miércoles, 8 de marzo de 2023

Un ramito de poetas: día internacional de la mujer

«¿Quién le escribía versos, dime quién era?, ¿quién le mandaba flores por primavera…?, comenzaba la canción El ramito de violetas que en la década de 1970 lanzó la malograda cantautora Cecilia. Hoy, día internacional de la mujer, yo quiero felicitaros a todas compartiendo con vosotras este ramito de poemas violetas escritos por mujeres de diversas procedencias y culturas a lo largo de la historia. Me he dejado llevar por mis recuerdos de lecturas y mis gustos, sin más ánimo que el de festejar este día. Alegrémonos, pues, en la esperanza de que lleguen tiempos mejores, de que se desborde en marea creciente la conciencia feminista y se protejan los derechos de las mujeres en todos los entornos para conseguir que cada una desarrolle el potencial que posea. Ojalá sigamos escribiendo en igualdad y libertad. Ojalá haya un mañana más justo.

Safo fue una poeta griega nacida en la isla de Lesbos hacia el año 650 antes de nuestra era y es una de las escasas voces femeninas que nos ha llegado desde la Antigüedad. Su vida está envuelta en la leyenda y su consideración ha ido cambiando como reflejo de las distintas actitudes de la sociedad hacia el género y la sexualidad, asuntos principales de sus poemas. Lo cierto es que se la retrató en cerámica, lo que indica la enorme fama e influencia que alcanzó en sus días. Aunque de su obra solo nos han llegado un puñado de poemas completos y cientos de fragmentos transcritos en papiros antiguos, se sabe por lo mucho que es citada que sus versos sirvieron de fuente de inspiración a grandes poetas posteriores. Platón la consideró la décima musa. Dicen que su deseo era hacer perdurable su amor a través de la creación poética, lo que consiguió configurando un lenguaje del amor y del deseo que todavía sigue en uso: en él se encuentran algunas ideas y pensamientos románticos universalizados, como la naturaleza amarga del amor y las tribulaciones que provoca. De su nombre procede la forma poética conocida como estrofa sáfica.


Ya se han puesto Pléyades y Luna,
mediada va la noche,
discurren las horas,
y yo duermo sola.

(Versión mía sobre el texto griego).

Casia nació en Constantinopla, la ciudad reina del Imperio de los romanos de Oriente, en el año 810 de nuestra era. Es una de las primeras compositoras de cuyas obras se conservan transcripciones notadas, por lo cual es posible seguir interpretándolas en la actualidad. De su vida se cuenta que fue una de las elegidas por la emperatriz madre para participar en el certamen de belleza en el cual el emperador Teófilo elegiría esposa. A pesar de atraerlo por sus cualidades físicas, su ingenio al contestar una pregunta sobre la condición de las mujeres hizo que fuera descartada. Reivindicando su derecho a hablar en voz alta, sostuvo que aunque de una fluyó la maldad, de otra, la más grande que nunca hubiera nacido, emanó lo mejor, la salvación de la humanidad. Fundó un convento y pasó su vida en él como abadesa, escribiendo abundantes himnos dedicados a mujeres santas o festividades de la Virgen, muchos de los cuales todavía se utilizan en la liturgia de la Iglesia ortodoxa oriental. Con un estilo sencillo y natural, también escribió epigramas y versos gnómicos, máximas que pretenden recoger verdades generales sobre el mundo y versificadas para facilitar su memorización.

En un necio, el conocimiento
es cascabel en la nariz de un cerdo.

Un amigo que, en sus sufrimientos, socorre a sus amigos
encuentra descanso a sus excesivos dolores.

Un poco es mucho, si el amigo es agradecido.
Si es desagradecido, mucho es poquísimo.

(Versiones mías sobre los textos griegos).


