© Anushka Izquierdo Gonzalo
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Era el tiempo en que yo vagaba con el estómago vacío por Cristianía,
esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella…
Knut Hamsun, Hambre, 1890
Con estas palabras comienza la famosa novela del escritor noruego,
ganador del Premio Nobel de Literatura en 1920, que tanto influyó a creadores tan
dispares como Franz Kafka, Ernest Hemingway o Juan Rulfo. Sin embargo, no son
de Oslo, la capital de Noruega conocida como Christiania o Kristiania hasta
1924 ―Cristianía en español―, las imágenes que llenan los ojos y la mente de
esta viajera al evocar su paso por las tierras de Noruega. La ciudad más
poblada del país, erigida en la cabecera del fiordo que lleva su mismo nombre,
no destaca por su belleza singular ni su buen clima; tampoco cuenta con edificios
inolvidables a pesar de los nuevos, como el de la Ópera, que se están
construyendo, tal vez porque a lo largo de su historia sufrió enormes incendios
que arrasaron sus antiguas construcciones de madera o porque su riqueza es
reciente. Es muy verde, eso sí: prados y bosques salpican la extensa área
metropolitana, y en verano se ven frondosos rododendros floridos por doquier.
© Anushka Izquierdo Gonzalo. Parque Frogner, Oslo
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El
parque Frogner es el más extenso de los públicos y alberga los grupos de
estatuas del escultor noruego Vigeland, dispuestos en una extensa zona
monumental de agradable recorrido, traspasando el portón metálico para avanzar
por el puente, la fuente y la meseta del monolito hasta la rueda de la vida
donde están representados todos los signos del zodiaco. Entre los museos de la
ciudad, destacan el Norsk Folkemuseet (Museo del Pueblo Noruego), que muestra
la historia y la cultura de diversas regiones del país a través de sus casas
típicas de madera con techo de corteza de abedul sobre la que crecen abundantes
hierbas y flores silvestres, y el Vikingskipshuset (Casa de los Barcos
Vikingos), donde se exhiben embarcaciones, trineos, osamentas y parte de los
tesoros vikingos hallados en excavaciones.
Casa de los Barcos Vikingos, Oslo |
Las tardes de verano frescas y nubladas se antojan eternas mientras se
pasea por las calles céntricas de Oslo,
contemplando a los valientes que se sientan en terrazas al aire libre para
consumir bebidas frías que no apetecen o cafés, abrigados del relente con
mantas rojas y azules proporcionadas por los establecimientos comerciales. El
sol, a menudo escondido tras densas nubes, va descendiendo en el firmamento,
pero siempre hay luz. La noche oscura y larga es patrimonio exclusivo del
invierno en estas tierras nórdicas.
Como hay claridad de amanecer al abrir los ojos sea la hora que sea,
cuesta menos madrugar para coger carretera y, en cuanto se abandona la ciudad,
la vista se pierde en el horizonte verde limpísimo de las colinas y los prados que
constituyen el paisaje. Hay agua cristalina saltando de multitud de cascadas a
cuál más espectacular, corriendo veloz por arroyos espumosos o amansada en
lagos que reflejan magnificada la vegetación circundante. Las casas
salpicadas en las laderas o agrupadas en pequeños núcleos de población en las
llanuras y al borde de la carretera son en su mayoría de madera pintada en
alegres colores y sobre el tejado de muchas crecen abundantes la hierba y las
flores como capa protectora contra el frío. En sus patios y jardines hay camas
elásticas circulares azules —todas iguales, como compradas en la oferta
irresistible de alguna cadena de tiendas— sobre las que saltan como pelotas
niños rubios de vacaciones escolares.
© Anushka Izquierdo Gonzalo. Silueta de la iglesia de Lom |
El tranquilo pueblo de Lom, situado en un valle donde se ven pastando
ovejas, vacas y rubios caballitos de los fiordos de crines tricolores, se
considera la entrada a las montañas Jotunheimen y a su parque natural. Es visita
obligada su iglesia medieval de madera, construida a finales del siglo XII pero
modificada en varias ocasiones a lo largo del tiempo hasta llegar a su
configuración actual. Llaman sobre todo la atención las pinturas de su interior
y las figuras esculpidas de dragón que se alzan en el tejado como protección
contra el mal. La iglesia está rodeada por un apacible cementerio y a corta
distancia se despeña un caudaloso arroyo debido al deshielo que salva un
pintoresco puente de madera donde no faltan turistas tomando fotos.
Al ascender por la panorámica carretera 15 hasta las cumbres, aparecen
las nieves casi perpetuas sobre un suelo negro que confiere a las cordilleras
un aspecto manchado como el lomo de un dálmata. Sorprende avistar cabañas y
casitas aisladas en medio del páramo nevado, mimetizadas con las rocas peladas
sobre las que se asientan entre brumas. Cuesta aceptar que alguien haya elegido
tan inhóspito lugar como morada: ¿serán refugio de pastores o de montañeros y
esquiadores?
