No
era mi intención escribir sobre los métodos para aprender otra lengua. Fue puro
azar que, revisando bibliografía para tratar de explicar por qué es tan
complicado con determinados verbos decidir si el pronombre personal debe ser lo, la o le, me topara con el texto siguiente, guardado entre los libros de
mis años universitarios:
—Buenos días. Adiós. ¿Has visto
la sombrilla, el portamantas o el sobretodo del guardabosques, Lucio?
—No lo he visto. Sí lo he visto.
Pero Matilde coge amapolas y ciclaminos en el macizo del consejero.
—Yo no paseo en el tiempo
lluvioso. La lluvia moja. El sol seca.
—Ante todo, deseamos
desayunarnos, merendar, cenar. ¿Deseas tú, supongo?
—Yo deseo, tú deseas, él desea.
—Comamos, pues, bajo la fresca
sombra del tamarindo, de la chopera, de la pérgola. ¡Ajajajá! Mozo, ¿le
causaría molestia traer agua corriente, agua estancada, agua del arroyo?
—¡Lástima que haya olvidado mis
guantes, mis mitones, mis espadañas, mis matorrales, en el palco o en el
ómnibus!
—¿A qué hora sale nuestra
diligencia o el vapor para X? He de ver a mi tía. Tengo dos, tres, cuatro tías.
El alcalde tiene tía, cuñado y la prima del agrimensor moreno.
—¿Es mala tu salud? ¿Es buena?
Toma comprimidos para el mal de mar, y dame a cambio el mapa de la ruta.
—Helo aquí. ¿Puedes sacar del
cortaplumas la gargantilla de corales para adornar el cuello de tu padrastro?
—Con placer. Yo resido en Madrid
y mi hermana en Cáceres. ¿Está Cáceres cerca, lejos, encima o debajo de Madrid?
—Debes consultar con el conserje
del hospedaje. ¿Deseas un cigarro puro?
—Congratulaciones: pero acabo de
adquirir una pipa o cachimba.
—Te ruego saques la fosforera
para prender lumbre en el límite del cigarrillo. ¿Eres aficionado al zapato, a
la zapatilla o a la sandalia?
—Yo calzo a pie limpio. Pero mi
llorado sobrino Carlos tiene vocación de alpargata.
—Observa el paisaje. Me admiran
esos grandes animales denominados vacas, que producen la leche, el queso, el
merengue.
—¿Se detiene nuestro tren en la
oreja de tu padre político?
—No; pero la vendimia de uvas es
pintoresca en el sur de la comarca.
—Sentiría producirte una pena al
tomarte el cascanueces de Edelmiro.
—Tómalo con gana. Compraré otro
en el comercio del nuecero, pescadero, peluquero.
—Me complace tu cortesía.
—Pues, adiós, hombre; y que te
frían los botines del notario.
—Lo mismo digo. Cumplimientos.
—Pleitesías.
(Álvaro de Laiglesia,
«Diálogos», en La gallina de los huevos
de plomo, Barcelona, Planeta, 1950).
Este
diálogo es una parodia escrita por quien fue director, durante sus años más
gloriosos (1944-1977), de la revista de humor gráfico y literario La Codorniz, así como el creador de su
popular primer eslogan: «La revista
más audaz para el lector más inteligente». En este caso, el humor disparatado
de Álvaro de Laiglesia, con sus toques surrealistas característicos, se inspira
en métodos para aprender idiomas como el conocidísimo Anglais Sans Paine (Inglés
sin esfuerzo), publicado en primera edición por la empresa francesa Assimil
en 1929 y cuya oración de apertura, «My taylor is rich» («Mi sastre es rico»),
logró gran fama por lo forzada e inverosímil que resultaba.
