martes, 4 de junio de 2024

Vocativos: claves de uso

El vocativo en español procede del caso latino de igual nombre cuya función es apelativa; esto es, se emplea para nombrar a aquellas personas o personificaciones a quienes se dirige una oración: «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?» (primera oración de las Catilinarias de Cicerón: «¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?»); «Tu quoque, fili mi?» (expresión de dolor de Julio César cuando vio entre sus asesinos a su hijo adoptivo Bruto: «¿Tú también, hijo mío?»). El vocativo no tiene, ni en latín ni en español, posición fija ni función sintáctica propia dentro de la oración: si se suprime, la oración permanece intacta, aunque el flujo informativo varíe: ¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia? ¿Tú también?

En español, se construyen expresiones vocativas ―que exigen siempre segunda persona― con nombres, pronombres y grupos nominales cuando su cometido es llamar a personas o animales (¡Eh, vosotros! ¡Abuela, ¿me abres la puerta?! ¡Ven, caballo, ven!), iniciar una conversación o plantear a alguien una pregunta, una petición, una advertencia o una disculpa (Hola, Jacinta; ¿Tienes ahora tiempo, Irma? Ven pronto, Luis, a la fiesta. Ciudadanos, tened cuidado. Discúlpennos, vecinas. Es frecuente que aparezcan junto con interjecciones y a veces se desdibujan los límites entre ambas. Una característica fundamental de los vocativos es que siempre deben ir separados con comas del resto de la oración.

Por lo ya expuesto se deduce que el uso vocativo lo cumplen de forma natural los nombres propios y los pronombres personales de segunda persona. Además, suelen emplearse como vocativos los nombres de parentesco, oficios, títulos honoríficos y demás sustantivos asimilables: Compañeros, salgamos al patio. Es la hora, señor profesor. Niña, acércate. También pueden englobar animales o cosas personificadas: Pobre ratón, ¿caíste en la trampa? Espejito, espejito, ¿soy la más inteligente? Tan triste, Madrid, a pesar de tus bares y tus fuentes.

Los vocativos de apelación pura solo admiten el pronombre personal de segunda persona, singular o plural, y algunos imperativos cuando señalan a quien escucha: Vosotras, niñas, separaos de ahí. Y tú, Manuela, ¿por qué no viniste? ¡Eh, vosotros tres, sin empujar! Oye, acércate. Mira, escribe eso bien. Asimismo, pueden emplearse como vocativos de apelación nombres comunes en actos de habla abreviados donde el hablante ordena o pide algo (¡Taxi! ¡Policía!) e incluso frases nominales (Los de fuera, dejad de hacer ruido. ¡A ver, los que estáis de mirones, marchaos a casa!).

Los nombres en uso vocativo no aceptan artículos ni demostrativos, pero sí posesivos, interjecciones y complementos: Hasta luego, lucero mío, descansa. ¡Ay de ti, malvado impostor, si te descubren! Os esperamos mañana, amigos todos del planeta. ¡Oh, dolor de mis dolores, ¿cuándo desaparecerás?!

El hecho de que los vocativos sean sintácticamente independientes de la oración en la que aparecen les confiere movilidad para situarse en posición inicial, media o final, si bien hay cierta preferencia por la posición inicial cuando se pretende atraer mayor atención hacia ellos: Jaime, no olvides lo prometido. No olvides, Jaime, lo prometido. No olvides lo prometido, Jaime. Como se aprecia en los ejemplos previos, sea cual fuere su posición en el discurso, todo vocativo debe quedar aislado del resto de la oración mediante comas, incluso en los casos de enunciados muy breves: No, señora. Sí, profesora. Con frecuencia, la presencia de la coma permite distinguir al sujeto de la oración de un vocativo: María escribe bien frente a María, escribe bien. ¿Ya se ha marchado Lola? frente a ¿Ya se ha marchado, Lola?  Resulta evidente además que el sentido de estas oraciones varía: Vamos a cenar, niños frente a Vamos a cenar niños sería  un ejemplo extremo de cambio de sentido.

