Santiago desde el Cerro de Santa Lucía
De suerte que el Reino de Chile,
que está en la propia altura de España al otro polo, se ha de considerar que
por mayor casi son antípodas de España, y por el consiguiente, que quando en
España es de día, allá es de noche.
Antonio Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias
Occidentales, 1629
No hay mejor bienvenida a Santiago de Chile, cuando se llega en avión
desde Madrid (España), que contemplar el amanecer sobre las imponentes cumbres
de los Andes y pasar casi rozando el Aconcagua con sus picos nevados, que se
antojan casi al alcance de los dedos. Son imágenes imborrables que siempre
impresionan a esta viajera y la reconfortan después de tantas horas de vuelo
oceánico, cruzando casi al final Brasil y algo de Argentina antes de alcanzar las
tierras chilenas, situadas en el extremo suroeste de América del Sur. De las
muchas teorías sobre el origen de la palabra que da nombre al país, la que pervive
en mi memoria es la que lo une a la voz aimara chilli, que significa «donde acaba la tierra», quizá por sus tintes
épicos y sus posibilidades literarias.
La zona continental de Chile se extiende por una larga y estrecha franja
de tierra entre el océano Pacífico y la cordillera de los Andes que va de la
frontera norte con Perú al cabo de Hornos por el sur, frente al paso de Drake o
Mar de Hoces, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida. Chile
posee además abundantes archipiélagos e islas, la más conocida de todas, la de
Pascua, así como territorio en la Antártida. La segunda cadena volcánica más
grande y con mayor actividad del planeta también se encuentra en la zona, que
es altamente sísmica. Los chilenos (al igual que los mexicanos) están tan
acostumbrados a los continuos movimientos telúricos que los llaman temblores y
no terremotos, a no ser que sean de gran envergadura y causen daño. Se edifica
calculando su posible fuerza destructora, y las poblaciones costeras cuentan con
señalización sobre tsunamis que indican vías de escape. No se vive con miedo a
que se abra la tierra y se asumen con naturalidad los pequeños temblores que a
veces inquietan a los visitantes.
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Palacio de la Moneda, Santiago |
La capital, Santiago, se encuentra en la zona central del país, la más
poblada. Es una ciudad dinámica, llena de gente por las calles y muy segura de
caminar. Desde el céntrico cerro de Santa Lucía se obtiene una espléndida vista
de la ciudad, circundada por la cordillera de los Andes y la cordillera
costera. Este hecho de estar rodeada de montañas impide que se disperse la
polución causada por las abundantes fábricas y automóviles. Cuentan que a veces
el aire se vuelve irrespirable y se deben tomar medidas para limitar la
circulación de vehículos según los días de la semana.
La unidad administrativa básica del país es la comuna, y en el área
metropolitana de Santiago hay más de treinta, entre las que destacan
Providencia, Las Condes y Santiago, que
se corresponde con el centro histórico de la ciudad. De dicho centro histórico,
paseando por sus calles peatonales, merecen visita obligada la Plaza de Armas,
el Mercado Central y el Palacio de la Moneda, así como muchos rincones y
casonas del barrio de Lastarria. La Alameda Bernardo O’Higgins es la arteria
principal de la ciudad y donde se halla buena parte de los principales
edificios y establecimientos. Cruzando la costanera que discurre junto al río
Mapocho, se llega al barrio de Bellavista, donde se encuentra una de las casas
de Pablo Neruda, la Chascona, así como innumerables restaurantes y cafés con
mucho encanto y ambiente en las calles de Pío Nono y Constitución.
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Lastarria, Santiago |
El santiaguino habla un español rápido, repleto de localismos, que
cuesta entender hasta que el oído se acostumbra, pasados los días. Durante el
primer paseo de esta viajera por la Alameda, escuchó a sus espaldas lo
siguiente: «Tuve que sencillar para cancelar el estacionamiento y comprar un
helado al cabro este». El cabro era un niño de unos seis años, y la que así
hablaba, su madre. El DRAE recoge el término cabro y da como segunda acepción: «m. Chile y Par. niño, joven». Sencillar, en cambio, no aparece
recogido, pero sí sencillo en su
acepción de «calderilla, dinero suelto» en América; luego sencillar significa cambiar un billete para obtener dinero suelto
con objeto de pagar el estacionamiento, puesto que la segunda acepción que
ofrece el DRAE para cancelar es
«acabar de pagar una deuda».
