Consonantes disonantes
El término consonante
proviene del latín y, aplicado tanto a la letra como a su sonido, hacía
referencia a su falta de independencia para sonar solos: siempre necesitaban
una vocal al lado. Hoy sabemos que muchas lenguas poseen consonantes que no
precisan de vocales para pronunciarse y se da por superada tal definición que,
sin embargo, sí describe una circunstancia habitual en una lengua romance como
la nuestra castellana.
Al escribir sobre la disonancia de algunas de nuestras
veintidós consonantes, sobre esa quiebra de la armonía general que nos
desconcierta e induce a cometer faltas de ortografía, es obligado comenzar por
la letra h, la única en español que
no posee sonido, nuestra denostada letra muda que puede preceder a cualquiera
de las cinco vocales.
H (cuyo nombre se
escribe hache)
Su origen es muy variado, si bien predomina en palabras
de procedencia latina o árabe. Y no siempre fue muda: en los albores del
castellano, la h procedente de la f inicial latina se pronunciaba con una
suave aspiración que se ha perdido, salvo en vestigios como rasgo dialectal en
Andalucía, Extremadura, Canarias y diversas zonas más del español europeo y
americano. También conserva la aspiración en algunas palabras de origen árabe
como Sáhara, saharaui o en
extranjerismos tomados del inglés o el alemán (hámster, hegeliano, hachís).
Asimismo, la h inicial con que
se escriben las palabras que comienzan por los diptongos ua, ue, ui o los contienen en su interior como inicio de sílaba se
suele pronunciar con un ligero sonido consonántico semejante a la g: güeco, güeso, güérfano, güevo, parigüela,
por hueco, hueso, huérfano,
parihuela. ¿Por qué, en cambio, se escriben sin h inicial oquedad, osario,
osamenta, orfandad, orfanato, ovario, oval
y óvalo cuando provienen del mismo
origen latino? El motivo es que las haches
en las palabras con los diptongos iniciales señalados fueron un añadido de
los correctores e impresores siglos atrás a fin de evitar que la u del inicio se tomara por consonante,
esto es, para que no se pronunciara vérfano
en lugar de uérfano o vevo en lugar de uevo. Se trata, por tanto, de una h diacrítica o diferenciadora no etimológica que consagró su uso y
se ha mantenido hasta el presente como regla ortográfica, aunque ya no sería
necesaria. Lo mismo es aplicable al verbo oler,
escrito sin h puesto que en latín
no la llevaba (olere); tampoco se
escriben con h olor, olisquear, oloroso,
desodorante o inodoro, pero sí las formas verbales huelo, hueles, huele, huelan, huela, huelas.
Al comienzo de una palabra, hi seguido
de una e tónica se suele articular
como la y consonántica: hielo, hierro, hierba y hiedra se pronuncian como yelo, yerro, yerba y yedra, lo que ha quedado fijado en
palabras como yerba, yerbero, yerbajos o yedra. Asimismo, el valor semiconsonántico que adopta el grupo hie provoca la salvedad de que la
conjunción y no varíe a e cuando se escribe inmediatamente antes
de este: monos y hienas; calienta y
hierve; mieles y hieles.
Han sido muchos los gramáticos y escritores hispanohablantes que han
apoyado la supresión de la incómoda h, causante
de tantas faltas de ortografía, aduciendo además que su conservación o supresión
no ha seguido una pauta uniforme. Se ha mantenido a menudo en las palabras que
comenzaban con una h latina o un
espíritu áspero griego (haber, hombre, hombro, humor, hélice, historia, hedonista, helio, heleno);
y también se escriben con h palabras
de procedencia amerindia como hamaca o
huasca. Pero, al mismo tiempo, el uso
del español ha ido imponiendo la supresión de la h en palabras que en su origen la tenían, como invierno (pero hibernar,
hibernación), arpa, asta o comprender. En la actualidad, conservan
la h inicial palabras procedentes de
otras latinas que se escribían con f inicial
(como hijo e hidalgo, haba, hacer, humo, hermosa) y que en castellano antiguo se escribían también con f (fijo,
fidalgo, faba, facer, fermosa). Sin embargo, otras palabras han conservado
la f inicial latina sin evolución a h, como ocurre en fumarola, fumata y fumar, que
comparten raíz con humo. También
ocurre que algunas palabras añaden en español una h inexistente en latín, como en el caso de hallar (y su doblete fallar, con
f inicial no etimológica), henchir o hinchar; otras veces es
la g inicial latina la que se
convierte en h en el español actual (helar, helada, hermano, hinojos), probablemente en un proceso de
ultracorrección cuando se olvidó la etimología, pues la primera escritura en
castellano al suprimirse la g fue sin
h (elar [gelare], ermano [frater germanus], inojos [genuculum]). La h aspirada del inglés y el alemán se
transcribe siempre en español con h muda
(hurra, herciano, hanseático, hamburguesa).