Wallâda bint al-Mustakfî nació en la Córdoba califal hacia el año 994 de nuestra era. Fue hija de un príncipe omeya cuyo reino como califa no alcanzó los dos años. En su juventud, parece haber mantenido un salón literario en el que ella descollaba, más que por su reconocida belleza, por su ingenio, su perspicacia y su habilidad para la sátira. También sobresalía en la improvisación de replicas brillantes. Esta espontaneidad le procuró críticas a las que ella prestaba escasa atención. Su afición a caminar por las calles sin velo y a bordar sus versos en los hombros de sus túnicas atestiguan su personalidad altiva e independiente.

Sobre el hombro derecho llevaba escrito este verso:
Estoy hecha, por Dios, para la gloria,
y camino, orgullosa, por mi propia senda.
Y sobre el izquierdo:
Doy poder a mi amante sobre mi mejilla
y mis besos ofrezco a quien los desea.

Si tú quisieras, entre los dos
habría un secreto jamás revelado.
Sabe de mis labios que,
si alimentaras mi corazón,
sobrellevar podría
cuanto otros corazones no resisten.

(Versiones mías sobre traducciones de textos árabes).

Sor Juana Inés de la Cruz, nacida a mediados del siglo XVII en San Miguel Nepantla (Nueva España, actual México), fue una niña prodigio que aprendió a leer y escribir a los tres años y que empezó a versificar a los ocho años. Por su precocidad y su inteligencia despierta, con catorce años ya era dama de honor de la esposa del virrey. Y aunque deslumbró en la corte virreinal de Nueva España, decidió ingresar en un convento, primero de las carmelitas descalzas y después de la orden de San Jerónimo. No tenía vocación religiosa pero, como tantas mujeres a lo largo de la historia, prefirió el convento al matrimonio para conservar su libertad intelectual y gozar de sus aficiones literarias. Su celda, que albergaba una nutrida biblioteca, fue lugar de reunión de poetas e intelectuales. Su extensa obra abarcó poesía y teatro, estudios filosóficos y musicales.

En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando solo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Emily Dickinson, nacida dentro de una familia acomodada en Amherst (Massachusetts, EE. UU.) en 1830, nunca escribió un poema narrativo extenso, ni un cuento, novela o romance en prosa. Esta extraordinaria poeta dedicó íntegra su obra a la poesía lírica. Sus poemas sucintos y sugerentes son como una especie de monólogos dramáticos en los que trata de hallar la esencia de las cosas a menudo cotidianas. Encerrada en la casa paterna que nunca abandonó y vestida de blanco, solía describirse como una persona diminuta y modesta, una margarita, una ratoncita a la que el entorno y las circunstancias, cual el viento a un junco, doblegaban. Ella se resistió hilvanando palabras mediante guiones a modo de puntadas en una mística irresistible que acumula sensaciones y evita lo superfluo. Ninguno de sus poemas lleva fecha ni título y la mayoría fueron descubiertos en encuadernación casera después de su muerte.

Vivo en la Posibilidad -
Casa más hermosa que la Prosa -
Con muchas más Ventanas -
Superior - por las Puertas -

De Aposentos cual los Cedros -
Inexpugnables al Ojo -
Y por Techo Eterno
La Cubierta del Cielo -

De Visitantes -los mejores -
Por Ocupación -Esta -
Extender abiertas mis menudas Manos
Para abarcar el Paraíso -

(Versión mía sobre el texto inglés).

Alfonsina Storni nació en 1892 en una aldea suiza, de donde eran originarios sus padres, pero creció en Argentina, país al que habían emigrado. No tuvo una infancia fácil y trabajó para ayudar a su madre desde muy joven. La casualidad propició que a los trece años sustituyera a una actriz que había enfermado durante una representación teatral en la ciudad de Rosario y decidió unirse a la compañía para recorrer Argentina. Esta circunstancia abrió su mente a la literatura y a la vida intelectual.  Se hizo maestra rural y colaboró con dos revistas literarias, en las que comenzaron a aparecer sus poemas. Su fuerza le ganó reconocimiento y, junto con la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, conformó la primera avanzadilla de la lucha de las mujeres por aportar su mirada sobre el mundo y ser reconocidas en los espacios de la literatura internacional. Formó parte del movimiento modernista y escribió obras poéticas y teatrales.

Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.

Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
―Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.

Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
―Ved la mala mujer esa que pasa:
Ha dado el corazón.

De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
―¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el corazón!

Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!

Gloria Fuertes nació en Madrid, la capital de España, en 1917 en el seno de una familia tan humilde que se vio obligada enseguida a trabajar para procurar su sostén. A pesar de ello, consiguió formarse y obtener diplomas de taquigrafía y mecanografía, y también estudió gramática y literatura porque le atraían las letras. Escribió sus primeros versos a los catorce años y desde entonces no paró. Fue autora de libros de poemas, de rimas y cuentos para niños; colaboró en programas infantiles de la televisión como Un globo, dos globos, tres globos y La cometa blanca. También escribió en La Codorniz y otras revistas. Obtuvo numerosos reconocimientos a lo largo de su dilatada trayectoria como escritora y vivió varios años en Estados Unidos porque obtuvo una beca Fullbright de Literatura Española para impartir docencia en distintas universidades. Ella lo celebraría diciendo que la primera vez que entró en una universidad «fue para dar clases en ella». Sobre su tumba del Cementerio de La Paz de Alcobendas, se lee: «Gloria Fuertes. Poeta de guardia».

Nací para poeta o para muerto,
escogí lo difícil
―supervivo de todos los naufragios―,
y sigo con mis versos,
vivita y coleando.

Nací para puta o payaso,
escogí lo difícil
―hacer reír a los clientes desahuciados―,
y sigo con mis trucos,
sacando una paloma del refajo.

Nací para nada o soldado,
y escogí lo difícil
―no ser apenas nada en el tablado―,
y sigo entre fusiles y pistolas,
sin mancharme las manos.

Isabel Martínez Barquero nació en Murcia en 1958 y se licenció en Derecho. A esta disciplina se dedicó profesionalmente, hasta que ya de mediana edad cambió su trayectoria vital: «Soy consciente una vez más de la suerte que he tenido. Haber dado un giro absoluto a una vida que no me complacía desde un punto de vista profundo ha sido una gracia absoluta, un indulto por el que me siento como si hubiera estrenado la vida hace tan solo unos años», escribió en su blog El cobijo de una desalmada. No fue una escritora tardía, sin embargo, si no se tiene en cuenta el hecho de haber empezado a publicar cumplidos los cincuenta años, sino las muchas horas robadas al sueño desde la adolescencia para escribir los pensamientos que poblaban su mente. Es autora magnífica de novelas, de microrrelatos y de cuentos, así como de numerosos versos recogidos en poemarios y en su blog ya mencionado. Con ella compartí durante años una amistad virtual y a veces frente a frente desde que coincidimos en grupos de redes sociales e intercambiamos pareceres e inquietudes. Su muerte repentina durante la pandemia en 2021 debido al maldito virus deja una pena oscura en el alma, huérfana de sus versos claros.

Un nuevo ángel habita en el aire.
Elevó su vuelo el miércoles.
Se liberó de todas las miserias.
Madre, madre mía,
descansa en paz.
Siempre estarás conmigo.

(Poema escrito en 2017 por Isabel tras la muerte de su madre).

No hay sociedad sin poetas, y las mujeres lo han sido siempre aunque no lo sepan, aunque no hayan escrito ni una línea, cuando arrullan a sus criaturas o cuando tratan de calmar su dolor o explicarles el mundo. La poesía sublima las palabras para transmitir belleza y sentimientos, despertando los sentidos e incitando sensaciones nuevas, inesperadas. Ojalá nuestras poetas no cesen nunca de crear peligrosamente para superar lo prosaico de la vida. «Me encierran en la prosa», se quejaba Emily Dickinson, «como cuando de niña me metían en el cuarto oscuro porque les gustaba quieta...». Mujeres, no nos quedemos quietas, no permitamos jamás que nos encierren en la prosa ni en ningún otro lugar. 

Esta es mi contribución personal al ramito de poemas: 


Algún día, volverán a incendiar
el trigal las amapolas
y, desde la higuera,
competirán en derramar,
tórtola y ruiseñor,
su corazón
en trinos afinados.

