jueves, 12 de diciembre de 2019

Tasmania: impresiones de viaje

Tasmania
Puerto de Hobart 
Al aterrizar en el aeropuerto de Hobart, capital del estado de Tasmania que forma parte de la Mancomunidad de Australia, nos pareció estar regresando a Valdivia, capital de la provincia de Valdivia y de la región de Los Ríos, en el sur de Chile.  Desde el avión avistamos los mismos cielos plomizos, el mismo paisaje salpicado de manchas verdes y pardas bordeando incontables masas de agua. Ambos territorios, el australiano y el chileno, se encuentran en paralelos cercanos que los aproximan a la Antártida (42,53º sur Hobart y 39,48º sur Valdivia). Ambos comparten un clima lluvioso, ventoso y frío, aunque con las cuatro estaciones diferenciadas, y poseen un ingente patrimonio natural de flora y fauna que impulsa a establecer comparaciones. Pero en realidad son muy diferentes. Lo percibimos de inmediato en cuanto iniciamos nuestra visita en tierra firme. Qué alivio respirar por fin aire puro y no el humo de los incendios de Sídney.

Tasmania es una isla grande, con más de 68.000 kilómetros de extensión, que comprende además un amplio grupo de islas menores alrededor de su costa, y está separada del territorio continental de Australia por el estrecho de Bass. Pertenece a la Mancomunidad de Australia desde 1901. Su nombre actual se debe al comerciante y explorador holandés Abel Tasman, quien en 1642 informó sobre la existencia de la isla, a la que bautizó con el nombre de su patrocinador, Anthony van Diemen, gobernador general de las Indias Orientales Holandesas. Sin embargo, no hubo una presencia europea continuada hasta que la corona británica la reclamó como colonia en 1801 e impuso el nombre de Tierra de Van Diemen. Desde el principio fue una colonia penitenciaria a la que desde el Reino Unido llegaban, hacinados en barcos, presos convictos para cumplir sus penas en cárceles espeluznantes. No habían sido condenados por delitos de sangre, pues esos suponían la pena capital, sino por robos, falsificaciones y todo intento de apropiación de la riqueza ajena, y las penas impuestas superaban los siete años de confinamiento. Pero el trabajo forzado y el buen comportamiento eran medios de redención y hubo quienes lograron conseguir la libertad y medrar en la sociedad colonial que se estaba creando. Pocos volvieron a su lugar de origen, sin embargo, porque carecían de los medios para hacerlo.
  
Paisaje de la campiña tasmana
La isla estaba habitada cuando llegaron los británicos a establecer su colonia y empezaron a dividir la tierra mediante cercados. Los aborígenes, pacíficos en un primer momento, presentaron resistencia al ver alterado su modo de vida, basado en la caza y la recolección. Su ferocidad se convirtió en el pretexto perfecto para exterminarlos sin misericordia. Los hombres eran usados como mano de obra esclava, sometidos a tortura y mutilaciones; las mujeres jóvenes servían de esclavas sexuales, y los frutos de su vientre, de haberlos, eran eliminados. Se los perseguía y daba caza porque a cambio de sus pieles se obtenía una recompensa de las autoridades coloniales. A finales del siglo xix ya no quedaba ningún habitante nativo en la isla. No hubo mestizaje, solo exterminio. La lacra del genocidio, conocido como la Guerra Negra, provocó que en 1854, cuando se aprobó la constitución, se adoptara el nombre de Tasmania para el territorio, que después se convertiría en estado, a fin de dejar atrás el pasado colonialista imperial. No obstante, llama la atención que en la actualidad la población de esta isla siga siendo predominantemente anglo-celta, hecho que provoca la conformación de una sociedad distintiva frente a la multirracial predominante en la mayor parte de Australia.

