jueves, 14 de octubre de 2021

La voz narradora

Todo texto escrito, prescindiendo del género al que pertenezca, está relatado por alguien. El discurso no puede contarse ni escribirse a sí mismo: en todos los casos requiere un narrador. Su elección constituye la primera decisión crucial que debe tomar quien escribe, sea un texto de ficción o de otro tipo. Durante siglos, han tenido que resolver dicha elección no solo novelistas, cuentistas, críticos o profesores de literatura, sino también, por ejemplo, periodistas que escriben crónicas, biografías, reportajes o entrevistas; médicos que redactan informes o monografías; académicos que escriben ensayos, e  incluso estudiantes que deben componer trabajos y tesis.

El punto de vista que se adopta al escribir se conoce por diversas denominaciones: foco de la narración; pacto narrativo y voz son las más extendidas. Con todo, lo fundamental es percibir hasta qué punto es crucial esta decisión, pues en la mayoría de los casos supone la creación del primer personaje, el que determina la existencia de todos los demás. Dicho de otro modo, cuando empieza a escribir, el escritor crea al narrador, que no siempre es él mismo. Los aspectos cruciales del punto de vista quedan planteados en las siguientes preguntas: ¿Desde qué perspectiva se va a relatar el contenido del texto? ¿Quién se va a encargar de relatarlo? ¿Es el narrador uno de los personajes que aparece en el relato? ¿O se trata de alguien que observa desde fuera? ¿En qué medida conoce el narrador los hechos del relato? ¿Está enterado el narrador de lo que piensa uno de los personajes? ¿O tal vez sabe lo que piensan dos, o incluso lo que piensan todos? ¿No está al tanto de lo que piensa ninguno de ellos? ¿Qué relación tiene el narrador con los lectores? ¿Cuánto sabe el narrador del pasado, presente y futuro o de los pensamientos, acciones y caracteres de los personajes? ¿Cuál es su relación con ellos? El género literario donde se encuadra el texto que se pretende escribir determinará en buena medida —pero no en toda— la respuesta a algunas de estas preguntas.

Según el punto de vista que adopten, los narradores se pueden dividir en primer lugar en internos y externos. El narrador interno forma parte del relato: lo que llega al lector es la voz de un personaje que utiliza para narrar la primera persona del singular: yo. No lo sabe todo y no puede contar más que aquello que el personaje haya sido capaz de ver o deducir. Puede tratarse de un yo protagonista que narra en primera persona lo que le sucede. Con él es posible profundizar en la psicología del personaje y se dota al texto de autenticidad al presentarlo como una confesión o un relato autobiográfico:

Desde El Escorial hemos venido en un camión, de pie y apretados como botellas en una caja, y antes de llegar a Madrid nos han obligado a bajar  y continuar andando. Valeriana lleva al hombro las alforjas y en el brazo la cesta que no ha dejado en todo el camino, a pesar de las protestas de los viajeros. Yo llevo en brazos a María Fuencisla, y Teresina corretea delante, muy contenta. (Fortún, 2016: 51).

También puede ser un yo testigo, esto es, un personaje secundario del relato que narra en primera persona, observa al protagonista y tiene capacidad para aportar datos de otras fuentes a fin de que el lector obtenga una visión más completa de los acontecimientos:

¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como esta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. (Borges, 1983: 52).

Se denomina narrador editor a aquel que utiliza el artificio de haber encontrado unos papeles escritos que él se limita a sacar a la luz. En este caso, en realidad hay dos narradores: el que se dice que escribió los papeles y el que alega haberlos encontrado. El narrador editor juzga y opina sobre la historia que ha hallado y, si es preciso, la completa desde la perspectiva del tiempo transcurrido. La dificultad mayor que supone este tipo de textos es crear dos voces claras y diferentes, con su propio lenguaje, estilo y tono. La «Nota del Transcriptor» con la que comienza la novela La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela (1974: 13), es un ejemplo paradigmático:

Me parece que ha llegado la ocasión de dar a la imprenta las memorias de Pascual Duarte. Haberlas dado antes hubiera sido quizás un poco precipitado; no quise acelerarme en su preparación, porque todas las cosas quieren su tiempo, incluso la corrección de la errada ortografía de un manuscrito, y porque a nada bueno ha de concluir una labor trazada, como quien dice, a uña de caballo. Haberlas dado después no hubiera tenido, para mí, ninguna justificación; las cosas deben ser mostradas una vez acabadas. Encontradas, las páginas que a continuación transcribo, por mí y a mediados del año 39, en una farmacia de Almendralejo ―donde Dios sabe qué ignoradas manos las depositaron― me he ido entreteniendo, desde entonces acá, en irlas traduciendo y ordenando, ya que el manuscrito ―en parte debido a la mala letra y en parte también a que las cuartillas me las encontré sin numerar y no muy ordenadas― era punto menos que ilegible. Quiero dejar bien patente desde el primer momento que en la obra que hoy presento al curioso lector no me pertenece sino la transcripción; no he corregido ni añadido ni una tilde, porque he querido respetar el relato hasta en su estilo.