Algún día,
el severo reloj,
allá en la torre,
no marcará más
la última de muchas,
sino solo las serenas
de Todas.

© Carmen Martínez Gimeno, 2023    


    


Mis dos manuales de escritura: Breviario de escritura académic
La lengua destrabadaClica sobre los nombres para obtener más información.


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viernes, 3 de marzo de 2023

La tilde sobre el adverbio solo y los demostrativos: estado de la cuestión

Comencemos esbozando un marco histórico: ¿de dónde procede la tilde o acento ortográfico que se utiliza en el castellano actual? En latín, la lengua madre, no se escribían tildes sobre las palabras, pero sí en griego, y se piensa que de ahí, a lo largo del siglo xv, fueron pasando sus acentos escritos a lenguas romances como el francés, el italiano o el español. Los tres acentos griegos (agudo, grave y circunflejo) eran musicales: marcaban variaciones de tono (elevación o depresión), pero no de intensidad de voz. En castellano, sin embargo, la escritura de un acento sobre cierta vocal no parece haber causado variaciones de pronunciación: desde el comienzo, el acento gráfico o tilde fue de intensidad y se limitó a señalar la posición de la sílaba tónica que se resaltaba al hablar. Pero las reglas de uso eran confusas, y los gramáticos y ortógrafos castellanos diferían acerca de su utilidad, motivo por el cual tardó siglos en sistematizarse en la escritura.

 Los más destacados autores de nuestra tradición gramatical dedicaron tiempo y esfuerzo a describir y explicar los acentos: Antonio de Nebrija, en Gramática de la lengua castellana (1492: 138), defendió la existencia en castellano de dos acentos simples, el agudo y el grave, más tres acentos compuestos en el caso de los diptongos y triptongos: «deflexos, inflexos y circunflexos» los llamó.  Por su parte, Gonzalo Correas, en Arte de la lengua española castellana (1625: 262), censuró la introducción en la lengua castellana de esos tres acentos y puntualizó que no había más que uno: «No crean el error viejo de los Griegos, qe dieron tres, agudo, grave i zircunflexo: de donde los tomaron los Latinos i demás, sin recato á carga zerrada, qe ni tal hubo, ni pudo haber en la naturaleza de las palabras; sino qe fué invenzion escusada de Gramáticas, qe con la antigüedad cobró fuerza, no siendo hasta agora advertida ni refutada por nadie». Con todo, Correas no dudaba de la utilidad de este único acento gráfico para evitar vaguedades en la escritura: «i aun en nuestros libros si topamos nonbres peregrinos, i estraños de las Indias, ú otras partes, dudamos el azento en ellos. Por esto i para quitar la anbiguedad de algunas palavras, i personas i tienpos de los verbos, será de gran perfezion ponerle, siquiera en los libros de molde, i de mucho alivio para los estranxeros que estudian nuestra lengua, i zerteza del para los siglos venideros» (Correas, 1625: 260).

A comienzos del siglo xviii todavía perduraba la polémica respecto de los acentos gráficos. En el «Discurso proemial de la orthographía» con el que comenzaba el primer Diccionario de la lengua castellana (1726),  que suele considerarse el primer intento de sistematización y fijación del uso de la tilde, se aseveraba: «En la Léngua Castellana el circunflexo, que se forma assi ^, no tiene uso alguno, y si tal vez se halla usado por algún Autór, es sin necesidad, porque no sabemos yá el tono que los Romanos usaban y explicaban con este accento. En nuestra Léngua los acentos no sirven para explicar el tono, sino para significar que la sylaba que se accentúa es larga».  Fue a mediados de ese mismo siglo, en la Orthographía española publicada por la Real Academia Española (1741), cuando se realizó la primera descripción pormenorizada y completa de los acentos (así como de la puntuación). De este modo, la ortografía abandonó su carácter de simple «tratado de las letras» para convertirse en un estudio acabado de la escritura en el que se otorgaba la misma importancia a cada uno de sus aspectos.

