A
veces, sueño que sueño que sueño y, cuando me despierto, no sé qué soñaba que
soñaba. Pero otras vuelo. Sí, sueño que vuelo, y la sensación es tan real, tan
placentera, que me cuesta darme cuenta de que ha sido una ilusión cuando se
acaba. Estoy dormida y con un pequeño brinco, ¡zas!, ya estoy elevándome como
una flecha, esquivo obstáculos, me subo a los árboles más altos y hago piruetas
en el cielo para impresionar a los que se han quedado allá abajo pegados al
suelo. Cuando vuelo, me gusta llamar la atención. Alguna vez, he sorteado balas
que me dispara no sé quién desde la tierra, y entonces mi vuelo se hace
precipitado, casi heroico, y asciendo, asciendo, asciendo hasta librarme del
peligro escondida entre nubes… Mi madre también volaba y a menudo nos relataba
sus alegres impresiones mientras sus hijas la rodeábamos boquiabiertas cuando
cosía o nos preparaba la comida. Ella surcaba el firmamento nadando a rana,
como nos enseñó a flotar en verano mientras nos bañábamos en el arroyo Bárrago
que corría cerca de nuestra casa. Nunca aprendimos a nadar a braza, solo a rana, en cuanto dejamos de menearnos en el agua como renacuajos asustados y
comprendimos que flotar era fácil si perdías el miedo y te dejabas llevar…
Yo vuelo
sin alas. En mis primeros sueños, raneaba, dibujando semicírculos con brazos y piernas por el aire
como mi madre, pero ahora no sabría precisar cómo lo hago: apenas muevo las extremidades,
me limito a apuntar con la mirada hacia arriba, hacia ese punto elevado al que
quiero ascender, y buceo entre nubes. Pero, ay, no siempre lo consigo, he de
confesarlo, y esa sensación de querer y no poder, de no ser capaz de alzar el vuelo, de volverme más pesada que
una piedra, es tan frustrante que me despierto angustiada y sudorosa por el
esfuerzo fallido. Si tuviera al menos un ala, me digo entonces…
Ayer me
llegó por correo la revista de Menudos Corazones, la
fundación de ayuda a los niños con problemas de corazón. Su editorial, escrito
por mi amiga María Escudero, la fundadora hace años y ahora su laboriosa presidenta, se titula «Alas de amor», como esta entrada que le dedico. Su lectura
me ha emocionado y me ha hecho comprender algunas cosas. No digo más.
Transcribo a continuación el texto completo para quien quiera disfrutarlo y sacar sus propias conclusiones:
Un año más llegó el verano y, con él, las tan
necesitadas vacaciones. Ese merecido descanso que parece que debiera propiciar
la inactividad y que, sin embargo, fruto de la cultura del estrés en que
vivimos, llenamos de actividades y objetivos.
Y no solo para nosotros, sino también para
nuestros hijos, a los que cargamos de deberes de verano que son, con
frecuencia, una tediosa continuación de sus obligaciones escolares.
Así que yo, para no privarme de mi propia ración
de desequilibrio y solidarizarme con la infancia abrumada de obligaciones, me
he autoimpuesto para este verano una tarea. Eso sí, un poco menos convencional.
Voy a desarrollar mi ala. Si, has leído bien: mi ala. Porque al parecer tenemos
un ala. Sí, solo una.
Y esto que podría ser interpretado por
aquellos que tienen la mala costumbre de ver el vaso medio vacío como algo
frustrante y descorazonador, para nosotros que somos más bien de la tendencia
de ver el vaso medio lleno, ¿verdad?, es toda una posibilidad, una oportunidad.
Porque en las maravillosas noches de verano,
¿quién no ha mirado al cielo? ¿Quién no se ha dejado llevar por la belleza de
las estrellas y ha sentido la tentación de salir volando a acompañarlas? Para
lograr ese deseo, el que tengamos un ala, o que la podamos desarrollar es, en
sí mismo, todo un avance. No somos un angel frustrado, sino uno en potencia.