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Valparaíso |
En Valparaíso y Viña del Mar, a poco más de cien kilómetros de
Santiago hacia el oeste y ya en la costa del Pacífico, se habla casi igual de
rápido y la vida es también activa, pero se respira un agradable aire marino y
se come pescado y marisco exquisitos. Son dos ciudades distintas pero ya unidas
para los ojos del visitante. En Valparaíso, son Patrimonio de la Humanidad los cuarenta
y dos cerros, repletos de casitas en madera y chapa de colores, a los que se
asciende por calles estrechas y empinadas, por escaleras también empinadas o
utilizando alguno de los varios ascensores repartidos por los cerros, el más
espectacular, el del cerro Artillería. Por el ascensor de madera de El Peral se
llega al Paseo Yugoslavo, desde cuyo mirador se obtiene una espléndida vista de
la ciudad y el puerto. Vale la pena dedicar tiempo a recorrer las calles más
altas, pasando de un cerro a otro, para disfrutar de sus placitas y rincones,
cada cual con un atractivo especial.
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Vista de Valparaíso desde La Sebastiana |
En
el cerro de Bellavista se alza La Sebastiana, la casa que compró sin terminar
Pablo Neruda al arquitecto español Sebastián Collado. No es difícil imaginar al
poeta escribiendo en su alto estudio, desde donde se avistan, allá junto al
mar, las calles bajas de la ciudad, mucho más amplias y salpicadas de edificios
imponentes que hablan de otros tiempos más prósperos. «Yo construí la casa. /
La hice primero de aire. / Luego subí en el aire la bandera / y la dejé colgada
/ del firmamento, de la estrella, de la claridad y de la oscuridad», escribió
Neruda en el poema «A La Sebastiana» que le dedicó.
A Viña del Mar se ha mudado la crema de la
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Costanera de Viña del Mar |
sociedad de la zona y
además constituye la segunda residencia y la playa de muchos santiaguinos, que
huyen de la contaminación y el estrés laboral de la semana (la pega llaman coloquialmente al trabajo
en Chile). Destacan en la ciudad su bonita avenida costanera y sus playas,
sobrevoladas por abundantes pelícanos que se recortan contra el sol en los
atardeceres de brillante mar. Hay además varios palacios y castillos en sus
cerros, urbanizaciones selectas para gente de posibles, un casino blanco con
columnatas de estilo grecorromano al borde del agua y junto a un parque donde
crecen frondosos árboles, y un hermoso reloj vegetal de flores que da la
bienvenida a la ciudad a cualquiera que se acerque a contemplarlo.
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Tumba de Pablo Neruda y Matilde Urrutia en Isla Negra |
En Isla Negra, casi a la misma distancia de Santiago que de Valparaíso,
está la casa museo que compró en 1938 Pablo Neruda a su regreso de Europa,
cuando buscaba un lugar de retiro para dedicarse a escribir su Canto general. Al principio no era más
que una casita de piedra mirando al mar desde lo alto que se había construido
el marino español Eladio Sobrino, pero fue creciendo con la imaginación de
Neruda y la ayuda de dos arquitectos, primero Germán Rodríguez Arias y después
Sergio Soza, hasta convertirse en la construcción actual, de varios cuerpos,
que evoca un tren y guarda en su interior los objetos más preciados de su dueño:
mascarones de proa, réplicas de veleros, barcos dentro de botellas, mapamundis,
máscaras, pipas o caracolas marinas. El imaginario poético de Neruda se recoge
en esta casa y su entorno, dominado por el mar bravío que rompe contra las
rocas oscuras. Del hermoso jardín de la casa sobresalen el campanario, un bote
pintado de blanco y rojo, y las tumbas de Pablo Neruda y su tercera esposa,
Matilde Urrutia.