A pesar de las dificultades para aprender su uso, a día de
hoy se considera falta grave de ortografía tanto no colocar la h en las palabras que el diccionario
recoge con ella como colocarla en otras que no están recogidas de ese modo
(sirva como ejemplo de confusión más habitual de lo que sería deseable habría, del verbo haber, y abría, del verbo
abrir).
B, v, w (cuyos nombres se escriben be, uve, uve doble)
La b y la v corresponden a un mismo y único sonido
en el español actual, por lo cual surgen numerosas dudas sobre su escritura,
sobre todo en el caso de palabras que suenan igual pero cuyo significado varía
según se emplee b o uve para escribirlas (vaca/baca; votar/botar; grabar/gravar;
acerbo/acervo). En líneas generales, la ortografía española trató de
mantener la tradición de las letras b y
v del latín, lengua en la que sí
respondían a sonidos distintos (abundancia,
beber, verbena, ventura), pero también se dan casos de bes no etimológicas en palabras cuyas originarias latinas se
escribían con v (abuelo, barrer, boda) y de uves
no etimológicas en palabras cuyas originarias latinas se escribían con b (maravilla,
invierno). También se escriben con b las
palabras que en latín tenían una p intervocálica
(caber, saber, obispo).
El nombre de la letra v hace
alusión a su origen: u con sonido de b.
Hasta la Alta Edad Media, siguiendo la tradición latina, en castellano se
empleaban sin hacer distinción la u y
la v para representar el mismo sonido
consonántico (mouimiento; seruicio; aprouechan).
No fue hasta el siglo XVIII, con la publicación del Diccionario de autoridades de la Real Academia, cuando se delimitó
el empleo de la u únicamente como
vocal y el de la v únicamente como
consonante.
La w, por su parte, es una
letra inexistente en el abecedario latino que, incorporada al castellano,
transcribe a veces el sonido de b (sobre
todo en nombres propios o derivados de origen visigodo o germánico: Wamba, Witiza; Westfalia; wagneriano) y
a veces el sonido de u (en palabras
de origen inglés: darwinismo; washingtoniano;
windsurfista). Cuando una palabra
se incorpora de lleno al español, la letra w
se suele sustituir por la v (vagón, vals, vatio) o también por la b (bismuto).
Si se trata de vocablos de uso menos frecuente, pueden alternar ambas grafías (wolframio/volframio; walón/valón;
walquiria/valquiria).
C, z (cuyos nombres se escriben ce, zeta)
Ambas consonantes se turnan para representar el sonido inicial de palabras
como cereza o zapato, pero su uso no es indistinto y se rige por una sencilla regla:
se escribe c delante de e y de i; z, en todos los demás casos (paz;
pacer; capataz; capacidad; aprendiz, aceite; calceta; reconozco, hartazgo;
hizo, hice, haces; lápiz, lapicero). En zonas de seseo, ambas letras
representan el sonido correspondiente a s.