La coma vocativa, esto es, la imprescindible en la escritura de todo vocativo, se echa en falta particularmente en la redacción de textos en redes sociales y, en general, en todos aquellos que se consideran más o menos espontáneos, incluidos los correos electrónicos. Como recordatorio, terminemos señalando la forma correcta de componer los saludos con los que se encabezan: Hola, Irene: Buenos días, profesora: Gracias, compañeros: Y a continuación del vocativo del encabezamiento, en español siempre se escriben dos puntos, no coma como en inglés.



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lunes, 8 de abril de 2024

En agosto nos vemos: notas de lectura

Recuerdo con nostalgia la avidez con que leí cada novela y cada cuento de Gabriel García Márquez después de descubrirlo cuando en la asignatura de Literatura Hispanoamericana Contemporánea la profesora dedicó varias lecciones a analizar y contextualizar Cien años de soledad: «El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Con este prometedor anuncio comenzaba la inmersión en el realismo mágico, y no importaba que la estructura de la novela fuera complicada por su falta de linealidad y por la confusión aparente que producía el hecho de que los acontecimientos del pueblo de Macondo y de los personajes de igual nombre de la familia Buendía se repitieran sin fin. Una vez que se cruzaba el umbral de ese cosmos de palabras, se aceptaba sin querella la cotidianidad de lo extraño, lo irrreal, en su interpretación más poética y sublime. Era la magia irresistible de lo real maravilloso en la que García Márquez supo ahondar a lo largo de su extensa obra literaria.

Fue la añoranza de aquellas ávidas lecturas la que me incitó a comprar En agosto nos vemos, a pesar de estar al tanto de que García Márquez había escrito al menos cinco borradores de la obra y había quedado tan insatisfecho que prohibió su publicación.  «Volvió a la isla el viernes 16 de enero en el transbordador de las tres de la tarde. Llevaba pantalones vaqueros, camisa de cuadros escoceses, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso, su bolso de mano y como único equipaje un maletín de playa»: así comienza este cuento largo, más que novela, sobre una mujer cercana a la cincuentena que viaja cada 16 de agosto a una isla caribeña, con algarabía de pájaros y vuelo fantasmal de garzas en una laguna interior, para poner un ramo de gladiolos en la tumba de su madre. Esta descripción tan minuciosa como anodina del narrador omnisciente prosigue sin pausa una página tras otra, y causa sorpresa primero y malestar después: ¿qué se hizo de ese inventor constante, qué de la noble pluma de un premio Nobel?

Ana Magdalena Bach es el personaje femenino principal, plano y lleno de lugares comunes, salpicados con etiquetas de cultura como los títulos de los libros que lee o de la música que escucha. Luego están los amantes ocasionales, con descripciones tan patéticas que causan vergüenza ajena: «Al cabo de una hora larga de susurros banales empezó a explorarlo con los dedos, muy despacio, desde el pecho hasta el bajo vientre […]. Luego volvió a buscar con los dedos al animal en reposo, y lo encontró desalentado pero vivo. Él se lo hizo más fácil con un cambio de posición. Ella lo reconoció con las yemas de los dedos: el tamaño, la forma, el frenillo acezante, el glande de seda, rematado por un dobladillo que parecía cosido con agujas de enfardelar». ¿Pretendía el autor crear una novela erótica? Desde luego, no desde una perspectiva femenina.

A pesar de que solo son 136 páginas, me costó gran esfuerzo terminar la lectura porque el libro se me caía de las manos. Sin embargo, en nombre de tantas horas de antigua delectación, por respeto a García Márquez, me obligué a comprobar cómo terminaba ese sin sentido de la mujer burguesa que una vez al año se acuesta en la isla con quien le viene a mano para quedar más insatisfecha que antes. Parece que la justificación es que el esposo galán probablemente también tiene sus escarceos. Nada más. Todo ello se sabe porque lo cuenta con pelos y señales el narrador omnisciente. Nada se deduce, no hay posibilidad de interpretaciones en esta obra cerrada. Y al final Ana Magdalena desentierra los restos de su madre y se los lleva a casa en un saco cuando descubre que alguien aparte de ella le pone flores sobre la tumba. Eso es todo.