Fiordo de Geiranger |
Los largos túneles excavados en la roca por
los que discurre a tramos la carretera atestiguan la prosperidad de Noruega,
país que salió de pobre cuando se descubrieron las grandes bolsas de petróleo
en el Mar del Norte a finales del siglo pasado. La escasa iluminación y lo
angosto de las carreteras hablan, sin embargo, del espíritu ahorrador de los
noruegos, quienes tampoco derrochan en otros gastos considerados superfluos,
como aceras enlosetadas o rotondas adornadas ni siquiera en las ciudades más
importantes: a diferencia de España ―donde el consumo en losetas del más mísero
ayuntamiento es cuantioso y llena no pocos bolsillos—, el mismo pavimento de la
calzada se emplea para la acera, marcada la diferencia de espacios con un
sencillo reborde o, como mucho, recurriendo al sufrido cemento.
Cascada de las Siete Hermanas, fiordo de Geiranger |
En los hoteles y restaurantes también se hace
gala de ese espíritu ahorrador. Los austeros baños de habitaciones consideradas
de cuatro estrellas economizan en artículos de higiene personal considerados de
cortesía en la mayoría de los países, y el habitáculo de ducha apenas está
delimitado más que por un sumidero en el suelo y una mínima mampara de protección,
insuficiente para retener el agua que lo inunda todo… sin que se pueda recoger
con toallas, pues son otro artículo en el que escatiman los sufridos noruegos:
echamos en falta incluso las más básicas en la mayoría de los hoteles en los
que nos hospedamos. Los manteles tampoco abundan: las más de las veces nos
sirvieron la comida sobre la mesa desnuda. ¿Y qué decir del agua? La del grifo
posee todas las cualidades propias del elemento que aprendimos de niños: es
incolora, inodora e insípida, y además sale muy fría. En cualquier restaurante
donde se pida, la sirven gratis y en abundancia, lo que es de agradecer
teniendo en cuenta el precio de las cosas en ese país de coronas y no de euros,
pues no forma parte de la Unión Europea aunque sí del Espacio Económico Europeo
y del Espacio Schengen.
© Anushka Izquierdo Gonzalo. Fiordo de Geiranger |
Bien pueden regalar su agua, sin embargo, porque
no les falta a los noruegos. Viajando por el país, donde se vuelvan los ojos se
ve agua o su rastro. Al llegar por la carretera al mirador desde el que se
divisa allá abajo el fiordo de Geiranger en una imagen que aparece en la
mayoría de los folletos turísticos, se comprende que la UNESCO lo haya
declarado patrimonio de la humanidad. Según Wikipedia,
un fiordo es una estrecha entrada de mar que se ha formado por la inundación de
un valle excavado o tallado en parte por acción de un glaciar, pero esta
definición técnica no da cuenta en absoluto de la belleza del lugar. A bordo
del transbordador que recorre el fiordo de Geiranger hasta llegar a Hellesylt, van
sucediéndose ante las miradas de los viajeros acantilados rocosos bañados por
caudalosas cascadas y empinadas lomas verdes de las que cuelgan casitas de
granjas, cual nidos de águilas, en cuyos exiguos terrenos se nos dice que
crecen frutales. Un refulgente mar gris azulado enmarca el grandioso paisaje
bajo un cielo plomizo y, cuando avanzamos, avistamos a lo lejos espléndidas
montañas nevadas.
Camino al glaciar Briskdal |
Los glaciares ocupan en torno a 2.600
kilómetros cuadrados de la tierra firme de Noruega como vestigios de la pasada
Edad de Hielo en la que su manto gélido cubría el país completo. El Jostedalsbreen
es el glaciar más extenso de Europa continental con sus 487 kilómetros
cuadrados de extensión y sus más de 50 brazos, entre los que destacan el Briksdalsbreen
y el Nigardsbreen. Aunque el hielo de los glaciales sea muy espeso, está en
movimiento constante y puede crecer o reducirse, cambiar de dirección, de forma
o de color. Durante nuestra visita al Briskdalsbreen, comprobamos que su
azulada lengua de hielo es cada vez más corta y, al parecer, la tendencia es
imparable debido al cambio climático.
Rodeando el Nordfjord por una carretera de
vistas propias de las antiguas tarjetas postales, se llega al fiordo más largo
y profundo del mundo, el Sognefjord (Fiordo de los Sueños en español), cuyo
nombre no es en absoluto exagerado para la belleza que atesora. Su recorrido en
crucero es espectacular, y además no hacía demasiado frío porque salió el sol.
Al turístico valle de Flam se llega después de cruzar el túnel más largo de
Europa ―añado, de pasada, que a los noruegos les fascina establecer
comparaciones y afirmar encantados que lo suyo, sea lo que fuere, es lo más en
algún sentido, por peculiar que resulte―. El pueblo de Flam y su puerto están
repletos de tiendas y embarcaciones turísticas; si se tiene la mala fortuna de
que haya llegado un crucero en uno de esos barcos que parecen rascacielos
flotantes, la avalancha de gente impide disfrutar del lugar. Pero hacía sol y
calor durante nuestra estancia: un día que ni pintado para tomar el tren que
une Flam y Myrdal, en lo alto de la montaña al final de un recorrido de veinte
kilómetros, ascendiendo a unos 830 metros sobre el nivel del mar en menos de
una hora. Impresionante.