Tratando
de poner en contexto el diálogo de Álvaro de Laiglesia, tuve otro golpe de
fortuna —serendipity, dirían en
inglés, utilizando una palabra que acuñó en 1754 Horace Walpole, inspirado por un
cuento popular persa, «Los tres príncipes de Serendip»; y serendipia, traduciríamos literalmente al español (ya con la venia
de la RAE) si nos olvidamos de la popular chiripa,
término proveniente del billar que significa «casualidad favorable»—: saltó
ante mis ojos un libro singular, hallado en internet, cuyo extenso título ocupa
completa la página de la portadilla: «El
castellano actual. Lecturas y conversaciones castellanas sobre la vida diaria
en España y en los países de lengua española para uso de los que deseen conocer
la lengua corriente. Por D. Constantino Román y Salamero, profesor en
Madrid, con la colaboración de D. Ricardo Kron, profesor y doctor en Filosofía
y Letras, autor de Le Petit Parisien, The
Litle Londoner, etc.». Lo publicó en
1911 J. Bielefelsd Verlag en Freiburg im Breisgau (Friburgo de Brisgovia en
español), y en 1922 iba ya por la quinta edición corregida y comentada con
abundantes notas a pie de página.
El
breve repaso a la acentuación castellana con que comienza el libro no aparece
recogido en el Sumario, que da cuenta de su abigarrado y curioso contenido,
desde el capítulo I, dedicado a «Visitas», hasta el capítulo XXVII y último,
«Asuntos para conversar». Sin duda, estas
lecturas y conversaciones de Román y Salamero han quedado anticuadas como
método para acercarse al castellano, pero constituyen una fuente excelente sobre
la imagen que hace un siglo se ofrecía de España a los extranjeros deseosos de
conocerla.
Al
lector curioso, y mucho más al escritor, le resultará atrayente este libro que
trata en detalle, a veces minucioso, la vida cotidiana del pueblo español a
comienzos del siglo XX; en él encontrará un amplio vocabulario, usos y
costumbres, modos de ganarse la vida, la organización de la administración
pública y, en general, la urdimbre social de un país que causa extrañeza a quienes en él vivimos a comienzos del siglo XXI. Por momentos, produce el mismo
efecto humorístico que la parodia de Álvaro de Laiglesia, pero también aporta un valioso caudal de información ya olvidada y entonces de dominio público.
He
aquí cómo reseña Román y Salamero las fórmulas de cortesía vigentes en el momento:
Cuando una persona quiere ir a
ver (o a visitar) a otra, se dirige a su domicilio (o a la casa en que vive, a
su residencia), y llama a la puerta. Caso de no saber a punto fijo el piso,
preguntará al portero (o a la portera). Un criado (o Una criada) le abrirá e
informará de si el Señor o la Señora reciben (o están visibles). Las locuciones
consagradas por el uso son: El Señor Fulano ¿está? (o ¿está en casa?), ¿Está la
Señora? Deseo ver á Don Fulano. Quiero (o Quisiera) hablar a la Señora. Tenga
V. (o Vd., usted) la amabilidad de decirle que seré breve, que se trata de un
asunto personal, un momento, nada más.
Según los casos, el criado (o la
criada) me contestará afirmativa o negativamente. Si el Señor Fulano no está en su
casa, o si no quiere (o no puede) recibirme, aquél(la) contestará (o
responderá): El Señor no está en casa; el Señor no está; acaba de salir; ha
salido; la Señora no está visible (o no se la puede ver); recibe sólo los
lunes, de tres a cinco. El señor está muy ocupado, no puede recibir ahora, no
recibe más que los jueves de 10 a 12 de la mañana. […] Si la persona a la que yo quiero ver es un conocido mío (o una conocida
mía), una de mis relaciones, me acoge con estas palabras: Buenos días, ¿cómo
está V.? (o ¿qué tal? o ¿cómo va? o ¿cómo lo pasa V.?) — Y le contestaré: Muy
bien, gracias, ¿y V.? Estoy bien, gracias, ¿y V.? Admirablemente, ¿verdad?
Regular, ¿y V.? No me va mal. He estado malo, pero voy mejor. También me
preguntará(n): La familia, ¿bien? ¿Y en casa? El papá, la mamá, los hermanos,
¿están buenos? — Todos bien. […] Es costumbre [al despedirse] dar recuerdos o encargar que se salude a
las personas de la familia: Recuerdos a su Señor Padre, Memorias a su esposa,
Muchas cosas a su hermano, Recuerdos a todos, Expresiones a su familia, Salude
V. a su Señor tío, a su abuelo. A estas muestras de cortesía se contestará:
Gracias, o Muchas gracias.