Existe además la posibilidad de optar por un narrador interno en segunda persona, pero es el menos utilizado por las dificultades que supone su uso. Posee las características del yo protagonista porque suele contar su propia historia disfrazada bajo el . Con él se busca la complicidad del lector: se suele afirmar que al emplear la segunda persona para narrar, se introduce al lector en el relato, se lo convierte en protagonista porque se identifica con él; es como si la narración se dirigiera a él. Por este motivo es tan habitual la segunda persona en los anuncios publicitarios y en los discursos políticos. Sin embargo, para elegir un narrador en segunda persona ha de haber una buena justificación: no debe confundirse con el que aparece en relatos basados en cartas, pues el narrado se refiere sobre todo al protagonista, como si contara las cosas alejándolas de él, viéndolas desde fuera o tratando de recordarlas al volverlas a narrar. En la secuencia de hechos, el pronombre personal se emplea como catalizador para hacer avanzar el argumento, del mismo modo que ocurre en la narración en primera persona, en la cual la historia se estanca si el protagonista narrador no está. En la narración en segunda persona el es una especie de «falsa primera persona» con la que el protagonista se aleja de los hechos pero acerca al lector. Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que la segunda persona no facilita estilísticamente la narración —a no ser que se trate de cartas, asunto muy distinto y de composición sencilla—, por lo cual es necesario dominar el lenguaje, ahondar en sus límites expresivos, para construir un argumento creíble que implique y no cueste leer.

Dormir. Ahora te cuesta más porque te vienen a la cabeza pensamientos inoportunos, y comienza la cuenta odiosa. Uno, dos, tres, esa manía tuya de contar para evitar repasar lo que te duele, cuatro, cinco, seis, él te llamó pirada y caraculo, lo cual es mucho peor que lo de la muela, siete, ocho, nueve, diez, aunque también demuestra que algo idiota es, caraculo, ni que fuéramos críos, once, doce, trece, vida perra, niñato de mierda, no lo verás más, catorce, quince, no lo verás más, no lo verás más, no lo verás más, y a partir de ese momento, catorce, quince, dieciséis, te tapas la cabeza con la almohada y caes descerebrada en un sueño que no es reparador, sino una pesadilla en la que de repente descubres que estás en el metro entre la gente y has olvidado vestirte. (Martínez Gimeno, 2013).

El narrador externo está fuera del argumento. No se trata de ningún personaje y su intervención en la trama se limita a contar. Invisible para el lector a menos que busque su huella, cuenta la historia en tercera persona del singular o plural: él, ella, ellos, ellas. En virtud del punto de vista que adopte y su mayor presencia e información, puede tratarse de un narrador omnisciente editorial en tercera persona que lo sabe todo de la acción y los personajes, tanto en el presente y el pasado como en el futuro, y que además se permite «editoriales» dirigidos al lector en los que emite juicios o establece comparaciones, por lo cual su voz se confunde con la del autor. Este tipo de narrador es infrecuente en la actualidad.

Al propio tiempo, salían los condenados silenciosos y por parejas, dentro de una doble fila de soldados que no les permitían ni estornudos en la atmósfera por la inmensa responsabilidad que pesaba sobre ellos. Las señoras y las mujeres ―pues los grandes dolores así como los grandes placeres borran las diferencias sociales― los cortejaban con el llanto en los ojos y los sonidos apagados en la garganta. Y se dirigían despedidas mudas y conmovedoras; miradas a la altura; señas en el aire de postreros adioses; besos sugestivos y recomendaciones sagradas, sin lenguaje, sin palabras, con la sola mirada que realiza prodigios cuando dos seres han vivido juntos años y años, con verdadero amor y cambio mutuo de ideas, de costumbres y de impresiones. (Gamboa, 1965: 30).

Asimismo, puede tratarse de un narrador omnisciente neutral, quien relata en tercera persona, lo sabe todo sobre acciones y personajes, pasado y futuro, pero no interviene con juicios ni comentarios. Deja ese cometido al lector, limitándose a la mera exposición de los hechos.

Senén no replicó. Él sabía que era una lechuza, había visto sus ojos verdes como dos luces de las que arden en la sombra sobre las tumbas. Había visto sus garras, con las que aprieta las almas en el aire para llevárselas. Había visto el carbón que ennegrece sus alas. Había sentido el frío que su sola presencia produce a lo largo de la espalda. Sabía quién la había mandado y sabía que si silba tres veces tres, al indio se le acerca la muerte. (Martínez Gimeno, 2000: 20).