Hay un pero, sin embargo, un puñado de excepciones a esta regla inicial
de uso que se han de memorizar, pues no escribimos con c sino con z las
siguientes palabras: azerbaiyano; azerí,
zigzag (y sus derivados); zipizape;
enzima (cuando se trata del fermento, así como sus derivados); nazi (y sus derivados); zéjel; elzevir; zepelín, zigurat; razia. Asimismo,
algunas palabras pueden escribirse con c o
con z, aunque se prefiere la grafía con
c: benzina/bencina; zebra/cebra;
cenit/zenit, eccema/eczema; cedilla/zedilla; cinc/zinc; ázimo/ácimo;
cigoto/zigoto.
Existe otra regla infalible sobre el uso de la z final que es bueno memorizar: se escriben con ella las palabras
cuyo plural termina en -ces, como pez, peces; lombriz, lombrices; luz, luces;
haz, haces, dejadez, dejadeces, pero, por la misma regla, escribiremos acritud, actitud, disparidad, deslealtad,
ferocidad, hermandad, merced, piedad, usted, viudedad o zafiedad.
La letra c se emplea además para
representar por escrito ante las vocales a,
o, u el sonido que aparece en cama,
cosa o acueducto; y ese mismo sonido (y no el de z)
ante una consonante en posición final de sílaba o de palabra: actor, acné, rector, frac, vivac, cinc. Una
salvedad a esta regla la constituyen palabras como anorak, cuark, yak y alguna más, escritas con k final, pues todavía se perciben como extranjerismos poco
asimilados a la lengua española.
La doble c de palabras como fracción o dicción también provoca abundantes faltas de ortografía. Por regla
general, se escriben con -cc- aquellas
palabras en cuya familia léxica aparece el grupo -ct, como es el caso de adicción
(adicto), abstracción (abstracto), afección (afecto), inyección (inyectar), producción (productor) o sección (sector). La doble c de
una palabra también puede deberse a su raíz latina cuando presenta el grupo consonántico
-ct: cocción (coctio), confección (confectio), transacción (transactio), succión (suctio) o fricción (frictio), aunque ningún vocablo de su
familia léxica lo conserve ya en español. Cuando en la familia léxica no
aparece el grupo -ct sino solo -t, las palabras se escriben con una sola
-c: concreción (concreto), discreción (discreto), secreción (secreto), relación (relato), fruición (fruir).
Por ultracorrección, se suelen cometer faltas de ortografía al escribir
con doble c palabras que no la llevan
(relación, inflación, objeción) o al
escribir palabras parónimas, como adición/adicción
o inflación/infracción, y antónimas,
como concreción/abstracción.
K, q (cuyos nombres se escriben ka y cu)
Con k se escriben palabras de
otras lenguas para conservar su ortografía originaria: kamikaze, karaoke, kayak, káiser, kebab, kilogramo, kiwi, koala, kurdo,
pero cuando se adaptan por completo al español, tienden a escribirse con qu o c
según corresponda. De este modo, escribimos caqui, pero también kaki;
quiosco, pero también kiosco;
queroseno, pero también keroseno;
quimono, pero también kimono; curdo, pero también kurdo.
En lo que respecta a la letra q, la
Ortografía de la lengua española de
la RAE (2010) ratificó que no cabe en el español actual su uso por sí sola con
sonido autónomo. Por tanto, los préstamos de otras lenguas que la lleven, sean
latinismos, términos científicos o topónimos, han de adaptarse a nuestro modo
de escritura: vocablos ingleses como quark
o quasar o latinos como quorum o
exequatur deben escribirse en español
como cuark, cuásar, cuorum y execuátur. En caso de que se quiera mantener
la grafía etimológica con q, dichas
palabras se considerarán extranjerismos o latinismos crudos y se escribirán en
letra cursiva y sin tilde. Para los topónimos más habituales, como los nombres
de países, se recomienda utilizar también grafías adaptadas a la ortografía del
español: Catar (y no Qatar), Irak (y no Iraq), Turquestán (y no Turkestán).
G, j (cuyos nombres se escriben ge, jota)
El sonido que representa la g ante
las vocales a, o, u (como en gata, goma o aguante), en posición
final de sílaba (como en magnánimo) o
agrupada con otra consonante (como en grumo,
glauco o gnomo) no presenta
problemas de escritura. Tampoco debe presentarlos por la claridad de su uso el
dígrafo gu para representar ese mismo
sonido ante las vocales e, i (como en
manguera o guiñol), ni cuando la u de
ese grupo deba sonar ante e, i mediante
el uso obligado de la diéresis (como en antigüedad,
agüero o argüir).
