Pintura de Henri Martin |
Amanda
Hace cosa de año y medio acudí al Programa INDIS de la Fundación Tomillo en Majadahonda para charlar con los niños sobre mi novelita Viruta, invitada por la antigua directora del centro, Mónica Rouanet. Fue una experiencia tan interesante y entretenida que para este curso nos inventamos una nueva actividad, que Mónica tituló «Libro a la carta». La idea era que yo iría escribiendo poco a poco una nueva novelita sobre la que los niños opinarían y dibujarían, ayudados por sus profesoras Lorena e Isa. Además, cuando me hicieran alguna sugerencia atractiva durante mis visitas, yo la introduciría en la trama.
Elegí como punto de partida para la narración un relato que había escrito años atrás para mis hijos y sobrinos, pero lo reescribí por completo. Inspirándome en una experiencia personal durante un viaje con mi pareja por el Istmo de Tehuantepec en Oaxaca (México) en el que avistamos un ovni, trataba de dos niñas amigas, Ana y Teresa, que son abducidas por una bola de luz.
El primer capítulo de «Niños en la luna» empieza así:
Dibujo de Amanda |
Cuando Ana terminó de contar la terrible historia del gato
cojo, todos los presentes estaban tan asustados que buscaban pretextos para
marcharse. Les vino de maravilla que Lucía dijera:
―Yo me tengo que ir a casa. Se me había olvidado que hoy
vienen a cenar unos amigos de mis padres.
―Te acompaño ―ofreció enseguida Diego, levantándose para coger
su bicicleta.
Al comprobar que los demás también se habían puesto de pie
uno a uno y recogían sus cosas, Ana se enfadó:
―¡No pensaréis marcharos todos! Habíamos quedado en prender
una hoguera y aguantar aquí hasta la medianoche.
―Pero hemos cambiado de idea ―contestó David, algo
malhumorado―. Nos has aburrido con tus tontos cuentos que no le gustan a nadie
y nos queremos ir.
―¡Ja, no te creo! Lo que pasa es que tenéis miedo ―se burló
Ana―. Sois unos cobardes y ni siquiera os atrevéis a reconocerlo, porque además
sois unos mentirosos.
Nadie quiso responder a sus provocaciones. Ana no se dio
por vencida.
―No hace falta que
sea hasta la medianoche, solo un ratito más. Hasta que oigamos a las lechuzas y
veamos brillar sus ojos en la oscuridad. Son verdes, ¿no os parece interesante?
Os puedo contar mientras tanto la historia de la diosa Minerva, que se
representa con una lechuza. Esa no es de miedo.
―Otro día ―se disculpó Teresa―. Hoy todos tenemos cosas que
hacer.
Dibujo de Sanaa |
―Luego dirás que eres mi mejor amiga ―se quejó Ana―. No me
esperaba esto de ti, porque a ver qué tienes tú que hacer a estas horas…
―La maleta, guapa. Ya sabes que me voy a Irlanda.
―¡Pero si todavía faltan tres días! ―exclamó Ana antes de
añadir, casi suplicando―: Anda, quédate tú al menos.
Teresa negó con la cabeza, dijo no sé qué entre dientes y
se montó enseguida en su bicicleta.
―¡Eh, esperadme! ―gritó a los demás, que ya avanzaban
pedaleando hacia el camino de tierra en dirección a la carretera que conducía
al pueblo.
Ana estaba furiosa. «Son unos asquerosos miedicas», pensó
mientras se tumbaba debajo de una encina de tronco enorme. Tanto tiempo
preparando esta excursión, con el trabajo que les había costado conseguir
permiso para volver tan tarde, y al final todos se habían rajado. «Miedicas»,
repitió para sí, porque no había nadie más con quien hablar. Tampoco
encontraría a nadie si volvía a su casa, pues su padre no paraba de trabajar y
apenas lo veía. «Si tuviera madre…», se le ocurrió pensar, «madre», repitió,
aunque no sabía bien qué significaba eso, porque había perdido a la suya cuando
era tan pequeña que no se acordaba. «Bah, quién quiere una madre, con lo
pesadas que son; no dejan hacer nada y son chillonas», se contestó enseguida,
contentándose con las ventajas que
suponía su vida. No, no se podía quejar: no le faltaba de nada y su padre le
daba permiso para hacer casi cualquier cosa… ¿como quedarse en el Campo del
Lobo completamente sola? Tal vez eso no, pero no estaba en casa para echarla de
menos, así que daba igual.
