Ombrosa non c’è piu. Guardando il
cielo sgombro, mi domando se davvero è esistita.
Italo Calvino, Il barone rampante, 1957
Hilos, a veces invisibles, hilvanan las palabras de curiosos modos que
espolean la imaginación y nos impulsan a iniciar viajes lingüísticos y
literarios por sendas de recorrido impredecible. El punto de partida de este
sobre el que ahora escribo fue «morabito»,
según el Diccionario de María Moliner,
palabra proveniente del árabe murábit (participio
del verbo rábat, dedicarse con celo a
algo). Un morabito es un ermitaño o santón musulmán, así como la construcción
arquitectónica donde habita dicho ermitaño. Los morabitos (en su acepción de
ermita) se asocian con puntos de agua como pozos, arroyos o fuentes, y suelen
emplazarse en lugares altos con un cementerio cercano y un árbol sagrado del
que se cuelgan las dádivas ofrecidas. La misma raíz que «morabito» comparten «morabetí»
o «morabetín», que son nombres de monedas
almorávides usadas en la Península Ibérica y que después evolucionarían a la
clásica y conocidísima «maravedí» (Diccionario
del español actual de Manuel Seco y Gabino Ramos).
Si buscamos los términos equivalentes a «morabito» en el ámbito
cristiano, llegamos a «anacoreta» y «eremita», definidos como personas que por celo
religioso se apartan de la sociedad y viven en soledad, dedicadas a la
contemplación y la penitencia. Aunque en la actualidad estas dos palabras son
intercambiables, en su origen se distinguían en virtud de la morada elegida por
el santón: un anacoreta ocupaba una celda unida a una iglesia o cerca de una
población, mientras que un eremita se retiraba a la soledad del páramo. Las
primeras ermitas cristianas aparecieron en Egipto hacia finales del siglo III como
reacción a la persecución del emperador Decio, que indujo a algunos cristianos a
huir al desierto para llevar una vida de oración y penitencia. Pablo de Tebas,
quien escapó al desierto en torno al año 250, es considerado el primer eremita
o ermitaño.
Pero como muchos no aguantaban tanto rigor, surgieron después los
cenobios (palabra de origen griego que significa «vida comunitaria»), donde se
recogieron para compartir existencia y oraciones las personas que sentían tal
inclinación. Aunque la austeridad que seguían los cenobitas no era tan extrema
como la profesada por los primeros eremitas o anacoretas, hubo quien tampoco la
resistió y se convirtió en sarabaíta, término por el que se conocía a quien no
se sujetaba a la vida regular de los anacoretas y cenobitas, y vivía en las
ciudades con dos o tres compañeros, sin estar atado a regla ni superior. Por su
parte, los cenobios fueron el origen de la vida monacal que floreció en el
siglo IV, con cuya llegada desaparecieron los eremitas y anacoretas en el cristianismo
occidental, si bien persistieron en el cristianismo oriental.
Entre los monjes orientales, recibió el nombre de «asceterio» la colonia
o agrupación de ascetas. Un «asceta» es una persona que en soledad lleva una
vida de sacrificio y privaciones dedicada a la meditación religiosa y la oración
para alcanzar la perfección espiritual. Por extensión, también se denomina
asceta a la persona que vive con mucha austeridad. Los ascetas o anacoretas que vivían sobre una
columna (stylos en griego) recibían
el nombre de «estilitas», moradores de columnas. Al parecer, abundaron durante
seis siglos en Oriente Medio a partir del siglo V, sobre todo en Antioquía y
Siria. Se cuenta que toda población que se preciara había de tener su propio
estilita. Sin embargo, el más famoso de todos fue Simón o Simeón Estilita el
Viejo, a quien se considera además inventor del cilicio. ¿Quién da más?
Simón en el desierto, Luis Buñuel |
Antes y después de su muerte, a Simón no le faltaron discípulos que lo
imitaran durante siglos, incluidas mujeres, aunque no he encontrado ningún
nombre propio de estas últimas. (Por burlona semejanza y frecuencia, en las
diversas búsquedas que he iniciado en internet, los resultados más repetidos se
referían a «estilistas», es decir,
peluqueras y peluqueros, donde sí había alguna que otra mujer destacada).