Sin embargo, la duda surge a menudo cuando, ante las vocales e, i, la g transcribe el sonido de palabras como gemir, gitano, gimnasia, que coincide con el que representa la j ante cualquier vocal o al final de una
palabra, como en jarana, jerarquía, monje,
jirafa, julio, reloj o carcaj.
Ocurre en este caso que imperó el criterio etimológico sobre el fónico y, de
este modo, se decidió escribir con g las
palabras que la tenían en latín (como gemelo,
ingerir o gigante, procedentes de
gemellum, ingerere y gigantem), y con j, las palabras que no la tenían (como injerir mujer y jeringa, procedentes
de inserere, muliere y siringa). No obstante, olvidadas las etimologías en el español cotidiano actual, todos hemos
vacilado alguna vez y cometido faltas de ortografía por esta coincidencia de
sonidos pero distinta escritura. Sirva como ejemplo un error que aparece hasta
en los libros de las mejores editoriales: la confusión entre ingerir (introducir por la boca comida,
bebida o medicamentos), cuyos sustantivos son ingestión e ingesta, e injerir (injertar; meter una cosa en
otra; entremeterse), cuyos sustantivos son injerencia
e injeridura.
De las reglas ortográficas sobre el uso de g o j, destacan las tres
siguientes: 1) Se escriben con g los
verbos acabados en -ger, con la
excepción de tejer y destejer, y los acabados en -gir, salvo crujir. 2) Se escriben con g las
palabras terminadas en -logía, -gogia o -gogía, -lógico y -algia (geología, demagogia, pedagogía, psicológico,
nostalgia). 3) Se escriben con j las
palabras acabadas en -aje, salvo ambages, enálage e hipálage (abordaje, blindaje,
paisaje), las acabadas en -eje (hereje, tejemaneje, esqueje) y las
acabadas en -jería (brujería, cerrajería, extranjería). Con j se escriben también las palabras
derivadas de otras en las que aparece la j
ante las vocales a, o, u: cajero,
cajita (de caja); lisonjear, lisonjero (de lisonja); hojear, hojita (de hoja),
ojear, ojera, ojete (de ojo); rojear, rojizo (de rojo).
El dígrafo ll; la letra y (ye) consonántica
La pronunciación yeísta
(mayoritaria en la actualidad en el español europeo y americano) no distingue entre
halla (del verbo hallar), haya (del verbo haber o árbol) y aya (persona al cuidado de niños), lo que explica las dificultades
que surgen al escribir ciertas palabras.
La norma ortográfica dicta escribir con ll las palabras terminadas en -illa
e -illo (mesilla, amarillo) y la mayoría de los verbos terminados en -illar, -ullar y -ullir (maquillar, aullar,
engullir). Con y se escriben las
palabras en las que dicha letra sigue a los prefijos ad-, dis- y sub- (adyacente, disyuntiva, subyugar); las
formas verbales con ese sonido en su terminación, siempre que no exista ll ni y en su infinitivo (concluyo,
instruye, imbuyamos; huyendo); y los plurales de las palabras que terminan
en y en singular (virreyes, greyes, bueyes, leyes). El
gerundio del verbo ir también se
escribe con y: yendo.
La escritura de algunos pares de palabras que a los hablantes yeístas nos
suenan igual precisa de una atención especial: arrollo (del verbo arrollar)
y arroyo (riachuelo); callado (del verbo callar) y cayado (báculo
o bastón); calló (del verbo callar) y cayó (del verbo caer); olla (recipiente) y hoya (agujero); pollo (cría
de ave) y poyo (asiento); pulla (palabra dicha para molestar) y puya (punta acerada); rallar (desmenuzar restregando en el rallador, cuyo resultado es una ralladura) y rayar (hacer rayas: rayón,
subrayar; rayano); rallo (de rallar) y rayo (chispa eléctrica; del sol, etc.); valla (cercado) y vaya (del
verbo ir). Asimismo, se debe recordar que rayar(se)
en el sentido de «lindar o estar próximo», «trastornarse o enojarse» y
«amanecer» se escribe siempre con y.
