Traductores e intérpretes comparten la lengua como herramienta. Tanto es así que en el primer diccionario de la lengua castellana, el Tesoro de la Lengua Castellana, o Española, escrito por Sebastián de Covarrubias en 1611, se define ‘lengua’ de este modo:
Interprete que declara una
lengua con otra, interviniendo entre dos de diferentes lenguajes. Faraute: el
que haze al principio de la comedia el prologo. Algunos dizen que faraute se
dixo á ferendo [al portador: del verbo fero,
que significa llevar], porque trae las nuevas de lo que se ha de representar,
narrando el argumento. Ultra de lo dicho significa el que interpreta las
razones que tienen entre si dos de diferentes lenguas, y tambien el que lleva y
trae mensajes de una parte a otra entre personas que no se han visto ni
careado, fiandose ambas las partes dél; y si son de malos propositos le dán
sobre este otros nombres infames. Por tanto, es interpreté y heraldo.
Pero había además voces más antiguas de
procedencia árabe: trujimán, trujamán,
truchimán o dragomán, que se
usaron en la Edad Media (parece que hasta el siglo XVII), sobre todo en
transacciones comerciales para designar al intérprete. Ya no se recogen en el diccionario
de Covarrubias porque probablemente estaban en retirada.
Designar al intérprete con la palabra
‘lengua’ define la función retórica que desempeña: se trata de una sinécdoque
en la que se toma la parte por el todo; es una voz con capacidad de emisión. De
esta definición de ‘lengua’ interesa también prestar atención al léxico, la
ortografía y la puntuación. Algunas de las palabras ya no se comprenden bien y
la mayoría están escritas de un modo que hoy no se consideraría correcto; la
puntuación y el atildamiento también son ajenos a los usos actuales. Todo ello
se debe a que la lengua está viva y, por tanto, va evolucionando.
Fijémonos ahora en el término ‘faraute’. A
comienzos del siglo XVIII, en el Diccionario
de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su
naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o
rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, dedicado al rey
nuestro señor don Phelippe V (que Dios guarde) a cuyas reales expensas se hace
esta obra, 6 tomos, Real Academia Española (1726-1739), se define así:
Faraute. El que lleva y trahe mensájes de una parte à otra entre personas que están ausentes ù distantes, fiándose entrambas partes de él. Lat. Internuncius […].
Faraute. Se llama también el que declara y traduce lo que hablan dos personas cada uno en su Lengua, sin entenderse el uno al otro: yá tiene poco uso, porque oy se llama Intérprete de Lenguas.
En siglos pasados, el oficio de lengua era en
su mayor parte oral. De la persona que lo ejercía se exigía fidelidad porque
era intérprete y heraldo. Traducción e interpretación de textos se
simultaneaban en la Escuela de Traductores de Toledo y demás centros de
estudios auspiciados por Alfonso X el Sabio en Toledo y otras ciudades
españolas (Sevilla o Murcia) en el siglo XIII.
Con el paso del tiempo, las funciones se fueron diferenciando, y en la
actualidad la distinción entre traducción escrita e interpretación oral está
generalizada. La voz ‘traslación’
parecería recoger ambos supuestos.
Quienes traducen han de ser ante todo
escritores. La traducción no deja de ser un proceso de creación escrita, aunque
diferente del resto. Los traductores son autores con copyright reconocido, que en los libros aparece en la página de
derechos de autor. Pero su creación no parte de sus propios pensamientos e
ideas. Cuando se sitúan ante la página o pantalla en blanco, saben de antemano
lo que tienen que hacer: trasladar de una lengua fuente a una lengua término.
Es obvio que no es posible traducir si no se comprende el texto sobre el que se
trabaja como lo haría un nativo competente de la lengua. Pero además es
necesario dominar la lengua término para lograr reconstruir en ella ese texto
original con la menor pérdida posible. Esta doble capacidad ―comprensiva y
expresiva― supone un conocimiento exhaustivo del léxico, de la morfología y de
la sintaxis de ambas lenguas. Y también de su ortotipografía.