Existe un interesante tipo de narrador externo, denominado narrador selectivo, que relata también en tercera persona, pero limita su punto de vista (y, por consiguiente, su fuente de información) a lo que puede saber o sentir un personaje, a sus pensamientos, dudas o inquietudes. Se diferencia del narrador interno en que la tercera persona impide el tono íntimo o confesional que a veces provoca la primera. Aporta la ventaja añadida de que es posible utilizarlo para los distintos personajes de una novela, compuesta por varios capítulos o secuencias en los que el narrador puede ir adoptando en cada uno el punto de vista de un personaje diferente: en este caso se denomina narrador selectivo múltiple.

Venía por ahí, corriendo por los senderos, entre los campos de maíz que estaban a media altura, Vicente Curtis, el Hércules de Papagaio. El sparring de Arturo da Silva. Sí, el día 17 pelea por primera vez, dijo Arturo. Tenéis que ir a apoyarlo. Este chaval va a ser la gloria de Galicia. Tiene tanto aire en el pecho como todos nosotros juntos. Sus puños hablan.

Ya sabes lo que pienso del boxeo, dijo Holando. Para defenderse, es mejor que le enseñes a poner las herraduras del burro al revés.

Eso también, dijo Arturo.

Lo has hecho a propósito, le dijo Terranova a Holando. El tatuaje del libro para lucir con las minervas.

De eso nada. Holando mostró orgulloso el pecho con la ventana enmarcada del libro: Es el instinto de la cultura, que elige la mejor madera. Es la naturaleza tomando conciencia de sí misma.

La conciencia. Polca se sintió como un delincuente. Tenía que devolver cuanto antes aquel otro libro a la biblioteca. De esa semana no podía pasar. Cada vez que lo abría, leía con más devoción y con más culpa. (Rivas, 2006: 39).

El narrador externo más objetivo y el que menos interviene en el relato es el denominado narrador cámara, pues se comporta como una cámara de cine: no puede leer los pensamientos de los personajes  y se limita a recoger en tercera persona, como lo haría una cámara, las acciones, lugares, gestos o conversaciones. Emplea exclusivamente los sentidos corporales, pero puede incorporar olores, sensaciones táctiles y cualquier percepción sensorial. Puede limitarse a seguir al protagonista o ser omnipresente. Suele recurrir al diálogo para suministrar información que de otra forma no es capaz de proporcionar.

Pereira entra en la casa, saluda a su mujer con un beso desalentado y no correspondido, cuelga la chaqueta y gorra de los colmillos de un jabalí de pasta, va al rincón donde está su atril, toma el violín, abre la partitura, y se dispone a tocar, cuando Esperanza le dice:

—No me has preguntado cómo me siento.
—¿Cómo te sientes?
—Muy mal. Me duele el hígado otra vez.
—Ve a ver un médico.
—No tengo dinero.
—Toma un cocimiento de yerba santa.
—No me hace efecto.
—Entonces, rézale al Sagrado Corazón.
Toca una nota, afina, vuelve a tocar. Entra doña Soledad, agitando un abanico japonés manchado de grasa; con los pelos pegados a la frente sudorosa. (Ibargüengoitia, 1989: 30).

Concluyo recalcando que la elección de la voz narradora no es una mera cuestión formal o técnica: tiene consecuencias no solo en la escritura de un texto, sino también en el modo como el lector lo entenderá.

Referencias bibliográficas

Borges, Jorge Luis (1983).  El Aleph, Buenos Aires: Emecé.

Cela, Camilo José (1974). La familia de Pascual Duarte, Barcelona: Destino.

Fortún, Elena (2016). Celia en la revolución. Prólogo de Andrés Trapiello, Sevilla: Renacimiento.

Gamboa,  Federico (1965). Novelas, México: Fondo de Cultura Económica.

Ibargüengoitia, Jorge (1989). Maten al león, México: Joaquín Mortiz.

Martínez Gimeno, Carmen (2000). El ala robada, Zaragoza: Edelvives.

—— (2013). Nada del otro jueves, eBook versión Kindle: Amazon.

Rivas,  Manuel (2006). Los libros arden mal, Madrid: Alfaguara.

 

© El presente texto es una sinopsis extraída de mi manual de escritura La lengua destrabada (Madrid, Marcial Pons, 2017, 581 pp.), donde se tratan estos asuntos con mayor amplitud.  


Mis dos manuales de escritura: Breviario de escritura académica y La lengua destrabada

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