En la cumbre del Preikestolen |
Fiordo de Lyse |
Personalmente, disfruté más que el ascenso al
Púlpito el recorrido en barco por el fiordo de Lyse, viendo los salmones saltar
en las piscinas redondas dentro del mar donde los crían, las cuevas en los
acantilados donde en el pasado se refugiaban los osados vagabundos, según nos contaron, para no pagar impuestos, o las cascadas a las
que acercaron el barco para tomar agua que después nos dieron a probar. Desde la
embarcación, el saliente rocoso que constituye el Preikestolen se antoja
insignificante. Impresiona, sin embargo, al aumentar el zoom de la cámara
fotográfica contemplar desde abajo a los impávidos visitantes sentados al borde
como si supieran volar y una caída no supusiera nada.
Paisaje de fiordo desde el barco |
Aparte de las aldeítas con su ganado y sus
graneros rojos, y los pueblos coloristas que se parecen tanto a los
estadounidenses (debido probablemente a los muchos noruegos que emigraron a
América del Norte en los años de hambruna antes de que se descubriera el
petróleo), Stavanger y Bergen fueron las otras ciudades importantes que
visitamos, las dos pintorescas, las dos construidas al borde del mar con
cuidadas casas de madera pintadas en colores brillantes. Ambas son turísticas y
tienen ambiente, mercadillos y música en verano. Dicen también que en ambas
hace frío y llueve constantemente, pero para nosotros quiso brillar el sol durante
todos los días de nuestra estancia e incluso llegamos a pasar calor a ratos. De
Stavanger recuerdo en especial las callecitas interiores llenas de restaurantes
y tabernas, así como las muchas estatuas de bronce que las adornan; de Bergen,
las casas hanseáticas del puerto y las vistas desde el mirador al que se
asciende por el único funicular de Escandinavia que, según los noruegos,
alcanza la misma altura que la Torre Eiffel.
© Anushka Izquierdo Gonzalo. Desde el tren de Flam |
Esta viajera es de buen diente y disfrutó de
la comida noruega: buenas verduras, salmón y bacalao en muchas variedades,
pescados arenques, quesos, buen pan del antiguo ―denso y de diversos cereales―,
bollería variada y algunos helados. Sin embargo, faltaba fruta las más de las
veces en el menú de comidas. La que vimos en las tiendas era en su mayoría
española y carísima como si de joyas se tratara. En el mercado del pescado de
Bergen, entre variados manjares, nos dieron a probar ballena, y no me gustó: su
sabor tan fuerte y áspero me recordó al del hígado de bacalao que me obligaba a
tragar de pequeña mi abuela murciana para purgarme o al de una carne medio
podrida. Además, las ballenas están en peligro de extinción y no hay por qué
seguir diezmándolas. Noruega, país que se precia de tener conciencia ecológica
a pesar del petróleo que produce y en las calles de cuyas ciudades y pueblos se
ven cargando en postes municipales coches eléctricos, muchos de ellos caros
Tesla estadounidenses, debería dejar vivir en paz a esos enormes y pacíficos
mamíferos marinos: Islandia, Noruega y Japón son los tres únicos países del
mundo que siguen dándoles caza, a menudo pretextando fines científicos y otras veces aduciendo que forma parte de su idiosincrasia.
© Anushka Izquierdo Gonzalo |
© Anushka Izquierdo Gonzalo. Puerto de Stavanger |
Casas hanseáticas de Bergen |
NORA:
Es posible, pero tú no piensas
ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en lo
referente al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú…, todo lo
olvidaste y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas
dispuesto a llevar en brazos como antes e incluso con más precauciones todavía
al descubrir que soy más frágil. (Levantándose).
Escucha, Torvaldo, en aquel momento me pareció que había vivido ocho años
en esta casa con un extraño y que había tenido tres hijos con él… ¡Ah, no
quiero ni pensarlo siquiera! Tengo tentaciones de desgarrarme a mí misma en mil
pedazos. (Casa de muñecas, escena
final).
Agradecimientos
Algunos compañeros de viaje |
Buena parte de nuestro viaje a Noruega lo
realizamos con Mapa Tours. Belén García de la Torriente fue la guía
experimentada que nos facilitó los asuntos cotidianos, nos proporcionó valiosa información
y fue capaz de resolver en un abrir y cerrar de ojos los problemas del camino
que se fueron presentando.
Anushka Izquierdo Gonzalo, aficionada a la
fotografía y futura estudiante de Bellas Artes, me ha prestado amablemente algunas
de sus mejores imágenes para ilustrar este texto. Deseo mencionar también a su
hermana Marta, quien con su simpatía y sus bromas nos alegró el viaje. Algunos de
los restantes compañeros, procedentes de distintos lugares de España, que
quisieron posar para mi cámara durante el crucero por el fiordo de Lyse aparecen
en una de las fotos.
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© Anushka Izquierdo Gonzalo |