Los medievales, que tenían un respeto exagerado por la autoridad de los escritores clásicos, decían de los modernos que, aun siendo «enanos» por comparación, al apoyarse sobre ellos se convertían en «enanos a hombros de gigantes» y, de este modo, veían más allá que sus predecesores.
Come si fa una tesis di laurea, Umberto Eco, 1977 (Cómo se hace una tesis doctoral; la traducción del italiano es mía)
De la nada no suele salir nada. Todos recurrimos de uno u otro modo a
nuestro bagaje cultural acumulado para expresarnos de forma oral o escrita. Cuando
al escribir se acude a las palabras o
pensamientos de otros, bien sea para completar o respaldar los nuestros, bien
para refutar los ajenos, es necesario dejar constancia de la procedencia
exacta; esto es, hay que revelar las fuentes. No obstante, los datos de dominio
público por todos conocidos, las frases hechas, los refranes u otras
expresiones familiares o de moda, a no ser que se hayan tomado de otra fuente
directa, son una excepción a la regla:
Juventud, divino tesoro… quién
tuviera tus años.
«Juventud divino tesoro, /
¡ya te vas para no volver! / Cuando
quiero llorar, no lloro… / y a veces lloro sin querer…» (Rubén Darío, Canción de otoño en primavera, 1905).
Tantas guerras… ya se sabe que
el hombre es un lobo para el hombre.
«Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién
es el otro» (Plauto, Asinaria, v. 495).
En el mundo académico, la revelación de las fuentes suele hacerse en
forma de nota a pie de página o al final del texto; también puede componerse
dentro del texto principal entre paréntesis. En escritos menos formales, cuando
se parafrasean ideas ajenas, puede bastar con citar el nombre del autor para
atribuírselas. En las citas del comienzo de un libro, un capítulo o un
artículo, es convención habitual componerlas marginadas, a cuerpo menor y sin
comillas, separando con líneas de blanco el texto literal de la cita y el autor
citado (véase al inicio la cita de Umberto Eco).
La extensión de la cita debe estar en consonancia con la importancia
que tenga para el texto en el que aparece. Asimismo, se ha de decidir si, en
lugar de transcribir las palabras exactas, se parafrasean. Si se decide
parafrasear para lograr una escritura más fluida, no se trata de una cita
directa y, por tanto, no se marca con comillas. Un motivo añadido para
parafrasear en lugar de emplear la cita directa es el interés por subsanar un
error que se ha advertido en las palabras de otro, lo que se conoce como
«corrección silenciosa». Por el contrario, si lo que se desea es evidenciar
dicho error, se transcribe la cita literal entre comillas y se añade, entre
corchetes, sic (que significa así en latín):
La ministra de Sanidad, Igualdad
y Política Social, Leire Pajín, en un acto con motivo del Día Internacional
contra la Violencia de Género, anunció que a la mañana siguiente llevaría al
Consejo de Ministros la propuesta para reformar el Código Civil a fin de prohibir
la atribución de la custodia individual de los hijos al cónyuge inculpado en un
proceso de violencia de género.
La ministra de Sanidad, Igualdad
y Política Social, Leire Pajín, declaró: «Mañana llevaré al Consejo de
Ministros la propuesta de reformar el Código Civil para prohibir expresamente
la atribución de la custodia individual de los hijos e hijas al cónyugue [sic] incurso en un proceso de violencia
de género» (25 de noviembre de 2010).
En los casos de mala puntuación o puntuación deficiente, también se
pueden resaltar los errores del texto citado colocando entre corchetes la
puntuación que corresponda o añadiendo [sic]
junto al signo erróneo.
Las citas directas deben reproducir siempre las palabras literales
pero, en general, se permiten ciertos cambios para lograr que encajen en la
sintaxis y la tipografía del texto principal: se pueden sustituir las comillas
altas (“”) por comillas angulares o latinas («»), las comillas simples por
comillas dobles, etc., si así se requiere. Del mismo modo, la puntuación debe
ajustarse en relación con las comillas: recuérdese que el punto y la coma se
escriben después de las comillas de cierre, al igual que los dos puntos y el
punto y coma; los signos de interrogación y exclamación también van detrás de
las comillas de cierre a menos que
pertenezcan al texto entrecomillado:
Fue Miguel Hernández quien
escribió en «El último rincón»: «¿Qué hice para que pusieran / a mi vida tanta
cárcel?».
¡Cuánta pena hay en las palabras
de Miguel Hernández en «El último rincón», cuánta desesperación en su «¿qué
hice para que pusieran / a mi vida tanta cárcel?»!