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Lobos marinos frente a la Isla de Teja |
En el sur de Chile, en la Región de los Ríos, se encuentra la ciudad austral
de Valdivia, la cuarta más antigua del país pues fue fundada por Pedro de
Valdivia en 1552. Padeció con singular crudeza el terremoto, seguido de
maremoto, de 1960, el mayor de los registrados hasta el momento, y volvió a
levantar sus casas bajas de madera junto a la confluencia de los ríos Calle
Calle, Valdivia-Cau Cau y Cruces. Llueve muchísimo, según los lugareños, más
que en ningún otro lugar del mundo, y hace frío y se siente mucha humedad en
invierno, la estación que durante nuestra estancia estaba llegando a su fin.
Paseando por la costanera, se avistan multitud de aves palmípedas y lobos
marinos que bucean en el río o sestean en las diversas balsas flotantes
habilitadas para ellos. A los lugares donde se concentran los lobos marinos se
los conoce con el nombre de loberías. Cuentan
que los de Valdivia comenzaron a llegar hace unos treinta años, cuando unos
cuantos ejemplares jóvenes y fuertes se adentraron nadando por el río desde las
aguas costeras frente a la comuna de Corral, en el océano Pacífico. Prosiguiendo
el paseo por la costanera, una vez pasado el puente que une con la ciudad la
espléndida isla de Teja ―donde se encuentran la Universidad Austral, los
principales museos y un jardín botánico―, se llega a la Feria
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Feria Fluvial |
Fluvial,
principal atracción de Valdivia. En sus numerosos puestos cubiertos bajo una
carpa, se venden artesanía, productos lácteos, fruta, hortalizas, especias, marisco
―choros (mejillones) de diversos tamaños, locos (un delicioso molusco), picorocos
(un crustáceo), jaibas (nuestras nécoras)― y reluciente pescado ―reinetas,
salmones, pejerreyes, merluzas, congrios― que te limpian ahí mismo, echando los
restos al río, donde se los disputan, en primera línea, los enormes lobos
marinos que han logrado pasar el cerramiento de metal que debería mantenerlos
alejados, los negros patos cormoranes que se posan en lo alto del cerramiento y
los torpes pelícanos que sobrevuelan alrededor o nadan en las aguas algo turbias.
Es un espectáculo digno de contemplar que no me perdí ninguno de los días que
permanecimos en Valdivia.
La ciudad mezcla tradiciones indígenas, alemanas y españolas, tiene su
cerveza propia, producida en una fábrica muy visitada, y elabora excelente
chocolate, que se puede degustar en agradables confiterías donde lo sirven en
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Bahía del Fuerte Niebla |
diferentes modalidades junto a la dulcísima repostería, mucha de ella, a base
de manjar (dulce de leche), merengue o queso.
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Tienda en Panguipulli |
A pocos kilómetros en coche de Valdivia (o también navegando en uno de
los catamaranes que ofrecen el paseo si no hay temporal) está la bahía de Corral,
en la desembocadura del río Valdivia, que durante los tiempos coloniales estuvo
muy fortificada para repeler los continuos ataques de piratas y corsarios. Del
sistema defensivo de fuertes destaca por la belleza de su emplazamiento el de
Niebla, que conserva diversos restos arqueológicos, los dos hornos donde se
calentaban las balas y una buena colección de cañones. Tiene además un museo
muy agradable de visitar. Y son espectaculares las vistas que se alcanzan desde
los puntos más elevados del fuerte sobre el mar y la recortada costa: Los Molinos, Caleta Bonifacio, Pilolcura…, y enfrente, se avista el puerto de
Corral, el más antiguo, donde se formaron las olas más altas del maremoto sufrido
en 1960 que, según cuentan, superaron los 12 metros de altura.