Consideremos un poema de Emily Dickinson y su
traducción:
As when a little Girl
They put me in the Closet -
Because they liked me «still» -
Still! Could themselves have peeped -
And seen my Brain - go round -
They might as wise have lodge a Bird
For Treason - in the Pound -
Himself has but to will
And easy as a Star
Abolish his Captivity -
And laugh - No more have I -
Como cuando de Niña
Me metían en el Cuarto Oscuro -
Porque les gustaba «quieta» -
¡Quieta! Si hubieran podido asomarse-
Y ver a mi Cerebro - dar vueltas -
Igual habría sido meter a un Pájaro
Por Traición - en el Corral -
Él no tiene más que quererlo
Para ligero como una Estrella
Abolir su Cautividad -
Y reír - Lo mismo que hago yo -
Antes de iniciar una traducción, quien la va a llevar a cabo debe documentarse. De este modo, en el caso de Emily Dickinson, deberá conocer el uso especial que hace esta poeta de los guiones y de las palabras escritas con mayúsculas, como si se tratara de nombres propios. También sabrá de su vocabulario conciso y sugerente, y de sus continuos anacolutos. Al traducir establecerá sus elecciones. A veces, cuando quien traduce es poeta, efectúa su propia versión de los poemas. Pero lo habitual es esforzarse por decir todo lo que dice la autora, no decir nada que ella no diga y decirlo del modo más aproximado posible en nuestra propia lengua.
La
conocida expresión italiana traduttore, traditore hace referencia a la fidelidad exigible a quien traduce. Se trata de
una paronomasia (palabras semejantes, salvo por una diferencia de vocal) o
juego de palabras por el parecido de las dos que se emplean, omitiendo el verbo
copulativo, lo que se marca con una coma. ¿Traducir es traicionar? Es cierto
que quien traduce o interpreta posee una capacidad real de traicionar con
conocimiento de causa, pero también es cierto que, por mucho que lo pretenda, le será imposible respetar por completo el texto original. A este
respecto, Umberto Eco sostenía que una traducción no puede ser mejor que el
texto original. Que el traductor no puede empeorar, pero tampoco mejorar lo que
le entregan. No es mi experiencia tras muchos años de ejercicio de la
profesión. Salvo en casos especiales de ediciones literarias, ninguna editorial
aceptará una traducción con un español pobre, escaso de recursos, aunque el
texto de la lengua fuente sea deficiente. Por eso se dice que muchos libros
traducidos mejoran el original. Y los autores suelen agradecerlo (cuando tienen
capacidad de percibir el buen resultado). En este ten con ten de autoría compartida, quienes traducimos también ganamos mucho. Hay libros cuyo vertido al español nos marca para siempre. A bote pronto, yo citaría en mi caso Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollestonecraft; Los primitivos flamencos, de Erwin Panofsky; La loca del desván, de Sandra M. Gilbert y Sandra M. Gubar, o Breve historia de Occidente, de Judith Coffin y Robert C. Stacey. Todos estos libros me enseñaron y me dieron que pensar. Si hubiera sido capaz de recordar y asimilar todo lo que he traducido, sin duda sería ahora mucho más sabia...
Los diversos géneros requieren
diversos modos de traducción. En la carta a Pammaquio titulada De optimo genere interpretandi, escrita
hacia el año 395 de nuestra era, San Jerónimo,
el traductor en el siglo V de la Biblia al latín, conocida como la
Vulgata, estableció la división entre la traducción ad verbum y la traducción ad
sensum: «Ego enim non solum fateor, sed libera voce profiteor, me in
interpretatione Graecorum, absque Scripturis sanctis, ubi et verborum ordo
mysterium est, non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu», es decir: «En
efecto, no solo confieso, sino que proclamo a viva voz que, en la interpretación
de los griegos, salvo en las Sagradas Escrituras, donde incluso el orden de las
palabras revela el misterio, yo no expreso palabra por palabra, sino sentido
por sentido». Por tanto, en la
traslación de una lengua a otra se debe aspirar a lograr armonía y equilibrio
entre la fidelidad al original y el respeto a la lengua de llegada y a su
hablante nativo.
La elección del léxico es
crucial puesto que marca el registro del texto. El tono, en la escritura, solo
puede definirse mediante el empleo de los signos de puntuación: exclamación,
interrogación o puntos suspensivos. Recuérdese a este respecto que es posible
utilizar juntos dos signos iguales de admiración para dar más énfasis o mezclar
juntos signos de admiración e interrogación cuando se desee transmitir ese
matiz. Recuérdese también que en español es necesario emplear signo de apertura
y cierre. Al traducir, se han de tener en cuenta las normas de puntuación del
español y no las de la lengua fuente: por ejemplo, en francés se separan de la
palabra la mayoría de los signos de puntuación salvo el punto y la coma; el
inglés emplea la raya para un uso enfático que no existe en español; y el
alemán emplea las comillas de manera muy diferente.
