Este viaje llovió del cielo. Habíamos previsto reservar unos días de nuestra estancia en Chile para llegar por el sur más lejos de Valdivia, que ya conocíamos, navegar hasta los glaciares y recorrer algunos parques naturales, pero diversos avatares se fueron sucediendo para impedirlo. Y cuando casi nos habíamos resignado a permanecer en Santiago, surgió para nuestra sorpresa la posibilidad de visitar la Isla de Pascua: había billetes de avión y alojamiento en un precioso hotel que da a los acantilados de lava de un mar inmenso, cuyo azul cobra a veces una intensidad tal que recuerda el color de la tinta de escribir… ¿utopías?
Situada en el extremo oriental
del llamado Triángulo de la Polinesia, en la latitud 27° 9′ 10” sur y la longitud
109° 27′ 17” oeste, en medio del vasto océano que Vasco Núñez de Balboa bautizó
como Pacífico al compararlo con el alborotado Mar de los Caribes que ya conocía
bien, la pequeña isla triangular de apenas 164 kilómetros cuadrados ha estado
rodeada por un halo de misterio desde que los primeros navegantes occidentales
dieron con su paradero. La historia reconoce como su descubridor europeo al
holandés Jacob Roggeween, quien le puso el nombre de Pascua por haber llegado a
ella el día de la Pascua de Resurrección (6 de abril de 1722). Después, con el
paso de los años, arribaron también a sus costas navegantes españoles, ingleses
y franceses, que la conocieron por otros nombres (Isla de San Carlos fue para
los españoles; Te-api o Waihú fue para los franceses, por ejemplo). Pero prescindiendo
del nombre, todos cuantos navegaron hasta encontrarla coincidieron en mostrar
su admiración por la insólita y portentosa cultura megalítica que hallaron en
esa recóndita isla volcánica de clima suave. ¿Quiénes eran sus moradores?
Mucho antes del siglo XVIII (se
piensa que entre los años 600 y 900 de nuestra era), la isla, por entonces generosa
en aves marinas y peces, y cubierta de palmeras y plantas comestibles, había
sido colonizada por navegantes polinesios que llegaron para quedarse, portando
enseres, semillas y animales. De isla en isla, siguiendo los caminos de mar y
viento, las migraciones de los polinesios hacia Oriente se realizaban en
grandes barcas que permitían viajes prolongados a sus numerosos tripulantes.
Las casas de los primeros habitantes de Isla de Pascua conservan la forma de
las barcas en las que arribaron a esa tierra donde lograron prosperar y
multiplicarse hasta dividirse en doce tribus, desarrollando una cultura en la
que el culto a los antepasados era un rasgo primordial. Los primeros habitantes
de Isla de Pascua creían que el mana, la
energía espiritual emanada por las personas importantes, permanecía después de
la muerte y tenía capacidad para influir en los acontecimientos presentes y
futuros. Por este motivo, cuando fallecía el gobernante de una tribu o alguna otra
persona prominente, se esculpía una estatua y se trasladaba hasta la aldea
correspondiente, donde se erigía en un altar mirando hacia sus descendientes
para protegerlos. A medida que los isleños fueron perfeccionando su arte de
esculpir y su capacidad para transportar las estatuas de piedra, el tamaño de
estas fue aumentando, y su forma, estilizándose. El nombre completo en la
lengua pascuense o rapanui de las enormes estatuas llamadas moáis por las que
se conoce a la isla en el mundo entero es Moai Aringa Ora, que significa «rostro
vivo de los ancestros». Los primeros moáis se esculpieron en basalto, traquita
y escoria roja, hasta que los talladores descubrieron la piedra volcánica de
color amarillo grisáceo que solo existe en la cantera de Rano Raraku: un tipo
de ceniza compacta con incrustaciones de basalto, llamado toba lapilli, más apropiado
que la escoria por su blandura o el basalto por su dureza para el tallado
masivo de enormes moáis mediante el uso de sencillas herramientas líticas. El
moái más grande descubierto, de 21 metros, se encuentra todavía sin terminar en
esta cantera de Rano Raraku.