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Lago en Panguipulli |
Jamás bastará el tiempo destinado a recorrer esta región abundante en
agua para los amantes de la naturaleza. Es tanto lo que hay que ver, y la
extensión tan amplia, que no queda más remedio que seleccionar, haciendo la
promesa de regresar pronto para continuar viaje a las termas o los humedales
que faltaron por visitar. El circuito de los Siete Lagos, cuyo fin de recorrido
es la reserva natural de Huilo Huilo y en el que se visitan además Lanco,
Panguipulli, Neltume y Puerto Fuy, jamás defrauda. Partiendo de Valdivia antes
del alba y regresando bien entrada la noche, se puede realizar en un día: merece
la pena caminar, bien pertrechados para la lluvia y los accidentes del sendero,
por la frondosa selva
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Salto Huilo Huilo |
valdiviana ―que es un bosque húmedo, templado y lluvioso―
para alcanzar el salto Huilo Huilo (al que se puede bajar hasta el pie de la
cascada) y el salto del Puma (que solo se contempla desde arriba). En la
reserva también hay un camino elevado de madera, llamado el Sendero de Ciervos
por los rebaños de ellos que se ven pastando abajo, y pequeños refugios de
madera a la altura de las copas de los árboles (algunas, a más de 5 metros del
suelo) que se pueden alquilar para pasar la noche. También hay hoteles dentro
de la reserva natural que pretenden mimetizarse con la naturaleza y cuya
arquitectura resulta sorprendente, como de cuento de duendes.
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El Morro de Arica |
Llegamos en avión a Arica, en el extremo norte de Chile, con la ropa
aún oliendo a humedad y los ojos ahítos de verdor valdiviano. El contraste no
pudo ser mayor: la ciudad chilena
de la eterna primavera se alza junto al
Pacífico pero está rodeada de desierto. En Arica no llueve nunca. Durante el
recorrido hasta el precioso hotel al borde del mar, vimos amarillear grandes extensiones
de tierra polvorienta y barrios surgidos al pie de cerros pelados, muchos de
ellos, según supimos después, adornados con enormes geoglifos precolombinos
que, al parecer, marcaban las rutas de caravanas en su época.
La ciudad posee un activo puerto marítimo que es crucial para algunos
países del interior de América del Sur, como Bolivia, y mantiene un litigio por
tierras con sus vecinos de frontera, Perú y Bolivia. El cerro del Morro, junto
a la costa, aparece en todas las fotografías turísticas y desde la planicie de
su cima se obtiene una bonita panorámica de la ciudad y la costa. En el Morro se
luchó una importante batalla durante la Guerra del Pacífico (1880) que determinó
su ocupación por parte de Chile y después su anexión, revalidada por el Tratado
de Lima en 1929. Hay un museo custodiado por militares donde se relata esta hazaña
bélica de la que todavía se resienten los peruanos. Bajando por un largo
sendero de suaves cuestas y fácil pisada, se
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Anochecer en la costa de Arica desde el hotel |
llega a la ciudad, de
construcciones más bien bajas y hermosas casas antiguas pintadas en colores vivos.
Sus calles peatonales están repletas de transeúntes y establecimientos
comerciales, y es muy agradable pasear hasta la plaza principal, junto al
Morro, y visitar edificios históricos como la antigua Casa de Gobierno, la
antigua Aduana o la antigua estación del tren que llega hasta La Paz (Bolivia).
La interesante catedral de San Marcos, de inspiración gótica, posee estructura
de metal salvo en sus dos puertas, que son de madera, y fue diseñada y
fabricada por el taller de Gustave Eiffel a petición del gobierno peruano ―entonces
Arica formaba parte de su territorio nacional― para sustituir al edificio que
había derruido el terremoto de 1868. No se puede acceder a su interior porque
está en restauración en la actualidad.