¿Que cómo se desarrolla el ala? Pues no estoy
del todo segura, pero os voy a decir cómo pretendo desarrollarla yo. Para
empezar, debo creer en ella. Y para eso va ser imprescindible que abra la
puerta a la niña que llevo dentro, para que sea ella la que me lleve de la mano
en este mágico proceso. Así que voy a dejar a mi yo adulto con toda su pesada
carga de convencionalismos y frustraciones en la oficina y voy a liberar a mi
yo joven e ilusionado.
Todo esto con vistas a hacer algo que parece
simple, pero que no lo es tanto: voy a aprender a quererme. Y para ello, como
además de niña ilusionada soy responsable, he decidido apuntarme a las
sugerencias de Cesare Cata, un profesor italiano que ha revolucionado las redes
sociales sugiriendo a sus alumnos unos deberes alternativos, razonables y
tentadores.
Además de proponer leer y bailar todo lo
posible y llevar un diario en el que recoger los sentimientos positivos para
recordarlos y los negativos para ayudarnos a lidiar con ellos, sugiere evitar
todo aquello que nos influye negativamente y buscar la buena compañía de los
amigos que nos enriquezcan, que nos entiendan y que nos aprecien por lo que
somos.
De las 15 tareas que propone Cata, si tuviera
que elegir solo tres, me quedaría: con soñar día y noche con cómo puede y debe
ser mi vida; con ser alegre como el sol e indomable como el mar; y con ser
buena.
Porque creo que solo así, queriéndome a mí
misma, desarrollaré mi ala. ¿Que qué voy a hacer una vez la tenga? Pues volar,
claro. ¿Que cómo? Pues buscando a otros con los que complementarme en mi vuelo;
fundirnos en un abrazo tan estrecho que las alas de cada uno pasen a ser las
alas de todos.
Y eso haré este verano: buscar compañeros de
viaje para dejar de ser un ángel con alas de cadenas y empezar a ser humanos
con alas de amor.
(© María Escudero, presidenta de Menudos Corazones, Editorial de la revista Menudos Corazones, núm. 34/verano de 2015).
(© María Escudero, presidenta de Menudos Corazones, Editorial de la revista Menudos Corazones, núm. 34/verano de 2015).
Si te has quedado con ganas de más, te propongo
leer mi novela El ala robada, publicada
como libro digital en Amazon. He aquí un fragmento:
Andrés les
contó lo que decía la tradición:
—En el volcán
del Chichonal vivía, y aún vive, su señora, Piombachu’e. Gustaba de bajar a las
aldeas de por allá a invitar a los vecinos a festejar su cumpleaños. Esa señora
iba siempre muy bien vestida, con blusa blanca bordada de flores, enredo rojo
como el fuego y un collar de serpientes vivas adornando su cuello y sus brazos.
Pero las gentes sentían miedo de su presencia y se escapaban. Por eso cada vez
tenía que alejarse más de su volcán para visitar lugares donde aceptaran su
invitación, y hasta eso que a los jóvenes que más le gustaban les pedía que se
casaran con ella. Ofrecía celebrar una gran fiesta con abundante trago y
comida. Pero como siempre la rechazaban, se enojó mucho, se regresó a su
montaña y anunció que de todos modos daría una fiesta bien grande.
»Entonces
empezaron los temblores, la tierra se sacudía con fuerza y del interior del
volcán salían ruidos extraños. Piombachu’e hacía los preparativos. Luego decidió
dar otra oportunidad a la gente para que acudiera a su convite, y caminando y
caminando, llegó hasta nuestro caserío de Damaseno. Nadie quiso aceptar su
invitación para disfrutar de los fuegos artificiales que ofrecería en honor de
su cumpleaños.
»San Gabriel,
el patrono de nuestro pueblo, comprendió lo que había debajo de las palabras de
invitación de la señora y como no podía evitar la fiesta, la retó a batirse en
un duelo donde se jugaría el destino que le tocaría al caserío. Los acuerdos a
que llegaron fueron que si Piombachu’e ganaba la batalla, sus invitados
principales serían los vecinos de Damaseno, a quienes halagaría con lluvia de
luces de multitud de colores; si perdía, no los podría invitar a su fiesta y
aunque durante la celebración de su cumpleaños echara cohetes, estos no los
alcanzarían, ni causarían daños a sus sembrados.