Concluyo afirmando que la edición está muy bien cuidada. Como conocedora del modo de escribir de García Márquez, no me cabe duda de que el manuscrito ha sido sometido a una edición sustancial. Para comprobarlo, no hay más que releer sus novelas previas. En esta última no hay ninguna imperfección de gramática ni de puntuación, lo cual es de agradecer. Con todo, declaro que debería haberse respetado la voluntad del autor: a pesar de sus años y achaques, todavía conservaba el gusto literario y la suficiente cabeza como para darse cuenta de que lo que había conseguido desmerecía con mucho toda su obra anterior. Por eso no quería que saliera a la luz. Era su derecho y tendría que haberse respetado. Ninguna editorial de prestigio habría publicado ese manuscrito de no ir firmado por Gabriel García Márquez, lo que aseguraba su venta.

«Poderoso caballero es don dinero», dice un refrán castellano. Ojalá en adelante dejen reposar en paz lo que reste escrito de García Márquez y no sigan desenterrando huesos sueltos para meterlos en un saco que les confiera unidad. ¿Es eso lo que hace Ana Magdalena Bach con los restos de su madre? Tal vez esta sea la alegoría final que sirva de epitafio a la obra.  

Ficha bibliográfica:
Gabriel García Márquez (2024): En agosto nos vemos, ed. al cuidado de Cristóbal Pera, Barcelona: Ramdom House, 136 pp.




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viernes, 29 de marzo de 2024

Poemas (casi) de amor

Tomé por luciérnagas tus ojos,
por brisa marina tus suspiros,
por montañas tus pechos.
Y brotó de la arena del desierto
este amoroso poema,
escrito con agua de espejismo.

          ***

Brota de mis dedos agua,
de mi boca mana miel,
el tiempo gotea tiempo
y giro sobre tierra plana
cuando en tus ojos viajo,
reteniendo hoy ahora
sin pensar en el mañana.

     ***

Si mis palabras fueron necias
o sus oídos sordos,
no hubo autoridad togada
para probarlo.
Violeta es violeta
y naranja naranja,
aunque rosa esté
abierta
a conjeturas
cuando la vida avanza.

        ***

Perdí mi inocencia cuando
la muñeca de cartón
perdió su vida
al deshacerse en la bañera.
Salí del agua turbia a un tiempo
amanecido antes de tiempo
y comencé a llorar y a rebelarme
frente a certezas asumidas sin litigio
que mansas se dejaban llevar
en voraz remolino al sumidero.
Me convertí en la zurda porfiada
desde entonces
que ni sabe de derechas ni le importa.
Y mi empeño en general como siniestra
fueron causa perdidas
casi siempre.
Pero no es una queja.
Hubo instantes de alegría pura
e instantes de entrega consentida,
y una tarde, mientras derrotas repasaba
y componía despedidas,
evocando la muñeca inmolada,
vino a mí el olor adolescente
de aquel con quien tanto quería.

           ***

La casa de ecos habitada
porque ya no estás.
¿Qué se hizo del libro de la noche,
del trajín oloroso del almuerzo
y del chirrido de la puerta a tu llegada?
Amor con dolor se paga
cuando sobreviene la distancia
irremediable
que en eternidad separa.

          ***

Voy a tu encuentro con mis zapatos
nuevos,
achicando el espacio a zancadas
gigantescas.
Me deshago las trenzas
de la noche
e inauguro pintalabios
pues,
como cuando niña,
voy de estreno.
Y el corazón
que entiende
de razones
brinca,
como los peces en el río,
y golpea animoso
dentro del pecho.
Desde su estrecho muro, te presiente,
aunque equívoco,
al alcance
de mis menudos dedos.

     ***

Hoy mejor que mañana
para la esperanza.
Me digo que no es tarde
para esta epifanía
y la vista enderezo
mirando al horizonte.
Torcida la tenía de fijarme
en tus deseos.
No seré más Penélope
teje y desteje
sentada ante el telar.
Crecen mis alas por momentos
y volaré sin abrasarme como Ícaro
puesto que, una vez salvada
de la voracidad
de quienes me aman,
la luz soy
Yo.