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Ascenso por la precordillera andina desde Arica |
La cordillera de los Andes se aplana en el norte de Chile para formar
una enorme meseta que en sus puntos más elevados supera los 5 000 metros. Esta
meseta se conoce como altiplano, y el de Arica es uno de los mejores caminos
para llegar hasta él, siguiendo alguna de las rutas del desierto, poblado a
tramos por los cactus candelabro, que descuellan en el árido paisaje como imponentes
vigías. Hay muchos lugares y pueblos que merecen parada según se sigue la
carretera ascendente, utilizada por abundantes camiones de carga que van y
vienen de Bolivia. A pocos kilómetros de Arica son dignos de admiración, entre
los inmensos cerros desérticos de la precordillera andina que cubre la
camanchaca (neblina) al amanecer, los fértiles valles de Azapa, Lluta y Codpa,
que se van sucediendo a un lado u otro de la ruta a medida que se asciende, surgiendo
como manchas verdes en las que crecen guayabas, aceitunas, mangos, choclos
(maíz dulce) o tumbos (semejantes al maracuyá o fruta de la pasión). Llegamos a
Poconchile, población de origen preincaico, cuando el sol ya iluminaba los
cerros y su iglesia blanca de San
Jerónimo, con sus dos torres y el cementerio detrás, se recortaba en primer
plano. En Zapahuira, superados los 3 700 metros, tomamos abundante té de coca
y otras hierbas contra el mal de altura
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Vista del valle desde Zapahuira |
y comimos enormes sopaipillas y queso
de cabra. Los lugareños nos recomendaron caminar despacio, como los astronautas
en la luna, para evitar mareos, aunque nuestro vehículo iba preparado hasta con
oxígeno por si acaso. Rodeada de cerros pelados y abundantes eucaliptos, Belén
es la única población del altiplano andino fundada por los españoles, quienes
la eligieron por su clima agradable y por estar en el camino de Potosí. Posee dos
bonitas iglesias, una especie de anfiteatro donde sentarse a contemplar pasar
la vida, según palabras del anciano que nos acompañó en la visita, y una
escuela para los pocos niños que todavía viven allí. Las casas son de adobe,
pegadas unas a otras y ordenadas en calles empinadas, algunas todavía empedradas.
Sin embargo, los antiguos techos de paja se han ido sustituyendo por chapa
metálica, que resultará más práctica pero mucho menos bonita.
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Belén, en la casa de doña Emilia Paxi |
Este relato sobre nuestra reciente estancia en Chile estaría
incompleto si no hablara de lo mucho que nos ayudaron amigos antiguos y nuevos
de las universidades que visitamos ―Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso y Viña del Mar; Austral de Valdivia; Tarapacá de Arica—,
acompañándonos a conocer lugares maravillosos e informándonos sobre aspectos de
la vida y cultura de Chile. También nos invitaron a saborear deliciosa comida, regada con vino y pisco sour, y nos explicaron el significado de tomar once y de once comida, que en líneas generales equivaldría a la merienda y merienda-cena españolas (no me extiendo más porque deseo dedicar un texto completo a esos términos y otros similares del español europeo y americano). Hubo también amables taxistas y guías que nos
llevaron a sitios inolvidables, alejados de las rutas turísticas. Y sobre todo,
nos topamos con gente hospitalaria que nos abrió su casa y nos ofreció comida y
bebida, como las hijas y nieta de doña Emilia Paxi, de 106 años, que nos
agasajaron generosamente en Belén.
Posdata
A los pocos días de nuestro regreso a España, cuanto todavía ordenaba datos
para sentarme a redactar este texto, ocurrió el terremoto el 16 de septiembre
de 2015, con epicentro en Illapel y una magnitud de 8,4 en la escala sísmica. Hubo
muertos y heridos, desalojos y daños materiales. Desde ese día ha habido más de
500 réplicas, algunas de intensidad considerable. Enseguida mandamos correos a nuestros
amigos, que respondieron en cuanto pudieron para informarnos. Todos están bien.
Una amiga que vive en un ático frente al cerro de Santa Lucía en Santiago nos
relató su sensación de miedo e impotencia, pero también las risas de su hijo de
doce años, que se toma los temblores como una diversión. Así es la vida.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Carmen: Deseo que disfrutes esta Nochebuena y que el próximo año sea muy venturoso para ti.
ResponderEliminarGracias por toda la ayuda que nos has brindado.
Carlos Santos
Lima Perú
Muchas gracias, Carlos. También te deseo muy felices fiestas y un venturoso y apacible 2016.
EliminarTe agradezco muchísimo que prestes tanta atención a este blog. Seguiré esforzándome en mejorarlo.