Es preciso destacar por su importancia la construcción de diálogos,
que en español se hace mediante el empleo de rayas, mientras que en inglés, por
ejemplo, se utilizan las comillas:
«Do you own this hat?» I asked her.
She shook her head. «The hat belongs to Margot», she said.
«What about the car?» I asked.
―¿Es suyo ese sombrero? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza:
―El sombrero pertenece a Margot―respondió.
―¿Y el automóvil? ―proseguí preguntando.
Antes de terminar, es preciso mencionar las interferencias lingüísticas que surgirán en toda traducción. Los préstamos ―que Américo Castro denominó ‘adopción lingüística’ e ‘importación’― tratan de llenar lagunas de vocabulario en la lengua; los hay de todas procedencias: árabes, franceses, ingleses, alemanes…., y la mayoría aparecen plenamente incorporados al español y recogidos en los diccionarios: chat, chatear, tuitear, bloguero, chef, elite, bulevar, yogur, espaguetis, champú. Cuando todavía no están incorporados al léxico del español, se conocen como extranjerismos y se marcan dentro de un texto con letra cursiva. Los calcos son copias, de una lengua a otra, de esquemas de construcción de determinados términos, traduciendo sus componentes. En español hay muchos plenamente incorporados: rascacielos (skyscraper); fin de semana (weekend); perrito caliente (hot dog); manzana de Adán (nuez, del alemán Adamsapfel o del inglés Adam’s Apple). Abundan sobre todo en informática, ciencias, deportes y cocina.
Dentro de los calcos se encuadran los ‘falsos amigos’, término que de por sí es un calco semático del francés (faux-ami). Los falsos amigos se dan entre lenguas semejantes, por ejemplo, del italiano, el francés y el inglés al español:
salire (italiano) es ‘subir’ y no ‘salir’ en españolguardare (italiano) es ‘mirar’ y no ‘guardar’ en español
aceto (italiano) es ‘vinagre’ y no ‘aceite’ en español
save (inglés) es ‘guardar’ y no ‘salvar’ en español
sensible (inglés) es ‘sensato’ y no ‘sensible’ en español
honor (inglés) es ‘aceptar’ y no ‘honrar’ en español (aceptamos su tarjeta de crédito y no honramos su tarjeta de crédito)
deception (inglés) es ‘engaño’ y no ‘decepción’ en español
demander (francés) es ‘pedir/preguntar’ y no ‘demandar’ en español
entendre (francés) es ‘oír/escuchar’ y no ‘entender’ en español
soigner (francés) es ‘cuidar’ y no ‘soñar’ en español
voler (francés) es ‘robar’ y no ‘volar’ en español
Otras interferencias lingüísticas a las que se debe prestar atención al traducir son el orden de las palabras dentro de la oración y el empleo de onomatopeyas y exclamaciones. Las normas y usos de la lengua término son los que deben prevalecer en el texto traducido. Por ejemplo, un pájaro trina pío en español, piep en alemán, tweet en inglés y cui en francés; un perro ladra guau en español, arf o woof en inglés, ouaf en francés, wau en alemán o ão en portugués; y el gallo canta quiquiriquí en español, kikeriki en alemán, cocorico en francés y cock-a-doodle-doo en inglés.
Como consideración final, no está de más subrayar que no se puede dar la labor por concluida una vez que se ha acabado de traducir un texto. De ser posible, lo más conveniente es dejar reposar el resultado un tiempo y a continuación efectuar una corrección exhaustiva. Pero esto es solo la intervención que remata el proceso, pues ya se habrán ido realizando correcciones previas. Revisar y corregir son tareas recurrentes que se han de simultanear mientras se va traduciendo. Y es preciso corregir fondo y forma, esto es, efectuar una corrección ortotipográfica y de estilo.
Las últimas palabras de este texto en el Día Internacional de la Traducción son para recordar a Malinali, la Malinche o doña Marina, la más famosa ‘lengua’ americana, pues fue la intérprete de Hernán Cortes en México. Por este motivo, en lugar de encomiar su enorme don de lenguas, su enorme inteligencia, se la conoce como la traidora y ha dado lugar a un término, ‘malinchismo’, con el que se designa el apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio. Yo prefiero ver en ella el hermanamiento, el mestizaje y la aceptación que deben unirnos en nuestra aldea global.
© Carmen Martínez Gimeno. Texto condensado de la conferencia titulada «Oficio de lenguas», dictada en octubre de 2017 en el Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la PUC de Valparaíso (Chile).
La lengua destrabada