Hay
además descripciones costumbristas mucho más detalladas y literarias. Sobre los
lugares de esparcimiento o el tabaco, explica Román y Salamero:
En los sitios céntricos de
Madrid, principalmente en la Puerta del Sol y en sus bocacalles, hay muchos cafés,
que son para los madrileños lo que son las cervecerías para los alemanes e
ingleses. En algunos se toca música a ciertas horas de la noche, y se dan
conciertos en determinados días de la semana. […]
La costumbre del aperitivo está
muy poco generalizada. En Barcelona, a guisa de bebida aperitiva, se hace gran
consumo de vermut Torino. Tampoco del
ajenjo se usa ni se abusa en España, y esta circunstancia merece ser elogiada.
La gente que tiene poco o nada
que hacer, se pasa la vida en el café, y como el espectáculo del interior es
menos variado que el de la calle, elige el que puede las ventanas, a manera de
los palcos en los teatros. […] Muchas personas escriben cartas en los cafés: el
fosforero, que también vende periódicos,
procura lo necesario para ello (papel, pluma, tintero), mediante diez céntimos
de peseta. Los sellos hay que comprarlos en el estanco, porque en los cafés no
los hay.
No se encuentra en los cafés de
Madrid, ni siquiera en los más importantes, quien lleve cartas ni haga recados,
ni tampoco quien abra las portezuelas de los coches. […]
Yo fumo mucho, como una
chimenea, como una locomotora; bien se me alcanza que el fumar no es cosa
meritoria, que digamos; pero por más esfuerzos que hago, no soy capaz de
abandonar este vicio. En España se fuma poco en pipa; los artistas casi exclusivamente son quienes la usan. Los
españoles prefieren fumar cigarrillos (de
papel) y cigarros (o puros, esto es: sin papel). […] Cuando
un puro no quiere arder, es porque está muy apretado; cuando se apaga, hay que
encenderle de nuevo. ¿Tiene V. la bondad
de darme fuego (o lumbre )? es la fórmula usual para pedir fuego a alguien.
(Adviértase que es favor cuya petición debe evitarse en lo posible por las
molestias que causa). En el tren o en presencia de señor(it)as es costumbre no
fumar sin solicitar permiso previamente. Para solicitar permiso, se pregunta: ¿Le molesta a V. el humo, Señora? La
respuesta suele ser negativa, o también: Puede
V. fumar, Caballero. En los tranvías de Madrid está prohibido fumar; es
medida acertada.
Para fumar puros, tengo una
hermosa boquilla de espuma de mar y ámbar
amarillo. Mi petaca es de piel de
Rusia, y en ella caben hasta doce puros.
Acerca
de las comidas, entre otros muchos datos, aclara:
Casi todos los españoles hacen
tres comidas diarias, que son, en el gran mundo y en los hoteles (o fondas), el
desayuno, el almuerzo y la comida, en
las demás clases sociales el desayuno,
la comida y la cena. Sabido es que muchos alemanes e ingleses hacen cuatro
comidas. La cena de medianoche no es
usual más que en los bailes, y también a la salida de los teatros, siempre a
horas avanzadas.
Dedica
al asunto de la muerte y el luto una cuidadosa descripción:
Cuando muere una persona, se coloca su
cuerpo (o cadáver) en un ataúd o féretro. A las 24 horas después de la muerte
se verifica el entierro (o la inhumación, o el acompañamiento a la última
morada). Los que asisten al entierro se reúnen en la casa mortuoria. El séquito se compone del coche fúnebre y
de las personas que acompañan al muerto hasta el cementerio; además del clero,
asisten a los funerales la familia, los parientes y amigos del finado. En España
todo el mundo se descubre cuando pasa un entierro (y asimismo al encontrar el viático o una procesión). Se
entierra al difunto en una fosa (o tumba) cavada por el sepulturero, en un
nicho, o en un panteón de familia. En el camposanto (o cementerio), el
sacerdote dice las oraciones y bendice la tumba. […]
Los
parientes de la persona muerta están de luto según el grado de parentesco, de seis
meses a cuatro años; durante este tiempo visten de negro.
