y hubo quienes lograron
conseguir la libertad y medrar en la sociedad colonial que se estaba creando.
Pocos volvieron a su lugar de origen, sin embargo, porque carecían de los
medios para hacerlo.
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Paisaje de la campiña tasmana |
La isla estaba habitada cuando llegaron los británicos
a establecer su colonia y empezaron a dividir la tierra mediante cercados. Los
aborígenes, pacíficos en un primer momento, presentaron resistencia al ver
alterado su modo de vida, basado en la caza y la recolección. Su ferocidad se
convirtió en el pretexto perfecto para exterminarlos sin misericordia. Los
hombres eran usados como mano de obra esclava, sometidos a tortura y
mutilaciones; las mujeres jóvenes servían de esclavas sexuales, y los frutos de
su vientre, de haberlos, eran eliminados. Se los perseguía y daba caza porque a
cambio de sus pieles se obtenía una recompensa de las autoridades coloniales. A
finales del siglo xix ya no
quedaba ningún habitante nativo en la isla. No hubo mestizaje, solo exterminio.
La lacra del genocidio, conocido como la Guerra Negra, provocó que en 1854,
cuando se aprobó la constitución, se adoptara el nombre de Tasmania para el
territorio, que después se convertiría en estado, a fin de dejar atrás el pasado
colonialista imperial. No obstante, llama la atención que en la actualidad la
población de esta isla siga siendo predominantemente anglo-celta, hecho que
provoca la conformación de una sociedad distintiva frente a la multirracial
predominante en la mayor parte de Australia.
El relieve de Tasmania está formado por montañas de
cumbres redondeadas, donde crece vegetación alpina, y extensos valles y
altiplanos por los que corren ríos de rápido caudal y resplandecen, reflejando
la naturaleza virgen que los rodea, lagos, charcas y toda clase de masas de
agua. A pesar de los incendios, la agricultura y la ganadería ovina y bovina,
buena parte de la isla sigue poseyendo densos bosques, algunos de selva
tropical lluviosa, como los de Valdivia, pero los predominantes son los bosques
de eucaliptos y helechos. De su fauna autóctona, el animal más conocido es el
demonio de Tasmania, popularizado por una serie de dibujos animados y ahora en
peligro de extinción. Pero para esta viajera los seres más atractivos son los
canguros, imponentes marsupiales que brincan sobre sus dos patas traseras en
los bordes de las carreteras al paso de los vehículos y se dejan ver, e incluso
a veces admiten el acercamiento humano, a primeras horas de la mañana y al
atardecer, en espacios abiertos como claros del bosque o praderas, cuando salen
a comer la hierba y raíces de las que se alimentan. En realidad, para una lega
en el asunto es difícil distinguir si se trata de canguros, nombre que engloba
a los animales de las especies más grandes, o ualabís, nombre con el que se
designan las especies más pequeñas. Los wombats son otros curiosos marsupiales,
pequeños, de patas cortas y redondos como osos de peluche, con los que tuvimos
la suerte de toparnos en el parque nacional de Cradle Mountain, inmóviles en
las praderas de tundra alpina que rodean el Weindorfer’s Chalet, cuando nos
refugiamos en él de la intensa aguanieve que caía.
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Acantilado de la Tasman Peninsula |
Dicen que los británicos encontraron esta tierra
insular parecida a la suya, aunque con un clima menos lluvioso y más templado.
Parece que les gustó y dejaron en ella su huella en construcciones y jardines. La
capital Hobart, al pie del monte Wellington, es una ciudad limpia y agradable, la
más antigua de Australia después de Sídney. Cuenta con abundante comercio y un
bonito puerto en el estuario del río Derwent donde se inician cruceros y se
puede comer rico pescado y marisco en alguno de sus numerosos restaurantes. El
conjunto de antiguos edificios de almacenes frente a las dársenas del puerto recibe
el nombre de Salamanca Place y es uno de los lugares más visitados de la ciudad
porque alberga galerías de arte, tiendas de artesanías y multitud de
establecimientos de comida y bebida. Además, los sábados se monta allí uno de
los mercados callejeros más grande e importante de Australia. El nombre nos
llamó la atención porque se pronuncia igual que nuestra Salamanca española,
pero nadie supo explicarnos su origen. La gente de la calle ha olvidado lo que
los libros recogen: en principio, la zona se llamaba Cottage Green, pero se
cambió a Salamanca en 1812 para honrar al primer duque de Wellington tras su importante
victoria en la batalla de los Arapiles, al sur de Salamanca, al mando del
ejército aliado formado por ingleses, portugueses y españoles, contra las
tropas francesas del mariscal Marmont durante nuestra guerra de la
Independencia. Benito Pérez Galdós narra los hechos en la décima novela de la
primera serie de los Episodios nacionales.
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Penitenciaría de Port Arthur desde el barco |
Desde Hobart es imprescindible hacer una excursión
hasta Port Arthur para entender el significado de la migración y colonización
forzadas en el país. El lugar, ahora de una belleza espectacular, fue más que
una terrible prisión. Era una comunidad completa en la que convivían, si bien
separados y con condiciones radicalmente diferentes, presos convictos,
guardianes, autoridades civiles y militares, más sus familias. Contiene más de
30 edificios históricos, muchas ruinas, abundantes praderas, huertos y
jardines, y hasta un astillero y un muelle en el que se toma un crucero que
recorre la bahía frente a Point Puer Boys Prison y la Dead Island. Forma parte
del Australian Convict Sites World Heritage, lugares históricos de prisión en
los que se pretendió construir una nueva sociedad basada en el trabajo forzado
de los reclusos durante el siglo xix. De camino a Port Arthur, en la Tasman
Peninsula, hay muchos miradores para contemplar los acantilados marinos y se
pueden hacer bonitas caminatas con el mar a un lado y el bosque al otro.