En líneas generales, entonces se establecieron las pautas que, recogiendo el hecho ya ampliamente constatado de que el acento castellano se basaba en la intensidad, fueron evolucionando hasta que en 1880 se consensuaron las tres reglas fundamentales sobre la acentuación de las palabras (divididas en agudas, llanas y esdrújulas) y se estableció el valor diacrítico del acento gráfico en el caso de palabras homógrafas, esto es, de igual escritura, asunto del que ya habían escrito los ortógrafos renacentistas. La doctrina ortográfica de la Real Academia a partir de ese momento solo presentó variaciones de detalle (se modificó, por ejemplo, la regla de atildamiento de los monosílabos á, é, ó, ú para reducir el uso de tilde solo a la ó entre cifras; tilde que años después también se suprimió), hasta llegar a la Ortografía de 2010, en la que se continuó simplificando las reglas de acentuación que causaban polémica (como en el caso del adverbio solo o los pronombres demostrativos este, ese y aquel). Hoy, a comienzos de marzo de 2023, todos los periódicos anuncian la novedad de que la Real Academia Española desiste de su intento de simplificación y convierte en voluntario ―no en obligatorio― la colocación de la tilde sobre el adverbio solo y los demostrativos pronominales cuando exista equívoco en su interpretación.

¿Qué es lo que ha ocurrido? Atendiendo a las normas generales de atildamiento, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta, esa y aquella, más sus respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal, no aceptarían tilde por ser palabras bisílabas llanas terminadas en vocal o en -s, y aquel, por ser palabra bisílaba aguda acabada en consonante distinta a -n o -s.  ¿Por qué se había venido escribiendo un acento gráfico sobre ellas? Se trata de una tilde diacrítica o diferenciadora, cuyo cometido ortográfico es distinguir entre palabras tónicas y átonas que son formalmente idénticas (como qué y que; cómo y como; aún y aun, por poner unos ejemplos). Sin embargo, el adverbio o adjetivo solo, el adverbio solamente y los demostrativos esta, esa y aquella, más sus respectivos masculinos y plurales, tanto en función adjetiva como pronominal, son todas palabras tónicas y, por consiguiente, la distinción entre categorías gramaticales (adverbio o adjetivo; determinante adjetival o pronominal) que hasta la Ortografía de 1999 se establecía entre ellas para recomendar el uso de la tilde diacrítica en supuestos de ambigüedad era incongruente. La Ortografía académica de 2010 quiso corregir tal anomalía por considerarla superflua y porque propiciaba innumerables errores, que se siguen dando: es frecuente, por ejemplo, ver escrito éstas últimas o el coche aquél, cuando se trata de determinantes adjetivales, que jamás deben llevar tilde, y no de pronombres, o hagamos ésto, cuando las formas neutras jamás aceptan tilde. La Real Academia, para abogar por la supresión de la tilde diacrítica, adujo como justificación de fácil comprobación que la mayoría de los casos de posible ambigüedad quedarían resueltos por el contexto comunicativo, una puntuación conveniente y un buen orden de redacción, incluso en los ejemplos más rebuscados que suelen aportarse: ¿Por qué aquellos compraron libros usados?/ ¿Por qué compraron aquellos libros usados? Dijo que mañana contestará esta / Dijo que esta mañana contestará.

Sin embargo, esta pretendida simplificación de tildes, en aras de generalizar una mejor ortografía, se topó desde el comienzo con una contestación popular que no ha amainado. Transcurrida más de una década desde la publicación de la Ortografía, las quejas siguen como el primer día, e incluso destacados escritores han hecho bandera de conservar esta tilde diacrítica, sobre todo en el caso del adverbio solo. Por tanto, la Real Academia Española parece haberse rendido y ha regresado a la recomendación, que no obligación, de coronar el adverbio solo y los demostrativos pronominales con acento gráfico cuando, a criterio de quien escribe, haya posibilidad de ambigüedad.