Opìnión de Anastasia |
Los niños leyeron los primeros capítulos que les mandé y me recibieron entusiasmados cuando fui a
visitarlos. Me habían hecho dibujos preciosos; tenían curiosidad sobre cómo
avanzaría la trama y algunos me propusieron ser ellos los protagonistas. En algo
estuvieron todos de acuerdo: les había gustado más que nada un personaje, Moli, pero me pidieron que fuera perra
en lugar de perro. Así que su dueña Ana, una de las protagonistas, pasó desde
ese momento a tener una perra lista y gruñona que a punto está de meterla en
dificultades en más de una ocasión:
Dibujo de José Luis |
Hubo
suerte, porque al abrir la puerta solo las recibió Moli, que se puso a ladrar
como una loca al contemplar la figura al rojo vivo que acompañaba a su ama. Ana
fue derecha a la cocina para abrir el frigorífico y sacar a manotazos todo lo
que había en él.
―Aquí
no tendrás calor ―dijo, ayudando a Am a meterse dentro―. Estarás bien
fresquita.
―Oh,
Am fresquita, sí, fresquita…
La voz
de la selenita era ahora solo un hilito que apenas se parecía a la potente de
Ana.
Un
coche acababa de llegar. Se oyó el rugido del motor y luego nada. Estaba
aparcando.
Ana cerró el frigorífico de golpe y se puso a ordenar como pudo el
montón de comida que había arrojado al suelo, mientras Moli ladrada y brincaba
a su alrededor.
―¡Qué
es todo este desastre! ―exclamó su padre cuando entró en la habitación―. ¿Me
puedes explicar qué ha pasado aquí?
―Nada,
papá ―disimuló Ana, corriendo a darle un beso y colgarse de su cuello para
ganárselo con sus arrumacos―. Es que me he puesto a arreglar el frigorífico y
me he liado un poco… Ya estoy terminando de recoger. De verdad, enseguida
acabo. Es que como me dices que me estoy haciendo mayor, quería ayudar…
Su
padre la observó fijamente. Luego habló:
―Claro,
y Moli ladra tanto porque también se está haciendo mayor. ¿Qué es lo que has
metido ahí dentro?
Dibujo de Daniel |
―¿Hay
alguien ahí? ¡Ayuda!
No
hubo respuesta.
Teresa
insistió, chillando con voz de pito:
―¡Socorro!
¡Necesitamos ayuda, estamos perdidas!
Les
pareció escuchar entonces como un murmullo lejano, y Ana repitió a gritos:
―¿Hay
alguien ahí?
Una
voz igual que la de Ana respondió:
―¡Ahí…
ahí… ahí…!
―¿Ves
como sí hay alguien? ―se alegró Teresa y aulló, levantando la cabeza, como un
lobo en lo alto de una colina―: ¡Estamos aquí!
Una
voz igual que la suya repitió al momento el aullido:
―¡Aquí…
aquí… aquí!
―Es el
eco ―se percató decepcionada Ana―. No te hagas ilusiones. No hay nadie.
―No,
no, te equivocas ―lloriqueó Teresa―. Nos han oído y ahora mismo vienen. No
podemos darnos por vencidas tan pronto. ¡Ayudaaaa!
―¡Ayuda…
ayudaaaa… aquí! ―repitió la voz del eco.
Un
momento: ¿era el eco?, se preguntó Ana con sorpresa:
―¿Desde
cuándo el eco añade palabras a lo que repite? Vas a tener razón, Teresa: aquí
hay alguien.
Y esta
vez las dos amigas escucharon que una voz muy cercana, igualita a la de Ana,
decía claramente:
―Alguien,
alguien, aquí.
Teresa
y Ana miraron a su alrededor sin conseguir ver a nadie entre la niebla que
resplandecía.