     ***

Penélope, no consientas que
nadie
compruebe tu tejido.
Abandona el telar,
cíñete a la cintura
el nuevo peplo
y echa a correr.
Tal vez llegues a algún lugar
o tal vez salgas de todos.
Lo mismo da siempre que atrás queden
los que llamas otros y pretenden
rodearte.
No consientas, en fin, dividirte
a ti misma,
pues que siempre serás
la perdedora.

      ***

Me cubriré con un manto de palabras
cuando ya no me quieras,
tejido en cualquier telar arrinconado.
Puesto que no preguntas,
dejaré por escrito la respuesta:
que entiendo tu nostalgia
por las vidas que viviste
mientras yo aguardaba,
que aunque hayas vuelto,
ignoras el porqué
y temes esta calma compartida
y que, más que la muerte,
te angustia envejecer.
Resbala el tiempo
y nada significa
este futuro sin futuro,
mas aquí estoy,
dispuesta a mitigar el miedo
pegando espalda contra espalda.


© Carmen Martínez Gimeno, 2024

        


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miércoles, 31 de enero de 2024

Quiche de calabacín y puerro


La palabra ‘quiche’, pronunciada tal como se escribe y femenina o masculina según se prefiera, es la castellanización de la francesa quiche, que a su vez proviene de la alemana Kuchen, para significar pastel o tarta salados. Toda receta de quiche consta de una base de pasta sobre la que se añade un relleno de huevos, nata o leche evaporada, mezclados con una variedad de ingredientes vegetales o animales a elección, que se hornea hasta que cuaje.

La  receta que a continuación se expone tiene como ingredientes principales una fruta, el calabacín, y una verdura, el puerro. Según el DRAE, una fruta es «el fruto comestible de ciertas plantas cultivadas», mientras que una verdura es «una hortaliza, especialmente la de hojas verdes». El calabacín pertenece a la familia de las Cucurbitáceas, al igual que la calabaza, el pepino o la sandía. Su origen se lo disputan Asia meridional y Norteamérica. Existen antiquísimas evidencias escritas de que ya se usaba en la cocina entre los egipcios, los griegos y los romanos. Al parecer, fueron los árabes quienes después propagaron su cultivo por la cuenca mediterránea a medida que se fueron expandiendo durante la Edad Media. Sin embargo, también hay evidencias antiquísimas del cultivo del calabacín en México, Texas y Estados Unidos, motivo por el cual hay quienes sostienen que llegó a España después de los viajes de Colón y acabó popularizándose en Europa. Puede que así fuera: tal vez con los viajes de Colón, cuando el resto de los países del Viejo Mundo se pusieron a observar a nuestra península ibérica, se fijaron en el calabacín, pero teniendo en cuenta que fuimos romanizados y luego arabizados durante más de ocho siglos y que aún pervive una enorme herencia cultural en todos los ámbitos de la vida, incluida la cocina, cuesta creer que no se cultivara y consumiera en nuestras tierras desde antiguo una planta tan fácil de adaptar y tan versátil. Sea como fuere, los calabacines tal como los consumimos en la actualidad son una fruta inmadura de tamaño medio, carne blanda y pepitas diminutas todavía en formación.

El origen del puerro parece más claro. Se asume que procede de diversos países de la cuenca del Mediterráneo y que ya se consumía en la antigüedad remota por mesopotámicos, egipcios o israelitas. Los romanos fueron quienes propagaron su consumo con la expansión de su imperio y se empleaba no solo en guisos, sino también como medicina. En la actualidad, abundan las preparaciones que utilizan puerros en sopas y cocidos, e incluso en ensaladas. Al igual que la cebolla y el ajo, esta verdura que crece como un bulbo alargado bajo la tierra pertenece a la familia de las Liliáceas. También se lo conoce como porro o ajo porro (escrito junto o separado). Del puerro puede aprovecharse todo, salvo las raíces, pero las hojas verdes son mucho más duras y de sabor más fuerte que la parte blanca, la única necesaria para elaborar recetas tan famosas como la vichysoise francesa, los puerros gratinados o una quiche. Lo verde se puede reservar para caldos o guisos con una buena cocción. En estos tiempos de prisas, es posible adquirir los puerros envasados ya limpios; si se opta por los ejemplares enteros, habrá que despojarlos de las primeras capas y asegurarse de lavarlos bien, pues en la parte verde suelen llevar algo de tierra y otras impurezas.

