miércoles, 2 de julio de 2014

De ardillas, esquiroles y patanegras

Ardillas, esquiroles y patanegras
Scyrus, el animalejo que llaman harda.

Juan Alfonso de los Ruyces de Fontecha, Diez privilegios para mujeres preñadas, 1606


En los acantilados arenosos de las largas playas sandieguinas, habitan en madrigueras que se extienden en redes de túneles subterráneos las California ground squirrels, ardillas de tierra muy sociables que, erguidas sobre las patas traseras, saludan a los bañistas a su llegada a los arenales y corretean a su alrededor por si les dan alguna golosina, aunque hay letreros advirtiendo que no se alimente a ningún animal silvestre. No viven en los árboles, pues no hay ninguno en su hábitat, y en las zonas de mucho calor se protegen sesteando varios días bajo tierra, mientras que en las zonas de más frío pueden llegar a hibernar hasta que templa.

Squirrel, la palabra que denomina en inglés a este gracioso y prolífico  animalito perteneciente a una amplia familia (esciúridos) cuyos miembros, saltando de rama en rama, llegaron a casi todo el mundo menos la Antártida, Australia, Nueva Zelanda y Madagascar— proviene del latín sciurus, que a su vez deriva del griego skíouros (σκίουρος, que se da sombra con la cola). La mayoría de las lenguas romances también emplean una palabra de procedencia latina para nombrar al animalito así, casi siempre en diminutivo: esquiruelo en aragonés; esquirol en castellano medieval y catalán; esquilo en portugués; scoiattolo en italiano; o écureuil en francés, por citar solo algunas. ¿Cuándo se abandonó en castellano esquirol en favor de ardilla? No durante el reinado de Alfonso X el Sabio, pues existen documentos alfonsíes de 1252 y 1253 recogidos en el CORDE (Corpus Diacrónico del Español, banco de datos de la legua española gestionado por la Real Academia) que hablan de peñas (piel de animal libre de carne) de conejos, esquiroles o raposos. En otros documentos alfonsíes se citan alifafes (edredones) de lomos de esquiroles (Cortes de Jerez, 1268) y en el libro Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla (Real Academia de la Historia, 1861) se añade que dichos alifafes de esquiroles valían 15 maravedís. Probablemente esquirol y arda, pues ardilla es su diminutivo, convivieron largo tiempo en el habla hasta que acabó imponiéndose el segundo vocablo en castellano.

En efecto, según el DRAE, ardilla  proviene del diminutivo de arda. Si se consulta dicha palabra, el diccionario remite a arda 1, donde aclara: «(De harda). 1. f. desus. Ardilla». Hay que recurrir al famoso «Coromines», el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico escrito por  Joan Coromines y José Antonio Pascual (Madrid, Gredos, diversas ediciones desde 1991, incluso en digital) para averiguar que harda es palabra prerromana relacionada con otras formas vascas, bereberes e hispanoárabes, así como con la castellana garduña o las valencianas farda y sardeta. En  textos castellanos se documenta por primera vez como harda en las páginas del Fuero de Soria: «nin por tomar hardas, nin rabosas» («Título de la guarda de los montes, é del término de Soria contra los ommes estrannos», en Antonio Pérez Rioja, Monumentos, personajes y hechos culminantes de la historia soriana, Madrid, 1883). La palabra ardilla como sustantivo ya lexicalizado (y, por lo tanto, admitiendo diminutivos como ardillita o despectivos como ardilleja) se recoge y define ya en el Diccionario de Autoridades (1726), partiendo de los datos aportados  por Sebastián Covarrubias en su diccionario llamado Tesoro de la lengua castellana, o española (publicado en 1611): «ARDA: s.f. Animaléjo conocido á modo de una rata grande, o fuina pequeña. Tiene la cola muy grande y poblada de pelo […] muévese casi continuamente: es muy ligera  y salta de un pino a otro. Qando se pone el sol se cubre la cabeza y el cuerpo con la cola».