Hay
también el alivio de luto para cuando
se acerca el cumplimiento de las fechas mencionadas. Las viudas son las que
durante más tiempo visten de luto por la pérdida (o el fallecimiento) de su marido.
Las
funerarias se encargan en Madrid de todo cuanto se relaciona con los entierros,
desde amortajar al cadáver hasta conducirlo al cementerio. Las puertas de las
casas donde hay un cadáver no se cubren
de paños negros, como en Francia, cuando se saca el muerto. Media (o sea: Una
hoja de la) puerta permanece cerrada durante nueve días en la casa donde
alguien ha fallecido.
En lo tocante al aseo personal, la narración
de Román y Salamero vuelve a evocar los manuales tipo «My taylor is rich»:
Por las mañanas,
tan pronto como me despierto, salto de la cama y me visto. Primero me pongo los calcetines, y luego el pantalón y
las zapatillas (o babuchas). Después voy a mi lavabo o tocador, para lavarme las manos y la cara con agua fría,
porque el agua fría es preferible al agua caliente para la salud. Uso una
esponja y jabón, y me seco con la toalla. Tres veces al día, después de cada
comida, me limpio los dientes con un cepillito, y me enjuago la boca. En el cajón
de mi lavabo tengo un peine y un cepillo de cabeza para peinarme, un cepillo de ropa, un cepillo de uñas, una navaja de
afeitar, una correa para pasar la navaja, y una brocha para darme jabón en la
cara cuando me afeito. Me pongo la
camisa interior (o camiseta), la camisa, el cuello, la corbata, los puños (con
los botones o gemelos), el chaleco y el chaqué, o la chaqueta. Antes de salir,
me pongo las botas o los
zapatos; algunas veces uso zapatos de charol, y cuando hay barro, uso chanclos.
En este punto las cosas, cepillo mi sombrero (hongo o de fieltro, o de paja), me pongo los guantes, y héteme ya
presto. Rara vez uso el sombrero de copa (familiarmente llamado chistera o
tubo). En invierno llevo trajes más recios que en verano, y además gasto capa o
gabán de invierno y guantes forrados de piel. Cuando el frío arrecia mucho, me pongo
el gabán de pieles y la gorra de piel. […]
De ropa blanca (camisas,
cuellos, puños, pañuelos, calcetines, medias, camisas interiores, calzoncillos) conviene estar bien
provisto. Se muda la ropa blanca (o interior) cuando está sucia (o cuando ya no está limpia) la
que se lleva. Lava la ropa la lavandera,
y la planchadora la plancha. Las
camisas, cuellos y puños tienen a veces mucho (o poco) almidón, o están bien o
mal almidonados.
Resulta
asimismo curioso el capítulo dedicado al cuerpo humano, las enfermedades y la
salud. Ahí va una muestra:
La nariz es el órgano del olfato, y ofrece
dos aberturas llamadas ventanas de la nariz. Forman la boca dos labios, el labio superior y el labio inferior. En el
interior de la boca están los dientes,
en número de 16 en cada mandíbula (o quijada). En la entrada de la garganta hay un pequeño apéndice carnoso
que se llama lengüeta. Trituramos los
alimentos con los dientes, y hallamos el gusto a lo que comemos o bebemos con
la lengua y el paladar, que son los órganos del gusto. La lengua es además el órgano
principal de la palabra. Refrán: Quien
lengua ha, a Roma va. […]
Cuando
el varón es ya adulto, tiene parte de la cara cubierta de un pelo que se llama barba; el pelo que guarnece la parte
superior del labio de igual nombre se llama bigote,
y el que cubre las mejillas, recibe el nombre de patilla(s). La perilla la
forman los pelos que crecen bajo el labio inferior. Mi hermano tiene (o gasta)
la barba cerrada, es decir, toda la
barba; no tiene necesidad de afeitarse; usa la barba en punta. El color de la barba varía tanto (o es tan vario)
como el del pelo de la cabeza, y es mucho más fuerte que el de ésta. Hay
personas que tienen un hoyuelo en la
barbilla o en las mejillas.