Luis Buñuel llevó la vida de este insólito santo al cine con Simón del desierto (1965), película de
su etapa mexicana colmada de humor sarcástico e ironía. Sátira de la moral
católica, es una de sus obras más surrealistas en la que los símbolos
desempeñan un papel primordial y algo críptico.
En su búsqueda de la perfección espiritual, desde la Edad Media los ascetas
recurrieron con frecuencia a la pluma para plasmar su estado de ánimo y pensamiento.
Sin embargo, en España no fue hasta el Siglo de Oro cuando, sincretizando
ascetismo (vías para llegar a Dios) y misticismo (unión con Dios), descollaron en
su utilización de la lengua vernácula san Juan de Ávila, fray Luis de Granada,
santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o fray Luis de León, conocidos todos
como escritores místicos. Ellos fueron los creadores de una nueva forma de expresión
figurativa, conceptual unas veces y realista otras, que sirviera para relatar sus
estados inefables. Hay quienes sostienen además que buena parte de las
metáforas de la lengua literaria castellana moderna proceden de santa Teresa y
de otros místicos, e incluso que dichas metáforas pasaron a otras lenguas
distintas de la castellana. De la lengua de estos místicos surgió también una
de las características fundamentales del barroco literario: la tendencia a
extremar la expresión de lo real mediante símbolos espirituales y de lo
simbólico espiritual mediante imágenes reales (Vivo sin vivir en mí / Y tal alta vida espero…; ¡Oh ñudo que ansí juntáis / Dos cosas tan
desiguales... [santa Teresa de Jesús]. En la interior bodega / de mi Amado bebí, y cuando salía / por toda
aquesta vega, / ya cosa no sabía…[san Juan de la Cruz]. Aquí el alma navega / por un mar de dulzura, y finalmente, / en él ansí
se anega… [fray Luis de León]).
En sentido figurado, cabría definir el anhelo de ascenso espiritual de
estos místicos como rampante; rampantes serían también los estilitas en su afán
físico de trepar alto para alejarse de las miserias del suelo. Según el Diccionario de la RAE, la palabra «rampante» proviene del francés rampant, derivada del francés antiguo ramper, que significa «trepar». En castellano
se emplea sobre todo para el león u otro animal cuando aparece de pie con las
manos levantadas y las garras tendidas en ademán de agarrar. Pero tiene además
otras acepciones: sirve para definir a una persona trepadora o ambiciosa sin
escrúpulos, así como, muchas veces en sentido figurado, para caracterizar algo o
a alguien que asciende o sube de manera acusada, ya sean cuestas rampantes,
celos rampantes o inflación rampante.
© Wika, Il barone rampante, 2011
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Fue el 15 de junio de 1767
cuando Cosimo Piovasco de Rondò, mi hermano, se sentó por última vez entre
nosotros. Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el comedor de nuestra
villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las frondosas ramas de la gran encina
del parque. Era mediodía, y nuestra familia por vieja tradición se sentaba a la
mesa a esa hora, a pesar de que ya se había difundido entre los nobles la moda,
llegada de la poco madrugadora corte de Francia, de comer a media tarde. Recuerdo
que soplaba viento del mar y las hojas se movían. Cosimo dijo: «¡He dicho que
no quiero y no quiero!», y rechazó el plato de caracoles. Nunca se había visto
desobediencia más grave. (La traducción
del italiano es mía en todos los casos).
Los caracoles servidos por su hermana Battista en la comida son los
que provocan la huida de Cosimo de la
mesa y su decisión de subirse a una encina del jardín. Al principio, la familia
no lo toma en serio:
Nuestro
padre se asomó al antepecho:
—¡Cuando
te canses de estar ahí, cambiarás de idea!
—le gritó.
—Jamás
cambiaré de idea —replicó mi hermano desde la rama.
—¡Te
vas a enterar en cuanto bajes!
—¡No
bajaré nunca más.
Y
cumplió su palabra.