Sin embargo, los viajeros que
llegaron a Isla de Pascua en el siglo XX encontraron todos los moáis
derribados. El último año en que un visitante registró haber visto un moái
erguido en su plataforma fue 1838. ¿Qué había sucedido? No hubo terremotos,
maremotos ni ningún otro desastre natural que justificaran su derribo: todos
los moáis de Isla de Pascua fueron arrancados de sus plataformas por los mismos
que los habían construido. Muchos se rompieron al caer y todos, abandonados y
arrumbados, sufrieron la erosión del clima y el paso del tiempo durante más de
doscientos años. Al parecer, la falta de recursos en la isla debido a la
creciente población provocó guerras entre las tribus, que destruían los moáis
de sus enemigos para acabar con el mana protector.
Asimismo, parece que los isleños perdieron la fe a medida que sus condiciones
de vida fueron empeorando, pues comprobaron que de nada había servido el gasto
de energía y recursos invertido en erigir moáis en sus altares una generación
tras otra. Paradójicamente, hoy se aduce que la obsesión de los isleños por
tallar y erigir moáis cada vez más grandes fue una de las causas principales
por la que su sociedad entró en declive.
La isla constituye la cima de
una cadena volcánica submarina. Tiene tres volcanes principales, situados en
cada uno de los vértices del triángulo que forma, más infinidad de conos
volcánicos secundarios que le confieren su relieve característico de cráteres,
lomas onduladas, campos y arrecifes de lava. Desde 1888 forma parte del
territorio de Chile y pertenece a la Quinta Región de Valparaíso, aunque se
encuentra a más de tres mil kilómetros del punto más cercano de la costa
continental chilena y geográficamente es Oceanía y no América del Sur. El hecho
de que las tierras más próximas sean las islas Pitcaim, a 2075 kilómetros al
oeste, y la tahitiana de Papeete, a 4351 kilómetros al sudoeste, convierte a
Isla de Pascua en uno de los entornos insulares habitados más aislados del
mundo. Hanga Roa es el único pueblo que existe en ella y sus límites no están
bien definidos, si bien el centro, con su iglesia, su plaza —donde hay wifi
libre aunque poco potente―, su caleta de pescadores y diversos establecimientos
comerciales, se identifica con facilidad y es agradable de recorrer paseando.
Es también el único lugar de la isla con electricidad y agua corriente potable.
No hay edificios de más de dos pisos y la construcción más elevada es la torre
de control del aeropuerto. En la actualidad viven en la isla unas 8000
personas, la mitad de ellas oriundos rapanuis, que son los únicos que pueden
poseer tierra según la ley chilena.
Cerca de la mitad de la isla
pertenece al Parque Nacional Rapa Nui, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por
la Unesco en 1995. Por eso es obligatorio pagar 60 dólares por cabeza una vez
que se desciende por la escalerilla del avión en el aeropuerto: el tique que
entregan a cambio será requerido cada vez que se visite, en tour contratado o
por cuenta propia, los innumerables parajes arqueológicos y puntos de interés
paisajístico que salpican costas e interior. Y, por cierto, este nombre, Rapa
Nui, y no Isla de Pascua, es el que emplean los isleños en la actualidad para referirse
a su tierra, aunque se sabe que no es el original: se registró por vez primera
en 1863, cuando regresaron a la isla unos pocos supervivientes de los muchos
nativos que habían sido secuestrados y conducidos a Perú como esclavos para
trabajar en la extracción de guano. Rapa Nui significa ‘isla grande’ en
polinesio y es la denominación adoptada tanto para la isla como para la lengua
que hablan los oriundos.