¿Qué cambia entonces? A mi entender, la situación continúa siendo la misma. Se seguirán escribiendo tildes por costumbre y se seguirán escribiendo mal. A quienes se dedican a la corrección de textos les seguirán llorando los ojos al ver atildados erróneamente los pronombres neutros esto, eso y aquello;  los demostrativos adjetivos que se posponen al nombre: la niña aquella; los libros esos; bonita experiencia esa; y, sobre todo, el demostrativo cuando es antecedente, sin coma, de un relativo: Soy aquel que esperabas. Aquellos que corren son mis hijos. Porque pocas personas leen manuales de estilo u obras de consulta como el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco, que informan de la falta de ortografía que se comente al escribir la tilde sobre tales demostrativos, pues en esa función pierden su carácter de localizadores espaciales para convertirse en sustantivos. Con la supresión total de la tilde diacrítica que reglaba la Ortografía académica de 2010, nadie se equivocaría al escribir: Yo soy aquel que ayer no más decía. Estas que fueron pompa y alegría. El demostrativo aquel puede incluso utilizarse como un sustantivo pleno: Enrique tiene su aquel. Los soldados, por el aquel de darse valor, apuraban una botella de vino tras otra.

Por lo que respecta a la palabra solo, bien sea adverbio (solo duerme dos horas), bien adjetivo (duerme solo todas las noches), se seguirá colocando la tilde al buen tuntún, y ni siquiera los programas correctores de los ordenadores serán capaces de discriminar siempre para detectar los fallos. Compárense las siguientes redacciones: Vino solo para eso / Vino específicamente para eso. Acude dos horas solo cada mañana / Acude nada más dos horas cada mañana. Como bien se señalaba en la Ortografía académica de 2010, las ambigüedades que puedan surgir por no escribir la tilde nunca serán superiores en número ni más graves que las causadas por los abundantes casos de homonimia y polisemia de palabras existentes en nuestra lengua.

En mi ya dilatada trayectoria profesional, he ido adaptándome a las normas académicas y he solido seguir sus recomendaciones, aunque alguna me chirriara. Creo en el lenguaje llano y en la simplificación de las pautas para que cualquier persona que necesite escribir pueda hacerlo con propiedad y sin errores ortográficos ni gramaticales. Por ello, abogo por la supresión de esta tilde diacrítica que suscita más problemas que resuelve. Yo no la escribiré jamás. En remotos casos de ambigüedad, recomiendo recurrir a sinónimos (únicamente, por ejemplo, en lugar del solo adverbial; a solas; en soledad, en lugar del solo adjetival), puntuación acertada o una redacción mejorada.

En suma, abogo por la economía de la lengua que, entre otras cosas, condujo al sistema acentual del castellano actual, luego de una evolución de siglos. Se suele afirmar que las tildes sobre las palabras sirven para leerlas como corresponde ―esto es, para reflejar su pronunciación hablada―, dando mayor intensidad a la sílaba tónica. Sin embargo, Correas (1625: 143) ya señaló en su época las limitaciones del sistema: «Si en todas las diziones de dos ó mas sílabas ó en aqellas siqiera qe hazen antigüedad, se escriviera el azento sobre la vocal predominante qe la tiene i se levanta mas, i se enseñorea sobre las otras, diera se gran claridad á la escritura, i ahorráramos de dar reglas de azentos en las palabras. Mas porqe hasta ahora no está introduzido tan buen uso, daremos las que puede haber mas fáziles, por donde se conozcan i sepan». Quien desconozca las normas acentuales de nuestra lengua se mostrará incapaz de leer una palabra que le sea ajena, colocando el acento fónico donde corresponde, si no está marcado con un acento gráfico. Tampoco podrá atildar una palabra que jamás haya escuchado si no domina el uso actual de la tilde o acento gráfico. Entonces, si esta dificultad comprobada no preocupa ni mueve a las masas para exigir un cambio, ¿por qué ha logrado hacerlo la supresión de una sola tilde diacrítica, ya de por sí incongruente, cuyo objeto era economizar errores y facilitar la escritura? 



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