Si dentro de una cita se introduce un inciso corto, se marca con rayas
en lugar de abrir y cerrar nuevas comillas:
«Los adultos prodigio ―asevera
Robert Greene en El arte de la seducción― suelen
ser antiguos niños prodigio que han logrado conservar su impulsividad infantil
y sus capacidades de improvisación».
Sin embargo, cuando se trata de varias citas literales dentro de un
texto parafraseado, se deben ir abriendo y cerrando las comillas cuando
corresponda:
Doña Marina, su
maestra, explicó a Marie que el color azul ultramar se obtenía de la piedra
llamada lapislázuli y era tan costoso que se solía emplear para las
«representaciones de lo divino y la realeza»; maese Dirc añadió que el origen
del color amarillo indio era menos noble, pues procedía «de la evaporación de la
orina de las vacas». No obstante, su precio también era elevado porque, para
conseguirlo, había que «alimentarlas únicamente con hojas de mango y agua».
Después había que «traer a Sevilla el pigmento desde Bengala», que es donde se
producía. Ante esta explicación, doña Guiomar frunció la nariz con asco y se
negó a ser pintada con «el vil amarillo de orina», exigiendo: «A mí me
pintaréis el vestido de rojo carmín, como desea mi padre, pues no ha de
escatimar en gastos para darme gusto. Él mismo os entregará para que fabriquéis
el color los panes de grana cochinilla que compró ha un año a las naos de
ultramar».
El ejemplo previo, donde se
parafrasea un fragmento del capítulo 14, «Amarillo indio, azul ultramar», de mi
novela La historia escrita en el cielo, sirve
también de ilustración sobre otros cambios permisibles al citar: la letra
inicial puede ser mayúscula o minúscula según convenga (aunque también se puede
conservar la original) y es lícito prescindir del punto final o sustituirlo por
una coma si así conviene. Las llamadas de nota en la cita original pueden
suprimirse siempre que no afecten a su comprensión; también se pueden añadir
llamadas de nota nuevas si vienen al caso. Asimismo, como ya se ha señalado, se
pueden corregir sin indicarlo las pequeñas erratas evidentes, a menos que se
trate de la cita de un texto antiguo o de una fuente manuscrita especial en la
que sea preciso conservar sus particularidades ortográficas. En estos casos,
cualquier modernización o cambio de puntuación ha de indicarse (por lo general,
en nota a pie de página o en el prólogo cuando se trate de un libro completo).
En lo referente a la ortografía, corresponde a quien cita decidir si mantiene la original o la adecua a la actual prescrita por las Academias de la Lengua. Puede escribir, por ejemplo, fue, dio, rio aunque en el original aparezcan estas palabras con tilde: fué, dió, rió; puede suprimir las tildes de los pronombres este, ese y aquel, así como del adverbio solo, o puede simplificar los grupos cultos consonánticos o vocálicos para escribir oscuro en lugar de obscuro; trascender en lugar de transcender o seudónimo en lugar de pseudónimo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la ortografía empleada denota la época (años o siglos) en la que se ha escrito el texto citado y muchas veces será deseable, cuando no obligatorio, conservar la original. Con mucho más motivo habrá que conservarla cuando se citen autores que empleaban una ortografía original, como Miguel de Unamuno o Juan Ramón Jiménez.
Mención especial merecen los siguientes arcaísmos ortográficos que se han de respetar: México (y sus derivados), Texas (y sus derivados), así como otros topónimos mexicanos (Oaxaca) o nombres propios y apellidos (Ximénez, Xavier). La explicación para dichos arcaísmos es que hasta el siglo XVII, muchas palabras que ahora se escriben en castellano con j empleaban en su lugar la letra x: incluso el Quijote apareció publicado por primera vez como Quixote. El sonido de la j parece que no era el actual, aunque bien es cierto que esa letra tiene una pronunciación distinta dependiendo de las regiones españolas e incluso latinoamericanas, desde el sonido vibrante a la simple aspiración. La reforma ortográfica emprendida por la Real Academia de la Lengua en el siglo XVIII determinó que la x dejara de ser una grafía para el sonido representado por la j (o la g según los casos) y solo se empleara para representar el sonido /s/ en posición inicial de palabra como en xilófono; /ks/ en posición intervocálica como en exagerar o /gs/ en posición final de sílaba como en extremo.