El relieve de Tasmania está formado por montañas de cumbres redondeadas, donde crece vegetación alpina, y extensos valles y altiplanos por los que corren ríos de rápido caudal y resplandecen, reflejando la naturaleza virgen que los rodea, lagos, charcas y toda clase de masas de agua. A pesar de los incendios, la agricultura y la ganadería ovina y bovina, buena parte de la isla sigue poseyendo densos bosques, algunos de selva tropical lluviosa, como los de Valdivia, pero los predominantes son los bosques de eucaliptos y helechos. De su fauna autóctona, el animal más conocido es el demonio de Tasmania, popularizado por una serie de dibujos animados y ahora en peligro de extinción. Pero para esta viajera los seres más atractivos son los canguros, imponentes marsupiales que brincan sobre sus dos patas traseras en los bordes de las carreteras al paso de los vehículos y se dejan ver, e incluso a veces admiten el acercamiento humano, a primeras horas de la mañana y al atardecer, en espacios abiertos como claros del bosque o praderas, cuando salen a comer la hierba y raíces de las que se alimentan. En realidad, para una lega en el asunto es difícil distinguir si se trata de canguros, nombre que engloba a los animales de las especies más grandes, o ualabís, nombre con el que se designan las especies más pequeñas. Los wombats son otros curiosos marsupiales, pequeños, de patas cortas y redondos como osos de peluche, con los que tuvimos la suerte de toparnos en el parque nacional de Cradle Mountain, inmóviles en las praderas de tundra alpina que rodean el Weindorfer’s Chalet, cuando nos refugiamos en él de la intensa aguanieve que caía.

Acantilado de la Tasman Peninsula
Dicen que los británicos encontraron esta tierra insular parecida a la suya, aunque con un clima menos lluvioso y más templado. Parece que les gustó y dejaron en ella su huella en construcciones y jardines. La capital Hobart, al pie del monte Wellington, es una ciudad limpia y agradable, la más antigua de Australia después de Sídney. Cuenta con abundante comercio y un bonito puerto en el estuario del río Derwent donde se inician cruceros y se puede comer rico pescado y marisco en alguno de sus numerosos restaurantes. El conjunto de antiguos edificios de almacenes frente a las dársenas del puerto recibe el nombre de Salamanca Place y es uno de los lugares más visitados de la ciudad porque alberga galerías de arte, tiendas de artesanías y multitud de establecimientos de comida y bebida. Además, los sábados se monta allí uno de los mercados callejeros más grande e importante de Australia. El nombre nos llamó la atención porque se pronuncia igual que nuestra Salamanca española, pero nadie supo explicarnos su origen. La gente de la calle ha olvidado lo que los libros recogen: en principio, la zona se llamaba Cottage Green, pero se cambió a Salamanca en 1812 para honrar al primer duque de Wellington tras su importante victoria en la batalla de los Arapiles, al sur de Salamanca, al mando del ejército aliado formado por ingleses, portugueses y españoles, contra las tropas francesas del mariscal Marmont durante nuestra guerra de la Independencia. Benito Pérez Galdós narra los hechos en la décima novela de la primera serie de los Episodios nacionales.
 
Penitenciaría de Port Arthur desde el barco
Desde Hobart es imprescindible hacer una excursión hasta Port Arthur para entender el significado de la migración y colonización forzadas en el país. El lugar, ahora de una belleza espectacular, fue más que una terrible prisión. Era una comunidad completa en la que convivían, si bien separados y con condiciones radicalmente diferentes, presos convictos, guardianes, autoridades civiles y militares, más sus familias. Contiene más de 30 edificios históricos, muchas ruinas, abundantes praderas, huertos y jardines, y hasta un astillero y un muelle en el que se toma un crucero que recorre la bahía frente a Point Puer Boys Prison y la Dead Island. Forma parte del Australian Convict Sites World Heritage, lugares históricos de prisión en los que se pretendió construir una nueva sociedad basada en el trabajo forzado de los reclusos durante el siglo xix.  De camino a Port Arthur, en la Tasman Peninsula, hay muchos miradores para contemplar los acantilados marinos y se pueden hacer bonitas caminatas con el mar a un lado y el bosque al otro.

Wineglass Bay
Montañas de granito rosado constituyen el telón de fondo del recorrido ascendente hasta alcanzar a pie el principal mirador de Wineglass Bay para obtener una preciosa perspectiva, antes de iniciar el descenso por los numerosos escalones de tierra y piedra que conducen a su famosa playa de arena blanca y fina, con aguas prístinas y no frías en exceso. Es un buen lugar para refrescarse y comer después de la caminata… pero se puso a llover y tuvimos que adelantar la retirada. Nos quedamos con ganas de recorrer algún otro de los variados senderos que ofrece el parque nacional de Freycinet, donde se encuentra Wineglass Bay, su enclave más conocido.