Ingredientes

  •  2 calabacines medianos de piel tersa.
  • 2 puerros hermosos (solo la parte blanca).
  • 4 huevos grandes y frescos.
  • 1 minibrik (20 ml) de nata ligera para cocinar o de leche evaporada.
  • Una lámina redonda de masa quebrada-brisa.
  • Aceite de oliva.
  • Sal y pimienta (al gusto).
  • Un puñado de piñones.
  • Queso rallado (al gusto).

Elaboración

  1.  Lavar los calabacines y cortarlos con su piel en rodajas finas utilizando una mandolina.
  2. Lavar los puerros y cortarlos en juliana fina.
  3. Calentar un fondo de aceite de oliva en una sartén  (yo prefiero utilizar un wok) a fuego medio-alto. Pochar los puerros hasta que empiecen a estar transparentes.
  4. Añadir a la sartén (o wok) las rodajas de calabacín e ir removiendo de vez en cuando. Estarán en su punto cuando hayan perdido toda el agua. Si se sazona con sal, el proceso es algo más rápido. Una vez que se saque de la sartén o wok, es necesario dejar reposar la mezcla de verduras para que se atempere.
  5. En un bol de tamaño apropiado, cascar y batir los 4 huevos, añadir la leche evaporada o la nata y mezclar bien. Agregar a continuación las verduras pochadas y salpimentar al gusto.
  6. Encender el horno (arriba y abajo con aire) a 180-190 grados (depende mucho de cada modelo y marca; a mayor temperatura, menor tiempo).
  7. Extender la masa quebrada con el rodillo sobre papel vegetal para que su circunferencia se adapte al recipiente redondo de horneado. El papel vegetal servirá también para que la masa no se pegue  y sea fácil de desmoldar la quiche. Una vez colocada la masa con el papel vegetal en el recipiente, es necesario asegurarse de que los bordes cubran la altura completa y estén bien pegados antes de pinchar la  base con un tenedor para que no suba.
  8. Rellenar con la mezcla del bol. Añadir queso rallado y piñones al gusto.
  9. Hornear hasta que cuaje y se dore un tanto la superficie (unos 30-40 min dependiendo del horno). Si los bordes comienzan a tostarse antes de tiempo, cubrir la quiche con papel vegetal o de aluminio. En caso de que se dude del grado de cocción, es útil pinchar el centro con una aguja de hacer punto: si sale limpia, está hecho; de lo contrario, continuar el horneado. 

Esta quiche se puede servir caliente o dejar que se atempere según preferencias. Puede ser un complemento a otro plato o servirse como plato principal. El resultado es muy suave y su delicado sabor suele ser muy elogiado…  a no ser que se tenga aversión a las verduras.   

    


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domingo, 10 de diciembre de 2023

Palabras femeninas con artículos ‘el’ y ‘un’

Una amiga me ha preguntado cómo se debía decir: tengo mucho hambre o tengo mucha hambre. Mi respuesta ha sido que lo correcto es tengo mucha hambre porque la palabra ‘hambre’ es femenina. De igual modo que decimos o escribimos cuánta hambre hay por el mundo o maldita hambre.