En lo referente a la ortografía, corresponde a quien cita decidir si mantiene la original o la adecua a la actual prescrita por las Academias de la Lengua. Puede escribir, por ejemplo, fue, dio, rio aunque en el original aparezcan estas palabras con tilde: fué, dió, rió; puede suprimir las tildes de los pronombres este, ese y aquel, así como del adverbio solo, o puede simplificar los grupos cultos consonánticos o vocálicos para escribir oscuro en lugar de obscuro; trascender en lugar de transcender o seudónimo en lugar de pseudónimo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la ortografía empleada denota la época (años o siglos) en la que se ha escrito el texto citado y muchas veces será deseable, cuando no obligatorio, conservar la original. Con mucho más motivo habrá que conservarla cuando se citen autores que empleaban una ortografía original, como Miguel de Unamuno o Juan Ramón Jiménez.
Mención especial merecen los siguientes arcaísmos ortográficos que se han de respetar: México (y sus derivados), Texas (y sus derivados), así como otros topónimos mexicanos (Oaxaca) o nombres propios y apellidos (Ximénez, Xavier). La explicación para dichos arcaísmos es que hasta el siglo XVII, muchas palabras que ahora se escriben en castellano con j empleaban en su lugar la letra x: incluso el Quijote apareció publicado por primera vez como Quixote. El sonido de la j parece que no era el actual, aunque bien es cierto que esa letra tiene una pronunciación distinta dependiendo de las regiones españolas e incluso latinoamericanas, desde el sonido vibrante a la simple aspiración. La reforma ortográfica emprendida por la Real Academia de la Lengua en el siglo XVIII determinó que la x dejara de ser una grafía para el sonido representado por la j (o la g según los casos) y solo se empleara para representar el sonido /s/ en posición inicial de palabra como en xilófono; /ks/ en posición intervocálica como en exagerar o /gs/ en posición final de sílaba como en extremo.
Sin embargo, cuando se publicó la Ortografía de 1815, los procesos de independencia en gran parte de
la hasta entonces América española estaban en plena ebullición. México decidió
conservar su grafía arcaica de /x/ para el sonido que representa la /j/ como
signo de identidad, y lo mismo sucedió con Texas, que era parte de su territorio. Muchos
nombres propios y apellidos también conservan la grafía arcaica por razones
parecidas, y hay que respetarlo, teniendo en cuenta que su pronunciación en
español siempre es como j y no como la
x actual. Los diccionarios recogen
las dos escrituras de los topónimos cuando ambas son posibles: mexicano y mejicano; pero en otros solo se emplea la arcaica: Oaxaca (pronunciado casi como Guajaca). Al citar, lo aconsejable es ceñirse a la
preferencia de quien escribió.
Cuando se incorporan citas fragmentarias a un texto, debe cuidarse
la redacción de las oraciones previas y posteriores para que lo citado encaje
en ellas lógica y gramaticalmente:
[Texto original]
—Esas gallinas de Indias que decís en mi tierra se conocen como guajolotes y son muy reputadas por su blanca y tierna carne —replicó doña Berta—. Es plato de buen gusto, propio de celebraciones, que se prepara sobre todo en mole, que quiere decir guiso en nuestra lengua azteca, cocinando una salsa espesa con diferentes chiles, que son vuestros pimientos, pero picantes, y muchos otros ingredientes y especias a elección de la cocinera, sin olvidar el condimento imprescindible, que es el cacao molido.
—¿El cacao con el que se prepara el chocolate? —se sorprendió Teodora. (La historia escrita en el cielo, cap. 17, «El llanto de las sibilas»).
[Texto parafraseado con citas fragmentarias]
Doña Berta explicó a Teodora que las gallinas de Indias en la Nueva España se conocían como guajolotes, añadiendo que era un plato «de buen gusto, propio de celebraciones», que se preparaba sobre todo en mole, palabra que «en lengua azteca quiere decir guiso, cocinando una salsa espesa con diferentes chiles […] y muchos otros ingredientes y especias a elección de la cocinera, sin olvidar el condimento imprescindible, que es el cacao molido».
