miércoles, 31 de octubre de 2018

Viajar por Perú



Viajar por Perú
Por fin hemos podido realizar un viaje planeado en incontables ocasiones a lo largo del tiempo, pero siempre pospuesto por azares que surgían de improviso para malograrlo. A comienzos de este mes de octubre, volamos a Lima, la capital de Perú. Un momento: ¿Perú o el Perú?
Las dos escrituras, con artículo o sin él, son posibles. Valentín García Yebra  (Teoría y práctica de la traducción: II, 447) expuso esta particularidad ―compartida en la actualidad por otros países e incluso continentes― del siguiente modo:

El español, en la época de gran influjo francés, anteponía el artículo a muchos nombres de países que hoy no lo llevan: «la Francia», «la Alemania», «la Italia», «la Turquía», «la China»; hoy conservan aún el artículo bastantes nombres de países, sobre todo americanos, pero con tendencia a perderlo: (el) Canadá, (los) Estados Unidos, (el) Uruguay, (el) Ecuador, y, con más firmeza, El Salvador, La Guayana, y algunos países asiáticos: la india, el Tíbet, el Japón (este algo vacilante), o africanos: el Congo, el Camerún. 
 
Sin duda, es imperativo incluir el artículo (con mayúscula inicial) en aquellos topónimos en los que forma parte del nombre propio ―como ocurre con El Salvador, La Rioja o La Meca en nuestros tiempos―, y frecuente, utilizarlo cuando los países lo tienen en su nombre oficial: República del Perú, República del Ecuador o República del Congo, por ejemplo. Además, son la costumbre, el uso literario o la preferencia (¿estética?) de quien escribe los que determinan que se opte por el África o África; el Líbano o Líbano; la India o India.


Plaza de Armas, Lima
Pero volvamos al Perú, país situado en el oeste de América del Sur, cuyo territorio, por simplificar, se podría dividir en tres regiones naturales: la extensa costa del Pacífico; la elevada sierra o región andina, y la selva tropical o región amazónica. Descuella ante todo por contarse entre los  países con mayor diversidad biológica y más abundantes recursos minerales. La lengua más hablada es el español, pero también se utilizan y enseñan en las escuelas, según las zonas, otras lenguas nativas como el quechua o el aimara. Son muchos los atractivos que ofrece a quien lo visita: sitios arqueológicos, poblados altiplánicos, ciudades coloniales, asombrosos escenarios naturales, flora y fauna autóctonas, una cocina exquisita…  Pero Perú no había entrado en mi imaginación ni en mis planes de viaje por nada de esto. Lo había hecho, durante mis ya lejanos años de estudios universitarios, por motivos  literarios.

Puente de los Suspiros, Barranco
Entonces, en mi juventud  soñadora y melancólica, descubrí a los cronistas de Indias, al Inca Garcilaso de la Vega, a Clorinda Matto de Turner y, sobre todo, a Ciro Alegría, César Vallejo, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa. Con ellos me había adentrado en la grandiosa geografía del territorio, las culturas precolombinas y las vicisitudes de  indios, mestizos y mujeres; había subido a la sierra y bajado a la costa, transitado por la selva y sumido en las minas; había escuchado la música orquestada por ríos, vientos, árboles, insectos o pájaros, y los múltiples sonidos que acompasaban la rutina diaria, desde el tintineo de los cubiertos al repique de las campanas o la descarga de las armas: «¿Quién puede ser capaz de señalar los límites que median entre lo heroico y el hielo de la gran tristeza? Con una música de estas puede el hombre llorar hasta consumirse, hasta desaparecer, pero podría igualmente luchar contra una legión de cóndores y de leones o contra los monstruos que se dice habitan en el fondo de los lagos de altura y en las faldas llenas de sombras de las montañas» (José María Arguedas, Los ríos profundos: 236).