La letra consonante r (erre) y el dígrafo rr
La letra r puede representar
dos sonidos distintos, según la posición en que aparezca: el de aro, traer, arco, bribón, fragante, precio (vibrante simple) o el de rosa, honra, Enrique (vibrante
múltiple). Cuando se trata de la vibrante múltiple, se escribe r al comienzo de palabra (rata, romo), detrás de n, s, l (enredo, israelita, alrededor) y también de b cuando esta no forma sílaba con la
consonante r siguiente (abrogar, subrogar, subrayar). Por su
parte, el dígrafo rr se emplea
siempre entre vocales para representar el sonido vibrante múltiple de carretera, contrarrevolución o arrancar.
Las faltas de ortografía más frecuentes se dan en el caso de palabras
compuestas cuyo segundo elemento comienza por r, con lo cual el sonido vibrante múltiple queda en posición
intervocálica y ha de escribirse el dígrafo rr:
rector y vicerrector; revolución y contrarrevolución;
rata y matarratas; réplica y contrarréplica; rayo y pararrayos; reloj y contrarreloj; reúma y antirreumático;
restar y contrarrestar; radio y extrarradio; rincón y arrinconar.
X, s (cuyos nombres se escriben equis, ese)
La letra x representa sonidos
diferentes dependiendo de su posición en la palabra. Entre vocales o al final
de palabra, se corresponde con el grupo consonántico ks o gs en pronunciación
más relajada (examen, clímax, exigir);
al comienzo de una palabra, suele pronunciarse como s, mientras que en posición final de sílaba puede ser s, ks o gs (xilófono, excelso;
extraer; expresar). La
pronunciación como s es la que
provoca dudas y faltas de ortografía.
La norma ortográfica establece escribir con x las palabras que empiezan por raíces griegas como xeno- (extranjero), xero (seco o árido) y xilo (madera):
xenófobo, xerografiado y xilografía; las palabras que comienzan
por los prefijos ex- (fuera, más allá
o privación) y extra- (fuera de): expatriar,
exánime, exangüe, extramuros, extrarradios, extraordinario, extraterrestre,
extravertido; las palabras que empiezan por la sílaba ex- seguida del grupo consonántico pr: expresar, exprimir,
expropiar. Muchas palabras que empiezan con la sílaba ex- seguida del grupo consonántico pl también se escriben con x (explanada, explotar, explicar)¸ pero otras se escriben con s (esplendor
y sus derivados; espliego, esplenio y
sus derivados; esplín; esplique).
La letra x era mucho más común en
el español medieval que en la actualidad y se pronunciaba como el sonido sh del inglés en shame o la ch del francés
en cheval. Sin embargo, a mediados
del siglo XVII el sonido ya había evolucionado hacia el de la j actual y hubo que acometer diversas
reformas ortográficas en los siglos XVIII y XIX para adecuar la escritura a la
pronunciación. Así, palabras que en castellano antiguo se escribían como Don Quixote, Ximena o Xerez pasaron a hacerlo como Don Quijote, Jimena o Jerez. Sin embargo, por diversas
razones ajenas a la ortografía, restos de la grafía antigua se conservan en topónimos
como México, Oaxaca y Texas, así como en sus derivados (mexicano, oaxaqueño, texano), si bien su
pronunciación actual es como una j. Algunas
personas también eligen escribir sus nombres o apellidos con x en lugar de j: Xavier, Ximénez, etc., pero la pronunciación no varía.
Mi segundo apellido podría escribirse Ximeno,
pero en mi familia siempre se escribió con g, como es habitual en Aragón, de donde procede. La ortografía de
los apellidos en español, como es bien sabido, otorga una amplia libertad de escritura:
cada cual puede determinar cómo escribir los que le han tocado por herencia
familiar.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
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