El interés por Isla de Pascua ―que
contribuyó a fomentar el etnógrafo y aventurero noruego Thor Heyerdahl con sus
expediciones y libros― provocó que mucho antes de la creación del parque natural
hubieran comenzado diversos trabajos arqueológicos y que se volvieran a colocar
en sus ahu ―altares― de piedra los
moáis que en la actualidad se pueden visitar, alzándose majestuosos a las
orillas del mar en su mayoría. Algunos van cubiertos con sus enormes turbantes
o tocados de piedra rojiza llamados pukao
y solo uno tiene ojos de nácar blanco y pupila negra. Se dice que los
talladores daban vida a estas colosales estatuas una vez que las instalaban en
sus altares, tras el largo camino desde la cantera, colocándoles los ojos de
coral blanco con pupilas de obsidiana o escoria roja. La antigua cantera de
Rano Raraku está repleta de moáis abandonados (más de cuatrocientos) en
diferentes fases de tallado y se sabe por las excavaciones realizadas que bajo
los torsos, enterrado en la tierra, está el resto de su enorme cuerpo
amarillento. El modo de trasladarlos desde esta cantera a sus altares por las
rutas existentes es un misterio y existen varias teorías al respecto. Pero la tradición
oral de la isla recoge que los moáis caminaban…
Recorrer Isla de Pascua es
volver a las lecturas de la adolescencia, levantarse con el canto del gallo, descubrir
praderas al borde del mar repletas de caballos salvajes, entablar amistad con
perros cariñosos que te entregan piedras rojizas para jugar, contemplar cómo
los chincoles ―especie de gorriones pero con copete― se acercan sin miedo en
cuanto te detienes; es volver a vivir despacio, disfrutar de las pequeñas cosas
y ver atardecer o amanecer entre los moáis que se yerguen en sus altares de
piedra de espaldas al mar… Los días son largos y hay tiempo de sobra: sale el
sol, lo ocultan las nubes que se agolpan como olas celestiales, llueve a
cántaros, azota el viento y, cuando se calma, el sol abrasa y hay que buscar
resguardo bajo sombreros o paraguas que sirven para cualquier contingencia. Y
hay paseos de mar y montaña para todos los gustos. Hoy la hermosa playa de
Anakena vuelve a estar rodeada de verdes praderas, sombreadas por un bosque de
cocoteros importados de Tahití. Y cerca hay otra playa, Ovahe, también de
arenas blancas y mar transparente color turquesa que invita al baño. Además,
hay piscinas rocosas ganadas al mar a lo largo de la costa, y grutas con
pinturas rupestres, piedras brillantes de obsidiana y esqueletos de caballo
blanquecinos. A tramos la isla es verde y a tramos amarillenta o incluso negra
de puntiagudas rocas. Orongo, en la cima del volcán Rano Kau, es una aldea
ceremonial donde se celebraba la travesía del hombre pájaro, que aparece en
muchos petroglifos de la isla. Aparte de su valor arqueológico, el entorno en
el que se encuentra es de gran belleza paisajística.
Isla de Pascua es un lugar
idílico en el que te sientes aventurero aunque no lo seas, en el que deseas que
la vida se detenga para que el tiempo y los visitantes no acaben con la belleza
y el enigma de un ecosistema que se antoja frágil perdido en mitad de un océano
no tan pacífico, como ombligo del mundo (Te pito o te henua).
Agradecimientos
Debido a su ubicación tan
aislada y remota, el avión es la forma más habitual y rápida de llegar a Isla
de Pascua. Lan (Latan Airlines) es la única aerolínea que ofrece vuelos
regulares y directos desde Santiago de Chile (uno diario) con una duración
próxima a las seis horas. Desde la isla de Papeete en Tahití también hay dos
vuelos semanales con una duración en horas similar.
Carolina Bustamante y Yanet
Pauchard, de Latan Airlines (Providencia 2006, Santiago de Chile), pusieron
todo su empeño para proporcionarnos billetes de avión y alojamiento en Isla de
Pascua. Gracias a ellas, el viaje resultó extraordinario.
Durante nuestra estancia en la
isla, nuestra guía fue Cristina Pontt, de origen rapanui y hablante de la lengua (Aku-Aku Turismo, www.akuakuturismo.cl). Buena conocedora de los recorridos
por los que nos condujo, sus explicaciones sobre cuanto veíamos fueron
excelentes y muy ilustrativas sus respuestas a nuestras múltiples preguntas. Recordamos
todo lo que hemos vivido y visitado en Isla de Pascua con enorme agrado
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.