Al fondo, Casa de la Literatura Peruana
En Lima nos hospedamos en el distrito vargasllosiano de Miraflores, por el cual callejeamos, visitamos parques y jardines, y paseamos por el alto malecón hasta llegar al Puente de los Suspiros en Barranco que hizo famoso Chabuca Granda. La capital es extensa e imposible de recorrer a pie. Como no dispone de un buen servicio público de transportes, el tráfico es endemoniado y para llegar al centro histórico, nos recomendaron tomar un taxi. Pero hay que tener cuidado: cualquier ciudadano puede dedicarse a ese negocio en sus horas libres y ninguno lleva taxímetro, motivo por el cual es necesario concertar el precio de la carrera antes de subir al automóvil elegido. No es prudente además parar taxis por la calle. Nosotros los tomábamos siempre de las paradas que hay delante de los hoteles.

La Plaza de Armas, delimitada por los edificios del Palacio de Gobierno, la catedral, la iglesia del Sagrario, el Palacio Arzobispal, el Palacio Municipal y el Club de la Unión, es el principal espacio público de la capital. Su nombre es sinónimo de ‘plaza mayor’, pero hace alusión al hecho de que en toda la América hispana, al ser construidas dichas plazas durante la colonia, se preveía su utilización como punto de reunión obligado en caso de ataque, por lo cual, además de los edificios públicos principales, había en ellas arsenales para la defensa. En la actualidad, en la hermosa Plaza de Armas limeña, dentro del atrio del Palacio de Gobierno, se realiza a diario, a las 11:45, una vistosa ceremonia de cambio de guardia que incluye un concierto de la banda militar con piezas marciales clásicas y otras  más sorprendentes, como El cóndor pasa, partes del Carmina Burana o algunas otras piezas que suenan a música popular.

Plaza de Armas de Arequipa
Todas las ciudades y pueblos importantes que visitamos conservan espaciosas y cuidadas plazas de armas donde se reúne la gente a hablar o descansar en sus bancos. Nos gustaron sobre todo la de Arequipa, con su enorme catedral en el lado norte,  y la de Cuzco, con soportales que recuerdan los de muchas plazas mayores españolas.

«Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?». Así comienza Conversación en la catedral,  la novela cumbre de Vargas Llosa y uno de los hitos de la literatura en lengua castellana. Mientras ascendíamos en autobús por el Valle interandino del Colca y empecé a sentir los estragos de la altura, se me vino a la cabeza esa pregunta: ¿En qué momento se había jodido el Perú? El país gana cuando se contempla la grandiosidad de su geografía, de su naturaleza, cuando se deja atrás la pobreza que se agolpa en calles y más calles polvorientas de casas a medio construir en los suburbios de las ciudades.

Valle del Colca, desde el Mirador de la Cruz del Cóndor
El Valle del Colca impresiona con sus paisajes montañosos de pendientes a tramos pronunciadas y a tramos suaves, aterrazadas, con sus pastos y cultivos, sus bofedales, sus láminas de agua y los rebaños de vicuñas, alpacas y llamas. Hay aguas termales, géiseres y volcanes que lanzan fumarolas. Desde la zona del Mirador de la Cruz del Cóndor, avistamos abundantes cóndores posados y aguardamos pacientes a que las corrientes térmicas ascendentes de aire cálido fueran propicias para observar su vuelo majestuoso. Nos habían informado de que es el ave voladora más grande y pesada del planeta; la que tiene mayores alas y vuela a una altura superior. Como se alimenta de animales muertos, los lugareños arrojan despojos a su hábitat del cañón para que no lo abandonen.

Písac
A pesar de que al mal de altura se había sumado una diarrea del viajero ―tal vez por la ingesta continuada de hojas secas de coca para combatirlo―, el cenit del itinerario llegó cuando alcanzamos el Valle Sagrado, situado a las orillas del río Urubamba. Su clima es templado, la altura no es tan elevada y alberga numerosos sitios arqueológicos y poblaciones de gran interés: Chinchero, Písac, Urubamba y, sobre todo, Ollantaytambo, con su imponente fortaleza en la montaña. Desde la estación de Ollantaytambo sale el tren que lleva a Aguascalientes, donde dormimos, arrullados por las aguas del río, antes de visitar al día siguiente Machu Picchu.