Opinión de Sana |
Enseguida descubrirán que son dos selenitas ¿Y qué hacen en la Tierra? De momento, los niños
lectores saben que han viajado en una bola de luz,
pero los motivos todavía no se han revelado. Cuando al avanzar los capítulos Uv y Am se separan y vienen de Gaom a
buscarlas, la trama se divide entre lo que ocurre a Ana y Am, que buscan la
ayuda de Aura, especialista en ovnis, y lo que ocurre a Teresa, que está en un
campamento en Irlanda donde conoce a Erik. Allí recibe la visita inesperada de Uv y unos
acompañantes tenebrosos:
Erik
dejó de hablar porque el corazón se había vuelto color rojo sangre y palpitaba,
lanzando destellos de fuego. Lo estaba observando admirado, cuando una bola de luz inmensa apareció entre
la niebla. Como Teresa pensó que era la
nave de Am y Uv, en lugar de asustarse, se encaminó hacia ella en cuanto se
posó en el suelo. Erik, atónito ante lo que veían sus ojos, se quedó atrás. De
la bola de luz surgieron unas figuras imponentes que cortaron el paso a Teresa.
Erik corrió a su lado y una de las figuras lo empujó contra un árbol. Teresa
volvió a llorar sin saber qué hacer.
―No
miedo, no miedo ―dijo una figura más pequeña que surgió entre las demás
gigantescas, retirando parte de la gruesa tela refulgente que la cubría para
dejar al descubierto un pañuelo de lunares rojos que parecía flotar en el aire.
―¿Eres
Uv? ―gimió Teresa.
―Sí,
Uv se pone el pañuelo ―fue la respuesta―. No miedo, no miedo.
―¿Dónde está Am? ¿Cómo es que ahora te veo?
¿Quiénes son estos otros? ―preguntó muy nerviosa Teresa.
Pero Uv no había pasado el tiempo suficiente en la
Tierra y no había aprendido las palabras necesarias para responder a todo eso y
tampoco supo explicarle que las grandes figuras eran adultos de Gaom que la
acompañaban porque ya no se fiaban de ella. Solo era capaz de repetir con su
misma voz como el eco:
―No miedo, no miedo…
Dibujo de Akkram |
Tras superar diversas vicisitudes, las
dos selenitas Am y Uv logran encontrarse al fin en el Campo del Lobo; una quiere
regresar a Gaom y la otra no. Ana, Teresa, Erik y Aura serán quienes las ayuden
a tomar una decisión y viajan con ellas a Asturias en busca de los nudos de
amor, que tal vez sean su salvación ¿Qué pasa después? ¿Cómo termina la historia
de amistad interespacial que se cuenta en «Niños en la luna»? Ya he mandado los últimos
capítulos a mis niños lectores y espero que los estén disfrutando.
Todavía no me he reunido con ellos ni he
visto sus caras alegres al enseñarme los dibujos y hacerme toda clase de
preguntas, tan difíciles de responder a veces. ¿Les habrá gustado el final?
¿Les habrá sabido a poco el relato o ya estarán cansados? No, todavía no me han
comentado qué es lo que más recuerdan ni he podido revelarles el último
secreto, aunque creo que alguno ya se lo imagina: desde el comienzo, los verdaderos protagonistas han sido ellos, pues en ellos he pensado al escribir. No hay libro si no hay lectores,
y este ha tenido los mejores, los más entregados. Yo me he limitado a intentar
mantener su entusiasmo y a animarlos a pensar mientras leían.
Amanda, una de las niñas lectoras, dijo en
una de mis visitas las palabras que abren este texto y ahora repito: «Un día
sin leer es un día perdido». Ahí es nada.
No cabe añadir nada más. Me siento agradecida y
bien recompensada.
Dibujos de Matías y Anuar |
¡Muchas gracias, Carmen!
ResponderEliminarHa sido una experiencia preciosa para todos y todas.
Estoy de acuerdo, Mónica. Ha sido una experiencia preciosa. Pasado un tiempo, volveré a leer la novelita y a lo mejor me animo a publicarla.
EliminarUn beso.
Qué bonito. Y estoy de acuerdo con Amanda.
ResponderEliminarYo también estoy de acuerdo con Amanda, Carmen.
EliminarUn abrazo.