El narrador es Biaggio, el hermano pequeño de Cosimo, que es testigo
de parte de la historia y, cuando está ausente, recibe cartas del protagonista
donde relata lo que va sucediendo. ¿Qué vida lleva Cosimo en la copa de los
árboles? No se convierte en un anacoreta ni estilita por morar en lo alto y casi
siempre en completa soledad, pero cerca de los suyos. Cosimo fabrica su propia
casa en los árboles y caza para comer. Conoce a los niños ladrones,
capitaneados por Viola, de quien más adelante se enamora. Salva a un bandido al
que inicia en el gusto por la lectura hasta tal punto que deja de robar y es
ahorcado cuando al final lo detienen. Establece relación con una colonia de
desterrados españoles que se ven obligados a vivir también en los árboles, y
hasta tiene un perro fiel, Óptimo Máximo. Descubre un barco pirata, sigue a sus ocupantes hasta una cueva y logra despojarlos de sus tesoros robados. Desde su alta morada contempla la existencia de los otros, se hace preguntas y filosofa.Y lo que es fundamental, cumple su promesa y no baja de los árboles ni para morir, ya viejo y
enfermo. La sociedad de la que vive separado pero defiende acaba respetándolo.
El espléndido final del relato está a la altura
del resto de este libro insólito, repleto de humor, fantasía y aventura. Se podría
considerar que pertenece al mismo género clásico del humorismo poético y
fantástico donde lo mismo caben Alicia en
el país de las maravillas, Peter Pan o Las
aventuras del barón Munchausen. Sin duda, en El barón rampante se aprecia el recuerdo nostálgico de las lecturas
de adolescencia en las que el protagonista debe resolver alguna situación comprometida,
una lucha contra la naturaleza o consigo mismo, o superar una prueba. Pero además
en esta novela la dificultad, la prueba, la lucha presentan un punto de absurdo,
de increíble. Es como un juego que se va complicando para transformarse en algo
más, y el hecho de que se desarrolle en el siglo XVIII, en pleno auge de la
formación de las monarquías europeas, proporciona un escenario histórico en el cual
el protagonista actúa de acuerdo con la cultura de la época, y se habla de la
Revolución francesa, por ejemplo, e incluso de Napoleón. Además del italiano, se emplean
otros idiomas en varias partes del libro cuando toca referirse a Rusia, Inglaterra,
Francia, Italia o España. La novela forma parte de una trilogía titulada Nuestros antepasados que comprende
además El vizconde demediado (1952) y El
caballero inexistente (1959).
Tardé un par de días en leer las 263 páginas de la edición italiana de
Mondadori que fue de mi hija. Al placer del texto, añadí repasar las
anotaciones que había hecho ella con su letra redonda de niña aplicada y
diferentes colores para personaggi, tempo
y spazio. «Cosimo diventa matto
per amore», anota mi hija casi al final del libro, quizá impresionada porque
cuando le mandaron la lectura en el colegio, ella todavía no sabía lo que era
el enamoramiento. Esta novela es lectura obligada en la scuola media italiana, aunque creo que es más apropiada para
adultos, lo mismo que ocurre con El
Quijote en España. Existe una buena edición en castellano de la editorial
Siruela con traducción de Esther Benítez (24ª ed., Madrid, 2014). En inglés se
titula The Baron in the Trees, y en
francés, paradójicamente, Le Baron perché
(encaramado), pues aunque nuestro «rampante» castellano proviene del
francés, el término rampant significa
en él primordialmente «rastrero».
Cuando el hilo que hilvana las palabras me lleva al falansterio (del
francés phalastère), comunidad
autónoma de producción y consumo en el sistema de Fourier, socialista utópico francés
del siglo XIX, me detengo y lo dejo para otro momento. Pienso que este texto ya
es intrincada vainica más que hilván y va adquiriendo el color de la salivilla
de modista, que son todos y ninguno de tanto morder hilos para cortarlos; pienso también en mi amiga Marta, que jura
y perjura que va a fundar un falansterio donde viviremos juntos, llegados a una
edad, quienes así lo queramos a las orillas del lago Atitlán en Guatemala. Que así
sea si puede ser la utopía.
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.
Excelente entrada Carmen. Me encantan tus aportaciones. Me trasladan a mi época de estudiante cuando leía a los del Siglo de Oro de la literatura. ¡Buena pluma!
ResponderEliminarMuchas gracias, Paricia, por tus palabras y por tu interés.
ResponderEliminarUn saludo.