Llovía cuando tomamos el autobús para ascender por la estrecha carretera de ripio que conduce hasta una de las nuevas siete maravillas del mundo, situada en la Cordillera Central de los Andes peruanos. Había bruma en las quebradas, y la fila de visitantes, cubiertos con capas de lluvia y algunos paraguas, serpenteaba ruinas arriba, tomando fotos donde los guías indicaban dentro de su explicación más o menos erudita. La zona arqueológica forma parte del Santuario Histórico de Machu Picchu, que en sus más de 32 000 hectáreas protege diversas especies biológicas en peligro de extinción y varios sitios incaicos, de los cuales Machu Picchu es el principal.

Ascendiendo por Machu Picchu
Nos contaron que la quebrada de Picchu, a medio camino entre los Andes y la selva amazónica, había sido ocupada por agricultores de las regiones de Vilcabamba y el Valle Sagrado que necesitaban extender sus cultivos. A grandes rasgos, el sitio se divide en dos zonas: la dedicada a la agricultura, en la que se aprecian multitud de terrazas de cultivo, y la urbana, donde se encuentran las ruinas de edificaciones destinadas a las actividades civiles y religiosas. A pesar de lo que nos contaron guías noveleros, parece que nunca fue una «ciudad perdida» ni un refugio secreto. Pero es cierto que su importancia decayó con el curso de la historia y la irrupción de los españoles. 

El profesor de historia estadounidense Hiram Bingham fue quien, en 1911, «redescubrió» el sitio, guiado por hacendados locales, y debe reconocérsele el mérito de haber sabido apreciar su importancia. Además, constituyó un equipo multidisciplinario para estudiar el sitio y divulgó sus resultados al mundo. La fama de Machu Picchu, rodeado de misterio, comenzó a crecer. En la actualidad, es casi imposible visitar el lugar si no se concierta con mucha antelación un tour guiado. Los visitantes diarios que llegan a Aguascalientes están tasados y se debe elegir un horario para ascender a las ruinas: de 6 a 12 de la mañana o de 12 a 6 de la tarde. Los billetes del tren y del autobús son nominativos y, si se pierden,  no es posible ingresar. 

Si hubiera sido la esposa de Lot, me habría convertido en estatua de sal, pues cuando el guía nos comunicó que debíamos marcharnos porque se acababa el tiempo, me recuerdo girándome una y otra vez en el camino de descenso para contemplar ese lugar mágico que tal vez no vuelva a visitar nunca más en mi vida. Merece la pena.

Plaza de Armas de Cuzco
Mientras esto escribo, de vuelta entre mis cosas y libre por fin de los males que me han aquejado largos días, voy repasando recuerdos, agrandándolos, hermoseándolos, como hacían los cronistas de Indias para convencer a sus señores y soberanos castellanos de que habían encontrado territorios extraordinarios. Yo doy fe de que lo son: me deleito con la memoria de impresiones, olores y sabores: cacao, nueces pecanas, maíz, palta, papas, chirimoyas, granadillas… Probamos el chupe de camarones, el ají de gallina, la canilla de alpaca, los suspiros limeños, y los alfajores y antojitos arequipeños. Nos hizo un tiempo cambiante, ahora frío, ahora calor; en algunos lugares, clima seco que cortaba los labios; en otros, húmedo que aleonaba la melena. Llovió y salió el sol. Escuchamos truenos mezclados con cohetes; los niños de un colegio nos pidieron autógrafos por el mero gusto de coleccionar firmas curiosas; dimos de comer a alpacas y llamas; pudimos machacar una grana cochinilla para extraer el tinte púrpura de su interior. Y en todas partes encontramos personas amables que nos facilitaron la estancia.

Realizamos todas las excursiones con Viajes Pacífico, cuyo personal demostró una gran profesionalidad en todo momento.









Referencias bibliográficas
Arguedas, José María (1971): Los ríos profundos, Buenos Aires: Losada.
García Yebra, Valentín (1989): Teoría y práctica de la traducción, 2 ts., Madrid: Gredos.
Vargas Llosa, Mario (1981): Conversación en la catedral, Barcelona: Seix Barral.


La lengua destrabada

Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  











jueves, 4 de octubre de 2018

Atardeceres de lavanda: Brihuega



lavanda Brihuega
«La Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir. Yo anduve por él unos días y me gustó. Es muy variado, y menos la miel, que la compran los acaparadores, tiene de todo: trigo, patatas, cabras, olivos, tomates y caza. La gente me pareció buena; hablan un castellano magnífico y con buen acento y, aunque no sabían mucho a lo que iba, me trataron bien y me dieron de comer, a veces con escasez, pero siempre con cariño», escribió Camilo José Cela en la dedicatoria de su libro de viajes en 1948. 