Como norma general, los artículos (determinados: el/los; la/las; indeterminados: un/unos; una/unas) conciertan en género y número con los nombres a los que acompañan (la osa; el oso); el artículo neutro lo precede a los adjetivos neutros sustantivados (lo alegre; lo rojo). Pero hay un hecho excepcional que induce a error si no se presta atención: los sustantivos que comienzan por a (o ha) tónica  ―esto es, aquellos sustantivos cuya primera sílaba a o ha es la acentuada, lleve o no tilde atendiendo a las reglas existentes según sean agudos, llanos o esdrújulos―  van precedidos por los artículos el y un, que no son masculinos aunque lo parezcan, sino las formas históricamente femeninas provenientes de los femeninos latinos illam (que pasó a ela y después a el) y unam (que pasó a una y después a un). Por consiguiente, existen unas formas mayoritarias el y un masculinas (el sombrero; un piloto) y otras minoritarias femeninas (el habla; un alma; el hacha; un agua; el acta; un aula). Si se utilizan en plural, todos estos sustantivos femeninos que comienzan con a/ha tónica aparecen acompañados por los artículos las o unas: las hablas; unas almas; las hachas; unas aguas; las actas; unas aulas. En el caso de que entre el artículo y el sustantivo se inserte otro determinante o adjetivo, el artículo en singular también es la o una: la clara habla, pero el habla clara; un alma silenciosa, pero una silenciosa alma; el hacha afilada, pero la afilada hacha; un agua amarga, pero una amarga agua; un hada afectuosa, pero una afectuosa hada.

Constituyen excepciones a esta regla de uso de  el/un ante palabras que comienzan por a/ha tónica los nombres propios y apellidos de mujer, las letras del alfabeto, las siglas de género femenino (determinado por el de la primera palabra que aparece en su composición) y la ciudad de La Haya: ella era la Ana de sus sueños; no sabía que se trataba de una Álvarez; yo no pertenezco a la APA; la a redondeada; la hache de mi nombre; la alfa de ese título. Tampoco se emplean las variantes el/un del artículo femenino con sustantivos invariables en cuanto al género, puesto que en estos casos el artículo debe servir para distinguir el sexo de la persona: una árabe, la árabe; una ácrata, la ácrata. En lo tocante a las palabras derivadas o compuestas, esta regla no les atañe cuando ya no comiencen por a/ha tónica como lo hacía su originaria: el agua fría, pero la agüita fría; el agua marina o dulce, pero una aguamarina y una aguanieve; el hacha afilada, pero una hachuela afilada. Recuérdese asimismo que esta regla no es aplicable a los adjetivos, solo a los sustantivos: la áspera disputa; una amplia mayoría; la alta jerarquía.

Para concluir, parece necesario mencionar un error habitual: debe evitarse recurrir a demostrativos masculinos ante palabras femeninas en singular que empiezan por a/ha tónica. Lo acertado es decir o escribir esta aula y no este aula; esta área y no este área; esa hacha y no ese hacha; aquella acta y no aquel acta. Puesto que en la formación del plural no ocurre tal confusión, en caso de duda, pensemos en aquellas actas que se encuentran junto a esas hachas en estas aulas, mientras vemos volar a estas nuestras águilas. 




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martes, 7 de noviembre de 2023

Paseando por Chicago


El nombre actual de esta ciudad tiene una procedencia incierta. Lo más probable, al parecer, es que se trate de una adaptación a su oído, efectuada por los primeros colonizadores franceses, de la palabra original con que conocían la zona sus habitantes, los indios potawatomi. Se asienta en el área de los Grandes Lagos, en la orilla suroeste del inmenso lago Michigan, y soporta un clima continental húmedo: los vientos árticos provocan grandes nevadas invernales y lluvias abundantes en primavera y otoño, pero también en el verano, que es bastante corto, aunque no faltan los días de pegajoso calor húmedo. Es la ciudad más grande del estado de Illinois y la tercera de Estados Unidos, después de Nueva York y Los Ángeles. Se la suele apodar «la Ciudad de los vientos» no solo por los muchos intempestivos que allá soplan, sino debido a las decisiones calientes y bruscas ―esto es, ventoleras― con que la gobernaba su clase dirigente durante el siglo xix.

En la actualidad, Chicago es una urbe moderna y cosmopolita, repleta de lugares interesantes que visitar. Se la considera la cuna de los rascacielos, entre los que se encuentran altísimos edificios de piedra caliza que recuerdan a las catedrales europeas y otros espectaculares de acero y vidrio. Cuenta con multitud de parques y zonas verdes, museos internacionales y un sistema de transporte público fiable para desplazarse por el centro. El río que la atraviesa se llama Chicago, como la ciudad, es navegable y está bordeado de jardines y paseos muy agradables. Tampoco se debe olvidar su historia de gánsteres durante las primeras décadas del siglo pasado (el más famoso, Al Capone, contra el que luchó Eliot Ness y su escuadrón conocido como Los Intocables); ni que es el origen de la mítica Ruta 66 (The Mother Road) que, cruzando varios estados, lleva hasta Los Ángeles en California.