Como se aprecia en el ejemplo, se deben
modificar los tiempos verbales o los pronombres para amoldarlos al nuevo
contexto y empezar la cita textual donde convenga según la lógica sintáctica y
gramatical. A veces, se ha de incluir entre corchetes alguna palabra que ha
habido que añadir para ajustar el texto. Tomando la cita anterior, si en lugar
de haber suprimido parte de ella ―señalando la elipsis con los tres puntos
suspensivos entre corchetes […] según la convención establecida―, se hubiera
optado por mantener la oración de relativo siguiente, se tendría que haber redactado
así:
Doña
Berta explicó a Teodora que las gallinas de Indias en la Nueva España se
conocían como guajolotes, añadiendo que era un plato «de buen gusto, propio de
celebraciones», que se preparaba sobre todo en mole, palabra que «en lengua
azteca quiere decir guiso, cocinando una salsa espesa con diferentes chiles,
que son [nuestros] pimientos, pero picantes, y muchos otros ingredientes y
especias a elección de la cocinera, sin olvidar el condimento imprescindible,
que es el cacao molido».
Cuando se introduce una cita en medio de una
oración y cumple dentro de ella una función sintáctica, debe comenzar con letra
minúscula, prescindiendo de que en el original lo hiciera con mayúscula por
iniciar párrafo:
¿Fue
Descartes quien dijo aquello de «pienso, luego existo»?
Sostengo,
como Nietzsche, que «los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda
descender de ellos».
Sin embargo, cuando la cita va detrás de dos
puntos y, por tanto, tiene menor relación con el resto de la oración, se
mantiene la mayúscula inicial del original o incluso se cambia a mayúscula
aunque el original no la lleve (pero también se puede conservar la minúscula):
Sostengo
lo que dijo Nietzsche: «Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda
descender de ellos».
Cuando al terminar la
cita se emplea un verbo de dicción, debe ir precedido de coma (,):
«Entre un clavel y una rosa, su majestad es coja», cuentan que
dijo Francisco de Quevedo a la reina.
Cuando dentro de una cita aparece otro texto
citado, se emplean las comillas altas; si se necesitaran otras más dentro de
estas, las simples (en España; en América
Latina se empieza por las altas, a continuación las simples y en último término
las angulares):
En Historia de la sexualidad, M. Potts y R.
Short relatan cómo Cornelia, la sacerdotisa de las vestales, «fue acusada
falsamente de incesto por el emperador Domiciano. Según Plinio, “Cornelia
imploró a Vesta y a todos los demás dioses, exclamando una y otra vez: ‘¿Cómo
puede César pensar que me he manchado? Mientras he realizado los ritos
sagrados, él ha efectuado conquistas y ha triunfado’. Cuando era conducida a la
celda subterránea, su túnica se enganchó en alguna obstrucción. Trató de
soltarla y el verdugo le ofreció la mano, pero ella le volvió el rostro”».
Cuando las citas son muy largas, se suelen
componer en párrafo aparte. Salvo en casos especiales de edición, la longitud
es el criterio fundamental que se tiene en cuenta para optar por una u otra
composición. En el caso de la poesía, cuando se citan uno o dos versos, que se
separan por una barra inclinada (/), se suelen intercalar en el texto: «Mis
ojos, sin tus ojos, no son ojos, / que son dos hormigueros solitarios» (Miguel
Hernández, «Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos», en Imagen de tu huella, 1934).
Sin embargo, cuando la cita abarca una
estrofa completa o más, se compone (según preferencia editorial) cargado a la
izquierda, sangrado o centrado con el verso más largo y a cuerpo menor, dejando
una línea de blanco al comienzo y al final. Las estrofas se separan entre sí
con una línea de blanco:
Mis ojos,
sin tus ojos, no son ojos,
que son
dos hormigueros solitarios,
y son mis
manos sin las tuyas varios
intratables
espinos a manojos.
Los autores clásicos de poesía solían comenzar
cada verso con letra mayúscula, pero es costumbre abandonada por los más
modernos. Al citar, debemos respetar el criterio seguido por el poeta o señalar
que se ha preferido otro distinto.
En los textos en prosa, es convención habitual componer las citas en párrafo aparte, sangradas y separadas en su principio y fin por una línea de blanco, cuando se prolongan más de cuatro líneas. Otras veces se componen a cuerpo menor y a la misma caja, según preferencias editoriales. Las citas en párrafo aparte no se marcan con comillas, pues su uso es redundante. En la palabra final suele situarse una llamada de nota en voladita, a no ser que se haya expresado en el texto principal la fuente. El siguiente ejemplo está extraído de mi novela digital Nada del otro jueves (Amazon, 2013):
—Esto es para ti, Maite —susurra mamá, que ha vuelto a tu cuarto y te tiende una hoja de papel—. Es el último poema que me escribió tu padre, cuando ya estaba muy enfermo.