La
vivienda tampoco escapa al escrutinio de Román y Salamero, y la detalla con un
amplio vocabulario, buena parte del cual ya no es de uso frecuente:
Nuestra
casa tiene una hermosa fachada, con
buen balconaje y azotea. En el tejado hay
un pararrayos y una veleta. Encima del piso 4º está el camaranchón, con
guardillas vivideras y trasteras. Debajo del piso bajo están los sótanos. En el portal están las puertas del piso bajo. Hay ascensor y varias escaleras, una (escalera) principal y otras de servicio para subir
a los pisos altos.
En
cada piso hay unas cuantas piezas (o habitaciones,
cuartos, aposentos), que se llaman
sala de recibir (o estrado, salón), gabinete, despacho (estudio o escritorio
para el dueño de la casa), comedor, alcobas (o dormitorios, con alacenas),
cocina, despensa, cuarto de plancha, lavadero, cuarto de baño con una pila (de
baño), y retretes (o excusados). En todas las habitaciones hay ventanas y balcones (o miradores). […]
En
invierno calentamos todas las habitaciones. En muchas de ellas hay chimenea de leña o de carbón. Ya va
habiendo bastantes casas calentadas con tuberías
de agua o de aire caliente. En ellas el calor se engendra en un calorífero central, colocado en los sótanos
del edificio, y se extiende por todas las piezas mediante una serie de tuberías.
En toda España se usa también, en las habitaciones donde no hay chimenea, el brasero de cobre o de azófar, con pies
de bronce, o caja de caoba o de pino; la lumbre es de carbón o cisco, que se
coloca sobre la ceniza. […]
Tengo una buena cama de hierro, con colchón
de muelles. Los pobres no usan colchón de muelles, sino jergón, que es un saco
lleno de paja, hoja de maíz o esparto. Encima del colchón de muelles
tengo un colchón de lana y dos almohadas para apoyar la cabeza. Las sábanas son
de hilo en verano y de algodón en invierno, con puntillas y bordados. Las
mantas son de lana o de algodón. El cobertor (o La colcha) es de damasco o de
seda, de lana, de percal, de cretona, o de punto de aguja. El edredón (o cubrepiés) está lleno de plumón.
En su descripción de las calles, aparece una
definición de arroyo como calzada (véase DRAE) que yo desconocía y
que confiere un significado más preciso a expresiones tales como recoger a alguien del arroyo:
Las
calles de nuestra ciudad son estrechas; hay muy pocas anchas (o espaciosas).
Todas están empedradas, y algunas asfaltadas. Las aceras y el arroyo de las
calles, los barren y riegan los barrenderos y mangueros, a quienes paga el
municipio. Por el arroyo ruedan los carruajes y van los jinetes; las personas
que van a pie andan por la acera, que se extiende a lo largo de las casas. Los
carruajes van por la derecha. Además de las calles y callejas hay algunos
callejones sin salida. Las calles tienen dictados históricos unas veces; otras
llevan el nombre de alguna persona importante, y también se designan con los
nombres de los oficios que ejercen los que las habitan.