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Wineglass Bay |
Montañas de granito rosado constituyen el telón de
fondo del recorrido ascendente hasta alcanzar a pie el principal mirador de Wineglass
Bay para obtener una preciosa perspectiva, antes de iniciar el descenso por los
numerosos escalones de tierra y piedra que conducen a su famosa playa de arena
blanca y fina, con aguas prístinas y no frías en exceso. Es un buen lugar para
refrescarse y comer después de la caminata… pero se puso a llover y tuvimos que
adelantar la retirada. Nos quedamos con ganas de recorrer algún otro de los
variados senderos que ofrece el parque nacional de Freycinet, donde se
encuentra Wineglass Bay, su enclave más conocido.
La ciudad de Launceston era la última etapa de nuestro
recorrido, pero solo como base para realizar desde allí las últimas excursiones,
pues en la agencia de viajes, al organizar la estancia, nos habían advertido de
que carecía de interés. Qué gran error. Con gusto habríamos dedicado más tiempo
a conocer su puerto fluvial, sus calles alineadas y limpias, repletas de
edificios históricos bien conservados, y su espléndido paseo elevado que
recorre la garganta del río Esk, a tramos desde pasarelas altísimas de madera
que provocan cierto vértigo, hasta llegar a sus piscinas naturales y las aperturas
en los riscos donde deambulan canguros y pavos reales.
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General Post Office, Launceston |
Amanece muy temprano, antes de las 5:30, y madrugamos
para tomar a las siete la excursión al parque nacional de Cradle Mountain, uno de
los puntos fuertes de nuestro itinerario. Su fama proviene de su enorme
extensión y la variedad de sendas para marchas que ofrece, según las fuerzas y
preparación física de cada cual, para disfrutar de su paisaje alpino con picos
escarpados, páramos azotados por los vientos, lagos glaciares y de montaña,
gargantas recubiertas de bosques y una abundante fauna silvestre. Pero su clima
es impredecible y nos tocó un día endiablado: helado, tempestuoso, con
aguaceros constantes e incluso rachas de aguanieve. En el folleto informativo
que entregan al comprar la entrada indican, entre las medidas de seguridad, que
se esté preparado para volver atrás o cambiar los planes si el tiempo se
deteriora y dificulta caminar. Y eso fue lo que nos vimos obligados a hacer.
Tuvimos que cancelar la caminata alrededor del Dove Lake y el ascenso hasta el
mirador del Crater Lake. Apenas tomamos unas fotos bajo la lluvia y nos
refugiamos a comer en el Weindorfer’s Chalet. Más tarde fuimos al albergue a reponernos
con una bebida caliente mientras esperábamos por si escampaba. No sucedió y
hubo que emprender el camino de vuelta a Launceston, haciendo varias paradas en
tiendas locales de distintos pueblos, todos limpios, cuidados, repletos de plantas
en flor, para comprar chocolates y quesos de fabricación propia. Igual que cuando
viajábamos por Valdivia en la región chilena de Los Lagos, recordamos.
Tasmania es un lugar privilegiado para contemplar la
aurora austral. Hay sitios en internet que informan de las probabilidades de
que ocurra el fenómeno, e hicimos comprobaciones varias veces a lo largo del
viaje. Pero no tuvimos suerte. Tampoco disfrutamos de su cielo estrellado
porque la multitud de nubes que lo cubrían nos lo impidieron. Todos los días alguien
nos comentaba que ese tiempo tan malo era excepcional, pero la estampa de tantos lugareños de toda edad y condición en manga corta, sandalias y pantalón corto, mientras los foráneos de latitudes más cálidas nos echábamos encima toda la ropa de
abrigo de que disponíamos, desdecía tal afirmación. Así es su pálido verano, así lo
disfrutan las niñas y niños de mofletes colorados tan habituales en los climas
nórdicos.
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Christmas Parade, Launceston |
Nuestro avión no salía hasta primeras horas de la
tarde y el aeropuerto está cerca de la ciudad. Eso nos proporcionó toda una
última mañana libre para repasar los lugares que más nos habían gustado de Launceston
y volver a tiempo desde la garganta del río Esk para mezclarnos con los
lugareños y contemplar la cabalgata de Navidad, Christmas Parade, con sus
bandas de músicos en falda escocesa tocando a la gaita villancicos tan
conocidos como Adeste fideles o Noche de paz, niños con casco haciendo
caballitos sobre sus bicicletas, gimnastas y bailarinas ejecutando volteretas,
saltos mortales y veniales… en fin, las fuerzas vivas de la sociedad anglo-celta
desfilando para sus convecinos con sus motos y camionetas de correos, los
coches de bombero, las ambulancias, los camiones de la basura, las furgonetas de
la policía, todos con sus sirenas anunciando la alegre llegada de Santa en su
carroza trineo a la ciudad… Fue una larga y hermosa despedida de Tasmania.
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Dove Lake, Cradle Mountain |
Mientras escribo
este texto en Parramatta, levantando de cuando en cuando los ojos al horizonte
brumoso por el humo de los incendios, recuerdo el impoluto aire tasmano, sus acantilados
rocosos semejantes a los de Asturias o Cantabria, sus playas de arenas blanquísimas
y agua esmeralda. Todo es bonito, agradable de ver, pero carece de la
grandiosidad deslumbrante de ciertos paisajes de las dos Américas. Con la abundante
flora sucede lo mismo, pero no con la fauna, que es muy variada y sorprendentemente
distinta de la conocida hasta el momento por esta viajera en cualquier lugar
del mundo. Solo por eso ya merece la pena viajar tan lejos.
La lengua destrabada
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