Te incorporas intrigada y a la luz de la lámpara que aún no has apagado, ves la letra irregular pero clara de papá:
Tus labios los deseo para el beso
Y no para las penas que te ofrezco
Y no rechazas, mujer mía.
Ahí detienes la lectura, porque la emoción te ahoga y sientes que estás invadiendo una intimidad que no te corresponde. Algo que solo perteneció a tus padres.
—Son tuyos, mamá —declaras, alargando la mano para devolverle la hoja, y esta vez sí que añades con voz clara―: Gracias, muchas gracias, mamá.
Como cabe apreciar, si
dentro de una cita existe otro texto citado, se repite la sangría y la
composición que corresponda. Las cartas completas se citan en texto separado
(muchas veces, empleando letra cursiva) y marginado; los fragmentos cortos,
dentro del texto principal y, por lo general, entrecomillados y en letra
redonda.
Una cita en composición separada no empieza siempre con letra mayúscula. Al igual que en el caso de las citas insertas en un texto, se emplea minúscula o mayúscula según lo requiera la sintaxis:
Una cita en composición separada no empieza siempre con letra mayúscula. Al igual que en el caso de las citas insertas en un texto, se emplea minúscula o mayúscula según lo requiera la sintaxis:
Fue Ortega y Gasset quien popularizó la palabra «esnob» en
castellano al explicar en La rebelión de las masas que el hombre
que triunfa ahora
es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece de un «dentro», de
una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar.
De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene
sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones:
es el hombre sin la nobleza que obliga —sine
nobilitate—, snob.
Sin embargo, también se
podría citar así:
Fue Ortega y Gasset quien popularizó la palabra «esnob» en
castellano al explicar en La rebelión de
las masas:
El hombre que triunfa […] es sólo un caparazón de hombre
constituido por meros idola fori;
carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un
yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para
fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y
no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga —sine nobilitate—, snob.
Como ya se ha señalado, los
puntos suspensivos entre corchetes indican que se ha suprimido texto dentro de
la cita. No son necesarios al principio ni al final de una cita, puesto que se
da por supuesto que dicha cita no es más que una selección que ha realizado el
escritor sobre la obra de otro. Solo en casos especiales habrá que marcar con
corchetes al principio la falta de alguna palabra o letra para que se entienda el
contenido.
Cuando, por alguna
circunstancia especial, una cita larga de varios párrafos no se compone
separada del texto principal, se han de utilizar las «comillas de seguir» (la comilla
angular de cierre: ») cada vez que comience párrafo, lo mismo que sucede cuando
en un diálogo el parlamento de un personaje abarca más de un párrafo (son casos
raros, pues los escritores saben utilizar otros recursos más comprensibles y
estéticos).
He aquí un ejemplo de
«comillas de seguir» en cita de más de un párrafo que no se ha sangrado ni
compuesto en texto aparte, extraído de mi novela Nada del otro jueves: «Debe
de estar acurrucada en el sofá, porque acabas de escuchar como un hipo. Aguzas
el oído y percibes un susurro débil, como de gemidos contenidos. ¿Estará
llorando?, te preguntas, y de inmediato te contestas que sí, está llorando,
cómo no iba a llorar al ver lo que está viendo, y las lágrimas que llevan tanto
tiempo escociéndote en los ojos porque no las permites salir empiezan a fluir
veloces, y esta vez no haces nada por detenerlas.
»—Mamá
—dices al irrumpir en el salón y corres a abrazarte a ella—. Mamá...
»El
CD se ha acabado, y la pantalla del televisor está llena de copos de nieve, a
pesar de que ya es primavera en la calle. Mamá te acaricia la melena de medusa
mientras sigue llorando, igual que tú.
»—Mamá —repites
en medio de la llantina―. No estás sola. Sé tu secreto».
Si al comienzo de un capítulo o una sección se emplea como decoración una letra capitular y las primeras palabras forman parte de una cita inserta en el texto, es frecuente omitir las comillas de apertura (de igual modo, suelen omitirse los signos de apertura de admiración e interrogación), a pesar de que la RAE recomienda que se mantengan:
Si al comienzo de un capítulo o una sección se emplea como decoración una letra capitular y las primeras palabras forman parte de una cita inserta en el texto, es frecuente omitir las comillas de apertura (de igual modo, suelen omitirse los signos de apertura de admiración e interrogación), a pesar de que la RAE recomienda que se mantengan:
C
|
aséme en esta tierra con una mujer muy a mi voluntad. Y aunque
allá os parezerá cosa reçia el aberme
casado con hindia, acá no se pierde honra ninguna, porque es una nación la de
los hindios tenida en mucho», dice en su carta de 10 de febrero de 1571Andrés
García desde México a su sobrino Pedro Guiñón, que estaba en Colmenar Viejo.
