Mi sobrina, Pilar Martínez Vaello, ha ganado un premio con este relato navideño, inspirado en su abuela Dominica, mi madre, que murió aquejada del mal de Alzheimer en el año 2000, al igual que antes lo había hecho su padre y después lo harían sus dos hermanas. No necesita más presentación. Cada vez que algún miembro de nuestra familia lo lee se le saltan las lágrimas...
Este año, gracias a mi sobrina Pilar, que ya es una estupenda escritora, he encontrado la mejor de las maneras de desearos salud, paz y alegría en estas fechas tan llenas de recuerdos.
¡Es Navidad! Oigo a mi hija gritar
entusiasmada, mientras corre escaleras abajo. Veo como abre sus regalos y puedo
notar en sus preciosos ojos verdes la ilusión de saber que este año ha sido
buena. La veo marchar con su muñeca de porcelana, como si fuera el mayor tesoro
del universo.
¡Es Navidad! Abrimos los regalos, misma
ilusión. Un Discman, y su adolescente mirada pícara me da las gracias. Le guiño
un ojo con complicidad. La misma
inocencia de antes, pero más madura. La misma niña, creciendo.
¡Es Navidad! Ya no corre escaleras abajo,
ya no grita entusiasmada. Tiene mucho que estudiar, dice. La carrera no se saca
sola. Yo la miro y le doy ánimos. Un diario precioso, para escribir las
experiencias que estás a punto de vivir. Una mujer, dueña de su destino.
Comienza tu viaje, cariño.
¡Es Navidad! Mi yerno sonríe avergonzado
ante el nuevo par de calcetines. Mira a mi niña, con ojos llenos de amor y
gratitud. Forma parte de algo más grande ahora. Un equipo, imbatible. Una
aventura, un camino por recorrer.
¡Es Navidad! Esta vez no habrá regalos.
Dicen estar muy ocupados, no importa. Los veremos en el nuevo año, y me
contarán sus novedades. Aun así, contemplo el árbol, impasible testigo de
tantas alegrías a lo largo de tantos años…
Es Navidad. O eso creo. Últimamente estoy
confusa. El paso de los años me pierde. ¿Los regalos dónde se ponían? La mirada
de mi hija es triste, pero no sé por qué. Solo se me olvidan un par de cosas,
estaré bien. Me siento cansada, es un bache. Atiendo a mi nieta y le guiño un
ojo, todo estará bien.
Me dicen que es Navidad. Que sonría. Abre
los regalos, mamá. ¿Mamá? Por un momento esa palabra me suena lejana, me trae
ecos de recuerdos pasados. Mi mamá. ¿Dónde está? Me está esperando. Hay niños
alrededor, deben de ser de mi edad, ellos sabrán dónde estará. «La abuela tiene alzhéimer. Está malita, por eso os
pregunta esas cosas. Tenéis que tener paciencia y darle muchos besos». ¿Alzhéimer?
Yo estoy muy sana, apenas tengo doce años. No sé de qué hablan.
Me dicen que es Navidad. No me lo creo.
Esas personas no son mi familia. ¿Dónde está mi mamá? ¿Por qué no me dejan ir
con mi mamá? Me está esperando. Tengo miedo. Dejadme, quiero ir con mi mamá.
Grito, pero no me oye. Tengo mucho miedo.
Me dicen que es Navidad. Sonrío. No sé qué
es eso, pero debe de ser divertido, oigo risas. Una mujer de brillantes ojos
verdes se me acerca, es muy guapa, pienso. Con ella, dos pequeñas. ¿Quiénes son
estas niñas tan guapas que vienen a verme? «Son tus
nietas, mamá». Mis nietas. La más pequeña,
recurriendo a toda su valentía, me da la mano. Calma, paz. No sé dónde estoy,
pero estoy bien. La miro a los ojos y me veo reflejada. «Hola, abuela». «Hola,
cariño». Un instante de reconocimiento, y su sonrisa se enciende. La abrazo con
las fuerzas que me quedan, no sé cuánto voy a durar esta vez. «Os quiero
muchísimo, perdonadme». Mi voz rota se me entrecorta. Apenas la suelto y la
niebla comienza de nuevo. Mis recuerdos se difuminan. ¿Dónde estaba? La pequeña
me mira, con sus relucientes ojos verdes. Ah, sí, estoy en casa.
Es Navidad. Se sientan todos alrededor de
la mesa, pero hay una silla vacía. Parecen tristes, apenas se oyen risas. Ojalá
pudiera hacerlos sonreír. Entran los niños, y mi pequeña renacuaja llena la
sala de gritos infantiles. Villancicos desafinados, copas entrechocando,
brindis por la vida, por los que se han ido.
Ojalá pudiera hacerlos sentir que seguimos
aquí, que no nos hemos marchado. Que el olvido aquí ya no tiene poder.
La pequeñaja se acerca a su madre, con sus
brillantes ojos verdes, y le guiña un ojo. Veo la sonrisa de mi niña, la
lágrima que cae y su abrazo lleno de alegría y felicidad.
Eso es, pequeña. Estoy aquí. A través de
todos vosotros. Estoy en cada llanto, en cada momento de inseguridad, en cada
caída. Estoy aunque no me podáis ver. Estoy, y sé que me podéis sentir. Mi
recuerdo sigue con vosotros.
Es Navidad. Y esta vez, desde la
inmensidad, me lo creo.
©Pilar Martínez Vaello, 2019
©Pilar Martínez Vaello, 2019
¡Felices fiestas!
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Felicita a tu sobrina. Es Un texto precioso. Llorera con congoja. Es lo que tiene sentir que puedo ser olvidada por las que más quiero o que puedo olvidar a las que más quiero.... Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Kar, por pasarte a leer. Así lo hare.
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