A esta viajera también le gusta La Alcarria del siglo xxi, esa comarca natural, famosa sobre todo por su miel y su queso, que abarca buena parte del centro y sur de la provincia de Guadalajara y el noroeste de la provincia de Cuenca ―ambas pertenecientes a Castilla-La Mancha―, así como el sureste de la Comunidad de Madrid. Hasta casi finales del siglo xx, los  mieleros ambulantes, tocados con boina negra y vestidos con un ancho blusón, abandonaban la comarca para recorrer la Península Ibérica pregonando a los cuatro vientos: «¡Miel y queso de La Alcarria! ¡A la rica miel!».  

La abundancia de plantas aromáticas como el romero, el tomillo y el espliego o lavanda posibilitan la apicultura de la que resulta  esa miel. Caracterizan el paisaje de la comarca los ríos y arroyos que moldean valles y vaguadas, quebrando el páramo. Solo en su parte occidental ―dentro de la Comunidad de Madrid— y en el oeste de la provincia de Guadalajara se mantiene una densidad de población creciente por su cercanía con la villa de Madrid, capital del reino. El resto de la comarca, a pesar de su belleza paisajística, languidece y va despoblándose. Está envejeciendo. Forma parte de esa España interior tranquila, casi vacía que, estando tan cerca del bullicio urbano, se conserva como un remanso de paz, un territorio virgen al que no llegan las hordas de turistas.

Y, sin embargo, a la comarca no le faltan méritos: como dice Cela, «es un bonito país al que a la gente no le da la gana ir».  Por desconocimiento, probablemente. La  mayoría de los pueblos guardan imponentes edificios de piedra que hablan de tiempos mejores, antiguos. Castillos, murallas, palacios, iglesias de mérito salpican el paisaje. Hablan de la próspera Edad Media.

Uno de esos pueblos de pasado ilustre es Brihuega. Enclavada en el valle del río Tajuña, a 33 kilómetros de Guadalajara y 93 de Madrid, se la conoce como el Jardín de La Alcarria. Conserva la muralla del siglo xii con tres puertas originales y un espléndido casco antiguo, de piedra, con iglesias y plazuelas que alegran la vista; están la fuente de los doce caños, los antiguos lavaderos y una Fábrica Real de Paños que ya no fabrica nada, pero que conserva un jardín romántico, colgado sobre un altozano, que mira a la fértil vega del Tajuña, el castillo de la Piedra Bermeja y el Museo de Miniaturas.

Apunta Cela en su libro de viajes que Brihuega «tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro». Puede que así fuera en los tristes años de posguerra. Ahora Brihuega es del color de la lavanda. Huele a lavanda y espliego, que florecen de junio a agosto. Es una experiencia inolvidable visitar las más de 1000 hectáreas de campos de lavanda florida, lista para la cosecha, a finales de julio. En el momento en que las suaves colinas se tiñen de ese color brillante que va del azul liláceo al morado, Brihuega se engalana para celebrar su cada vez más famoso festival de verano.

La puesta de sol es el mejor momento para visitar los campos de lavanda. Miles de abejas laboriosas polinizan las plantas, volando de flor en flor, y su zumbido resuena poderoso, sobrecogedor. Al principio impone adentrarse en los coloridos surcos vegetales; luego, cuando se comprueba que las abejas están a lo suyo y no atacan si no son molestadas, nadie se resiste a avanzar paso a paso para tomar magníficas fotos que sirvan de recuerdo.

El Festival de la Lavanda congrega a mucha gente y las entradas para sus conciertos en medio de los campos floridos al atardecer se agotan enseguida. Pero la visita a los campos es libre a cualquier hora y siempre merece la pena contemplar como la luz del sol va cambiando las tonalidades de la lavanda floral.


 La lengua destrabada

Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.  

  










martes, 2 de octubre de 2018

Croquetas, albóndigas y murciélagos



croquetas
Quién es capaz de resistirse a una buena croqueta, crujiente por fuera, cremosa por dentro, con su recado de besamel y jamón, pollo, jambas, setas… Su variedad es tan amplia como la popularidad que ha alcanzado en nuestra cocina española. Sin embargo, tanto la croqueta como su salsa interior ―besamel o besamela― tienen origen francés.  Explica María Moliner (Diccionario de uso del español, 1981) que la voz ‘croqueta’ deriva del francés croquette, que a su vez proviene de  croquer, verbo con raíz onomatopéyica, documentado desde el siglo xiii, con el cual se designa el ruido seco que se hace al morder o mascar algo susceptible de provocar dicho sonido. Nuestras voces ‘crocante’ y ‘croquis’ tienen la misma procedencia: la primera equivale a ‘crujiente’, y la segunda, a ‘esbozo’, puesto que el verbo francés croquer también tiene el significado de ‘bosquejar’. El Diccionario de la lengua española (RAE) recoge todas estas palabras, pero no el vulgarismo tan extendido ‘cocreta’, que surge por una alteración de los sonidos silábicos dentro de la palabra, conocida en lingüística como metátesis y bastante habitual en nuestra lengua. Son errores por metátesis igual de vulgares que ‘cocreta’ las voces ‘cluquillas’ por ‘cuclillas’, ‘dentrífico’ por ‘dentífrico’, ‘pedreste’ por ‘pedestre’, ‘pograma’ por ‘programa’, ‘Grabiel’ por ‘Gabriel’, ‘metereológico’ por ‘meteorológico’ o ‘visicitudes’ por ‘vicisitudes’.  Sin embargo, también hay palabras provenientes de metátesis durante su evolución del latín a la lengua romance que sí han logrado imponerse y ser aceptadas en la lengua culta castellana: sirvan como ejemplos crocodilus, que se convirtió en ‘cocodrilo’; crusta, que  pasó a crosta  y por fin a ‘costra’; o ‘murciégalo’, diminutivo de  mus caeculus (‘ratón ciego’ en latín), que se convirtió en ‘murciélago’. Es de señalar, en este último caso, que ambas palabras están aceptadas, aunque en el diccionario académico se especifica que ‘murciégalo’ es voz desusada y de uso vulgar. El mismo diccionario recoge además ‘murceguillo’ y ‘morceguillo’ como sinónimos para ‘murciélago’. 

Nadie habituado a la cocina española confundiría una croqueta con una albóndiga y, sin embargo, si se busca en el Diccionario general francés-español de Larousse la definición de la croquette francesa, aparece lo siguiente: «f. culin  albóndiga, albondiguilla, croqueta (de viande), bola de patatas (de pommes de terre) // chocolatina, croqueta (de chocolat)».  Y si es un diccionario de la lengua inglesa el que se consulta como, por ejemplo, el Cambridge dictionary, se lee: «a small, rounded mass of food, such as meat, fish, or potato, that has been cut into small pieces, pressed together, covered in breadcrumbs and fried». ¿Croqueta o albóndiga?  Parece que en otras cocinas las diferencias no son tan evidentes.

A comienzos del siglo xvii, en su Tesoro de la lengua castellana, o española (1611), Sebastián de Covarrubias ya definía con precisión lo que se entendía en nuestra lengua y nuestra cocina por el término ‘albóndiga’:

El nombre y el guisado es muy conocido. Es carne picada y sazonada con especies, hecha en forma de nueces o bodoques, del nombre bunduqun, que en arábigo vale tanto como avellana, por la semejanza que tiene en ser redonda. Y bunduqun propiamente significa la ciudad de Venecia, de donde llevaron las posturas de los avellanos, o su fruta. Y por eso le pusieron el nombre de la tierra de do se llevó, como es ordinario, pues decimos damascenas y zaragocies a las ciruelas de Damasco y Zaragoza, bergamotas y pintas a las peras de Bérgamo y Pinto, &c. Esta interpretación es de Diego de Urrea. El padre Guadix dice que albóndiga, que vale carne picada y mezclada con otra. El diminutivo de albóndiga es albondiguilla. Juan López de Velasco dice viene del nombre bonduq, que en arábigo vale cosa redonda.

Aunque la variedad de ingredientes añadidos tal vez haya aumentado con el paso de los siglos, el significado de la palabra ‘albóndiga’ permanece invariable. Lo demuestra la exposición que hace de ella María Moliner en su diccionario, estableciendo su procedencia «del árabe ‘(al)búnduca’, la bola»,  y añadiendo que es nombre «aplicado a unas bolas de tres o cuatro centímetros de diámetro que se forman con carne o pescado picado muy menudamente, mezclados con huevo, ralladuras de pan y especias, que se rebozan con harina, se fríen primero y se guisan con una salsa después». Parece que las albóndigas han ido aumentando de tamaño en nuestra cocina actual y que en recetarios de siglos pasados se asemejaban más a las avellanas e incluso se cocían en una salsa de estas y también de almendras. Desde luego, las que se guisan en salsa de tomate, muy habituales en la actualidad, solo pudieron elaborarse de este modo después de la llegada de los castellanos a América a finales del siglo xv, puesto que los tomates de aquende proceden de los que se cultivaban allende los mares.

Observando su raíz etimológica, se comprende que la forma inicial de esta palabra en castellano habrá sido ‘albóndiga’, si bien Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-1991), menciona la variante castellana ‘almóndiga’ en el siglo xv  y  los diminutivos ‘albondeguilla’ y ‘albondiguilla’ en el siglo xvi.  Por tanto, no es de extrañar que  el Diccionario de autoridades (1726-1739), el primero que publicó la Real Academia Española, recoja la voz ‘almóndiga’, remitiendo a ‘albóndiga’, así como ‘almondiguilla o almondeguilla’, de las que afirma que son «voces corrompidas de Albondiguilla, que es como debe decirse». Añade el siguiente ejemplo: «Que no hai cazuela, / Relleno, ni gigóte, / Inglesas tortas, ni pastél en bote, / Mondogo, manjar blanco, almondeguillas, / Chorizos, salchichones, ni morcillas». De finales de ese mismo siglo son unos versos de Francisco de Quevedo, titulados «Los sopones de Salamanca» e incluidos en sus Obras jocosas (1798): «Catalina de Perales […] / muy poco culta de caldos / por su claridá infinita: / abreviadora de trastos / dentro de una almondiguilla».

Tal parece que ‘albóndigas’ y ‘almóndigas’ convivieron en la lengua castellana desde hace largo tiempo, incluso mezclándose en las mismas ollas. Ese mismo cambio de consonante b por m se dio en otro par de palabras, ‘vagabundo’ y ‘vagamundo’: la primera proviene del adjetivo latino vagabundus, formado por el verbo vagare más el sufijo productivo -bundus, que en castellano se convirtió en el sufijo culto -bundo/a, con el cual se forman adjetivos, partiendo de verbos, que añaden al significado intensidad o duración: morir, moribundo/a; meditar, meditabundo/a; errar, errabundo/a. La segunda palabra del par se aleja del adjetivo latino, vagabundus, y crea una nueva etimología popular, como si se tratara de una palabra compuesta: vaga-mundo, persona que vaga por el mundo. El DRAE actual incluye todas estas palabras, pero no en plano de igualdad. Esto es lo crucial: la palabra culta es ‘albóndiga’ y su diminutivo ‘albondiguilla’; la vulgar, ‘almóndiga’ y su diminutivo ‘almondiguilla’; ‘vagabundo/a’ es la palabra culta, mientras que ‘vagamundo/a’ es la palabra vulgar y desusada. Añado aquí la acepción informal y vulgar que aparece en el diccionario de María Moliner para ‘albondiguilla’: «Se aplica a las pelotillas de moco seco que hacen a veces los chicos con el que se sacan de las narices».

El uso de la lengua que hacen sus hablantes coloca cada palabra en un lugar, le confiere un estatus determinado, y el diccionario no hace más que reflejarlo cuando queda asentado por el paso del tiempo. Por eso es tan importante su consulta, ahora tarea facilísima gracias a internet. Por supuesto, cada cual es libre de elegir cómo habla y cómo escribe; qué palabras emplea y cuáles rechaza. Pero no da igual. Nunca es lo mismo.  


La lengua destrabada

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