Del prolijo capítulo dedicado al campo, cito por
su interés lo siguiente:
Gritos (o voces) de animales. La abeja
zumba; la alondra canta; el asno rebuzna; el buey muge; el buho grita; la burra
y el burro rebuznan; el caballo relincha; la cabra y el cabrito balan; el
canario trina (o gorjea); el carnero bala; el cerdo gruñe; el ciervo brama; la
cigüeña cloquea (o castañetea); la codorniz golpea; el cordero bala; la corneja
grazna; el cuco canta; el cuervo grazna; el chivo bala; la gallina cacarea (o
cloquea); el gallo canta quiquiriquí; el gamo brama; el ganso grazna; el gato
maúlla (o maya); los insectos zumban; el león ruge; el lobo aúlla [Refrán: El que con lobos anda, a aullar se enseña];
el mirlo silba; el mochuelo grita; la mosca zumba; el oso gruñe; la oveja bala;
los pájaros gorjean; la paloma arrulla; la pantera ruge; el papagayo (o loro)
charla; el pato grazna; el pavo hace gluglú; el perrillo late; el perro ladra;
el pollino rebuzna; el pollito y el pollo pían; el potro relincha; la rana
croa; la serpiente silba; el ternero berrea; el tigre ruge; la urraca
charlotea; la vaca muge; el zorro y la zorra chillan.
Al referirse a los medios de comunicación, Román y
Salamero no puede contener la admiración que le causan los nuevos inventos:
También
hay un instrumento con ayuda del cual se puede telefon(e)ar, es decir, conversar a grandes distancias; es el teléfono
que, igual que el telégrafo, funciona por medio de la electricidad; la
corriente eléctrica se transmite por alambres de cobre. Todos estos hilos se reúnen
en la estación (u oficina) central.
Cuando
se quiere hablar con un abonado, se hace girar con fuerza la manivela, o se
oprime dos o tres veces el botón de llamada, y se descuelga en seguida el
receptor, que se aproxima al oído. De este modo suena un timbre eléctrico en la
oficina central. El (o La) telefonista contestará: ¿Quién llama? Se indica entonces claramente, pero sin alzar la voz,
a tres o cuatro centímetros de la embocadura del aparato, el número, nombre y
señas de la persona con quien se desea hablar (o desea ponerse en comunicación).
Ejemplo: Número 2.000, D. Jaime Pérez,
Peligros 60. Cuando vuelve a sonar el timbre, es señal de que la comunicación
está establecida, y el Sr. Pérrez dirá: ¿Quién
llama? o ¿Con quién hablo? A lo que se contestará: Con el Sr. Iriarte. ¿Es V, el Sr. Pérez? Cuando la conversación ha
terminado, se cuelga nuevamente el receptor, y se oprime una vez el botón de
llamada. En Madrid el precio del abono trimestral es l00 pesetas y 100 en depósito.
El
extranjero que no se detenga más que algunas semanas en Madrid para estudiar el
castellano usual, las curiosidades, y la vida que allí se hace, no habrá menester
de frac. Le bastará un traje de viaje, otro de paseo y, para hacer visitas, una
levita o chaqué negros, y un pantalón o(b)scuro o claro. Del sombrero de copa y
del clac puede también prescindirse, porque el hongo es de uso muy corriente, aún
en las clases sociales de mayor rango y categoría. Las personas distinguidas no
llevan sombrero de copa por la mañana, pero sí a mediodía y por la noche,
aunque en el día está su uso en plena decadencia (o disminución). En los
teatros y en los bailes principales, el clac es de uso muy corriente.
El
frac y la corbata blanca no son indispensables sino en el Teatro Real, y para
asistir a las reuniones de gran etiqueta. Además en muchas de éstas, el smoking
y la levita sustituyen al frac. Se saluda a los amigos con un movimiento de las
manos, a los iguales, quitándose el sombrero y elevándolo un poco por cima de
la cabeza.
No
debe abusarse del apretón de manos; se da la mano a los amigos y a los iguales,
mas no es costumbre darla a los vecinos de mesa, acabadas las comidas.
Ordinariamente no debe quitarse el sombrero al entrar en un comercio o en el
café, pero sí cuando se entra en alguna oficina, ya sea pública o particular.
En el teatro se permanece cubierto durante los entreactos y antes de que la
función comience.
Las
visitas de mayor etiqueta se hacen después de las tres de la tarde. El traje en
este caso ha de ser lo más elegante que sea dable. El frac nunca se usa para
las visitas, las cuales no es costumbre hacer los domingos ni días festivos (o
feriados, o de fiesta). Algunas familias tienen señalados días de recepción, o sea los destinados a recibir.