»Después
comenzó el combate. San Gabriel sabía valerse muy bien de su espada de fuego y
acabó venciendo a Piombachu’e por más que le lanzó sus serpientes, sus sapos
venenosos y hasta espantosas bolas de fuego que se sacaba de su ardiente
garganta. No más que en la bronca la señora alcanzó a arrancar su ala derecha
al esforzado san Gabriel, pero de todos modos tuvo que retirarse a su volcán. A
fin de cuentas, el cumpleaños sí se celebró, pero los cohetes y las luces que
llenaron el cielo no llegaron a causar daño a Damaseno. Otros caseríos sí
resultaron muy perjudicados: los ríos de fuego atraparon milpas, cafetales,
potreros, las tierras donde estaban enterrados sus muertos, sus ombligos, sus
pueblos, pues.
»El santo
patrón, antes de regresarse al lugar al que pertenece, nos entregó su ala
cortada, al fin que una nuevecita iba a nacerle en su lugar, como testimonio
del combate que había peleado por nosotros. Quiso que la conserváramos en
recuerdo de lo que pasó y para que al mirarla supiéramos que él velaría por
nosotros sus fieles. Y en la comunidad estuvo desde entonces, venerada como
debe ser, con su capilla y su urna. Si el ala llegara a malograrse, san Gabriel
se enojaría. Diría: ¿no me sacrifiqué yo por ustedes?, miren no más cómo me
pagan ahorita.
—¡Qué
curioso! —comentó el profesor cuando Andrés terminó su relato―. Debe de ser
algo extendido por la zona, aunque no lo conocía. Yo compré en Palenque una
pluma que me dijeron que era de arcángel…
Andrés no
pudo aguantar más su secreto y lo interrumpió:
—No lo
engañaron, señor ―anunció para sorpresa de todos y siguió hablando de corrido―:
Esa pluma es de nuestra ala de san Gabriel. No hay más alas por allá, solo la
nuestra, y por esa pluma vine yo hasta España, ya que se la robaron de nuestra
ala bendita. Ya le platiqué que nuestra comunidad no puede permitir que se
malogre nuestra reliquia. Por eso hasta acá me mandaron.
—¿Tú habías
venido a Madrid a buscar la pluma? ―preguntó incrédulo Jorge―. Entonces, no nos
conocimos por casualidad, ¿verdad?
( © Carmen Martínez Gimeno, El ala robada, en El ala robada y otros cuentos, e-book en venta en Amazon).
(
O tal vez te prefieras leer Angelina y el nuevo mundo, publicada por
entregas en este blog:
(© Carmen Martínez Gimeno, Angelina y el Nuevo Mundo, capítulo 8).
La lengua destrabada
Nadie volvió a hablar del asunto en
la casa, pero a Paloma no se le iba de la cabeza. Le intrigaba cómo había
sabido Angelina que ella guardaba el camafeo y en su mente fue creciendo una
sospecha. Como no dejaba de vigilarla, la joven acabó percatándose.
—¿Qué fue, niña, qué te traes
conmigo?
Paloma le contestó con otra
pregunta:
—¿Cómo supiste que yo tenía el
camafeo?
Y Angelina trató de evadirse:
—No más supe.
—Pero cómo, anda, cuéntamelo, que
no se lo digo a nadie.
—Con mi caja de san Miguelito —cedió
al fin Angelina y le explicó en qué consistía.
—¡Estaba segura! ―exclamó Paloma
excitada cuando concluyó―: Tus papás muertos, la cicatriz de tu frente, el
viaje a España... Ahora que lo pienso, o te has equivocado o es que en España
hay otra escuela como la de Londres... ¿Tienes que ir a una estación de tren?
—Ay, niña, no entiendo qué hablas.
—¡Harry Potter, eres igualita!
Pero como Angelina parecía ajena
a cuanto le decía, Paloma le explicó la historia del niño aprendiz de mago y
las similitudes que guardaba con la suya.