Ser una ardilla significa en castellano actual ser una persona lista, viva o astuta. No se contaminó, por tanto, de la definición de Covarrubias como «animaléjo conocido á modo de rata grande» que más bien lo acercaba a las alimañas. Este término, alimaña, proveniente del latín animalia (acusativo plural de animal, animalis) y utilizado en el pasado por los naturalistas pioneros para abarcar aquellas especies cuyos rasgos eran confusos, raros o difíciles de precisar, con el paso del tiempo acabó empleándose para identificar a las especies de animales que el hombre consideraba perjudiciales, repulsivos o dañinos. La ardilla permaneció como animal amable de larga cola, aunque también perseguido por los perros arderos debido a su piel, mientras que el término catalán esquirol, por avatares de la lengua difíciles de escudriñar, añadió un significado más con el cual regresó al castellano: rompehuelgas, que en francés se dice briseur de gréve o renard, y en inglés, strikebreaker o rat, entre otros. En  castellano se prefiere esquirol a rompehuelgas porque hasta las últimas ediciones del DRAE no se despojó al nombre compuesto del sambenito de anglicismo. Sin embargo, estos nombres compuestos de verbo más complemento directo son fáciles de crear y habituales en nuestra lengua, así que no hay motivo para rechazarlos: tenemos rompecorazones y rompesquinas, por ejemplo, sacamuelas o abrecorchos, y hasta un famoso personaje de tebeo que se llamaba Rompetechos. En inglés y francés se usan además los términos blackleg y jambe noire para designar al trabajador que ocupa el puesto de un huelguista: son los patanegras, aunque en castellano la palabra tiene un significado muy diferente, pues se destina a una persona o cosa de gran excelencia y está más cerca de juega que de huelga por provenir del jamón de bellota cien por ciento ibérico. Nuestros patanegras están muy lejos de los conflictos laborales y muy cerca de los elogios y las celebraciones, para nuestra suerte.

Pero volvamos a las ardillas convertidas en esquiroles. ¿Cómo acabó de animalejo en alimaña compañera de la rat inglesa y el renard francés? Coromines apunta en su diccionario que del nombre del animal se extrajo la idea de persona vivaracha y después se desarrolló a persona veleidosa en la que no se puede confiar. Este sentido está atestiguado, por ejemplo, en el escritor aragonés Gracián (recogido en el CORDE), y se sabe que en el siglo XVII la acepción ya había traspasado las fronteras de Cataluña. ¿Por qué se eligió un esquirol o ardilla para denominar en castellano y catalán a los trabajadores que no quieren hacer huelga? Quizá por la actividad veleidosa e incesante de estos roedores, incapaces de permanecer parados aunque sea necesario. Es común en la lengua apropiarse para el hombre de los defectos o virtudes que se atribuyen a ciertos animales: ser un gallina, un toro, un águila, una tortuga, un lirón o una lechuza.

Existe además una explicación apócrifa que considera la palabra esquirol el gentilicio de un pueblo catalán llamado así, Esquirol, cuyos habitantes, en la era de la industrialización, sustituyeron a los obreros en paro de Manlleu, un pueblo cercano, en la huelga de 1832. Se cuenta que los obreros enfadados les gritaron como insulto a su paso: ¡Esquiroles, esquiroles!, y de ahí se fue extendiendo este nuevo significado vejatorio primero por Cataluña y después por toda España, e incluso cruzó el océano para llegar a las Américas. Cabe argumentar en su contra que este tipo de etimologías suelen construirse a posteriori y no están documentadas. Al parecer, la primera vez que se recogió esta acepción de esquirol como rompehuelgas fue en el periódico El Socialista a comienzos del siglo XX. Sin embargo, el DRAE le ha dado credibilidad al establecer: «esquirol. (Del cat. Esquirol, y este de L´Esquirol, localidad barcelonesa de donde procedían los obreros que, a fines del siglo XIX, ocuparon el puesto de trabajo de los de Manlleu durante una huelga). Puede que al hacerlo haya tenido en cuenta que esta es la versión recogida por Josep Pla en Un señor de Barcelona (1945), citando los recuerdos de un industrial manlleuense, Rafael Puget.

Hasta aquí me ha llevado el camino de arena. No hay más. Veleidosa cual ardilla, sea de tierra o de árbol, abandono la encrucijada de palabras y mudo de lugar. Vale, que es adiós en latín.


La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  







2 comentarios: