Cuando hace unos años levantamos
la casa de nuestros abuelos paternos para venderla, había tal maremágnum de
cosas que nos costó trabajo decidir qué repartir entre las hermanas y qué tirar
o regalar. Conservamos desde luego documentos, correspondencia y fotos, estas
últimas guardadas en oxidadas cajas metálicas de dulce de membrillo las más
pequeñas y en cajas de cartón las grandes, algunas muy vistosas venidas desde
Rosario (Argentina), ciudad a la que en su juventud había emigrado desde Murcia
un hermano de nuestra abuela Lola.
Conocíamos de sobra a nuestros
antepasados que aparecen posando con sus mejores galas en las fotos grandes: el
bisabuelo Jacinto con sus largos bigotes, la bisabuela Lola, muerta a los
veintinueve años, probablemente de fiebres puerperales, dejando cuatro
huérfanos de corta edad; los hermanos de la abuela Lola y sus familias; los
padres del abuelo Antonio y sus hermanas; los abuelos Lola y Antonio con sus
hijos… Habíamos oído hablar de todos ellos durante la infancia y todavía recordamos
detalles de sus vidas y vicisitudes.
Pero quedan muchas fotografías
sin clasificar y, cuando nos sobra tiempo y estamos juntas algunas hermanas, nos
entretenemos repasando la abigarrada colección que poseemos de gente extraña posando
en actitudes cuyo sentido las más de las veces ignoramos y nos mueve a
comentarios jocosos. Si en el reverso las imágenes llevan una de esas
rebuscadas dedicatorias escritas a pluma con la alambicada letra de finales del
siglo xix o comienzos del xx, a
veces somos capaces de conjeturar quién es la persona retratada y qué relación
guarda con nuestra familia. Pero nunca
se nos había pasado por la cabeza que del limbo de las fotos irreconocibles
pudiera surgir un descubrimiento que en lugar de risa nos causara lágrimas.
La vimos hace un par de días: es
una instantánea en blanco y negro diminuta, dentada, en la que hasta ahora
nadie nos habíamos fijado. Posan en ella tres chicas ante la puerta de un
zaguán y detrás, escrito a pluma con letra apresurada difícil de leer, aparece
el siguiente texto, que logramos descifrar entre mi hermana Mercedes y yo: «Mi
prima Finí, mi Lilí y mi Loli, prima, hermana y prima respectivamente. Quiero
como es natural más a mi Lilí pero a las primas también las quiero y que sirvan
estas letras como testimonio de que no las olvido desde aquí, en campaña,
29-7-38». Observamos con mayor
detenimiento la foto y, sí, allí estaba en el centro Lilí, la hermana menor de
nuestro padre, y sus primas carnales Finí y Loli, con las que mantenían una estrecha relación. ¡Nuestro padre, que
entonces tenía diecinueve años, había escrito ese texto desde el frente! Comprendimos
que Lilí lleva el pelo corto y va más abrigada que sus primas porque, según
tantas veces nos contaron, después de huir de Madrid a Murcia cuando
bombardearon su casa del Paseo de Extremadura, enfermó de tifus y estuvo a
punto de morir…
Nuestro padre soldado… un niño
en la guerra, aferrándose para sobrevivir al cariño hacia las mujeres de su
vida por entonces: su hermana y sus primas. Había escrito ese texto mientras combatía por
la República en la batalla del Ebro junto con otros niños incluso más jóvenes
que él. Qué lejos quedaba entonces otra imagen del mes de marzo del año en que
estalló la guerra civil en la que aparecen alumnos del Instituto San Isidro, de
los cuales nuestro padre escribe, con mucho mejor letra, en el reverso:
«Fotografía de los muchachos que componían el grupo que durante el 17 de marzo
(San José) fueron a pasar la mañana a Puerta de Hierro. De izquierda a derecha,
Ángel Centenora, Luis Sánchez López, Gil Salvide, Ludovico Bendiocho, Qu. M.
[…] Manuel Sardiña, Escobar, Mijatvila, 2 de tercero, Algora de 5º curso y
Zarco de 6ª. Todos los demás estudiábamos 6º».
Nuestro padre es el quinto de la
última fila, contando desde la izquierda. Sabemos que estaba preparando el
examen de ingreso para la Escuela de Ingenieros Agrónomos cuando la guerra le
destrozó el futuro. ¿Cuántos de los compañeros de esa foto conseguirían
sobrevivir como él?
Ya no queda nadie de nuestras
generaciones precedentes capaz de volvernos a contar las historias de la guerra
civil que escuchábamos de niñas como quien oye llover cuando surgían, por
ejemplo, al quejarnos porque no nos gustaba alguna comida. Nuestra madre,
apenas adolescente durante aquellos terribles años, nos hablaba de las mondas
de patatas que comían en ensalada en el Madrid sitiado, y nuestro padre, de los
saltamontes que sabían a gloria en el frente cuando en los campos ya no quedaba
nada que cazar ni cultivos que recoger, su batallón de zapadores retrocedía
cavando trincheras y él aprendió a dormir de pie para intentar sobrevivir.
Nuestro padre fue un grano de arena arrastrado
contra su voluntad por el viento de una guerra fratricida. Emocionada todavía
por el hallazgo de la foto que tal vez le sirviera de sostén en la derrota de
la batalla del Ebro, pienso en las personas a lo largo del mundo que ahora
mismo pasan hambre y frío, que deben dejar sus casas bombardeadas, que pierden
a sus seres queridos y que no encuentran refugio en esta opulenta y egoísta
Europa.
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Emocionada por tu texto, no sé si podré terminar el mío. «Nuestro padre fue un grano de arena arrastrado contra su voluntad por el viento de una guerra fratricida», tan bello por fuera como doloroso por dentro. Y sí, a mí también me regañaron cuando me quejaba de la comida, yo que nunca he pasado hambre, solo unas poquitas ganas de comer de lo que se me antojaba comer. Y siendo terrible, terrible y terrible todo lo anterior, me parece que lo es aún más lo de ahora. ¡¿No hemos aprendido...?!
ResponderEliminarGracias por la emoción y por la reflexión a la que me ha llevado. Tuve que haber escuchado más. Ahora yo tampoco tengo quien me cuente sus batallitas, ni de quien aprender tantas cosas que necesito.
Seguiré leyéndote.
Espero que termines tu texto, Rosa Marina. Me gustará mucho leerlo. Qué pena que ya no estén los que nos hablaban de la guerra, ahora que los escucharíamos con gusto. Así es la vida...
EliminarGracias por leer este texto que escribí casi con arrebato cuando descubrimos el significado de la foto.
Un cordial saludo y hasta siempre.