Los hoteles del centro suelen ser caros durante todo el año si no se encuentra una oferta para reservar la estancia con bastante antelación, pero tienen la ventaja de que permiten conocer lo más importante de la ciudad a pie partiendo de una organización eficiente. Y es aconsejable tomar en algún momento el metro en su tramo central, conocido como The Loop porque se trata de un trayecto elevado de forma rectangular que recorre el distrito financiero desde Lake St. (extremo norte) hasta Wells St. (extremo oeste). Todo el entorno urbano que circunda el metro también se conoce como The Loop. No se espere, sin embargo, un metro limpio y moderno como el de Madrid, por ejemplo, sino más bien un sistema anticuado y bastante destartalado semejante al neoyorquino en el que, a pesar del clima desfavorable, muchas estaciones están  al aire libre. Pero sale en tantas películas el entramado metálico que sostiene las vías elevadas por las que circulan los vagones y son tan curiosas las vistas de las calles desde arriba que la mayoría de los visitantes disfrutan de la experiencia de viaje.

A grandes rasgos, Chicago se divide en cuatro zonas bien diferenciadas. Al norte del río Chicago se levantan los barrios que constituyen el North Side: entre los imponentes rascacielos que allí se alzan, destaca la Torre Hancock por ofrecer, previo sustancioso pago, vistas panorámicas de la ciudad desde su azotea abierta, si la niebla no lo impide. El Lincoln Park es una zona verde cuidada y agradable por la que merece la pena pasear hasta llegar al Navy Pier, con su abundante oferta de restauración y ocio. El corazón histórico y financiero de la ciudad es la zona conocida como Downtown. Allí se encuentran algunos de los primeros rascacielos de piedra y ladrillo levantados en el país, el Art Institute de Chicago, la Torre Willis y el Millenium Park, donde resulta imprescindible acercarse a la original escultura curvada de acero, conocida por su forma como The Bean, a cuyo alrededor siempre hay congregada una multitud de curiosos que se miran en sus paredes brillantes, buscando su imagen repetida en infinidad de tamaños y perspectivas. También en el Millenium Park está la Crown Fountain, obra interactiva diseñada por un artista español que hace las delicias de los niños y no tan niños en verano. Entre North Side y Downtown, el tramo de la Michigan Avenue que va desde el río Chicago hasta Oak Street recibe el nombre de Magnificent Mile por sus edificios suntuosos, sus tiendas de lujo y las espectaculares plantas que adornas en enormes arriates aceras y medianas. La parte sur de la Michigan Avenue constituye la zona conocida como South Loop y en ella abundan los edificios históricos, como la estación de ferrocarril Dearborn,  museos de arte como el Field y salas de blues y jazz. También está el Grant Park a las orillas del lago, con sus enormes prados y multitud de instalaciones para practicar diversos deportes o simplemente pasear. En el South Side abundan los barrios residenciales en torno al Hyde Park, está la Chicago University y también el Illinois Institute of Technology.

La oferta culinaria de Chicago es amplia y capaz de satisfacer todos los gustos y bolsillos. Dentro de la comida rápida, destacan las deep-dish pizzas típicas de Giordano’s, las hamburguesas, el pollo frito y la multitud de platillos mexicanos que se pueden degustar en las variadas cantinas y restaurantes. Y no hay que esforzarse en pedir en inglés, pues en cuanto te escuchan hablar español, rápidamente te atienden en esta lengua sin problemas. Es asombrosa la cantidad de español que escuchamos incluso cuando viajamos a sitios pequeños de los Grandes Lagos en Illinois…

Este último viaje a Chicago tuvo un motivo muy especial: la boda de mi hijo. Fueron unos días estupendos en los que disfrutamos de la ciudad y conocimos a la familia de la novia. Ahora el matrimonio se ha mudado a la soleada California. Pronto los visitaremos, si la vida nos sigue sonriendo.




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