Si al citar se añaden
cursivas para hacer hincapié en determinadas palabras, ha de señalarse entre
corchetes dentro de la cita o en el lugar donde se especifique la fuente, ya
sea entre paréntesis al cerrar las comillas o en nota a pie de página o final (cursivas añadidas o bien las cursivas son mías). Del mismo modo,
todo añadido o aclaración dentro de una cita se compondrá entre corchetes para
que no existan confusiones.
Cuando se cita en una
lengua extranjera, el estilo tipográfico ha de ser el mismo que el del resto
del texto: las citas se escriben en letra redonda y se insertan entre comillas o
se componen por separado y sin comillas atendiendo a su longitud. Asimismo, se
mantiene la puntuación original, salvo en el caso de las comillas, cuyo uso se
ha de unificar con el criterio general empleado en el resto del texto. Si se
citan palabras o frases aisladas en otra lengua, pueden entrecomillarse o
componerse en letra cursiva. Si el original utiliza comillas para los diálogos
(recuérdese que en inglés, por ejemplo, es el modo de marcarlos) y se compone
una cita separada del texto principal, se mantienen dichas comillas:
«Is this a
temporary marriage you have in mind?» I asked.
He looked at
me, surprised.
«This isn’t a
passing physical attraction I feel toward you. I want you for good».
«Ali,
please—» (Marina Nemat, Prisoner of
Tehran, 2007).
¿Se debe añadir la
traducción de los pasajes citados en una lengua extranjera? Queda a criterio
del escritor o la editorial. Si se decide ofrecer la traducción, debe situarse entre
paréntesis detrás de la cita en la lengua original. No es necesario mantener en
este caso las comillas de apertura y cierre (aunque puede hacerse), pero sí
toda comilla que surja dentro de la cita. Asimismo, la traducción puede
aparecer en una nota a pie de página o final. Cuando los escritores realizan
sus propias traducciones, deben indicarlo (la
traducción es mía o texto similar). De lo contrario, se recurrirá a
traducciones publicadas y se indicará la fuente con todos sus datos de edición.
Cuando se cite un pasaje de una obra escrita y publicada en español, nunca se
ha de traducir partiendo del texto ya traducido a una segunda lengua. Por
ejemplo, jamás traduciremos del francés al español una cita de Cien años de soledad de Gabriel García
Márquez, sino que buscaremos el texto original citado para reproducirlo. Cuando
se cite un texto extranjero de una segunda lengua, como sería el caso de un
pasaje de La montaña mágica de Thomas
Mann en un texto en inglés, se
buscará en la traducción de la novela al español pero no se retraducirá desde
el inglés al castellano. Si no es posible dar con la traducción original al
español, siempre es preferible recurrir a la paráfrasis que retraducir.
Ahora quedaría hablar de
las notas, el lugar habitual en el que se exponen las fuentes de las citas,
sobre todo en el ámbito académico. Sin embargo, como es tema largo de explicar,
lo dejaremos para otro momento, en el que también nos ocuparemos de la
bibliografía.
Nota bene: Las citas separadas que aparecen en este texto no están compuestas a cuerpo menor debido a las limitaciones tipográficas del blog que, de momento, soy incapaz de superar. Para intentar que resalten más a primera vista, he creado mi propio estilo tipográfico, que no habrá pasado inadvertido al lector cuidadoso: las citas llevan justificación completa, los párrafos no se separan con línea de blanco y van sangrados, salvo el primero; en el resto del texto, no se sangran los párrafos, se separan con una línea de blanco y no están justificados a la derecha.
Tampoco he logrado que la letra capitular quede rodeada por el texto. Lo seguiré intentando.
Nota bene: Las citas separadas que aparecen en este texto no están compuestas a cuerpo menor debido a las limitaciones tipográficas del blog que, de momento, soy incapaz de superar. Para intentar que resalten más a primera vista, he creado mi propio estilo tipográfico, que no habrá pasado inadvertido al lector cuidadoso: las citas llevan justificación completa, los párrafos no se separan con línea de blanco y van sangrados, salvo el primero; en el resto del texto, no se sangran los párrafos, se separan con una línea de blanco y no están justificados a la derecha.
Tampoco he logrado que la letra capitular quede rodeada por el texto. Lo seguiré intentando.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
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