Buscando información acerca de Román y Salamero,
solo he logrado averiguar que fue el primero en traducir al español los Ensayos completos de Montaigne en 1898 y
que dicha traducción ha servido de base para todas las posteriores, aunque haya
quien la tache de imprecisa y excesivamente libre. Asimismo, Román y Salamero
estuvo en la dirección de la revista El Cuento Semanal. No obstante, como suele ser
habitual en las gentes dedicadas a las letras, la vida de este erudito debió de ser un tanto apretada a juzgar
por la carta de recomendación que escribió Benito Pérez Galdós a Marcelino
Menéndez Pelayo, recogida en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
Hortaleza, Madrid, 31 mayo 1902
Mi
querido amigo: ya conoce V. á mi amigo Constantino Roman y Salamero por haberle
visitado dos ó tres veces. La traducción de Montaigne le inició en la
literatura francesa de los siglos XVI y XVII, que sin duda conoce bastante
bien. Yo creo que entre nosotros es el más indicado para las traducciones que
la Biblioteca Clasica publique de literatura francesa.
Vive
Constantino Roman, desde que regresó de Paris, de lecciones particulares en los
colegios, ocupación muy ingrata y mal retribuida. Quisiera ahora emprender la
traducción de Sabruyere, luego Rabelais, y otros autores del mismo siglo, que
hasta hoy no han sido publicados en castellano.
Estando
Vd., según entiendo encargado de la dirección de dicha Biblioteca Clásica,
recomiendo á V. con todo interés al buen amigo Constantino para que los
trabajos arriba indicados tengan cabida en una publicación tan acreditada.
Esperando
que V. no desoirá este ruego se repite de V. atento amigo y ferviente admirador
q.b.s.m.
B. Pérez Galdós
Adenda
Álvaro de Laiglesia convirtió a La Codorniz en un referente de la prensa que transcendía lo humorístico. En la España franquista de los años sesenta y setenta la leían personas de todos los signos políticos. Una de sus secciones más celebradas era la «Cárcel de Papel», donde se repasaban en clave de humor las andanzas de algún político o personaje público. Sus escarceos con la censura eran seguidos y aplaudidos por el público y existen abundantes leyendas urbanas al respecto. Yo misma tengo el recuerdo de haber visto la portada del tren entrando en un túnel, las páginas del interior de la revista en negro, y el tren saliendo del túnel en la última, aunque dicen que este número nunca existió. En estos enlaces se puede leer al respecto: «La Codorniz según Félix de Azúa»; «Las leyendas urbanas de La Codorniz (la revista más audaz para el lector más inteligente)».
He suprimido las abundantes notas a pie de página de los textos citados de El castellano actual. Lecturas y conversaciones castellanas sobre la vida diaria en España y en los países de lengua española para uso de los que deseen conocer la lengua corriente. Román y Salamero añade además a los vocablos que emplea un acento gráfico (distinto al ortográfico) para indicar la pronunciación a los extranjeros que lean el libro. En este enlace de la página web Forgotten Books se puede consultar la edición de 1921: El castellano actual. Lecturas y conversaciones castellanas sobre la vida
La lengua destrabada
He suprimido las abundantes notas a pie de página de los textos citados de El castellano actual. Lecturas y conversaciones castellanas sobre la vida diaria en España y en los países de lengua española para uso de los que deseen conocer la lengua corriente. Román y Salamero añade además a los vocablos que emplea un acento gráfico (distinto al ortográfico) para indicar la pronunciación a los extranjeros que lean el libro. En este enlace de la página web Forgotten Books se puede consultar la edición de 1921: El castellano actual. Lecturas y conversaciones castellanas sobre la vida
La lengua destrabada
Si te interesan los asuntos de lengua y escritura, te invito a leer La lengua destrabada. Manual de escritura, publicado por Marcial Pons (Madrid, 2017). Clica en este enlace para entrar en la página de la editorial, donde encontrarás la presentación del libro y este pdf, que recoge las páginas preliminares, el índice y la introducción completa.