La ciudad de Launceston era la última etapa de nuestro recorrido, pero solo como base para realizar desde allí las últimas excursiones, pues en la agencia de viajes, al organizar la estancia, nos habían advertido de que carecía de interés. Qué gran error. Con gusto habríamos dedicado más tiempo a conocer su puerto fluvial, sus calles alineadas y limpias, repletas de edificios históricos bien conservados, y su espléndido paseo elevado que recorre la garganta del río Esk, a tramos desde pasarelas altísimas de madera que provocan cierto vértigo, hasta llegar a sus piscinas naturales y las aperturas en los riscos donde deambulan canguros y pavos reales.

General Post Office, Launceston  
Amanece muy temprano, antes de las 5:30, y madrugamos para tomar a las siete la excursión al parque nacional de Cradle Mountain, uno de los puntos fuertes de nuestro itinerario. Su fama proviene de su enorme extensión y la variedad de sendas para marchas que ofrece, según las fuerzas y preparación física de cada cual, para disfrutar de su paisaje alpino con picos escarpados, páramos azotados por los vientos, lagos glaciares y de montaña, gargantas recubiertas de bosques y una abundante fauna silvestre. Pero su clima es impredecible y nos tocó un día endiablado: helado, tempestuoso, con aguaceros constantes e incluso rachas de aguanieve. En el folleto informativo que entregan al comprar la entrada indican, entre las medidas de seguridad, que se esté preparado para volver atrás o cambiar los planes si el tiempo se deteriora y dificulta caminar. Y eso fue lo que nos vimos obligados a hacer. Tuvimos que cancelar la caminata alrededor del Dove Lake y el ascenso hasta el mirador del Crater Lake. Apenas tomamos unas fotos bajo la lluvia y nos refugiamos a comer en el Weindorfer’s Chalet. Más tarde fuimos al albergue a reponernos con una bebida caliente mientras esperábamos por si escampaba. No sucedió y hubo que emprender el camino de vuelta a Launceston, haciendo varias paradas en tiendas locales de distintos pueblos, todos limpios, cuidados, repletos de plantas en flor, para comprar chocolates y quesos de fabricación propia. Igual que cuando viajábamos por Valdivia en la región chilena de Los Lagos, recordamos.

Tasmania es un lugar privilegiado para contemplar la aurora austral. Hay sitios en internet que informan de las probabilidades de que ocurra el fenómeno, e hicimos comprobaciones varias veces a lo largo del viaje. Pero no tuvimos suerte. Tampoco disfrutamos de su cielo estrellado porque la multitud de nubes que lo cubrían nos lo impidieron. Todos los días alguien nos comentaba que ese tiempo tan malo era excepcional, pero la estampa de tantos lugareños de toda edad y condición en manga corta, sandalias y pantalón corto, mientras los foráneos de latitudes más cálidas nos echábamos encima toda la ropa de abrigo de que disponíamos, desdecía tal afirmación. Así es su pálido verano, así lo disfrutan las niñas y niños de mofletes colorados tan habituales en los climas nórdicos.

Christmas Parade, Launceston
Nuestro avión no salía hasta primeras horas de la tarde y el aeropuerto está cerca de la ciudad. Eso nos proporcionó toda una última mañana libre para repasar los lugares que más nos habían gustado de Launceston y volver a tiempo desde la garganta del río Esk para mezclarnos con los lugareños y contemplar la cabalgata de Navidad, Christmas Parade, con sus bandas de músicos en falda escocesa tocando a la gaita villancicos tan conocidos como Adeste fideles o Noche de paz, niños con casco haciendo caballitos sobre sus bicicletas, gimnastas y bailarinas ejecutando volteretas, saltos mortales y veniales… en fin, las fuerzas vivas de la sociedad anglo-celta desfilando para sus convecinos con sus motos y camionetas de correos, los coches de bombero, las ambulancias, los camiones de la basura, las furgonetas de la policía, todos con sus sirenas anunciando la alegre llegada de Santa en su carroza trineo a la ciudad… Fue una larga y hermosa despedida de Tasmania.

Dove Lake, Cradle Mountain
Mientras escribo este texto en Parramatta, levantando de cuando en cuando los ojos al horizonte brumoso por el humo de los incendios, recuerdo el impoluto aire tasmano, sus acantilados rocosos semejantes a los de Asturias o Cantabria, sus playas de arenas blanquísimas y agua esmeralda. Todo es bonito, agradable de ver, pero carece de la grandiosidad deslumbrante de ciertos paisajes de las dos Américas. Con la abundante flora sucede lo mismo, pero no con la fauna, que es muy variada y sorprendentemente distinta de la conocida hasta el momento por esta viajera en cualquier lugar del mundo. Solo por eso ya merece la pena viajar tan lejos.

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