—No, mi niña, me apena
desilusionarte mas en nada nos parecemos. A mi papá lo mataron los militares
por no aguantarse y querer defender sus derechos pisoteados y mi mamá murió del
sufrimiento porque era pobre y nadie la ayudó. Yo tengo esta cicatriz junto al
ojo porque me caí de chiquita contra una piedrota y mi abuelita me cosió con
tres puntos de hilo rojo. Ve, aún se notan. Y también fue mi abuelita quien me
envió a España, pero no a estudiar en una escuela de magia, sino a torcer mi
suerte, a mejorarla pues.
—¿Tu abuela es maga? —insistió la
niña.
—Es ilol, curandera, pues. Pero
no fue a ningunita escuela. De brujas tampoco. No conoce las letras pero sabe
mucho del cielo, de la tierra, del agua, de las plantas, y aprendió ella solita
y de otras mujeres que se lo quisieron enseñar. Allá de donde vengo es así.
—Entonces, ¿tú no vas a ir a una
escuela de magia? —reiteró algo desilusionada Paloma.
—No, mi niña. Acá me quedaré
contigo.
—Ya sé. Te enseñará tu abuela.
—Así mero —aceptó Angelina—. Ven
acá a la ventana. ¿Qué ves?
—Las estrellas.
—¿Sabes qué son?
—Cuerpos celestes que brillan con
luz propia ―recitó Paloma de corrido.
—No, mi niña, eso está bien para
tu escuela. Mi abuelita me enseñó otra verdad, ¿quieres saberla?
—Sí.
—Dicen que el cielo es muy lindo,
por algo es la gloria, pero cuando alguien muere y sube allá, piensa en sus
hijitos, sus papás, sus amigos, lo que dejó en la tierra, y le hace tanta falta
que abre un hoyito para mirar abajo. Por el hoyito se escapa la luz celestial,
y nosotros desde acá lo llamamos estrella. La de mi mamá estaba por aquel lado,
cerca del lucero; duró harto tiempo, hasta que san Pedro le dio sus alas y dejó
de mirar para aprender a volar entre las nubes.
—¿En serio?
—En serio. No más que es secreto.
No lo vayas a contar.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Excelente literatura. Da placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Santiago.
EliminarUn cordial saludo desde la sierra madrileña
Me he acordado de que la primera vez que conocí a Pablo de Aguilar me comentó que estaba leyendo una novela de una tal Carmen Martínez Gimeno, que se titulaba "La historia escrita en el cielo".
ResponderEliminarEs muy bonito el fragmento de "Angelina y el nuevo mundo". A ver si pronto me pongo a leer algo tuyo, que los libros digitales me dan cierta pereza (hace tiempo que no toco mi lector de ebooks).
Besos y feliz semana.
Qué curioso, Celia, no sabía que Pablo hubiera leído alguna de mis novelas. Yo sí he leído todas las suyas, menos Intersecciones, porque no la he encontrado.
ResponderEliminarHace cerca de tres años que decidí no publicar en papel, pues me parece que el futuro de la lectura está en lo digital. Sin embargo, me he topado con tantas dificultades en el caso de mis libros electrónicos que ahora mismo no sé qué camino seguir. Yo, personalmente, prefiero los libros electrónicos porque viajo mucho y me los puedo llevar conmigo donde voy. Además, no se me traspapelan y siempre sé dónde encontrarlos y exactamente por dónde iba en la lectura (y no estropeo las hojas con mis subrayados y anotaciones).
Mis novelas recientes todas son electrónicas. Las antiguas en papel ya han muerto y no las pienso resucitar. La que terminé de escribir hace meses no sé qué destino correrá. Aún estoy cavilando.
Angelina y el Nuevo Mundo está completa en este blog, Celia: la publiqué por capítulos semanales mientras vivía en Nueva York hace casi dos años y se sigue leyendo bastante. Después la convertí en e-book yo misma, aprendiendo lenguaje HTML y a hacer portadas. Me gustó mucho ese proceso de aprendizaje y todavía estoy orgullosa de la edición.
Besos también para ti, Celia.